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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (33 page)

BOOK: Recuerdos
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—Hay que extraerlo.

—Parece lo indicado. Debería haber sido… bueno, si no está hecho ya, al menos debe estar preparado. El problema es que Illyan no se encuentra en condiciones de aprobar la operación.

—Comprendo.

—Tampoco saben qué efectos tendrá la extracción. Recuperación total, recuperación parcial, cambios de personalidad, cambios cognitivos… esto es un juego de dados. Lo que estoy diciendo es que tal vez no recuperes a tu jefe de Seguridad Imperial.

—Comprendo.

—Bien. ¿Hay algo que quieras salvar de ese chip y que yo no conozca?

Gregor suspiró.

—Tu padre es quizá la otra única persona que podría responder a esa pregunta. Y en los más de quince años transcurridos desde que alcancé mi mayoría de edad, no me ha confiado nada. Los viejos secretos parecen guardarse solos.

—Illyan es ahora tu hombre. ¿Consientes en extraer el chip, mi señor?

—¿Me lo aconsejas, mi Auditor?

Miles resopló.

—Sí.

Gregor se mordió el labio inferior durante un instante. Luego tomó la decisión.

—Entonces dejemos que los muertos entierren a los muertos. Que el pasado pase. Hazlo.

—Sí, Sire.

Miles cortó la comunicación.

Esta vez Miles fue admitido en el despacho de Illyan/Haroche sin retrasos ni murmullos de protesta. Haroche, que estudiaba algo en la pantalla de su comuconsola, le indicó una silla. Miles le dio la vuelta y se sentó a horcajadas, los brazos sobre el respaldo.

—Bien, milord Auditor —dijo Haroche, desconectando su vid—. Confío en que haya encontrado plenamente satisfactoria la cooperación de mis subordinados.

La ironía de Illyan era mejor, pero había que reconocer que Haroche lo intentaba.

—Sí, gracias.

—Admito —Haroche señaló la comuconsola— que le subestimé. Le he visto entrar y salir de aquí durante años, y era consciente de su condición de agente de operaciones encubiertas. Pero no sabía qué operaciones, ni cuántas. No me extraña que fuera el favorito de Illyan. —Su mirada, posada sobre la túnica condecorada de Miles, era ahora más calculadora que incrédula.

—¿Leyendo mi archivo? —Miles se negó a vacilar delante de Haroche.

—Repasando las sinopsis, y algunas de las anotaciones de Illyan. Un estudio completo me llevaría una semana. Mi tiempo es escaso en este momento.

—Sí. Acabo de hablar con Gregor. —Miles tomó aire—. Hemos llegado a la conclusión de que el chip debe ser extraído.

Haroche suspiró.

—Esperaba que eso pudiera evitarse. Parece tan drástico… Y tan frustrante.

—No tan frustrante como lo que sucede ahora. Por cierto, Illyan, decididamente, tendría que haber tenido a alguien conocido cerca desde el principio, para consolarlo. Por lo visto su agresividad se ha reducido mucho. Se habrían ahorrado la mayoría de los sedantes, y las humillantes correas. Por no mencionar el desgaste y las heridas de los soldados.

—Ni siquiera estábamos seguros de con qué tratábamos.

—Mm. Pero fue un error dejarle solo en la agonía.

—Yo… lo admito, no había bajado a la clínica a inspeccionarlo en persona. El primer día fue bastante malo.

Comprensible, aunque cobarde
.

—Ivan y yo conseguimos mucho con nuestra sola presencia. He pensado en otra persona que podría hacer aún más. Creo que Lady Alys Vorpatril debería estar sentada a su lado hasta que la operación esté preparada.

Haroche frunció el ceño, su frente se arrugó.

—Usted y el teniente Vorpatril son, o al menos eran, personal militar bajo juramento. Ella es una civil, y su sexo la mantiene apartada de la mayoría de los juramentos.

—Pero sigue siendo una persona. Si me veo obligado, ordenaré que la admitan apelando a mi autoridad como Auditor; pero quería darle a usted una oportunidad de enmendar su error. Aunque no sea por otra cosa, debería usted ser consciente de que como Baba de Gregor y su pariente femenina más cercana, ella estará a cargo de todos los arreglos sociales para la boda del Emperador. Puede que aún esté usted trabajando como jefe de SegImp para entonces. El modo en que esto encaja en sus… desafíos de seguridad, debería ser obvio. La Emperatriz Laisa quizás haga nuevos arreglos una vez instalada, pero mientras tanto, Lady Alys es la vieja guardia, encargada de la transición. Es la costumbre Vor.

»Los militares, en un admirable esfuerzo por promover el mérito por encima de la sangre, pasan mucho tiempo pretendiendo que lo Vor no tiene valor. Los altos Vor, cuya seguridad y buena conducta van a ser su trabajo particular mientras permanezca sentado tras esa mesa, gastan al menos las mismas energías pretendiendo que lo Vor sí es válido.

Haroche alzó las cejas.

—¿Y quién tiene razón?

Miles se encogió de hombros.

—Mi madre diría que es el choque de dos fantasías opuestas. Pero sea cual sea su opinión personal acerca de los méritos y defectos del sistema Vor (y yo tengo unas cuantas ideas propias que no necesariamente expondría en el Consejo de Condes), es el sistema al que los dos hemos jurado servir. Los Vor son en efecto los tendones del Imperio. Si no le gusta, puede emigrar; éstas son las reglas del juego.

—¿Y cómo es que Illyan se llevó tan bien con todos ustedes? No era más Vor que yo.

—De hecho, creo que disfrutaba bastante del espectáculo. No sé qué pensaba cuando era más joven, pero para cuando realmente llegué a conocerlo, en los últimos diez años o así… creo que había llegado a considerar que el Imperio era una creación que él ayudaba a mantener. Parecía tener un claro interés en ello. Una actitud casi cetagandana, de un modo extraño; más un artista en su medio que un servidor hacia su amo. Illyan interpretaba el papel de criado de Gregor con grandes aires, pero no creo haber conocido a un ser humano menos servil.

—Ah. —La mirada de Haroche se volvió atenta mientras captaba todo esto. Sus dedos tamborilearon sobre el negro cristal, un gesto típico de Illyan. El hombre le estaba escuchando de verdad, por Dios. ¿Y aprendiendo? Una idea esperanzadora.

Haroche apretó los labios, decidido, y pulsó un código en su comuconsola. Apareció el secretario de Lady Alys; tras unas breves palabras de saludo y explicación, el rostro de la propia Alys se formó sobre la placa vid. Miró a Haroche con el ceño fruncido.

—Milady —asintió él brevemente. Su gesto con la mano podía ser interpretado como el saludo modificado de un analista, o de un hombre tirándose del pelo; el matiz era hermosamente vago—. He reconsiderado su petición de acceso a la clínica de SegImp. El jefe Illyan será operado en breve. Consideraría un favor personal si estuviera usted dispuesta a venir aquí y quedarse con él un rato antes de eso. Los rostros familiares parecen ayudarle a, um, estar calmado con menos drogas.

Alys se puso tiesa.

—¡Le dije eso ayer!

—Sí, milady —respondió Haroche manso—. Tenía usted razón. ¿Puedo enviarle ahora un coche a su residencia? ¿O cuándo?

—Para esto estaré lista dentro de quince minutos —declaró Alys.

Miles se preguntó si Haroche apreciaba lo raro que era eso. Una alta dama Vor llegaba a tardar quince horas en prepararse para ir a algunos sitios.

—Gracias, milady. Creo que esto va a ser una gran ayuda.

—Gracias, general —ella vaciló—. Y gracias también a Lord Vorkosigan —cortó la comunicación.

—Ja —dijo Haroche, la boca torcida—. Sí que es aguda.

—En ciertas áreas dentro de su campo, una de las más agudas.

—Me pregunto cómo Lord Ivan… ah, bien. ¿Cómo ha estado eso, milord Auditor?

Extraordinario.

—Una noble disculpa. Ella tuvo que aceptar. No lo lamentará usted.

—Por duro que le resulte, considerando su actitud habitual hacia la mayoría de sus oficiales de mando —Haroche tecleó su comuconsola, ¿qué archivos había estado leyendo?—, quiero hacer un buen trabajo. Cumplir con el deber no es suficiente. Los rangos inferiores están llenos de hombres que simplemente cumplieron con él, y nada más. Sé que no soy un hombre suave, nunca lo he sido…

—Ni tampoco lo fue el capitán Negri, el predecesor de Illyan, según he oído —ofreció Miles.

Haroche sonrió débilmente.

—No pedí esta emergencia. Nunca seré tan suave y educado como Illyan. Pero pretendo hacer un trabajo igual de bueno.

Miles asintió.

—Gracias, general.

Miles regresó a la clínica para relevar a Ivan. Lo encontró sentado junto a Illyan, aunque lo más hundido en su silla que podía, sonriendo de forma dolorida; daba pataditas en el suelo, nervioso.

Ivan se incorporó rápidamente, y se acercó a la puerta cuando vio allí a Miles.

—Gracias a Dios. Ya era hora de que volvieras —murmuró.

—¿Cómo ha ido?

—¿Tú qué crees? Comprendo por qué lo sedaron, aunque no intentara arrancarles la cabeza. Así no tenían que escucharlo hora tras hora. Miles, esto es una pesadilla.

—Sí. Lo sé —suspiró—. He conseguido un poco de ayuda. Le he pedido a tu madre que venga y se siente con él.

—Oh —dijo Ivan—. Buena idea. Mejor ella que yo, de todas formas.

Miles torció el gesto.

—¿No temes que sea demasiado duro para ella?

—Oh. Um. Demonios, ella es dura.

—¿Más dura que tú?

—Lo hará bien —prometió Ivan, algo desesperado.

—Descansa, Ivan.

—Sí. —Ivan no esperó una segunda invitación, y se dispuso a marcharse.

—¿Ivan?

—¿Sí?

—Gracias.

—Oh. No hay de qué.

Miles inspiró profundamente y entró en la habitación de Illyan. Seguía haciendo mucho calor. Se quitó la túnica, y la dobló sobre el respaldo de una silla, se subió las mangas de seda, y se sentó. Illyan lo ignoró durante un rato, luego lo miró aturdido; al final su rostro se despejó. Empezó de nuevo:

—Miles, ¿qué estás haciendo aquí…?

—Simon, escúchame. Tu chip se ha estropeado…

Una y otra vez.

Era como hablar con alguien con personalidad múltiple, decidió Miles al cabo de un rato. El Illyan de treinta años daba paso al Illyan de cuarenta y seis, cada uno de ellos profundamente distinto del Illyan de sesenta. Miles esperó pacientemente a que la carta que deseaba saliera de la baraja, repitiendo interminablemente la fecha, los hechos, la situación. ¿Se llegaría alguna vez al punto en que todos los Illyans hubieran sido informados, o continuaría dividiéndose infinitesimalmente?

Por fin, el Illyan que esperaba volvió a aparecer.

—¡Miles! ¿Te encontró Vorberg? Mierda, esto es una pesadilla. Mi maldito chip se ha vuelto loco. Se está convirtiendo en moco dentro de mi cabeza. Prométeme… ¡dame tu palabra como Vorkosigan!, que no dejarás que esto continúe.

—¡Escucha, Simon! Lo sé todo. Pero no voy a cortarte la garganta. Hemos previsto una operación para sacar el chip. Mañana como muy tarde, si tengo algo que decir al respecto, y lo tengo. No se puede reparar, así que vamos a extraerlo.

Illyan hizo una pausa.

—¿Extraerlo…? —Se llevó la mano a la frente—. ¿Pero cómo voy a funcionar sin él?

—Igual que hiciste durante los primeros veintisiete años de vida antes de que te lo instalaran. Es lo que piensan los médicos.

Los ojos de Illyan eran solemnes, y temerosos.

—¿Se llevará… todos mis recuerdos? ¿Perderé toda mi vida? Oh, Dios, Miles. —Guardó silencio un rato, y luego añadió—: creo que sería mejor que me cortaras la garganta.

—Ésa no es una opción válida, Simon.

Illyan sacudió la cabeza. Y volvió a disolverse en otro Illyan, en otra ronda de «¡Miles! ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué estoy haciendo aquí?». Contempló su fea ropa de civil; a Illyan le gustaba la moda más bien sosa, o no se fiaba de su propio gusto.

—Se supone que he de estar en el Consejo de Condes, de uniforme, ahora mismo. Hay que decirles… hay que decirles…

Miles no supo si eso constituía una aprobación a la operación o no, dadas las circunstancias. ¿Había sido informado? ¿Daba su consentimiento? Pero parecía lo mejor que podía hacer. Repitió la cantinela. Otra vez. Otra vez.

Por fin, el doctor Ruibal escoltó a Lady Alys hasta la habitación. La había puesto al tanto, tal como Miles había ordenado; Miles se lo notó en el rostro, preocupado y decidido.

—Hola, Simon. —Su voz era suave, alta y melódica.

—¡Lady Alys! —El rostro de Illyan reaccionó, mientras buscaba en su mente algo que Miles no podía saber—. Lamento tanto la muerte de Lord Vorpatril —dijo Illyan por fin—. Si hubiera sabido que estaba en la ciudad. Intenté encontrar al almirante Kanzian. Si lo hubiera sabido. ¿Salvó al niño?

Disculpas y condolencias por el asesinato de su esposo, sucedido treinta años antes. Kanzian había muerto de viejo hacía ya cinco años. Alys miró a Miles, angustiada.

—Sí, Simon, está bien —dijo ella—. El teniente Koudelka nos trajo a las líneas vordarianas. Todo va bien.

Miles asintió, y repitió la cantinela orientadora, un modelo para Alys. Ella escuchó la conversación atentamente, y vio cómo el rostro de Illyan expresaba la habitual mezcla de emociones: sorpresa, negativa, desazón. El rudo lenguaje cuartelero de Illyan desapareció bruscamente de su voz en presencia de ella. Miles se levantó de la silla y se la ofreció. Alys se sentó sin vacilación, y tomó la mano de Illyan.

Illyan parpadeó, y la miró.

—¡Lady Alys! —Su rostro se suavizó—. ¿Qué está haciendo aquí?

Miles se retiró hasta la puerta, donde esperaba Ruibal.

—Es interesante —dijo Ruibal, comprobando un monitor de la pared—. Su presión sanguínea ha bajado un poco.

—Sí, no me sorprende. Salga al pasillo a hablar conmigo. También quiero hablar con Avakli.

Los tres, Miles, Ruibal y Avakli, todos en manga corta, estaban sentados en el puesto médico, bebiendo café. Era noche cerrada ya. En contacto con aquella eternidad mecanicista, Miles se encontraba tan confuso como Illyan respecto a lo temporal.

—Me han convencido de que las instalaciones quirúrgicas son adecuadas —dijo—. Hábleme más del hombre.

—Es mi segundo cirujano más veterano en la instalación y mantenimiento de implantes neuronales para los pilotos de salto —contestó Avakli.

—¿Por qué no me consigue a su primer cirujano?

—También es bueno, pero éste es más joven; posee una formación más reciente. Considero que es el equilibrio óptimo entre formación actualizada y máxima experiencia práctica.

—¿Confía en él?

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