Recuerdos (49 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Recuerdos
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Aquí no, puede estar seguro.

—La futura Emperatriz no estará muy contenta con usted. Ni conmigo.

Haroche hizo una mueca.

—Soy consciente. Parece una joven muy agradable y no me agrada pensar que esto pueda incomodarla, pero hice mi juramento a Gregor. Igual que usted.

—Sí.

—Si no tiene nada más concreto que ofrecer, estoy preparado para presentar los cargos y que el tribunal militar dicte sentencia.

Ponga los cargos o las cargas que quiera, pero yo no voy a prender la mecha…

—Yo podría negarme a cerrar el caso como Auditor.

—Si el tribunal militar lo condena, tendrá que cerrarlo, mi señor.

No, no lo haré. Semejante convicción lo hizo parpadear. Tenía autoridad para mantener abierta la investigación eternamente si quería, y no había nada que Haroche pudiera hacer al respecto. No era extraño que ese día se estuviera comportando de forma tan exquisitamente educada. Miles podía incluso vetar el juicio… Pero tradicionalmente los Auditores Imperiales administraban con cautela sus enormes poderes. Eran elegidos de entre un gran grupo de hombres experimentados, no por la gloria de su carrera, sino por su largo historial de absoluta integridad personal. Cincuenta años de pruebas vitales eran normalmente suficientes para ahuyentar a los posibles candidatos. No debía chocar con las reglas internas de SegImp más que lo mínimamente necesario para…

Haroche sonrió, cansado.

—Puede que tengamos que terminar acordando que estamos en desacuerdo, pero trate de entender mi punto de vista. Galeni fue su amigo una vez, y comprendo su inquietud por el rumbo que han tomado los acontecimientos. Esto es lo que puedo hacer. Puedo olvidar la acusación de traición y dejarlo en ataque a un oficial superior. Minimizar la tensión. Un año en prisión, una sencilla baja deshonrosa, y Galeni se marcha. Puede usted incluso tirar de los hilos que quiera para conseguirle el perdón imperial, y ahorrarle la cárcel. No tengo objeción, mientras se largue de aquí.

Y destruir así la carrera de Galeni, y cualquier futura ambición política… Galeni era un hombre ambicioso, ansioso por servir a Komarr en aquel futuro nuevo y pacífico que Gregor había imaginado, inmensamente consciente de sus posibilidades allí.

—El perdón es para los culpables —dijo Miles—. No es lo mismo que una absolución.

Haroche se rascó la cabeza, y volvió a hacer una mueca, o tal vez pretendía ser una sonrisa.

—Yo… realmente tenía otro motivo para pedirle que subiera aquí, Lord Vorkosigan. Miro hacia el futuro en más de un frente. —Haroche vaciló un buen rato, luego continuó—. Me tomé la libertad de solicitar una copia de sus informes médicos neurológicos en MilImp para conocer su estado. El problema de los ataques… me pareció que el tratamiento que tienen planeado era prometedor.

—SegImp —murmuró Miles— fue siempre ubicuo como una cucaracha. Primero espían mi comuconsola, luego mi expediente médico… recuérdeme que me limpie las botas, mañana por la mañana.

—Mis disculpas, milord. Creo que me perdonará. Tenía que conocer los detalles antes de decir lo que voy a decirle. Pero si ese aparato controlador de ataques funciona según lo esperado…

—Sólo controla los síntomas. No es una cura.

Haroche abrió la mano, quitando importancia a la diferencia.

—Una cuestión de definición médica, sin uso práctico. Yo soy un hombre práctico. He estado estudiando los informes de sus misiones Dendarii para SegImp. Simon Illyan y usted formaban un equipo extraordinario.

Éramos los mejores, oh, sí. Miles gruñó, neutro, súbitamente inseguro de adónde quería ir a parar el otro.

Haroche sonrió con tristeza.

—Ocupar el puesto de Illyan es un desafío enorme. No quiero renunciar a ninguna ventaja. Ahora que he tenido la oportunidad de trabajar con usted en persona, y de estudiar su expediente en detalle… Cada vez estoy más seguro de que Illyan cometió un serio error al expulsarlo.

—No fue ningún error. Me lo tenía más que merecido. —La boca se le estaba quedando seca.

—No lo creo. Opino que Illyan se pasó. Una amonestación por escrito en su expediente habría sido suficiente, desde mi punto de vista. —Haroche se encogió de hombros—. Podría haberla añadido a su colección. He trabajado con hombres como usted antes, dispuestos a correr riesgos que nadie más acepta, para obtener resultados que nadie más consigue. Me gustan los resultados, Miles. Me gustan mucho. Los Mercenarios Dendarii fueron un gran recurso para SegImp.

—Todavía lo son. La comodoro Quinn aceptará su dinero. Y cumplirá sus encargos. —El corazón empezaba a redoblarle en el pecho.

—No conozco a esa mujer Quinn, y además no es de Barrayar. Preferiría, si su tratamiento médico tiene éxito, volver a utilizarle a usted.

Miles tuvo que tragar saliva para poder respirar.

—¿Todo… como estaba antes? ¿Continuar donde lo dejé?

Los Dendarii… El almirante Naismith…

—No, exactamente donde lo dejó no. Según mis cálculos hacía unos dos años que tendría que haber sido ascendido a capitán. Pero pienso que usted y yo podríamos ser un equipo tan bueno como lo fueron Illyan y usted. —Una pequeña chispa iluminó los ojos de Haroche—. ¿Perdonará mi toque de ambición si añado que tal vez incluso mejor? Estaría orgulloso de tenerlo a bordo, Vorkosigan.

Miles permaneció sentado, aturdido. Por un momento, todo lo que pudo pensar, como un idiota, fue: Me alegro de haber tenido ese ataque anoche, o ahora estaría rodando por la alfombra.

—Yo… yo… —Las manos le temblaban, la cabeza le explotaba de alegría. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!—. Yo… tendría que cerrar este caso primero. Devolverle a Gregor su cadena. Pero luego… ¡claro!

Su labio herido volvió a partirse mientras se estiraba, dolorosamente, en una sonrisa irrefrenable. Se lamió la sangre salada.

—Sí —dijo Haroche pacientemente—, a eso me refería exactamente.

Un torrente de agua helada pareció correr por el centro del pecho de Miles, aplastando su acalorada exaltación. ¿Qué? Apenas podía pensar bien. Un recuerdo llenó su visión interna, una cubierta llena de pared a pared con soldados Dendarii entonando ¡Naismith, Naismith, Naismith!

Mi primera victoria.

¿Recuerdas lo que costó?

Su sonrisa se había convertido en una mueca fija.

—Yo… yo… yo… —Deglutió dos veces, y se aclaró la garganta. Como resonando en un túnel muy distante, oyó su voz (¿la de cuál de sus personalidades?) que decía—: Tendré que pensarlo, general.

—Por favor, hágalo —concedió Haroche—. Tómese su tiempo. Pero no me deje en suspenso eternamente… veo un uso para los Dendarii en cierta situación que parece estar produciéndose cerca de la Estación Kline. Me encantaría discutirlo con usted, si está dentro. Me gustaría tener su consejo.

Miles tenía los ojos muy abiertos, las pupilas dilatadas, el rostro pálido y sudoroso.

—Gracias, general —se atragantó—. Muchas gracias…

Se levantó de la silla, todavía sonriendo con los labios ensangrentados. Casi chocó con la puerta como un borracho; Haroche la abrió para él justo a tiempo. Una palabra murmurada al secretario hizo que Martin y el coche le estuvieran ya esperando cuando alcanzó la salida del edificio.

Miles ignoró a Martin y se sentó en el compartimento trasero. Oscureció la cápsula, y deseó poder ocultar igualmente la expresión aturdida de su rostro. Se sentía como si estuviera huyendo de un campo de batalla. Pero ¿dónde estaba la herida en toda aquella gloria sonriente?

No dejó de huir ni cuando volvió a la Residencia Vorkosigan. Esquivó a los sirvientes de su madre, y dio un rodeo para no pasar por la suite de invitados donde estaba Illyan. Se encerró en su propio dormitorio y empezó a caminar de un lado a otro, hasta que descubrió que tenía los ojos clavados en la comuconsola, que parecía mirarle a su vez con ojos de Horus.

Huyó un piso más, hasta la pequeña sala vacía con el viejo sillón orejero. Parecía lo bastante pequeño para contenerlo al menos, apretado como una camisa de fuerza. Esta vez no sacó el coñac ni el cuchillo. Habría sido redundante. Cerró la puerta y se hundió en el sillón. No sólo le temblaban las manos, sino el cuerpo entero.

Recuperar su antiguo trabajo. Todo tal como era antes.

Háblame de negativas ahora, ¿eh? Se creía por encima de Naismith. Lord Vorkosigan tenía la mejor mano, ya. Haría como si no le importara que Naismith hubiera desaparecido. Pretendía caminar sobre el agua, ya puestos a ello, ¿no? Por eso siento como si estuviera ahogándome. La verdad sale a relucir.

¿Lo quieres? ¿Quieres recuperar a los Dendarii?

¡Sí!

Pero ¿era médicamente apto para el puesto, de verdad? Tendría que quedarse en la maldita sala de tácticas, y no salir más con los escuadrones. ¿Qué tenía eso de nuevo? Lo soportaría. Llevaba toda la vida desafiando sus discapacidades; ésta era sólo otra más de una larga lista. Sabía cómo. Puedo hacerlo. De algún modo.

Recuperaría a Quinn. Y a Taura, durante el precioso tiempo que le quedaba.

Sin embargo seguía oyendo el pequeño y astuto susurro demoníaco en el fondo de su cerebro: Sólo hay una pequeña pega…

Por fin, dolorosamente, se dispuso a enfrentarse a ella, primero por el rabillo del ojo, luego de frente.

Haroche quiere que sacrifique a Galeni. Su billete de regreso con los Dendarii dependía de que cerrara su caso y dejara que Haroche continuara dirigiendo SegImp sin impedimento alguno. Un Auditor Imperial tenía amplios poderes, pero sin duda no llegaban hasta el punto de conseguir que SegImp volviera a admitirlo en el trabajo. Esa autoridad sólo la tenía Haroche.

Se meció en la silla, siguiendo con los pies un ritmo desigual. Pero ¿y si Galeni era culpable? Los temores de una caza de brujas de Haroche eran muy razonables. Miles y Galeni habían sido amigos. Si hubieran acusado a cualquier otro hombre, alguien a quien no conociera, ¿habría sido tan quisquilloso? ¿O se habría contentado con las pruebas de Haroche?

Maldición, no era por una cuestión de amistad. Era por conocimiento. Juicio de carácter. Se creía bueno con el personal. ¿Iba a dudar ahora de ese juicio? Pero demonios, la gente era extraña. Sutil y retorcida. Nunca lo sabías todo sobre ella, incluso después de años de amistad. De los parientes aún menos.

Sus manos se cerraron sobre los brazos del sillón. De repente se encontró pensando en aquel piloto de salto que había ordenado que fuera interrogado por el sargento Bothari, en su primer encuentro con los Dendarii y su destino, hacía trece años. Le molestaba enormemente no recordar el nombre de aquel hombre, a pesar de haber hablado hipócritamente en su funeral. Necesitaban desesperadamente los códigos de acceso de los pilotos para salvar vidas. Y Bothari los había conseguido, por los medios más duros. Miles suponía que en efecto habían salvado vidas, aunque no la del piloto de salto.

Su carrera militar había comenzado con un sacrificio humano. Tal vez hacía falta otro para su renovación. Dios sabía que ya había sacrificado a suficientes amigos antes, conduciéndolos de una buena causa a otra pero no devolviéndolos a casa. Y no todos fueron voluntarios.

Quiero, quiero… ¿Había leído Haroche el ansia desnuda en su rostro? Sí, por supuesto; Miles había visto el conocimiento en sus ojos pagados de sí mismos, en sus manos tendidas que se reflejaban oscuras en el cristal negro. Manos poderosas, capaces de dar o quitar a voluntad. Ve en mí, oh, sí. Los ojos de Miles se estrecharon, y sus labios heridos se entreabieron. Su respiración formaba vaharadas en el aire helado de la diminuta habitación, como si acabaran de darle un puñetazo en el estómago.

Oh, Dios. Esto no es sólo una oferta de trabajo. Es un soborno. Lucas Haroche acaba de intentar sobornar a un Auditor Imperial.

¿Intentar? ¿O lo había conseguido?

Volveremos a eso.

Y qué soborno. Qué dulce soborno. ¿Podía demostrar que era tal cosa, y no sincera admiración?

Estoy seguro. Oh, estoy seguro. Lucas Haroche, sutil hijo de puta, te subestimé desde el primer día. Vaya con el cacareado juicio de carácter de Miles.

No tendría que haber subestimado a Haroche. Lo había elegido Illyan, igual que a él. A Illyan le gustaban las comadrejas. Pero él tenía la habilidad para mantenerlas bajo control. El estilo neutro, controlado y casual de Haroche era una máscara para ocultar su mente, afilada como una cuchilla. También obtenía resultados, por cualquier medio, o no habría llegado a ser jefe de Asuntos Domésticos, no a las órdenes de Illyan.

Haroche no se habría atrevido a dar a entender su sugerencia a menos que estuviera seguro de Miles. ¿Y por qué no? Con acceso a todos los archivos de Illyan, había tenido oportunidades de sobra para estudiar la carrera del almirante Naismith de principio a fin. Sobre todo hasta el fin. Haroche sabía qué comadreja era el pequeño almirante. Podía predecir con toda seguridad que Miles lo sacrificaría todo, incluida su integridad, por conservar a Naismith. Porque ya lo había hecho una vez. Nada de vírgenes aquí.

Su rango de capitán. Su rango de capitán. Haroche no tuvo ningún problema para deducir dónde estaba mi talón de Aquiles. Pero juraría que Haroche era una comadreja leal, a Gregor y al Imperio, un verdadero hermano de armas. Si el dinero significaba algo para él, Miles no veía ninguna señal de ello. Su pasión era su servicio en SegImp, como la del propio Illyan, como la de Miles también. El trabajo que había heredado de Illyan.

Miles dejó de respirar; por un momento, se sintió tan congelado como un criocadáver.

No. El trabajo que Haroche le había arrebatado a Illyan.

Oh.

Miles se dobló en su silla y empezó a maldecir, suavemente, horriblemente. Se sentía mareado de furia y vergüenza, pero sobre todo de furia. ¡Estoy ciego, ciego, ciego! ¡Motivo! ¿Qué hace un elefante por aquí, avanzar y ser reconocido?

Era Haroche, Haroche todo el tiempo, tenía que serlo. Haroche era quien le había volado el cerebro a Illyan, para robarle su trabajo.

Naturalmente que los registros de la comuconsola eran una hermosura. Haroche tenía todos los códigos de anulación de Illyan, mucho tiempo para jugar, y una década de conocimiento del sistema interno del cuartel general de SegImp. Miles se levantó de un salto y empezó a caminar; prácticamente iba corriendo de un lado a otro de la pequeña habitación, golpeando con la palma de la mano en la pared lo suficientemente fuerte para que le doliera. Aquel elefante parecía una serpiente.

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