Refugio del viento (21 page)

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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: Refugio del viento
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—El que está junto a Shalli, ¿le ves? El moreno que va vestido de negro y gris.

—Es muy guapo —señaló S'Rella.

Maris se echó a reír.

—¡Ah, sí! La mitad de las chicas atadas a la tierra de Amberly estaban enamoradas de él cuando era más joven. A todas se les rompió el corazón cuando Shalli y él se casaron.

S'Rella sonrió.

—En mi isla natal, todos los chicos soñaban con S'Landra, nuestra alada. ¿Tú también estabas enamorada de Corm? —Ni pensarlo. Le conocía demasiado bien.

—¡Mará!

La campanada les llegó desde la chimenea, y llamó la atención a todos los presentes en el refugio. Garth la llamaba desde el otro lado de la sala, haciéndole gestos para que se acercase.

La alada sonrió.

—Ven —dijo, tirando de S'Rella a través del gentío, devolviendo saludos y gestos de bienvenida de viejos conocidos a su paso.

Cuando llegó junto a él, Garth la aplastó con un formidable abrazo, y luego la alejó un poco para mirarla.

—Pareces cansada, Maris —dijo—. Vuelas demasiado.

—Y tú —replicó ella—, comes demasiado. Le clavó un dedo en el estómago, por encima del cinturón—. ¿Qué es esto? ¿Shalli y tú vais a dar a luz juntos?

Garth dejó escapar una breve carcajada.

—¡Ah! —gruñó—, es culpa de mi hermana. Prepara su propia cerveza, ya sabes. Ha puesto en marcha un pequeño negocio. Y tengo que ayudarla, claro, hacer un poco de gasto de cuando en cuando.

—Seguro que eres su mejor cliente —señaló Maris—. ¿Desde cuándo llevas barba?

—¡Oh!, desde hace un par de meses o así. Creo que hace medio año que no nos vemos.

Maris asintió.

—La última vez que estuve con Dorrel, en el
Nido de Águilas
, estaba preocupado por ti. Dijo que teníais una cita para emborracharos juntos, y no apareciste.

El alado frunció el ceño.

—¡Ah! —dijo—, sí, ya lo sé, Dorrel no deja de recordármelo. Estuve enfermo, eso es todo, no hay ningún misterio. —Se volvió hacia el fuego y removió el estofado—. Pronto habrá comida. ¿Tienes hambre? Lo he preparado yo mismo, al estilo del Sur, con muchas especias y vino.

Maris se dio la vuelta.

—¿Has oído, S'Rella? Parece que vas a comer a tu gusto. —Empujó a la joven hacia adelante para que conociera a Garth—. S'Rella es de Alas de Madera, y una de las mejores. Este año le quitará las alas a algún pobre tipo. S'Rella, éste es Garth de Skulny, uno de nuestros anfitriones y un viejo amigo mío.

—No tan viejo —protestó Garth. Dedicó una sonrisa a S'Rella—. Vaya, eres tan bonita como lo era Maris antes de empezar a adelgazar y a tener aspecto de cansada. ¿Vuelas igual que ella?

—Lo intento —respondió S'Rella.

—Además, modesta —dijo Garth—. Bueno, Skulny sabe cómo tratar a los alados, hasta a los que aún no han dejado el nido. Si quieres algo, no tienes más que decírmelo. ¿Tienes hambre? Esto estará preparado en seguida. La verdad es que quizá puedas ayudarme con las especias. No soy del Archipiélago del Sur, ¿sabes? Así que quizá no lo he preparado como es debido. —La tomó de la mano y la acercó al fuego para darle a probar una cucharada del estofado—. Toma, prueba, dime qué te parece.

Mientras S'Rella hacía lo que le decían, Garth volvió la vista a Maris.

—Mira, te están buscando —señaló. Dorrel estaba de pie en el umbral de la puerta, con las alas plegadas en la mano, llamándola a gritos en el escándalo de la fiesta—. Ve con él —gruñó Garth—, yo mantendré ocupada a S'Rella. Después de todo, soy el anfitrión.

La empujó hacia la puerta.

Maris le sonrió antes de empezar a abrirse paso entre el creciente gentío. Dorrel, tras colgar las alas, se reunió con ella. La rodeó con los brazos y la besó brevemente. Maris se descubrió a sí misma temblando mientras se apoyaba contra él.

Cuando se separaron, había preocupación en los ojos de Dorrel.

—¿Sucede algo? —preguntó—. Estabas temblando —la miró con atención—. Y pareces agotada, exhausta.

Maris se obligó a sonreír.

—Lo mismo dice Garth. No, de verdad, estoy perfectamente.

—No es verdad. Te conozco demasiado bien, cariño. —Le puso las manos sobre los hombros, aquellas manos familiares, acogedoras—. De verdad, ¿no puedes contármelo?

Maris suspiró. De pronto, se dio cuenta de que sí, de que se sentía cansada.

—Supongo que no me conozco a mí misma —murmuró—. Este último mes no he dormido demasiado bien. Pesadillas.

Dorrel la rodeó con un brazo y la acompañó entre la multitud de alados, hacia la amplia mesa de madera junto a la pared, cubierta de vinos, licores y comida.

—¿Qué clase de pesadillas? —preguntó.

Sirvió sendos vasos de vino tinto y cortó dos porciones de queso blanco.

—Sólo una. Caer. Llego a la zona de aire quieto, caigo al agua y muero —mordisqueó el queso y lo acompañó con un trago de vino—. Muy bueno —dijo con una sonrisa.

—Por supuesto —replicó Dorrel—, es de Amberly. Pero no es posible que ese sueño te preocupe. Nunca creí que fueras supersticiosa.

—No —dijo Maris—, no se trata de eso. No puedo explicarlo. Lo que pasa es que… Me preocupa. Y eso no es todo.

Titubeó.

Dorrel le miró a la cara, esperando.

—Puede que haya problemas en esta competición —explicó Maris.

¿Qué clase de problemas?

¿Te acuerdas de cuando nos vimos en el
Nido de Águilas
? Te dije que uno de los estudiantes de Hogar del Aire venía en barco para ingresar en Alas de Madera.

—Sí —dijo Dorrel, bebiendo un sorbo de vino—. ¿Qué pasa con eso?

—Está en Skulny ahora mismo, va a lanzar un desafío y no es un estudiante cualquiera. Se trata de Val.

El rostro de Dorrel era inexpresivo.

—¿Val?

—Un-Ala —añadió Maris con serenidad. Su amigo frunció el ceño.

—Un-Ala —repitió—. Bueno, comprendo que estés disgustada. No esperaba que él volviera a intentarlo. ¿Espera que le demos la bienvenida?

—No —negó Maris—, no es tonto. Y su opinión sobre los alados no es mejor que la de los alados sobre él.

Dorrel se encogió de hombros.

—Bueno, será desagradable, pero no tiene por qué estropearnos la competición —dijo—. Nos resultará fácil ignorarle, y supongo que no debe preocuparnos la idea de que gane otra vez. Nadie ha perdido un pariente últimamente.

Maris retrocedió un paso. De repente, la voz de Dorrel le parecía muy dura, el insulto sonaba cruel en sus labios… Pero era casi idéntico a lo que ella misma dijera en la academia, el día de la llegada de Val.

—Dorr —dijo—, es muy bueno. Lleva años entrenando. Creo que va a ganar. Tiene todas las habilidades necesarias. Lo sé, he volado contra él.

¿Has volado contra él? —preguntó Dorrel.

En las prácticas —dijo Maris—. En Alas de Madera. ¿Qué…? El alado vació el vaso de vino y lo dejó a un lado.

—Maris —dijo en voz baja, pero tensa—, ¡no irás a decirme que también le has ayudado a él! ¡A Un-Ala!

—Era un estudiante, y Sena me pidió que trabajara con él —dijo Maris, testaruda—. No estoy aquí para tener favoritos, ni para ayudar sólo a aquellos que elija.

Dorrel dejó escapar una maldición y la tomó por el brazo.

—Ven fuera —dijo—. No quiero hablar de esto aquí, cualquiera puede oírnos.

Fuera del refugio hacía frío, y el viento proveniente del mar tenía el gusto de la sal. La mayor parte de los chiquillos se habían marchado, estaban solos.

—Quizá fuera esto lo que temía —dijo Maris, con un matiz de amargura en la voz—. Sabía que reaccionarías así. Pero no puedo hacer excepciones… No podemos hacer excepciones. ¿No lo entiendes? ¿No puedes intentar entenderlo?

—Puedo intentarlo —respondió Dorrel—, lo que no puedo prometer es que lo consiga. ¿Por qué, Maris? No es un atado a la tierra cualquiera, no es un pequeño Alas de Madera que sueña con volar. Es Un-Ala, medio alado incluso cuando volaba. Mató a Ari, ¿es que lo has olvidado?

—No —dijo Maris—. No me gusta Val. No es fácil apreciarle, odia a los alados, y el fantasma de Ari siempre está sobre él. Pero tengo que ayudarle, Dorr. A causa de lo que hicimos hace siete años. Las alas deben ser para aquellos que mejor las utilicen, aunque sean… Bueno, como Val. Vengativos, airados y fríos.

Dorrel sacudió la cabeza. —No puedo aceptarlo —dijo.

—Ojalá le conociera mejor —suspiró Maris—, así podría entender por qué es como es. Creo que odia a los alados desde antes de que le apodaran Un-Ala —tomó a Dorrel por la mano—. Siempre está acusándonos, haciendo bromas venenosas, y eso cuando no se está escudando tras un muro de hielo. Según Val, yo también soy un-ala, aunque finja no serlo.

Dorrel la miró y le apretó la mano contra la suya.

—No —dijo—. Eres una alada, Maris. Debes estar segura de eso.

—¿Estás seguro tú? —replicó ella—. No sé muy bien qué significa ser una alada. Es algo más que tener alas, o que volar bien. Val tuvo alas, y vuela bien, pero acabas de decir que sólo era medio alado. Si eso significa… Bueno aceptar todo tal y como es, mirar por encima del hombro a los atados a la tierra, no ayudar a los Alas de Madera por temor a que hagan daño a un compañero alado, a un verdadero alado… si eso es lo que significa, entonces no soy una alada. Y a veces tengo la sensación de que empiezo a compartir la opinión de Val sobre los que sí lo son.

Dorrel le soltó la mano, pero sus ojos seguían fijos en los de ella. Incluso en la oscuridad, Maris sintió la angustiosa intensidad de su mirada.

—Maris —dijo suavemente—, soy un alado de cuna, he nacido para las alas. Val Un-Ala me desprecia por eso, seguro. ¿Y tú?

—Sabes que no, Dorrel —respondió, herida—. Siempre te he querido, siempre he confiado en ti. Eres mi mejor amigo, desde luego, pero…

—¿Pero…?

Maris no pudo mirarle.

—Cuando te negaste a venir a Alas de Madera, no me sentí precisamente orgullosa de ti —respondió.

Los lejanos ruidos de la fiesta y el melancólico batir de las olas contra la playa parecieron llenar el mundo. Por fin, Dorrel volvió a hablar.

—Mi madre era una alada, y antes de ella lo era su madre. Durante generaciones, mis alas han estado en la familia. Eso significa mucho para mí. Si alguna vez tengo un hijo, también volará, algún día.

«Tú no naciste para esa tradición, y te he querido más que a nadie en el mundo. Siempre has demostrado que merecías las alas tanto como cualquier hijo de alado. Habría sido una terrible injusticia que te las hubieran negado. Estoy orgulloso de haber podido ayudarte».

«Estoy orgulloso de haber luchado contigo en el Consejo para abrir el cielo, pero ahora me dices que estuvimos peleando por cosas diferentes. Según lo entendía yo, luchábamos por el derecho de cualquiera que lo deseara y trabajara lo suficiente para ser un alado. No queríamos destruir la gran tradición de los alados, no queríamos tirar las alas en medio de los atados a la tierra para que se peleasen por ellas como gaviotas hambrientas sobre un montón de pescado».

Lo que intentábamos hacer, o al menos eso creía yo, era abrir el cielo, abrir el
Nido de Águilas
, abrir las filas de los alados a cualquiera que fuese digno de llevar unas alas.

¿Me equivoqué? ¿Estábamos luchando por abandonar todo lo que nos hace especiales, diferentes?

—Ya no lo sé —respondió Maris—. Hace siete años, no se me ocurría nada más maravilloso que tener alas. Y a ti tampoco. No se nos ocurrió que había gente que querría tener nuestras alas, pero que rechazase todo lo que implica ser un alado. Y también les abrimos el cielo a ellos, Dorr. Cambiamos más cosas de las que pretendíamos. Y no podemos darles la espalda. El mundo ha cambiado, tenemos que aceptarlo y enfrentarnos a ello. Puede que no todas las consecuencias de lo que hemos hecho nos gusten, pero no podemos negarlas. Val es una de esas consecuencias.

Dorrel se levantó y se sacudió la arena de la ropa.

—No puedo aceptar esa consecuencia —dijo, con voz más apenada que furiosa—. He hecho muchas cosas por amor a ti, Maris, pero hay un límite. Es cierto, el mundo ha cambiado —y a causa de lo que nosotros hicimos—, pero no tenemos que aceptar lo malo junto a lo bueno. No tenemos por qué acoger a aquellos como Val Un-Ala, que quieren dividirnos y acabar con nuestras tradiciones. Acabará por destruirnos, Maris. Con su egoísmo, con su odio. Y, como no te das cuenta, le ayudarás. Yo, no. ¿Es que no lo comprendes?

Ella asintió, sin mirarle.

Pasó un minuto en silencio.

—¿Quieres volver conmigo al refugio?

—No —respondió Maris—. Ahora, no.

—Buenas noches, Maris.

Dorrel se dio la vuelta y se alejó de ella, la arena crujiendo bajo las botas, hasta que la puerta del refugio se abrió para él dejando escapar una ráfaga del ruido del interior. Luego, volvió a cerrarse.

La playa estaba silenciosa, tranquila. Las hogueras resplandecían, meciéndose suavemente al compás de la brisa, y pudo oír el interminable, el eterno batir de las olas.

Maris nunca se había sentido tan sola.

Maris y S'Rella pasaron la noche juntas en una pequeña cabaña para dos personas, no muy lejos de la playa, una de las cincuenta estructuras similares que el Señor de Skulny había mandado construir para albergar a los alados que les visitasen. El pequeño pueblo no estaba del todo lleno, pero Maris sabía que los primeros en llegar se habían apropiado de las habitaciones más cómodas del refugio y de la zona para invitados de la mansión del Señor de la Tierra.

A S'Rella no le importaba la austeridad de su albergue. Estaba del mejor humor posible cuando Maris la rescató por fin, en las últimas horas de la fiesta. Garth se había quedado con ella toda la tarde, le había presentado a casi todo el mundo y la había obligado a comer tres raciones de su estofado después de que, incautamente, ella lo hubiera alabado. También le regaló los oídos con anécdotas embarazosas sobre la mitad de los alados presentes.

—Es un encanto —comentó S'Rella—, pero bebe demasiado.

Maris no pudo por menos que estar de acuerdo con ella: cuando llegó para recogerla, Garth tenía los ojos enrojecidos y se tambaleaba. Maris le ayudó a llegar a su habitación y le acostó, mientras él mantenía una conversación deslavazada e ininteligible.

El día siguiente amaneció gris y ventoso. Las despertaron los gritos de un vendedor de comida, y Maris se levantó para comprarle dos salsas humeantes. Después de desayunar, se pusieron las alas y volaron. No había muchos alados en el aire: el ambiente festivo era contagioso, y la mayoría se quedaron bebiendo y charlando en el refugio, o fueron a presentar sus respetos al Señor de la Tierra, o vagabundearon por Skulny para ver todo lo que había que ver. Pero Maris insistió en que S'Rella practicara, y las dos aprovecharon los firmes vientos durante casi cinco horas.

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