Refugio del viento (16 page)

Read Refugio del viento Online

Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: Refugio del viento
10.93Mb size Format: txt, pdf, ePub

Señaló con la barbilla uno de los edificios del puerto.

—No —respondió Maris, demasiado de prisa—. Pero gracias.

Ya se alejaba cuando él la llamó.

—¿Puedo alquilar un barco para que me lleve a Colmillo de Mar?

—En Ciudad Tormenta se puede alquilar todo —respondió Maris—, pero te costará muy caro. Hay un barco que hace la travesía todos los días desde la Plataforma Sur. Lo mejor que puedes hacer es pasar la noche aquí y tomarlo por la mañana.

Se dio la vuelta otra vez y bajó por la calle en dirección al refugio de los alados, donde había dejado las alas. Se avergonzaba un poco de abandonarle tan bruscamente, después de que el joven hubiera hecho un viaje tan largo para convertirse en alado. Pero no estaba tan avergonzada como para volver. Un-Ala, pensó furiosa. Le sorprendía que el joven admitiera aquel nombre, y aún más que quisiera volver a competir. Debía de saber lo que le esperaba.

—¡Lo sabías! —gritó Maris, lo suficientemente furiosa como para que no le importase que los alumnos la oyeran—. ¡Lo sabías, y no me lo dijiste!

—Claro que lo sabía —replicó Sena. La voz de la mujer era tranquila. Tenía el ojo sano fijo en ella, tan impasible como el enfermo—. Y no te lo dije porque sabía que reaccionarías así.

¿Cómo has podido hacerlo, Sena? —exigió saber Maris—. ¿De verdad le vas a avalar para un desafío?

Si vale, sí —respondió Sena—. Y tengo razones para pensar que vale. Avalar a Kerr me preocupa, pero de Val estoy segura.

¿Es que no sabes lo que nosotros opinamos de él?

¿Nosotros?

—Los alados —dijo Maris, impaciente. Recorrió la habitación a zancadas, deteniéndose ante el fuego para volver a mirar a Sena—. No puede volver a ganar. Y, aunque lo consiga, ¿crees que eso servirá para mantener abierto Alas de Madera? Las academias todavía estaban sufriendo las consecuencias de su primera victoria. Si vuelve a ganar, la Señora de Colmillo de Mar…

La Señora de Colmillo de Mar estará orgullosa y se sentirá muy complacida —la interrumpió Sena—. Creo que Val tiene intención de establecerse aquí, si lo consigue. Y no son los atados a la tierra los que le llaman Un-Ala. Los que lo hacen son tus alados.

Él mismo se autodenomina Un-Ala —replicó Maris, volviendo a levantar la voz—. Y ya sabes cómo se ganó ese nombre. Incluso durante el año en que llevó las alas, no fue más que medio alado.

Siguió paseando por la habitación.

Yo soy menos que media alada —señaló con tranquilidad la anciana, mirando las llamas—. Una alada sin alas. Val tiene una oportunidad de volver a volar, y yo puedo ayudarle.

Harías cualquier cosa para que un Alas de Madera gane en la competición, ¿verdad? —la acusó Maris.

Sena se volvió hacia ella con el rostro tenso, su ojo sano brillando de ira, mirando a Maris.

¿Qué te ha hecho para que le odies tanto?

Sabes muy bien lo que hizo.

De pronto parecía una extraña. Maris se alejó de ella, le volvió la espalda para evitar la mirada ciega de aquel ojo blanco.

—Llevó al suicidio a una amiga mía —dijo en voz baja, intensa—. Se burló de su pena, le quitó las alas, lo único que le faltó fue empujarla del acantilado con sus propias manos.

—Tonterías —replicó Sena—. Ari se suicidó sola.

—Yo conocía a Ari —dijo Maris suavemente, mirando el fuego—. No hacía mucho que tenía las alas, pero era una auténtica alada. Todo el mundo la quería. Val no la habría derrotado en un vuelo justo.

—Val la derrotó.

—Ella habló conmigo en el
Nido de Águilas
, poco después de la muerte de su hermano —explicó Maris—. Ari lo vio todo. El chico había salido en el bote y echó las redes para pescar peces luna. Ella volaba por encima de él, vigilándole. Vio salir a la escila, pero estaba demasiado lejos, y el viento se llevó su grito de advertencia. Intentó acercarse volando, pero era demasiado tarde. Vio el bote hecho astillas, y a la escila con el cuerpo de su hermano entre las mandíbulas. Luego, el animal se sumergió.

No debió asistir a la competición —se limitó a responder Sena.

Sólo faltaba una semana —señaló Maris—. Aquel día, en el
Nido de Águilas
, no quería ir, pero estaba muy abatida. Todos pensamos que eso la animaría. Los juegos, las carreras, cantar, beber… La presionamos para que asistiera. No soñamos que nadie la desafiaría. En su estado, no.

—Conocía las reglas que marcó el Consejo —insistió Sena—. Tu Consejo, Maris. Cualquier alado que se presente en la competición está sujeto a desafío, y ningún alado sano puede faltar más de dos años seguidos.

Maris volvió a mirar a la maestra, con el ceño fruncido.

—Estás hablando de la ley. ¿Y qué hay de la humanidad? Sí, Ari no debería haber asistido. Pero ella necesitaba desesperadamente seguir viviendo, necesitaba estar rodeada por sus amigos, olvidar el dolor durante un tiempo. Nosotros la cuidábamos. Estaba poco ágil, y a veces se olvidaba de lo que hacía, pero nos asegurábamos de que no le pasase nada. Cuando ese chico la desafió, nadie podía creerlo.

Chico —repitió Sena—. Has utilizado la palabra adecuada, Maris. Tenía quince años.

Sabía lo que hacía. Los jueces intentaron explicarle la situación, pero no retiró el desafío. Voló bien, Ari voló mal, y ahí terminó el asunto. Un-Ala consiguió las alas. Un mes más tarde, Ari se suicidó.

En ese momento, Val estaba a un océano de distancia —señaló Sena—. Los alados no tenían motivos para culparle, para tratarle así. Ni para hacer lo que hicieron al año siguiente, en la competición de Culhall. Desafío tras desafío tras desafío, desde los alados retirados hasta los niños que acababan de llegar a la edad, los mejores, los más hábiles.

—Entonces no había ninguna regla contra los desafíos múltiples —se defendió Maris.

—Pero ahora sí existe esa regla. ¿Fue justo aquello?

—No importa. Perdió en el segundo desafío.

—Sí. Contra una chica que llevaba practicando con las alas desde que tenía siete años. Y su padre era el mejor alado de Pequeña Shotan. Pero le derrotó después de que Val venciera a otro desafiante —dijo Sena—. ¿Y qué incentivo tenía para volar bien contra ella? Había otro esperando para desafiarle, y luego una docena más. Además, todos le habíais dicho que sólo era medio alado.

Se dirigió hacia la puerta.

¿Adónde vas? —quiso saber Maris.

A cenar —gruñó Sena—. Tengo noticias que comunicar a mis alumnos.

Val llegó a la mañana siguiente, mientras desayunaban. Sena estaba sirviéndose huevos en el plato, sombríamente silenciosa, mientras los alumnos la miraban con curiosidad. Maris se sentó muy lejos de la maestra, escuchando cómo S'Rella y Liane intentaban convencer a una tercera alumna —una sencilla y silenciosa joven llamada Dana, la mayor en edad entre los Alas de Madera— de que se quedase en la academia. La noche anterior, durante la cena, Sena había anunciado los nombres de aquellos a los que avalaría en desafíos. Dana, defraudada, pensaba volver a su casa, a la vida que había abandonado. S'Rella y Liane no estaban consiguiendo demasiado con sus tentativas. De cuando en cuando, Maris añadía unas cuantas palabras sobre la importancia de la tenacidad, pero no conseguía que el problema de Dana le importase demasiado. La verdad es que la joven había empezado demasiado tarde, y no tenía verdadero talento.

La conversación se detuvo cuando entró Val.

Se quitó la gruesa capa de viaje de lana y dejó la bolsa en el suelo. Si se dio cuenta del repentino silencio, o del modo en que le miraban los demás alumnos, no dio señales de ello.

—Tengo hambre —dijo—. ¿Sobra algo de comida?

Aquello rompió el hechizo. Todos empezaron a hablar a la vez. Leya le sirvió un plato con huevos y una taza de té. Sena se levantó y se dirigió a él sonriendo. Le acompañó hasta su propia mesa para que comiera con ella. Maris observaba en silencio, intranquila, hasta que S'Rella le tiró de la manga de la camisa.

—Te he preguntado si crees que volverá a ganar —repitió S'Rella.

—No —dijo Maris en voz demasiado alta. Se levantó bruscamente—. Nadie ha perdido un hermano últimamente. ¿Cómo va a ganar?

Aquella tarde la obligó a arrepentirse de sus palabras.

Sher y Leya habían estado arriba toda la mañana, volando en circuitos de prácticas mientras Sena les gritaba instrucciones desde abajo y Maris, también en el aire, les observaba. S'Rella y Damen tenían programado utilizar las alas aquella tarde, pero Sena había pedido a alguno de los dos que las cediera a Val, puesto que llevaba un mes en tierra y necesitaba sentir el aire. S'Rella se ofreció voluntaria rápidamente.

La plataforma observatorio estaba llena de espectadores cuando el joven salió, con las alas atadas, plegadas. La mayoría de los estudiantes acudieron para verle volar. Maris, con las alas todavía puestas, aguardaba entre ellos.

—Damen —estaba diciendo Sena—, quiero que hoy ensayes vuelos rasantes. Vuela tan cerca como puedas del agua. Mantén las alas tensas y niveladas. Aleteas demasiado. Debes mejorar, o algún día te caerás. —Miró a su otro alumno—. No hagas nada especial hoy, Val. Ya habrá tiempo para ejercicios.

—No —dijo Val. Estaba de pie, rígido, mientras dos de los alumnos le desplegaban las alas—. Vuelo mejor cuando tengo que volar bien.

Ponme una dificultad. —Miró a Damen, que hacía las flexiones previas al vuelo—. O una carrera.

Sena agitó la cabeza.

—Te precipitas, Val. Yo seré la que diga cuándo es el momento apropiado para las carreras.

Pero Maris intervino. De pronto, quería saber cómo volaba en realidad el desprestigiado Val Un-Ala.

—Que compitan, Sena —pidió—. Damen ya ha hecho muchas prácticas. Necesita una carrera de verdad.

Damen miraba alternativamente a Maris y a Sena. Evidentemente, tenía ganas de competir, pero no quería enfrentarse a su maestra.

—No sé —dijo.

Val se encogió de hombros.

—Como quieras. De todos modos, no creo que seas gran cosa como oponente.

Aquello fue demasiado para Damen, que estaba muy orgulloso con su puesto entre los mejores de Alas de Madera.

—No seas tan engreído, Un-Ala —le espetó. Levantó un brazo y señaló hacia las aguas, a donde las olas rompían y se estrellaban contra una roca casi sumergida—. Cuando los dos estemos en el aire y Maris dé la señal, tres veces ida y vuelta. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —asintió Val, estudiando la distante roca.

Sena apretó los labios, pero no dijo nada. Al no oír más objeciones, Damen sonrió, echó a correr y saltó. El viento le captó y le elevó. Ascendió, describió un círculo sobre la playa y pasó sobre ellos, proyectando su sombra contra la piedra. Val se acercó al borde del risco, ya con las alas completamente desplegadas.

—El cuchillo, Val —dijo repentinamente Sena.

Todos prestaron atención. La adornada hoja de obsidiana con remaches de plata estaba en la funda que pendía del cinturón de Val.

Val se lo descolgó y lo miró con curiosidad.

—¿Qué le pasa?

—Es la tradición de los alados —respondió Sena—. No se pueden llevar armas al cielo. Cógelo, S'Rella. Te lo guardaremos.

S'Rella se adelantó para obedecer, pero Val le hizo un gesto de negación.

—Era el cuchillo de mi padre, lo único importante que tuvo en su vida. Lo llevo a todas partes.

Se lo volvió a guardar en la funda.

—Es la tradición de los alados —repitió Sena, con voz asombrada.

Val sonrió, sarcástico.

—¡Ah! Pero yo sólo soy medio alado. Atrás, S'Rella. Cuando la muchacha retrocedió, Val se lanzó al aire.

Maris se adelantó hasta el borde de la plataforma para situarse al lado de Sena y S'Rella. Todos observaron cómo Val describía una espiral en el aire para reunirse con Damen. Tras ella, pudo oír las voces de los otros comentando lo sucedido. «Un-Ala», dijo una voz, quizá la de Liane. El oriental no perdía tiempo en ganarse enemigos, pensó Maris. Se lo dijo a Sena.

—Los alados no perdieron tiempo en convertirle a él en su enemigo —replicó la mujer. Tenía elevados hacia el cielo los dos ojos, incluso el inútil, contemplando cómo Damen y Val trazaban círculos el uno alrededor del otro, como dos pájaros de presa en busca del punto débil del contrario—. Tienes que dar la señal, Maris —le recordó Sena.

Maris se rodeó la boca con las manos, a modo de bocina.

—¡Volad! —gritó tan alto como pudo.

El viento recogió el grito y lo elevó hacia los jóvenes.

Damen fue el primero en salir del círculo, desplazándose sobre el agua lenta, graciosamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Val Un-Ala salió inmediatamente detrás de él, con las alas completamente extendidas, tanteando los vientos, virando ligeramente de aquí a allá, como si no tuviera todo el equilibrio necesario. Los dos alados volaban bajo. Maris se puso una mano sobre los ojos para protegerse de los reflejos que el sol arrancaba de las alas.

A mitad de la primera vuelta, Damen había ampliado la distancia. Val empezó a elevarse.

—El viento ha aumentado —comentó Sena.

Maris asintió. Además, le pareció sentir corrientes cruzadas. Tendrían que volar. No iba a ser una simple cuestión de dejarse arrastrar por la brisa para que les llevase donde querían.

Damen llegó a las rocas muy por delante de su competidor y empezó a dar la vuelta. Un grito de emoción surgió de entre los Alas de Madera: Damen iba ganando. Pero perdió tiempo en el giro, que fue lento y demasiado abierto. Además, el joven titubeó ligeramente al encontrarse con una corriente de aire que venía de frente, aunque consiguió recuperarse. En la vuelta, no parecía tan seguro.

Val empezó a maniobrar bien antes de girar, cambiando de rumbo mientras ascendía. No fue un movimiento brusco, sino una sucesión de pequeños incrementos. Ahora estaba muy por encima de Damen, pero también muy por detrás. Cuando por fin salió de la curva, Damen ya estaba a medio camino de vuelta. Pero el giro de Val había sido mucho más cerrado y limpio que el de su contrincante.

—¡Damen va ganando! —gritó Liane. El muchacho pasó por encima de ellos—. ¡Bravo, Damen! —Liane se había puesto las manos alrededor de la boca—. ¡Vuela!

El joven Alas de Madera giró lentamente —otra vez fue una vuelta demasiado abierta— e inclinó un ala para agradecer los gritos de ánimo. Pero el gesto le costó caro. Por un momento perdió el viento, se deslizó hacia abajo brusca, peligrosamente. Y, cuando pasó ante ellos, de pronto la enorme masa de roca de la fortaleza se interpuso entre él y el viento que utilizaba. Maniobró mal, perdió velocidad y tuvo que luchar para recuperar altura.

Other books

Get Her Off the Pitch! by Lynne Truss
Pravda by Edward Docx
The Drowned World by J. G. Ballard
The Imperium by PM Barnes
Legacy of the Clockwork Key by Kristin Bailey
Pursuit of the Zodiacs by Walsh, Nathan
Saving the Dead by Chancy, Christopher