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Relatos de Faerûn (6 page)

BOOK: Relatos de Faerûn
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Liriel seguía con la mirada fija en su padre, demasiado anonadada para comprender que sus ojos estaban reflejando con fidelidad el torbellino de ideas que era su mente.

—No confías en mí —dijo el archimago sin emoción en la voz—. Eso es bueno. Estaba empezando a dudar de tu juicio. Al final igual te las arreglas para salir viva de esa prueba. Ahora escucha con atención: voy a explicarte lo que tienes que hacer para activar el botellín de captura.

4
El rito

E
l Rito de Sangre iba a celebrarse durante el tercer ciclo posterior al encuentro de Liriel con su padre. El día convenido, Liriel volvió a la casa Shobalar cuando el día empezaba a morir, pues el ritual siempre se iniciaba a la hora oscura de Narbondel.

Cuando el reloj gigantesco de Menzoberranzan se oscureció para señalar la medianoche, Liriel se levantó en presencia de Hinlutes'nat Alar Shobalar, la madre matrona del clan.

La joven drow apenas había visto a la matriarca Shobalar con anterioridad, de forma que se sintió un tanto nerviosa y empequeñecida ante su imponente figura.

Hinkutes'nat era una de las primeras sacerdotisas de Lloth, como correspondía a toda matrona distinguida, y también era una ejemplar seguidora de la diosa de los drows, la Reina Araña. El salón de su trono resultó ser uno de los habitáculos más sombríos y menos atrayentes que Liriel había visto en su vida. Por todas partes había sombras, pues las calaveras de las incontables víctimas del clan Shobalar habían sido convertidas en linternas, que arrojaban destellos de muerte sobre toda superficie y proyectaban unos repelentes brillos rojizos en los oscuros rostros reunidos ante el trono de la matrona.

En el centro de la sala había una jaula enorme destinada a albergar a la presa escogida. La jaula aparecía rodeada por sus cuatro costados por las arañas gigantes criadas de forma mágica que componían el nucleo de la guardia de Shobalar. De hecho, había arañas gigantes por todas partes: en cada rincón de la sala, en cada uno de los escalones que llevaba al salón del trono, incluso suspendidas del techo de la cámara mediante largos hilos relucientes.

La sala del trono resultaba el entorno idóneo para la matriarca de Shobalar. La matrona parecía una gran araña que concediera audiencia en el centro de su propia tela.

La matrona vestía una túnica negra ornada con telarañas de plata bordada. La mirada que dirigió a Liriel fue tan imperturbable y despiadada como la de un arácnido. La matrona también tenía un carácter comparable al de una araña: los mismos drows, cuyo natural era eminentemente traicionero, se maravillaban ante lo intrincado de sus manejos e intrigas.

—¿Está dispuesta la presa? —preguntó a su tercera hija.

—Así es —contestó Xandra—. La joven que tenéis ante vos es una gran promesa, como corresponde a una hija de la Casa Baenre. Por eso nos esmeramos en dar con una presa de su talla. Lo contrario hubiera sido un insulto.

La matrona Hinkutes'nat enarcó una ceja.

—Ya —repuso secamente—. En todo caso, se trata de tu prerrogativa, de acuerdo con las normas del ritual. Aunque es improbable que después se tomen medidas en uno u otro sentido, imagino que tienes presente que todos te considerarán culpable si algo sale mal... —Xandra asintió con la cabeza sin decir palabra. La madre matrona entonces se volvió hacia Liriel y dijo—: ¿Y tú, princesa? ¿Estás preparada?

La joven Baenre hizo una profunda reverencia mientras hacía lo posible por disimular el entusiasmo y el nerviosismo que la embargaban.

Los tres días pasados en la mansión de Gomph no habían terminado de disipar sus ansias de aventura.

—En tal caso, está será tu presa —anunció la Dama Xandra.

Xandra levantó ambos brazos y los bajó con rapidez. En la húmeda atmósfera de la sala vibró un débil chisporroteo y los barrotes de la jaula centellearon bajo una luz repentina y misteriosa. Todos los ojos se volvieron hacia la presa escogida para el ritual. A Liriel el corazón le latía aceleradamente por la emoción. La muchacha estaba segura de que todos podían oír aquellos latidos. La luz que envolvía la jaula se desvaneció; Liriel se dijo que sin duda también percibirían que la fría mano que mantenía sobre el pecho era para amortiguar los incesantes latidos.

En la jaula había un hombre vestido con ropajes de color rojo chillón. Liriel apenas se había tropezado con humanos hasta la fecha y no tenía una opinión formada sobre ellos, pero de pronto se dio cuenta de que no tenía ninguna gana de matar a un hombre. El humano se parecía demasiado a un elfo, era demasiado semejante a una persona.

—Esto es una vergüenza —comentó en voz baja e indignada—. Yo creía que el Rito de Sangre iba a ser una prueba de valor y destreza, una cacería en la que tendría que enfrentarme a algún peligroso ser de la superficie, acaso a un jabalí o una hidra.

—Es posible que hayas malinterpretado la naturaleza del Rito de Sangre, pero yo no tengo la culpa —respondió la Dama Xandra—. Hace años que estás al corriente de las cacerías en la superficie. ¿Con qué pensabas encontrarte? ¿Con ganado? Una presa es una presa, tenga dos o cuatro patas. Has asistido a otras ceremonias y sabes a lo que otros han tenido que exponerse.

—No pienso hacerlo —replicó Liriel con una seguridad y una arrogancia dignas de la propia madre matrona Baenre.

—No tienes elección —intervino la matrona Hinkutes'nat—. A la Dama corresponde elegir la presa y establecer las normas de la cacería—. Que comience el ritual —agregó, volviéndose hacia su hija.

La Dama Xandra se permitió una sonrisa.

—Este brujo humano, pues es lo que es, será llevado a una caverna emplazada en los Dominios Oscuros al sur de Menzoberranzan —declaró Xandra—. Tú, Liriel Baenre, serás escoltada a un túnel cercano. Tu misión consiste en dar caza y acabar con el humano valiéndote de cualquier arma a tu alcance. Tienes diez ciclos para hacerlo. Hasta que no pasen esos ciclos no iremos a buscarte.

—Contarás con esta llave —añadió, haciéndole entrega de un minúsculo objeto dorado—. Fíjate en que está unida a una cadenita. La llevarás contigo en todo momento. No es nuestra intención que te veas en apuros. Esta llave te servirá para pedir inmediato auxilio a la casa Shobalar si las circunstancias lo requieren.

—Tienes talento y has recibido la formación adecuada —agregó en tono más amable—. Confiamos plenamente en que tendrás éxito.

El aparente interés que Xandra mostraba por su integridad aportó un mínimo de esperanza a Liriel.

—Señora, yo no puedo matar a este hechicero —indicó con un murmullo de desesperación. Sus ojos hablaban con elocuencia del malestar que sentía.

Sin duda Xandra, quien tan bien la conocía por haberla criado y educado, comprendería sus sentimientos y se prestaría a liberarla de aquel ominoso deber.

—Matarás o serás muerta —proclamó la maga de Shobalar—. Tal es el desafío que plantea el Rito de Sangre. Tal es la realidad de la vida de los drows.

La voz de Xandra sonó fría e imperturbable. Con todo, a Liriel no se le escapó el extraño brillo presente en sus ojos rojizos. Anonadada, finalmente despierta a la realidad, Liriel contempló con atención a su mentora de tantos años.

Matar o ser muerta. Saltaba a la vista cuál era la opción que prefería Xandra.

Liriel apartó la mirada de aquellos ojos rojizos y preñados de resentimiento e hizo cuanto estuvo en su mano por acomodarse a la ceremonia. Mientras la matrona le ofrecía la bendición ritual, la muchacha se vio invadida por una sensación tan extraña como vívida: en lo más profundo de su corazón una lucecilla diminuta centelleaba débilmente hasta apagarse. Posiblemente se trataba de un presagio de lo que estaba por venir. Una tristeza inexplicable inundó su espíritu por un instante, sin darle tiempo a maravillarse por aquella rara sensación. Para una joven elfa oscura, la visión resultaba apropiada, un motivo de éxtasis antes que de remordimiento. Pronto, muy pronto, se iba a convertir en una verdadera drow.

5
Matar o morir

M
oviéndose en silencio, Liriel se adentró en el túnel oscuro. Entre otras cosas, su padre le había proporcionado unas botas especiales de elfo, un calzado maravilloso de cuero fino impregnado de la magia de los elfos oscuros. Calzada con ellas podía caminar tan silenciosamente como su propia sombra.

Liriel, asimismo, vestía una capa nueva y espléndida. No se trataba de un
piwafwi
, pues esas capas exclusivas de los drows las lucían quienes habían conseguido superar el ritual al que se encaminaba. Por supuesto, había excepciones: la propia Liriel era poseedora de una de esas mágicas capas de ocultaciónm que hasta la fecha le había sio muy útil en sus escapadas de la Casa Shobalar. Pero los jóvenes elfos no estaban autorizados a vestirlas durante el Rito de Sangre. La ventaja de la invisibilidad facilitaba mucho las cosas y se consideraba inadecuada para la primera cacería.

En consecuencia, Liriel estaba a la vista de todos los extraños y mortales seres de la Antípoda Oscura, lo que la ponía en peligro constante.

La joven drow caminaba con todos los sentidos alerta. Sin embargo, su corazón no estaba puesto en la cacería. Liriel ni siquiera estaba segura de seguir contando con un corazón: el dolor y la rabia provocaban que se sintiera extrañamente vacía.

Liriel estaba acostumbrada a las traiciones grandes y pequeñas, y seguía diciéndose que tenía que asimilar lo sucedido y seguir adelante con los ojos bien abiertos. Lo mismo le había sucedido con Bythnara, cuyos comentarios malintencionados y sus pequeños celos le causaran tanto dolor antaño. Lo mismo le había sucedido con su padre, quien doce años atrás la había herido de un modo nunca igualado ni antes ni después.

Pero esta vez no se iba a dejar traicionar por Xandra Shobalar, se juró, sombría. La traición de Xandra resultaba distinta y no iba a pasarla por alto ni abstenerse de vengarse.

El afán de venganza constituía la pasión primordial de los elfos oscuros pero para Liriel se trataba de una emoción novedosa. La muchacha en ese momento la estaba saboreando como si se tratara del vino verde y especiado que había probado en los últimos tiempos: ciertamente amargo pero que agudizaba los sentidos y la resolución. Liriel era muy joven y estaba dispuesta a pasar por alto y aceptar muchas cosas de los elfos oscuros. No obstante, por primera vez había visto pintado en los ojos de una drow el deseo de que encontrara la muerte. De forma instintiva, Liriel comprendió que aquello no podía quedar sin castigo, si es que quería seguir con vida.

A la vez, a un nivel más profundo y personal, la muchacha sentía un amargo resentimiento hacia Xandra por haberla obligado a obrar en contra de sus instintos y su voluntad.

Liriel se rebelaba ante la perspectiva de someterse a las exigencias de su señora, pero ¿qué otra opción le quedaba si quería convertirse en una drow con todas las de la ley?

¿Qué otra opción?

Una sonrisa se abrió paso en el oscuro rostro de Liriel cuando una solución al dilema empezó a cobrar forma en su mente. Su padre le había dicho que la condición de drow iba mucho más allá de la capacidad para verter sangre ajena en combate.

El dolor que la joven sentía en el pecho se calmó un tanto; Liriel se dio cuenta de algo sorprendente: no tenía miedo a la salvaje Antípoda Oscura. Más bien encontraba que era un lugar extraordinario y fascinante, lleno de recovecos inesperados. De la piedra y el aire se desprendía una inequívoca sensación de peligro y aventura. A diferencia de Menzoberranzan, donde toda roca había sido esculpida y tornada en un monumento al orgullo y el poder de los drows, allí todo era nuevo y misterioso, preñado de fantásticas posibilidades. Allí iba a tener ocasión de esculpir su propio destino. Liriel de pronto se sintio apasionadamente enamorada de la indómita y vasta Antípoda Oscura.

—Una aventura espléndida —musitó, repitiendo sin la menor ironía las palabras de su sueño anterior. Una sonrisa repentina iluminó sus facciones cuando su mano palmeó afectuosamente una enorme estalagmita en espiral.

»¡La primera de tantas!

Pillándola completamente de improviso, una reluciente bola de energía apareció por una curva del túnel y se dirigió hacia ella.

Había empezado el combate.

Su instinto y su formación le dictaron la respuesta. Liriel levantó ambas manos, cruzándolas sobre las muñecas, con las palmas hacia el exterior. Un campo de resistencia surgió de la nada un segundo antes de que la bola de fuego llegara a ella. La muchacha cerró los ojos y apartó la cabeza cuando la luz centelleante estalló en una cortina de mágicas llamaradas.

Liriel se tiró al suelo y rodó sobre sí misma hacia un lado, tal y como le habían enseñado a hacer en caso de un ataque semejante. El escudo mágico no podría resistir más de uno o dos impactos semejantes y era prudente alejarse de la línea de fuego. Para su asombro, la segunda bola ardiente llegó girando a baja altura, directamente hacia ella. Liriel se puso en pie de un salto y se lanzó al extremo opuesto del túnel, parapetándose tras la enorme estalagmita.

La explosión estremeció el túnel y proyectó una lluvia de pequeños cascotes sobre la joven drow. Mientras tosía y escupía polvo, Liriel se las arregló para trazar un conjuro con los dedos.

En respuesta a su magia, el polvo y el humo sulfuroso se concentraron en medio del túnel hasta formar un globo enorme. Liriel señaló hacia donde estaba su enemigo, el hechicero, a quien todavía no había logrado ver. En respuesta a su gesto, el globo flotante tomó dicha dirección.

Conteniendo la respiración, Liriel aguardó el próximo ataque. Cuando éste no llegó, la muchacha empezó a acercarse sigilosamente. Del interior del túnel sólo llegaba el sonido del agua al gotear. Lo que era buena señal: el globo de vapor ardiente tenía la misión de envolver a su enemigo. Según lo previsto, el mago humano se habría visto asfixiado por los elementos sulfúrosos originados por su propia bola de feugo. Liriel apretó el paso. Si eso había sucedido, no tenía mucho tiempo para dar con el mago y devolverlo a la vida.

En el túnel había cada vez más claridad. El camino empezó a descender de forma cada vez más pronunciada. Liriel se topó con una caverna verdaderamente extraordinaria, distinta a todas las que había visto o imaginado hasta la fecha.

Hongos luminosos recubrían buena parte de las paredes de roca y aportaban a la gruta una débil e inquietante luminosidad azulada. Las estalactitas y estalagmitas se unían en largas e irregulares columnas de piedra. Los grandes cristales en ellas incrustados reflejaban unas brillantes astillas de luz que se clavaban en sus ojos como dagas minúsculas.

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