—Vamos a darles las vueltas como a un tornillo —dijo dulcemente, y se sirvió un poco más de champán.
—¿Te gusta? —preguntó Tor, estudiándome a la luz de las velas.
—Es la cosa más repugnante que he probado en mi vida —contesté, escupiendo por encima del muro.
—Uno se ha de acostumbrar al gusto de la
retsina
—afirmó Pearl.
—Sabe a cloro de piscina —le contesté.
—Es resina de pino —explicó Tor—. Los antiguos griegos solían meter el vino en barriles de pino para desanimar a los romanos que quisieran robarlo.
—De acuerdo —dijo Georgian—. Prefiero un trago de ajenjo.
Georgian estaba sentada en equilibrio sobre el muro, vestida con un caftán de color rojo oscuro. El cielo era una orquídea nacarada y el mar estaba bañado por una luz rojiza. Las velas se habían ido derritiendo en los muros; las pocas llamas que quedaban vacilaban y chisporroteaban. Los músicos estaban sentados formando un pequeño círculo. El dulce tintineo del
santuri
se mezclaba con las melodiosas cadencias del
buzuki
. Tor le había enseñado a Lelia los difíciles pasos de una danza, mientras el resto de nosotros contemplaba cómo se extinguían las velas una a una.
—Esa pequeña flauta es una floghera y el tambor es un defi —explicó Georgian—. Los escuchábamos todas las noches en el puerto antes de que tú llegaras. Odio pensar que tenemos que irnos de aquí. Ha sido una suerte que pudiéramos quedamos una semana más mientras Tor acompañaba a los del Vagabond en su viaje a París para recuperar nuestros bonos.
—¿Crees que dejarán salir algún día a Lawrence de esa casa de locos de Lourdes? —preguntó Pearl—. Al parecer, cuando uno padece un estreñimiento emocional semejante, se le seca el cerebro.
—Verdaderamente se volvió majara —convine—. Pero sus colegas parecieron comprender lo razonable de nuestra exposición. Nos han devuelto los valores pignoraticios, se han desembarazado de sus «acciones para la toma de poder» y han firmado las confesiones de su intento de fraude sin ningún problema. De este modo, nosotros devolveremos el dinero robado a donde pertenece y lo sacaremos de las cuentas que llevan su nombre. Pero aunque presenten cargos contra ellos, saldrán fácilmente del apuro. Y están decididos a echarle la culpa de todo a Lawrence, puesto que él apenas puede hablar ya.
—Nosotras les dimos un pequeño empujón en la dirección correcta, sólo por si acaso. —Georgian rió—. Pearl y yo los llevamos al estanque de agua caliente mientras charlabais. Tengo unas cuantas fotos Polaroid interesantes para enseñaros…
Nos tendió las brillantes fotografías. Allí estaba la docena de «vagabundos», ¡chapoteando en cueros y echando champán sobre Pearl! Se lo estaban pasando de miedo.
—Creímos que sería mejor tener algún tipo de seguro para un chantaje, por si acaso a vosotros no os salían bien las cosas —dijo Georgian, admirando su arte—. ¡Fíjate qué resolución! ¡Se puede ver cada gota de champán que tiene en las tetas! Y eso que tuve que ocultarme entre los arbustos para hacerlas.
—Sois despiadadas —dije, riendo.
—Las más mortíferas de la especie —reconoció Pearl—. Tú me enseñaste.
A medianoche, cuando los músicos hubieron recogido sus instrumentos para irse, nos quedamos sentados en la fría y húmeda oscuridad, contemplando al primero de la procesión que ascendía por la montaña. Las velas se apiñaban debajo de nosotros, junto al mar. Recortadas en un fondo de aguas de color cerúleo y plata, vimos las siluetas de figuras que se separaban y formaban una única fila para subir lentamente, cantando, la colina.
—Se llama el Akathistos —susurró Tor, que estaba sentado a mi lado y me rodeaba con un brazo—. Uno de los
kontakion
, el único que se ha conservado intacto. Lo escribió el patriarca Sergio la víspera de la liberación de Constantinopla de los persas como himno de gracias. Pero aquí lo cantan a medianoche cuando llega la Pascua.
—Es hermoso —musité.
Lelia se levantó.
—Ahora iremos a oír la misa —anunció.
Pero, cuando los otros se levantaron, Tor me retuvo con una mano.
—Nosotros dos no —dijo, y volviéndose hacia los otros explicó—: Aún tenemos un asunto por resolver.
De modo que se alejaron en dirección a la carreta para seguir a la procesión que cruzaría el cono de Omphalos hasta llegar a la pequeña iglesia. Cuando desaparecieron las luces de la procesión, Tor volvió el rostro hacia mí.
—Hoy es el último día de nuestra apuesta —me dijo—. Y creo que la has ganado tú. Al menos, creo que has estado más cerca que yo de reunir los treinta millones que habíamos acordado. Me gustaría hablar sobre nuestro acuerdo, pero primero me gustaría hablar sobre nosotros.
—No sé si me atrevo a pensar en eso —repliqué—. Tengo la impresión de que me han arrancado mi vida y me han puesto otra nueva en su lugar, con la que aún no me he familiarizado. Quiero estar contigo, pero hace cuatro meses ni siquiera me hubiera imaginado teniendo una relación.
—Yo no quiero tener una relación con «R» mayúscula —me aseguró, estudiándome detenidamente bajo la débil luz de la luna—. ¿Qué te parece si empezamos por una relación con
«r
». minúscula?
—¿Y qué te parece sin ninguna
«r
»? —sugerí con una sonrisa—:—. Así sería una
elación
.
[11]
—Totalmente de acuerdo. —Tor sonrió—. Pero, si te consigo ese trabajo en el Fed, tú estarás en Washington y yo seguiré en Nueva York. ¿No hemos vivido ya suficientes años separados? Dime, ¿exactamente cuántos años tienes?
—Debo confesar que paso de los veinte. ¿Por qué lo preguntas?
—Edad más que suficiente para saber que a pocas personas se les concede lo que a nosotros nos ha sido dado. Me gustaría arrojar cierta luz sobre el asunto. Un momento, enseguida vuelvo.
Entró en la casa, dejándome en el parapeto con la botella de coñac y los vasos. Me serví un trago, contemplé las nubes que pasaban ocultando la luna y escuché las olas que lamían los cimientos bajo el parapeto. Entonces regresó Tor con un gran maletín. Vació su contenido sobre las baldosas y encendió una cerilla. Vi sus cabellos cobrizos iluminados por su luz, luego miré la pila que había en el suelo justo cuando cogía una hoja y le prendía fuego.
—¿Qué estás haciendo? —exclamé alarmada—. ¡Son los bonos! ¡Los auténticos! ¡Le estás prendiendo fuego a mil millones de dólares en valores! ¿Estás loco?
—Quizá —contestó, sonriente. Sus ojos, del color de las llamas, se habían vuelto dorados a la luz del fuego—. Puse un cable al Depository desde París dándoles los números de serie de las falsificaciones que tienen en su cámara acorazada. Pensé que sería mejor borrar todo rastro de cómo pudieron llegar hasta allí, sólo por si los del Vagabond llegan a enterarse e intentan hacernos a nosotros lo mismo que nosotros a ellos. En cualquier caso, ya hemos demostrado lo que queríamos. Esos agentes de bolsa y banqueros que se negaron a hacer inventario físico tendrán problemas para explicar por qué los valores que enviaron al Depository son falsificaciones, aunque los clientes a los que se los vendieron estarán protegidos por sus certificados de compra. Oh, siéntate querida, por favor. Me pones nervioso ahí de pie.
¡Yo le ponía nervioso! Me senté en el borde de la mesa y le observé mientras quemaba hoja tras hoja hasta que todo el montón prendió. Al final las llamas se extinguieron sobre un montón de cenizas, que el viento levantó y movió en lentos círculos por encima del parapeto. A la mañana siguiente, mil millones de dólares habrían desaparecido sin dejar rastro, llevándose con ellos la prueba de nuestro robo. ¿Serían así también los treinta y dos años siguientes de mi vida? Tor se acercó a mí; me atrajo hacia sí como si hubiera leído mis pensamientos, enterró su rostro en mi cuello y olió mis cabellos.
—Tengo que volver a casa, regar mis orquídeas y reflexionar sobre todo esto —le dije, abrazada a él—. Cuando me metí en esta apuesta, no sabía que al final sería una persona distinta. No soy clarividente como tú.
—Desde luego —dijo. Me besó en la garganta y me apartó para mirarme a los ojos—. Pero, en lugar de preocuparte por el ayer o el mañana, ¿por qué no por el hoy? Tengo la sensación de que hemos dejado algo inconcluso.
—¿Inconcluso? —pregunté, sorprendida—. ¿Qué quieres decir con eso?
—¿No te das cuenta? Pese a que hemos detenido el avance de los «vagabundos», cualquiera que quisiera intentarlo podría hacer lo mismo, tanto si tuviera un país propio como si no. Además, cualquier banco puede hacerse con el control de otro utilizando acciones sobre valoradas como parte de la compra. Sencillamente no existe modo alguno, mediante el sistema económico internacional, de garantizar que el capital del banco se valora o asegura correctamente, o de que cualquier bastardo ambicioso no triunfe mañana en el mismo delito que ha fracasado hoy.
—¿Qué tiene que ver eso con nosotros? —inquirí.
—Contigo en el Fed, examinando sus reservas y la liquidez de sus fondos —explicó, con aquella extraña y peligrosa sonrisa, mientras me miraba a la luz de la luna—, y yo analizando la cartera de adquisiciones en las bolsas, deberíamos ser capaces de hacer un buen trabajo, ¿no te parece? Apuesto a que puedo descubrir más fusiones ilícitas y adquisiciones corruptas que tú en…, digamos un año. ¿Qué opinas, mi pequeña rival?
Le lancé una mirada de indignación, pero no pude permanecer seria demasiado tiempo. Estallé en risas.
—De acuerdo, ¿cuánto quieres apostar? —dije.
FIN
KATHERINE NEVILLE es autora de El ocho, Riesgo calculado y El círculo mágico, todos ellos best sellers traducidos a más de treinta lenguas. Su carrera profesional como consultora en cuestiones de energía y finanzas y ejecutiva internacional la llevó a residir en seis países de tres continentes distintos, y en la mitad de los estados de EE.UU., algo que ha proporcionado muchas de las coloridas localizaciones que utiliza para ambientar sus novelas. Cuando cayó el muro de Berlín Katherine vivía en el norte de Alemania y dedicó mucho tiempo a visitar los países que formaban el bloque del Este, concluyente Rusia, la República Checa y Eslovenia. Tambíen ha vivido, trabajado y viajado por el norte de África, Francia y España, especialmente en el País Vasco español y francés. Además, ha residido durante mucho tiempo en países islámicos, y fue uno de los tres únicos estadounidenses invitados como presentadores al Primer Simposio sobre Mevlana Yalal ad-Din Rumi, en las ciudades turcas de Ankara y Konya, para conmemorar el 727 aniversario de su muerte. Actualmente Katherine Neville reparte su tiempo entre Virginia y Washington.
[1]
En ingles Peacock significa pavo real.
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[2]
Teckie, o también techie, se utiliza para denominar a los fanáticos de los ordenadores o, simplemente, a quienes los utilizan.
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[3]
ESP: Acrónimo de Extrasensorial Perception, «percepción extrasensorial»! N. De la T.
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[4]
Siglas de Securities and Exchange Comisión, departamento gubernamental de Estados Unidos que supervisa las actividades bursátiles para proteger a los inversores de los procedimientos ilegales. N. De la T.
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[5]
En Estados Unidos, el 1 de abril es el día en que se gastan las bromas típicas de nuestro 28 de diciembre. Se denomina en inglés April Fools’ Day, que traducido literalmente significa «El día de los tontos de abril» (N. de la T.)
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[6]
Título que ostentaban algunos grandes señores de Alemania.
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[7]
”Escudo rojo” en alemán.
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[8]
Fraude informático que consiste en transferir cantidades muy pequeñas a partir de un gran número de fuentes. Se asocia en ocasiones a la recuperación de redondeos. (N. de la T.)
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[9]
Juego de palabras intraducible, basado en la semejanza entre
ravishing
, «encantadora», y
ravished
, «violada»
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[10]
Juego de palabras intraducible. El término
screwed
significa normalmente «atornillado», pero en un lenguaje más coloquial significa «jodido». (N. de la T.)
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[11]
La frase tiene sentido en inglés porque
elation
(de
relationship
) significa «regocijo». (N. de la T.)
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