Robots e imperio (11 page)

Read Robots e imperio Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
11.36Mb size Format: txt, pdf, ePub

No le sirvió de nada. Su mente repetía sin remedio lo que acababa de ocurrir y lo que no tardaría en suceder. ¿Por qué había hablado tan libremente con Mandamus? ¿Qué le importaba a él o a Amadiro, para el caso era igual, si se había visto con Elijah en órbita o no, ni cuándo ni cómo, o si había tenido un hijo de él o de cualquier otro hombre?

La pretensión de descendencia de Mandamus la había hecho perder la serenidad, eso era. En una sociedad donde nadie se preocupaba de descendencia o de parentescos excepto por razones medico genéticas, la brusca intrusión verbal bastaba para turbarla. Esto y las repetidas alusiones (seguramente accidentales) a Elijah.

Se dijo que se estaba buscando excusas e, impacientada, lo echó todo por la borda. Había reaccionado mal y había parloteado como un niño: no había más que decir.

Y ahora ese colono que venía.

No era de la Tierra. No había nacido en la Tierra, estaba segura, y era posible que jamás hubiera puesto los pies en la Tierra. Su gente podía haber vivido por espacio de generaciones en un mundo desconocido del que ella jamás había oído hablar.

"Esto hace de él un espacial", pensó. Los espaciales descendían también de los terrícolas, pero ¿qué importaba eso? Era obvio que los espaciales eran longevos y esos colonizadores debían de ser de vida breve, pero ¿qué tipo de distinción era ésa? Incluso un espacial podía morir prematuramente por cualquier inesperado accidente; había oído contar de un espacial que había fallecido de muerte natural antes de cumplir los sesenta. ¿Por qué no imaginar a su próximo visitante como un espacial de extraño acento?

No era tan sencillo. Sin duda el colono no se sentía espacial. Lo que cuenta no es lo que uno es, sino lo que uno siente ser. Así que pensaría en él como colonizador y no como espacial.

Pero ¿no eran todos seres humanos, pese al nombre que se les diera: espaciales, colonizadores, auroranos, terrícolas? La prueba estaba en que los robots no podían hacerle daño a ninguno de ellos. Daneel acudiría tan rápidamente en defensa del más ignorante terrícola, como del presidente del Consejo de Aurora, y esto significaba...

Ya relajada, se sintió llevada a un sueño ligero cuando un súbito pensamiento irrumpió en su mente y rebotó en ella. ¿Por qué el colono se llamaba Baley?

Su mente se agudizó y se desprendió de las blandas plumas del olvido que casi la habían envuelto.

¿Por qué Baley?

Quizá fuera un nombre sencillamente corriente entre los colonizadores. Después de todo, Elijah era el que había hecho posible la aventura y tuvo que haber sido un héroe para ellos, como...

No se le ocurrió un héroe análogo para los auroranos. ¿Quién había dirigido la expedición que llegó a Aurora por primera vez? ¿Quién había supervisado la terraformación de aquel mundo tosco, apenas viviente, que era entonces Aurora? Lo ignoraba.

¿Era su ignorancia fruto del hecho de haberse criado en Solaria, o era que los auroranos no tenían héroe fundador? Después de todo, la primera expedición a Aurora había consistido en simples terrícolas. Solamente en subsiguientes generaciones, cada vez más longevas, gracias a ajustes de sofisticada bioingeniería, los terrícolas se transformaron en auroranos. Después de eso, ¿por qué iban los auroranos a transformar en héroes a sus despreciados predecesores?

Pero los colonizadores sí podían hacer héroes de los de la Tierra.

Quizás aún no se habían transformado. Lo harían, y entonces Elijah sería embarazosamente olvidado, pero hasta entonces...

Eso sería. Probablemente hasta la mitad de los colonizadores vivos habían adoptado el apellido Baley. ¡Pobre Elijah! Todo el mundo arrimado a él, a su sombra. ¡Pobre Elijah...! ¡Querido Elijah...!

Y se quedó dormida.

11

Su sueño fue demasiado inquieto para restablecer su paz, y mucho menos su buen humor. Estaba ceñuda sin saber que lo estaba, y de haberse visto en el espejo, se habría impresionado por su aspecto envejecido, Daneel, para el que Gladia era un ser humano pese a la edad, aspecto o estado de ánimo, dijo.

–Señora...

Gladia le interrumpió con un estremecimiento:

–¿Ha llegado ya el colono?

Levantó la vista a la cinta de datos atmosféricos que estaba en la pared, e hizo un gesto rápido en respuesta al cual Daneel ajustó la temperatura, subiéndola (había sido un día fresco, y la noche iba serlo más).

–Está aquí, señora –contestó Daneel.

– ¿Dónde lo han instalado?

–En el cuarto de huéspedes, señora. Giskard está con él y los robots domésticos están todos dispuestos.

–Espero que hayan tenido el sentido común de averiguar qué desea comer para el almuerzo. Yo no conozco la cocina de los colonos. Confío en que harán un esfuerzo para conseguir satisfacer razonablemente sus peticiones.

–Tengo la seguridad, señora, de que Giskard solucionará competentemente el asunto.

Gladia también estaba segura, pero dio un respingo. Por lo menos lo hubiera sido, si Gladia fuera del tipo de personas que lo hacen. No creía serlo.

–Supongo que ha pasado por la debida cuarentena antes de que se le permitiera aterrizar –dijo.

–Sería inconcebible no haberlo hecho.

–Por si acaso llevaré mis guantes y mis filtros nasales.

Salió de su dormitorio, se dio cuenta vagamente de que estaba rodeada de robots domésticos, e hizo el ademán que significaba que le trajeran un par de guantes nuevos y unos filtros de nariz también nuevos. Cada establecimiento tenía sus propios ademanes equivalentes a un vocabulario y cada miembro humano de un establecimiento cultivaba estos ademanes, aprendiendo a usarlos rápida y disimuladamente. Se esperaba de un robot que acatara esas órdenes discretas de sus amos humanos como si leyera las mentes; de ahí resultaba que un robot no podía seguir órdenes de seres humanos no pertenecientes a su establecimiento excepto si se le hablaba detenidamente.

Nada más humillante para un miembro humano del establecimiento que tener a un robot casero vacilante antes de cumplir una orden o, peor aún, cumplirla incorrectamente. Esto significaba que el ser humano se había equivocado en el ademán, o que el robot no había comprendido.

Gladia sabía que generalmente el ser humano era el que fallaba pero virtualmente no se admitía así. Era el robot el que se entregaba para un innecesario análisis de respuesta o puesto injustamente en venta. Gladia sabía desde siempre que no caería nunca en la trampa del ego frustrado; no obstante, si en aquel momento no hubiera recibido los guantes y el filtro nasal habría...

No tuvo ni que terminar la idea. El robot más cercano le entregó lo solicitado correctamente al instante.

Gladia se ajustó el filtro nasal y sopló un poco para asegurarse de que estaba bien encajado (no estaba dispuesta a arriesgarse a cualquier infección por causa de algo que hubiera sobrevivido a la minuciosa cuarentena).

Preguntó:

–¿Qué aspecto tiene, Daneel?

–Es de estatura y medidas normales, señora.

–Me refiero a su cara (era una tontería preguntar. Si tuviera algún parecido a Elijah Baley, Daneel lo hubiera descubierto tan deprisa como ella misma, y habría hecho algún comentario).

–Es difícil decirlo, señora. No se le ve bien.

–¿Qué significa esto? ¡No vendrá enmascarado, Daneel!

–En cierto modo, sí, señora. Su cara está cubierta de pelo.

–¿Pelo? –Se echó a reír–. ¿Quieres decir como los personajes históricos de la hipervisión? ¿Barba? –Hizo unos gestos que indicaban un mechón de cabello en la barbilla y otro debajo de la nariz.

–Más que eso, señora. Lleva media cara cubierta.

Los ojos de Gladia se abrieron del todo y por primera vez sintió un fuerte impulso de interés por verle. ¿Qué aspecto tendría un rostro cubierto de pelo? Los varones auroranos, y generalmente los espaciales tenían muy poco vello facial y lo que había se eliminaba antes de los veinte años... en la infancia.

A veces, se dejaba sin tocar el labio superior. Gladia recordó que su marido, Santirix Gremionis, antes de su matrimonio lucía una línea de pelo debajo de la nariz. Un bigote, lo llamaba él. Era como una ceja mal colocada, de forma rara, y una vez que se resignó a aceptarlo como marido, le insistió en que eliminara los folículos.

Lo hizo así sin apenas un murmullo y ahora Gladia se preguntaba por primera vez si lo había echado en falta. Le parecía haber observado alguna vez, en los primeros años de matrimonio, cómo levantaba un dedo a su labio superior. Creía que era un movimiento nervioso por una vaga picazón y solamente ahora se le ocurría que había estado buscando un bigote que había dejado de existir.

¿Qué aspecto tendría un hombre con un bigote por toda la cara?

¿Sería como un oso?

¿Qué sensación produciría? ¿Qué ocurriría si las mujeres también tuvieran ese pelo? Pensó en un hombre y una mujer intentando besarse sin encontrar sus bocas. La idea le pareció divertida aunque un poco descarada y se rió en voz alta. Sintió desaparecer su impaciencia pero esperó, ver al monstruo.

Después de todo no tenía por qué temerle aunque su comportamiento fuera tan animal como su aspecto. No le acompañaría ningún robot, los colonizadores eran una sociedad no-robótica, y en cambio ella estaría rodeada por docenas. El monstruo sería inmovilizado en una fracción de segundo si hiciera el menor movimiento sospechoso. O si elevara la voz, airado.

–Acompáñame junto a él, Daneel –dijo con buen humor.

12

El monstruo se puso en pie. Dijo algo que parecía:

–Buedas darde sedora.

Gladia captó al momento las "buenas tardes", pero tardó un poco más para traducir la palabra "señora". Distraída le respondió:

–Buenas tardes. –Se acordó de lo difícil que le había resultado entender la pronunciación aurorana del idioma galáctico estándar en aquellos años tan lejanos en que, joven y asustada, llegó desde Solaria al planeta.

¿El acento del monstruo era tosco, o así le parecía porque su oído no estaba acostumbrado? Recordó que Elijah había tenido dificultades con la K y la P, pero por lo demás hablaba bastante bien. Sin embargo, habían transcurrido diecinueve décadas y media, y este colono no procedía de la Tierra. La lengua, en un período de aislamiento, sufre cambios.

Pero sólo una pequeña parte de la mente de Gladia se fijaba en el problema del lenguaje. Contemplaba la barba. No se parecía en nada a las barbas que lucían los actores en los dramas históricos. Éstas eran como mechones, un poco por aquí, otro poco por allá, y tenían el aspecto apelmazado y pegajoso.

La barba del colono era diferente. Le cubría la barbilla y las mejillas de una manera regular, espesa y profunda. Era de un color castaño oscuro, pero algo más clara y rizada que el cabello que le cubría la cabeza, y por lo menos varios centímetros más larga, pero de un largo regular.

No cubría toda su cara, lo que resultaba desconcertante. La frente estaba totalmente descubierta (excepto por las cejas), igual que la nariz y debajo de los ojos. Su labio superior tampoco estaba cubierto, pero se veía una sombra que podía ser el nacimiento de más pelo. Debajo del labio inferior también había un pequeño espacio descubierto, pero con un nuevo crecimiento menos marcado, concentrado en la parte central.

Como ambos labios estaban descubiertos, resultaba claro para Gladia que no habría la menor dificultad para besarlo. Dándose cuenta de que mirarlo fijamente era incorrecto, le comentó, aun sin dejar de mirarle:

–Me da la impresión de que se quita el pelo de junto a los labios.

–Sí, señora.

–¿Por qué?, Si me permite preguntárselo.

–Puede preguntarlo. Por razones higiénicas. No quiero que me quede comida en los pelos.

–Entonces se lo rapa, ¿verdad? Veo que está volviendo a crecer.

–Uso un láser facial. Me lleva quince segundos. Lo hago cuando me despierto.

–¿Por qué no depilarlo de una vez y terminar con él?

–A lo mejor quiero que vuelva a crecer.

–¿Por qué?

–Por razones estéticas, señora.

Gladia tardó en entender la palabra. Le había sonado como "acéticas" o algo así.

–¿Cómo dice?

El colono explicó:

–A lo mejor me canso del aspecto que tengo ahora y quiero volver a dejarme bigote. A ciertas mujeres les gusta, ¿sabe? –El colono titubeó esforzándose por parecer modesto, sin lograrlo. –Cuando me lo dejo crecer, el bigote es precioso.

–¡Ah!, ¿Quiso decir estético? –exclamó de pronto.

El colono rió, mostrando una perfecta dentadura y dijo:

–También usted habla raro, señora.

Gladia quiso mostrarse altiva, pero acabó sonriendo. La pronunciación adecuada era asunto de consenso local. Comentó:

–Debería oírme hablar con acento solario si llega el caso. Entonces le parecería "racinis estíticas". Con la pronunciación de la "r" interminable.

–He estado en lugares donde hablan un poco así. Suena horrible –y pronunció las dos "erres" de un modo exagerado.

Gladia rió.

–Lo hace con la punta de la lengua y hay que hacerlo con los lados de la lengua. Nadie excepto un solario puede hacerlo correctamente.

–A lo mejor podrá enseñarme. Un mercader como yo, que ha estado por todas partes, oye toda clase de variaciones lingüísticas. –Volvió a intentar pronunciar la "r" de la penúltima palabra, se atragantó y tosió.

–¿Lo ve? Enredará sus amígdalas y jamás se recuperará.

No dejaba de mirarle la barba y ahora ya no pudo dominar su curiosidad. Alargó la mano. El colono vaciló y dio un paso atrás, luego, al darse cuenta de su intención, se quedó quieto.

La mano de Gladia, invisiblemente enguantada, se apoyó suavemente en el lado izquierdo de la cara del hombre. La delgada película plástica que recubría sus dedos no le anulaba el sentido del tacto, y encontró el pelo suave y elástico.

–¡Qué suave! –dijo con evidente sorpresa.

–Y ampliamente admirado –respondió riendo el colono.

–Pero, bueno, no puedo estar aquí todo el día manoseándole. –E ignorando su "Por mí, como quiera", prosiguió: –¿Ha dicho a mis robots lo que le gustaría comer?

–Señora, les he dicho lo que le digo ahora a usted, cualquier cosa.

He visitado muchos mundos en el último año y cada uno tiene su propio sistema de alimentación. Un mercader aprende a comer de todo. Prefiero una comida aurorana a cualquier cosa que hicieran imitando a Baleymundo.

Other books

Red Letter Day by Colette Caddle
Dark Desires: Genesis by King, Kourtney
Chasing After Him by Lynn Burke
Leopard Moon by Jeanette Battista
The Spirit Eater by Rachel Aaron