Robots e imperio (18 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
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–Así y todo, capitán, ¿fue conveniente decirle a Niss que se había enfrentado con un robot?

–Tuve que hacerlo. Tuve que hacerlo, Oser. Si él hubiera seguido creyendo que le había dominado y humillado ante cuatro de sus hombres un espacial afeminado, mucho más pequeño que él, no nos habría servido para nada nunca jamás. Eso lo hubiera deshecho para siempre. Y no queremos que ocurra nada que inicie el rumor de que los espaciales, los espaciales humanos, son superhombres. Por ello tuve que ordenarles tan insistentemente que no hablaran del incidente. Niss se ocupará de ellos... Y si llegara a saberse, también se sabrá que el espacial era un robot. Hay que creer que hay un lado bueno en todo este asunto.

–¿Dónde, capitán? –preguntó Osear.

–Me hizo pensar en los robots. ¿Qué sabemos de ellos? ¿Qué sabes tú?

Oser se encogió de hombros.

–Eso es algo en lo que no suelo pensar, capitán.

–O algo en lo que alguien piensa sin cesar. Por lo menos algún colono. Sabemos que los espaciales tienen robots, que confían en ellos, que no van a ninguna parte sin ellos, que no pueden hacer nada sin ellos, que son parásitos de ellos y tenemos la seguridad de que van hacia la decadencia por su culpa. Sabemos que la Tierra, en otros tiempos, tuvo también robots, obligada por los espaciales, y que van desapareciendo gradualmente de la Tierra y no se les encuentra ya en sus ciudades, solamente en el campo. Sabemos que los mundos colonizados no los tienen y no quieren tenerlos en ninguna parte... ni en la ciudad ni en el campo. Así que los colonos no se los encuentran nunca en sus propios mundos y apenas en la Tierra (su voz tenía una curiosa inflexión cada vez que decía "Tierra", como si uno oyera la mayúscula y, tras ella, musitadas, las palabras “hogar” y "madre"). ¿Y qué más sabemos?

–Que exigen las tres leyes de la Robótica –dijo Oser.

–Cierto. –D.G. apartó a un lado el fotocubo y se inclinó hacia delante. –Especialmente la primera ley: “Un robot no puede lastimar a un ser humano ni, por no intervenir, permitir que el ser humano sea lesionado".

Sí. Pues bien, no confíes en ella. No significa nada. Todos nos sentimos completamente a salvo de los robots, y es estupendo si eso nos proporciona confianza, pero no lo es si lo que nos proporciona es una falsa confianza. R. Daneel lastimó a Niss y se quedó tan tranquilo, pese a la primera ley.

–Estaba defendiendo a...

–Exactamente. ¿Y si sopesamos los daños? ¿Y si fue un caso de o lastimar a Niss o permitir que su ama espacial fuera lastimada? Naturalmente, ella pasaba primero.

–Es de sentido común.

–Por supuesto. Y aquí estamos en un planeta de robots, algo así como un centenar de millones de robots. ¿Qué órdenes han recibido? ¿Cómo calibran el conflicto entre distintos daños? ¿Cómo podemos estar seguros de que ninguno de ellos nos tocará? Algo, en este planeta, ha destruido ya dos naves.

Oser comentó, inquieto:

–Este Daneel es un robot fuera de lo corriente, parece más un hombre que nosotros. Tal vez no debamos generalizar por su causa. El otro robot, ¿cuál es su nombre... ?

–Giskard. Es fácil de recordar. Mi nombre es Daneel Giskard.

–Yo pienso en ti como capitán, capitán. En todo caso, R. Giskard se limitó a no intervenir. Parece un robot y actúa como tal. Hay un montón de robots ahí, en Solaria, vigilándonos ahora mismo y sin hacer nada.

Sólo vigilándonos.

–¿Y si existen unos robots especiales que sí pueden lesionarnos?

–Creo que estamos preparados contra ellos.

–Ahora lo estamos. Por eso el incidente entre Daneel y Niss ha sido una buena lección. Estamos convencidos de que solamente lo pasaríamos mal si algunos de los solarios siguieran en su planeta. No tienen por qué estar. Pueden haberse ido. Puede ser que los robots o por lo menos algunos especialmente diseñados sean peligrosos. Y si Gladia puede movilizar sus robots en este lugar, y hacer que la defiendan a ella y a nosotros también, estamos en condiciones de neutralizar cualquier cosa que hayan dejado activada.

–¿Puede hacerlo? –preguntó Oser.

–Lo veremos –dijo D.G.

22

–Gracias, Daneel –dijo Gladia. –Te portaste bien.– Pero su rostro parecía todavía crispado. Sus labios estaban apretados y exangües y las mejillas pálidas. Luego, en voz más baja, añadió: –Ojalá no hubiera venido.

–Es un deseo inútil Gladia –declaró Giskard–. Mi amigo Daniel y yo permaneceremos fuera de tu camarote para estar seguros de que no volverás a ser molestada.

El corredor estaba vacío y siguió estándolo, pero Daneel y Giskard siguieron hablando según su sistema de ondas por debajo de la captación humana, intercambiando ideas a su modo breve y condensado. Dijo Giskard:

–Gladia tomó una mala decisión al no retirarse. Está muy claro.

–Supongo, amigo Giskard, que no había posibilidad de hacer cambiar su decisión.

–Era demasiado firme, amigo Daneel, y tomada con demasiada rapidez. Lo mismo ocurría con la decisión de Niss, el colono. Tanto su curiosidad sobre Gladia, como su desprecio y animosidad hacia ti, fueron demasiado fuertes como para intervenir sin causarle grave daño cerebral. A los otros cuatro sí pude manejarles. Fue perfectamente posible evitar que intervinieran. Su asombro ante tu habilidad para detener a Niss los dejo helados y sólo tuve que reforzar muy ligeramente su estado.

–Fue una suerte, amigo Giskard. De haberse unido los cuatro al señor Niss, me hubiera tenido que enfrentar con la difícil decisión de obligar a Gladia a una humillante retirada o lesionar gravemente a uno o dos de los colonos, para asustar a los demás. Creo que hubiera tenido que elegir la primera alternativa, pero ésa también me habría causado un gran pesar.

–Pero, ¿estás bien, amigo Daneel?

–Muy bien. La lesión al señor Niss fue mínima.

–Físicamente, amigo Daneel. No obstante, en su mente experimentó una gran humillación, que para él resultó mucho peor que el daño físico. Como yo lo sentía, no hubiera podido hacer lo que tú hiciste tan fácilmente. Sin embargo, amigo Daneel...

–Sí, amigo Giskard...

–Me preocupa el futuro. En Aurora, a lo largo de todas las décadas de mi existencia, he podido trabajar sin prisas, esperar oportunidades para actuar ligeramente sobre las mentes sin dañarlas; reforzar lo que ya estaba allí, debilitar lo que ya estaba atenuado, empujar suavemente en la dirección del impulso ya existente. Pero, ahora, hemos llegado a un momento de crisis en que las emociones serán intensas, habrá que tomar decisiones rápidamente, y los acontecimientos nos desbordarán. Si tengo que hacer algo provechoso, tendré que actuar también a toda velocidad, y las tres leyes de la Robótica me lo prohíben. Sopesar las sutilezas comparativamente sobre los daños físicos y mentales, lleva tiempo. Si hubiera estado a solas con Gladia en el momento en que se acercaron los colonos, no sé qué camino hubiera podido seguir que no hubiera llevado consigo graves daños a Gladia, a dos o más de los colonos, y a mí mismo... o posiblemente a todos los que estaban involucrados.

–¿Qué podemos hacer, amigo Giskard?

–Puesto que es totalmente imposible modificar las tres leyes, amigo Daneel, tenemos que volver a la conclusión de que no podemos hacer nada sino esperar el fracaso.

Segunda parte SOLARIA

VII. CAPATAZ
23

Era de mañana en Solaria, de mañana en la finca..., su finca. A distancia se veía la vivienda que podía haber sido su vivienda. Veinte décadas habían desaparecido de algún modo y Aurora parecía ser un sueño lejano que nunca había existido.

Se volvió a D.G. que estaba apretándose el cinturón que sujetaba su fina prenda exterior, un cinturón del que pendían dos armas. Sobre su cadera izquierda colgaba el látigo neurónico; sobre la derecha, un arma más corta y más abultada que supuso sería un desintegrador.

–¿Vamos a la vivienda? –preguntó Gladia.

–A acercarnos –respondió D.G. algo distraído. Iba inspeccionando por tumo cada una de las armas acercándoselas al oído como si tratara de escuchar un apagado zumbido que le indicara que estaban vivas.

–¿Los cuatro solos? –Maquinalmente miró a cada uno de los otros: D.G. Daneel...

–Daneel, ¿dónde está Giskard?

–Le pareció que sería prudente actuar como avanzada. Como robot, puede pasar inadvertido entre los otros robots... y si descubre algo anómalo, nos advertirá. En todo caso, es menos necesario que usted o que el capitán.

–Buena precisión robótica –comentó D.G., sombrío. –Menos mal. Venga, vamos hacia allá.

–¿Los tres solos? –dijo Gladia, temerosa. –Sinceramente, me falta la capacidad robótica de Giskard de aceptar si es o no necesario.

–Es difícil decir si somos necesarios o superfluos, señora Gladia. Dos naves fueron destruidas, todos los miembros de las naves perdieron la vida. Aquí la seguridad no está en la cantidad.

–Con eso no me hace sentir mejor, D.G.

–Intentaré explicárselo. Las primeras naves no estaban preparadas. Nuestra nave, sí. Y yo también. –Se golpeó ambas caderas. –Y usted tiene un robot que ha demostrado ser un excelente y eficaz protector. Y lo que es más, usted es nuestra mejor arma. Sabe como ordenar a los robots que hagan lo que quiere que hagan, y eso puede ser crucial. Es la única entre nosotros capaz de hacerlo; las primeras naves no traían a nadie como usted.

Vamos, pues...

Empezaron a caminar; poco después Gladia dijo:

–No caminamos hacia la casa.

–No, todavía no. Primero nos dirigiremos hacia ese grupo de robots. Supongo que los está viendo.

–Sí, los veo, pero no hacen nada.

–En efecto. Cuando desembarcamos había muchos más robots presentes. La mayoría se han ido, pero éstos se han quedado, ¿Por qué?

–Si se lo preguntamos, nos lo dirán.

–Usted se lo preguntará, señora Gladia.

–Le contestarán a usted, D.G., tan fácilmente como a mí. Somos ambos humanos.

D.G. se paró en seco, y lo mismo hicieron los otros dos. Se volvió a Gladia y le preguntó, sonriendo:

–Mi querida señora Gladia, ¿ambos humanos? ¿Una espacial y un colono? ¿Qué le ocurre?

–Para un robot ambos somos igualmente humanos –respondió tajante–. Y, por favor, déjese de juegos. Yo no jugué a espacial y terrícola con su antepasado.

La sonrisa de D.G. desapareció.

–Es cierto. Perdóneme, señora. Intentaré dominar mi sentido sarcástico porque, después de todo, en este mundo somos aliados.

Un momento después, añadió:

–Ahora, señora, lo que deseo que haga es descubrir las órdenes que han recibido los robots. –., si es que las han recibido; si hay algún robot que, por casualidad, pueda conocerla; si hay seres humanos en la propiedad o en el planeta, u otra cosa que se les ocurra preguntar. No deberían representar un peligro; son robots y nosotros somos humanos; no pueden lastimarla. Claro –observó, recordando–, su Daneel dejó a Niss magullado, pero fue en unas condiciones que aquí no existen. Y Daneel puede ir con usted.

Daneel declaró respetuosamente:

–En cualquier caso, yo acompañaría a la señora Gladia, capitán. Es mi función.

–También la de Giskard, presumo –cortó D.G., –y, sin embargo, se ha ido.

–Con un propósito, capitán, que ha discutido conmigo y que hemos creído esencial para la protección de la señora Gladia.

–Está bien. Ahora, avancen, yo les cubriré a los dos. –Empuñó el arma de su cadera derecha. –Si les grito "Al suelo" échense inmediatamente.

Esta cosa no sabe distinguir.

–Por favor, no la use más que como último recurso, D.G. –rogó Gladia. –No habrá ocasión contra los robots... Vamos, Daneel.

Y echó a andar, decidida y rápida, hacia un grupo de una docena de robots, quietos ante una línea de matas bajas, con el sol de la mañana reflejándose aquí y allá sobre sus bruñidos exteriores.

24

Los robots no retrocedieron ni avanzaron. Permanecieron tranquilamente en sus puestos. Gladia los contó. Once visibles. Podía haber otros, pero ocultos.

Estaban diseñados al estilo solariano. Muy bruñidos. Muy relucientes. Ninguna apariencia de ropa y muy poco realismo. Eran casi como abstracciones matemáticas del cuerpo humano, ninguno del todo parecido al otro.

Tuvo la impresión de que no eran ni tan flexibles, ni tan complejos como los robots auroranos, pero parecían más decididamente adaptados a tareas específicas.

Se detuvo a unos cuatro metros de la línea de robots, y Daneel (lo notó) se paró tan pronto como lo hizo ella. Se quedó a un metro de distancia, a su espalda. Estaba lo suficientemente cerca como para poder intervenir al instante en caso de necesidad, pero lo bastante alejado como para que quedara claro que era ella el verdadero portavoz de la pareja.

Tenía la seguridad de que los robots que estaban delante consideraban a Daneel como a un humano, pero también sabía que Daneel era demasiado consciente de su calidad de robot como para confiarse en la falsa interpretación de los otros robots.

–¿Quién de ustedes hablará conmigo? –preguntó Gladia.

Siguió un breve silencio, como si se celebrara una conferencia sin palabras. Luego, un robot dio un paso adelante:

–Señora, yo hablaré.

–¿Tienes nombre?

–No, señora. Sólo tengo un número de serie.

–¿Cuánto tiempo llevas operando?

–He sido operativo veintinueve años, señora.

–¿Alguien en este grupo es más antiguo que tú?

–No, señora. Por eso soy yo, antes que otro, el que les habla.

–¿Cuántos robots están empleados en esta propiedad?

–Desconozco la cifra, señora.

–Más o menos.

–Quizá diez mil, señora.

–¿Hay algunos que lleven operando más de veinte décadas?

–Hay alguno entre los robots agrícolas, señora. Los amos prefieren robots de modelo reciente.

Gladia asintió y, volviéndose a Daneel, comentó:

–Es de sentido común. En mis tiempos ocurría lo mismo.

Se volvió de nuevo al robot y le preguntó:

–¿A quién pertenece esta propiedad?

–Es la propiedad de Zoberlon, señora.

–¿Cuánto tiempo hace que pertenece a la familia Zoberlon?

–Desde mucho tiempo antes de que yo empezara a operar. No sé bien desde cuándo, pero la información puede conseguirse.

–¿A quién perteneció antes de tomar posesión los Zoberlon?

–No lo sé, señora, pero puede conseguirse la información.

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