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Authors: Kerstin Gier

Rubí (11 page)

BOOK: Rubí
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Yo misma me daba cuenta de que la broma iba perdiendo gracia de tanto utilizarla.

—¡Tendrías que habérmelo dicho antes!—me advirtió mamá acariciándome la cabeza—. ¡Habría podido pasarte cualquier cosa!

—Quería explicártelo, pero entonces me dijiste que el problema era que todos teníamos demasiada imaginación.

—Pero yo no quería decir que…No estabas en absoluto preparada para esto. Lo siento tanto…

—¡No es culpa tuya, mamá! Nadie podía saberlo.

—Yo lo sabía —aseguró mamá, y después de un incómodo silencio añadió—. Naciste el mismo día que Charlotte.

—¡No, no fue el mismo día! Mi cumpleaños es el 8 de octubre y el suyo es el 7.

—Tú también naciste el 7 de octubre, Gwendolyn.

No podía creer que estuviera diciendo aquello. Me quedé petrificada mirándola, incapaz de decir nada.

—Mentí sobre la fecha de tu nacimiento—continuó mamá—. No fue difícil. Naciste en casa, y la comadrona que tenía que redactar el certificado de nacimiento se mostró comprensiva con nosotros e hizo lo que le pedimos.

—Pero ¿por qué?

—Solo queríamos protegerte, cariño.

No entendía lo que quería decir.

—¿Protegerme de qué, si al final ha pasado?

—Nosotros…yo quería que tuvieras una infancia normal. Una infancia libre de preocupaciones—me explicó mirándome a los ojos—.Y existía la posibilidad de que no hubieras heredado el gen.

—¿A pesar de haber nacido en la fecha calculada por Newton?

—Como suele decirse, la esperanza es lo último que se pierde—dijo mamá—. Y deja ya de hablar de Isaac Newton, que solo es una más de las muchas personas que se ocuparon de este tema. Este asunto es mucho más importante de lo que puedas imaginar. Mucho más antiguo y trascendental, y también mucho más peligroso. Por eso quería mantenerte apartada de él.

—Pero ¿de qué querías mantenerme apartada?

Mamá suspiró.

—Tendría que haber comprendido que era estúpido por mi parte. Por favor, perdóname.

—¡Mamá! —Estaba tan excitada que casi solté un gallo—. No tengo ni idea de qué estás hablando. —Sus explicaciones solo habían servido para que mi confusión y mi desesperación aumentaran un poco más con cada frase—. Solo sé que me pasa algo que no debería pasar en absoluto. ¡Y que me ataca los nervios! Cada pocas horas siento vértigo y luego salto a otra época. ¡No tengo ni idea de qué debo hacer contra eso!

—Por eso vamos a verles ahora—explicó mamá.

Era consciente de que mi desesperación le hacía daño, porque nunca la había visto tan preocupada como en ese momento.

—¿A quién vamos a ver?

—A los Vigilantes—contestó mi madre—. Una antiquísima sociedad secreta, conocida también como la Logia del Conde de Saint Germain. —Miró por la ventana—. Enseguida llegaremos.

—¡¿Una sociedad secreta?! ¿Quieres dejarme en manos de una turbia secta? ¡Mamá!

—No es ninguna secta, aunque algo turbios sí son. —Mamá respiró hondo y cerró los ojos un momento—. Tu abuelo fue miembro de esta logia—continuó—. Como antes lo había sido su padre y antes su abuelo. También Isaac Newton era miembro, igual que Wellington, Klaproth, Von Arneth, Hahnemann, Kart von Hessen-Kassel, naturalmente todos los De Villiers, y muchísimos otros… Tu abuela afirma que también Churchill y Einstein fueron miembros de la logia.

La mayoría de esos nombres no me sonaban de nada.

—Pero ¿qué hacen exactamente?

—Bien…pues… —balbució mamá—. Se interesan por mitos antiquísimos. Y por el tiempo. Y por las personas como tú.

—¿Tantos hay como yo?

Mamá sacudió la cabeza.

—Solo doce. Y la mayoría hace tiempo que murieron.

El taxi se detuvo y el vidrio de separación bajó. Mamá tendió al conductor unas libras.

—Ya está bien—dijo.

—¿Qué venimos a hacer precisamente aquí? —dije parada en la acera, mientras el taxi volvía a ponerse en marcha.

Habíamos circulado a lo largo del Strand, hasta poco antes de la entrada de Fleet Street. A nuestro alrededor resonaba el estruendo del tráfico y la masa de gente que se movía por las aceras. Los cafés y los restaurantes de enfrente estaban llenos a reventar. Dos autobuses turísticos de dos pisos estaban parados al borde de la calzada y los turistas del piso descubierto fotografiaban el complejo monumental del Royal Court of Justice.

—Girando ahí delante, entre las casas, se entra en el barrio de Temple—indicó mamá apartándome los cabellos de la cara.

Miré hacia el estrecho pasaje peatonal que me señalaba. No recordaba haber pasado nunca por allí.

Supongo que mamá vio mi cara de desconcierto, porque me preguntó:

—¿No has estado nunca con la escuela en Temple? La iglesia y los jardines son realmente preciosos para visitar. Y Fountain´s Court. Para mí, la fuente más bonita de toda la ciudad.

La miré furiosa. ¿Ahora se había convertido de pronto en una guía turística?

—Ven, tenemos que pasar al otro lado de la calle—me indicó, y me cogió de la mano.

Seguimos a un grupo de turistas japoneses que llevaban todos unos enormes planos desplegados ante sí.

Por detrás de la hilera de casas se entraba en un mundo completamente distinto. La frenética agitación del Strand y Fleet Street había quedado atrás. Allí, entre los majestuosos edificios de una belleza atemporal que se alineaban ininterrumpidamente, todo era paz y tranquilidad.

Señalé a los turistas.

—¿Qué buscan aquí? ¿La fuente más bonita de toda la ciudad?

—Van a ver la Temple Church—respondió mi madre sin inmutarse ante mi tono irritado—. Una iglesia muy antigua, plagada de leyendas y mitos. A los japoneses les encantan estas cosas. Además, en Middle Temple May se estrenó Como gustéis, de Shakespeare.

Seguimos un rato a los japoneses y luego doblamos a la izquierda y avanzamos por un camino empedrado entre las casas a lo largo de varias manzanas. La atmósfera era casi bucólica: los pájaros cantaban, las abejas zumbaban en los exuberantes macizos de flores e incluso el aire sabía a fresco y a limpio.

En los portales había placas de latón que llevaban grabadas largas hileras de nombres.

—Son todos abogados. Profesores del Instituto de Jurisprudencia—afirmó mamá—. No quiero ni pensar lo que debe de costar alquilar un despacho aquí.

—Yo tampoco—convine ofendida.

¡Como si no hubiera cosas más importantes de que hablar!

Se detuvo en el siguiente portal.

—Ya hemos llegado —dijo.

Era una casa sencilla, que, a pesar de su impecable fachada y de los marcos recién pintados de las ventanas, parecía muy vieja. Mis ojos buscaron los nombres en la placa de latón, pero mamá me empujó enseguida a través de la puerta abierta y me guió escaleras arriba hasta el primer piso. Dos mujeres jóvenes se cruzaron con nosotras y nos saludaron amablemente al pasar.

—¿Dónde estamos?

Mamá no respondió. Pulsó un timbre, se arregló la chaqueta y se apartó el pelo de la cara.

—No tengas miedo, cariño—susurró, pero no supe si estaba hablando conmigo o consigo misma.

La puerta se abrió con un chirrido y entramos en una habitación clara que parecía un despacho normal y corriente. Archivadores, escritorio, teléfono, aparato de fax, ordenador…, ni siquiera la mujer rubia de mediana edad que estaba sentada detrás del escritorio tenía un aspecto extraño. Solo sus gafas, negras como el carbón y tan anchas que le tapaban media cara, eran un poco inquietantes.

—¿Qué puedo hacer por ustedes? —preguntó—. Oh, usted es… ¿Miss… mistress Montrose?

—Shepherd—la corrigió mamá—. Ya no llevo mi nombre de soltera. Me casé.

—Oh, sí, claro. —La mujer sonrió—. Pero no ha cambiado nada. La reconocería en cualquier sitio por sus cabellos. —Su mirada se deslizó sobre mí—. ¿Esta es su hija? Pero ella ha salido a su padre, ¿no es verdad? ¿Cómo está…?

Mamá la cortó.

—Mistress Jenkins, debo hablar urgentemente con mi madre y con mister De Villiers.

—Oh, me temo que su madre y mister De Villiers están reunidos—dijo mistress Jenkins esbozando una sonrisa de disculpa—. Tendrá que…

De nuevo mamá la interrumpió.

—Me gustaría asistir a esa reunión.

—Bien… es que… Ya sabe que eso no es posible.

—Entonces hágalo posible. Dígales que les traigo a Rubí.

—¿Cómo dice? Pero si…

Mistress Jenkins primero miró a mamá y luego a mí con los ojos abiertos de par en par.

—Haga sencillamente lo que le he dicho.

La voz de mi madre nunca había sonado tan firme.

Mistress Jenkins se levantó, salió de detrás del escritorio y me miró de arriba abajo. Me sentía francamente incómoda con mi espantoso uniforme escolar. No me había lavado el pelo, sino que me lo había recogido simplemente con una goma en una coleta. Y tampoco iba maquillada. (Realmente era un bicho raro.)

—¿Está segura de eso?

—Claro que estoy segura. ¿Cree que me permitiría bromear con este asunto? Dese prisa, por favor, tal vez no dispongamos de mucho tiempo.

—Por favor, esperen aquí.

Mistress Jenkins dio media vuelta y desapareció por una puerta ancha entre dos estanterías llenas de archivadores.

—¿”Rubí”? —repetí yo.

—Sí —dijo mamá—. Cada uno de los doce viajeros del tiempo está relacionado con una piedra preciosa. Y tú eres rubí.

—¿De dónde has sacado eso?

—“Ópalo y Ámbar forman el primer par, Ágata canta en si, del loba el avatar, dueto —
¡Solutio!
— con Aguamarina. Siguen poderosas la Esmeralda y la Citrina, los gemelos Cornalina en Escorpión, y Jade, el número ocho, digestión. En mi mayor: negra Turmalina, Zafiro en fa se ilumina. Y casi al mismo tiempo el Diamante, once y siete, del León rampante. ¡
Projectio
llega! Fluye el tiempo, y Rubí constituye el final y el comienzo.” —Mamá me miró con una sonrisa más bien triste—. Aún me lo sé de memoria.

Por alguna razón, durante su recitado, se me había puesto la carne de gallina. Sus palabras no me habían parecido tanto una poesía como un conjuro, algo que las brujas malvadas murmuraban en las películas mientras dan vueltas con una cuchara a una olla llena de vapores verdosos.

—¿Qué se supone que significa?

—No son más que unos pareados compuestos por viejos aficionados a los misterios para hacer aún más complicadas cosas que ya son complicadas de por sí—explicó mamá—. Doce cifras, doce viajeros del tiempo, doce piedras preciosas, doce notas, doce ascendentes, doce pasos para la fabricación de la piedra filosofal…

—¿Qué es la piedra filosofal…?

Me detuve y lancé un profundo suspiro, cansada de hacer preguntas que solo me hacían sentir un poco más ignorante y confundida con cada respuesta que recibía.

De todos modos, mamá tampoco parecía tener muchas ganas de responder, visto que miraba por la ventana.

—Aquí no ha cambiado nada—señaló—. Es como si el tiempo se hubiera detenido.

—¿Venías a menudo a este sitio?

—Mi padre me traía a veces —dijo mamá—. En este aspecto era un poco más generoso que mi madre, así como también en lo tocante a los misterios. De niña me gustaba mucho venir aquí. Y luego, cuando Lucy…

Suspiró. Me debatí un rato, pensando en si debía seguir preguntando o no, pero al final la curiosidad pudo conmigo:

—La tía abuela Maddy me ha dicho que Lucy también es una viajera del tiempo; ¿por eso se fue de casa?

—Sí—contestó mamá.

—¿Y adónde se marchó?

—Nadie lo sabe.

Mamá volvió a pasarse la mano por el pelo. Era evidente que estaba muy excitada. Nunca antes la había visto tan nerviosa, y si yo misma no me hubiera sentido tan furiosa, me habría dado pena.

Callamos durante un rato, y mamá volvió a mirar por la ventana.

—De modo que soy un rubí—dije finalmente—. Son rojos, ¿verdad?

Mamá asintió.

—Y Charlotte, ¿qué clase de piedra es?

—Ninguna—respondió mamá.

—Oye, mamá, ¿no tendré una hermana gemela de la que hayas olvidado hablarme?

Mamá se volvió hacia mí y sonrió.

—No, no tienes ninguna hermana gemela, cariño.

—¿Estás segura?

—Sí, estoy completamente segura. Yo estaba presente en tu nacimiento, ¿sabes?

Oímos un ruido de pasos que se acercaban rápidamente. Mamá se puso rígida y respiró hondo. Acompañada por la recepcionista de las gafas, la tía Glenda entró por la puerta seguida de un anciano pequeño y calvo.

Mi tía parecía furiosa.

—¡Grace! Mistress Jenkins afirma que has dicho…

—Es cierto—repuso mamá—. Y no tengo ningunas ganas de malgastar el tiempo de Gwendolyn convenciéndote precisamente a ti de la verdad. Quiero ver enseguida a mister De Villiers. Gwendolyn debe ser registrada en el cronógrafo.

—¡Pero esto es totalmente… ridículo! —casi gritó la tía Glenda—. Charlotte va a…

—Aún no ha saltado, ¿no es verdad? —Mamá se volvió hacia el gordito de la calva—. Lo lamento, sé que le conozco, pero en este momento no recuerdo su nombre…

—George—señaló el hombrecillo—. Thomas George. Y usted es la hija menor de lady Arista, Grace. La recuerdo bien.

—Mister George—convino mamá—. Claro. Nos visitó en Dirham después del nacimiento de Gwendolyn, yo también le recuerdo. Esta es Gwendolyn. Es el rubí que les falta.

—¡Eso es imposible! —chilló la tía Glenda—. ¡Es totalmente imposible! La fecha de nacimiento de Gwendolyn no encaja. Y, de todos modos, vino al mundo dos meses antes de lo previsto. Una sietemesina poco desarrollada. No tiene más que mirarla.

Eso hizo mister George, que me observó con sus afables ojos de color azul claro. Yo le devolví la mirada, tratando de mostrarme lo más relajada posible y procurando ocultar mi malestar. ¡Una sietemesina poco desarrollada! ¡La tía Glenda estaba mal de la cabeza! Yo medía casi un metro setenta y tenía una talla de sujetador B con tendencia a pasar a la C.

—Ayer saltó por primera vez—informó mamá—. Lo único que quiero es que no le pase nada. Con cada salto incontrolado aumenta el riesgo.

La tía Glenda rió burlonamente.

—Eso no hay quien se lo crea. Es uno más de sus patéticos intentos por convertirse en el centro de atención.

—¡Cierra el pico, Glenda! ¡Nada me haría más feliz que mantenerme alejada de todo esto y dejar que tu Charlotte desempeñara el desagradecido papel de objeto de investigación de pseudocientíficos obsesionados con el esoterismo y fanáticos manipuladores de secretos! ¡Pero no es Charlotte la que ha heredado el maldito gen, sino Gwendolyn!

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