Saga Vanir - El libro de Jade (9 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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No, eso no. Fingiría que dormía, por si acaso. Era mejor cerrar los ojos que verles las caras. Todavía esperaba que esos seres demostraran algo de compasión. Si luchaban por los suyos, y vengaban a los que habían matado, eso significaba que tenían corazón, ¿verdad?

Y si tenían corazón, todavía había esperanza para ella. O tal vez no. Cuando llegaron a Inglaterra, dos Cayenne como los que había visto en Barcelona les esperaban en el aeropuerto. Entraron en los coches y se dirigieron a algún lugar en particular. Intentando averiguar dónde se encontraban, Eileen pudo leer un cartel que ponía West Midlands, luego otro que indicaba Birmingham y el último que pudo leer, Dudley. Si fueron más lejos de allí ya no lo supo, porque dio una cabezada. Los ojos empezaban a cerrársele, ignorando sus esfuerzos por mantenerlos abiertos.

El coche paró en seco. Ella miró hacia atrás y vio las luces del otro Cayenne que se apagaban, al igual que ambos motores.

Dios mío. Ya había llegado.

Quiso parecer serena y digna, pero no pudo. Cuando Caleb la sacó del coche, sus rodillas parecían gelatina y no podía andar. Tiritaba sin control y seguramente tendría muy mal aspecto. Él la miró de arriba abajo, despreciando cada centímetro de su cuerpo.

—Vamos.

La tomó del codo y empezaron a andar.

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Los alrededores eran tan oscuros... Sin embargo, sabía que donde estaba había mucha
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vegetación. Lo sabía porque olía igual que su jardín cuando estaba húmedo después de regarlo. Se
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acongojó al recordar su casa. ¿Y Brave? ¿Estaría bien? Alguien tenía que cuidarlo. No tenía más de
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tres meses, todavía era un cachorro, su cachorro.

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La llevaron por unas escaleras que descendían a unos túneles subterráneos. Eileen no podía ver
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nada, pero ellos parecían tener visión nocturna o a lo mejor se dejaban guiar por el sonido como
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los murciélagos. No se imaginaba a ninguno de ellos convirtiéndose en un murciélago.
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Abrieron una puerta y se hizo la luz. Ante ellos aparecieron un montón de pasadizos con las
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paredes de piedra y con símbolos grabados en ellas con una belleza inusual y mística. Los techos

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tenían cornisas de oro macizo, con cenefas e incrustaciones de piedras preciosas. El suelo era de
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mármol, un mármol claro y pulido, que hacía sonar los tacones de las botas militares, que sólo
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ellos llevaban, con gran elegancia.

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Eileen miró hacia abajo. Sus pies seguían descalzos y con rasguños. Puede que se cortara con el asfalto o que alguna piedra se le clavara en la planta del pie. Se adentraron por un pasillo más ancho y largo que los anteriores. Al final del pasillo había una puerta de madera de roble con las empuñaduras de oro en forma de garras. Caleb puso la mano sobre la empuñadura, no sin antes darle una última mirada a Eileen. Ella agachó la cabeza, no quería mirarlo. Caleb abrió la puerta y apareció el lujo. Era un salón circular tan grande que de pie podrían caber hasta dos mil personas. Algo impensable de encontrar en un subterráneo. Sin embargo, aquel lugar era bonito y fastuoso, aunque Eileen pensaba que lo que sobraban eran los seres góticos que había en ella. En el centro del salón, se encontraban seis butacas elegantes y grandes con motivos celtas. En ellas estaban sentados cuatro hombres y dos mujeres, vestidos con capuchas y sotanas púrpuras, y alrededor una gran multitud de gente con copas de cristal de bohemia en las manos. Eileen advirtió que eran copas vacías.

Los hombres que allí se encontraban eran grandes y robustos. Peligrosos y amenazadores. Fríos e... irresistiblemente hermosos, pensó Eileen. Y todos, sin excepción, la miraban a ella con ojos hambrientos.

Las mujeres eran elegantes y de belleza etérea. Parecían diosas. Eran tan guapas... De igual modo la miraban a ella. Con curiosidad, sí, pero con hambre y odio también. En el salón sólo había silencio. Toda la atención recaía sobre ella, y ella hacía lo posible por no echarse a llorar.

Samael la empujó y cayó de rodillas sobre el círculo con un pentágono dentro que había dibujado en oro grabado sobre el suelo. ¿Acaso no era eso el símbolo de la brujería y de la magia?

Delante de ella las seis butacas que dibujaban un semicírculo a su alrededor. Eileen miró hacia atrás con el gesto furioso e irritado. Estaba harta de que aquellos cerdos la maltrataran así. Caleb la miró desde lo alto con gesto impasible.

—¿Dónde está su padre? —preguntó uno de los encapuchados. A tenor de la voz varonil que había mostrado, era un hombre.

—Baja en la operación,
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Gwyn —contestó Caleb.

—¿Baja?

—Samael perdió los estribos —contestó mirándolo de reojo. Cahal y Menw asintieron para apoyar a Caleb.

—¿Samael? —el hombre sacó una mano robusta para invitarle a que se explicara. —Explícate.

Eileen miró a los seis en una ojeada relámpago. No se les veía el rostro a ninguno de ellos, sólo
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los labios, sensuales tanto los de las mujeres como los de los hombres.
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—Thor era mi hermano, Rix —explicó Samael. —Sabes tan bien como yo qué tipo de
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procedimientos utilizan los humanos cazadores contra nosotros —lo explicaba con gesto
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indiferente como si realmente no le importara lo que dijeran los demás. —No me merecía
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compasión ninguna. Y cuando lo tuve en mis manos... lo maté.

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—Hum... pero no podías matarlo—contestó la mujer que había al lado del que había hablado.
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—¿Debemos entender que desobedeciste las órdenes de Caleb por voluntad propia?

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Samael pareció incómodo ante la acusación.

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—No fue por voluntad propia,
Maru
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Beatha.

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Rix: en celta gaélico significa 'rey'.

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Maru: en el idioma celta significaba grande. Delante de nombres propios y sustantivos daba a entender la grandeza y
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la majestuosidad de una persona o cosa.

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—¿Ah, no? —insistió ella. —Entonces lo que quieres decir es que no estuviste a la altura de las circunstancias. ¿Es eso? Tropezaste y sin querer le clavaste los colmillos. Ante el tono recriminatorio que Beatha estaba utilizando con Samael, era evidente que no esperaba contestación, sino asentimiento y silencio por parte de él. Samael apretó los dientes y asintió con la cabeza dejando que su pelo le cubriera cara. Eileen estaba convencida de que no se sentía avergonzado, pero necesitaba una excusa para mirar a esa mujer con todo el odio que parecía sentir en ese momento y su pelo lo cubriría bien. Por lo visto Samael era un hombre que no soportaba las órdenes.

—¿Estás arrepentido, Samael? —volvió a preguntar ella.

—No, no lo estoy, y creo que de tener la oportunidad de nuevo, lo volvería a hacer, Maru.

—Es una falta de respeto hacia nosotros, hacia Caleb. Llevaba tiempo estudiando cómo proceder en esta operación. Nos encargaremos de ti más tarde, Samael. Serás encerrado en la habitación del hambre —sentenció Beatha. —Sabes cómo se pagan los actos de indisciplina. No lo vamos a pasar por alto.

Samael asintió solemnemente.

—Caleb —prosiguió Gwyn. —¿Esta es la asesina?

Eileen no podía verle la cara, pero sentía el poder de la mirada de ese hombre sobre su persona.

—Así es, Rix —contestó él con frialdad.

—¿Has entrado en su mente? ¿Es realmente un ser sin escrúpulos? Caleb alzó la barbilla y asintió con la cabeza.

—Lo es, no tengo ninguna duda, pero todavía no me lo ha mostrado, Rix Gwyn. Mikhail la ha educado muy bien. Está mentalmente adiestrada y no permite que se metan en su cabeza.

—Pediste ante el Consejo
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que tú y Samael —añadió Beatha, —por haber estado íntimamente ligados a Thor, fuerais los únicos responsables de la captura de estos dos individuos.

¿Debo de entender que a ti también se te fue de las manos? ¿Acaso no controlaste la operación?

Sólo has vuelto con uno de ellos.

Eileen sonrió ante el tono autoritario e inflexible de aquella misteriosa mujer. ¿La matarían si dijese que el despiste de Caleb con Samael se debía a que él se entretuvo demasiado con ella toqueteándola y asustándola en su habitación? ¿O si lo decía arrancarían todos en aplausos sonoros y humillantes tratándolo a él como un héroe?

Caleb miró el cuerpo magullado de Eileen y se reprochó a sí mismo el tiempo que había perdido

con ella en la planta de arriba. Pero, es que sencillamente no lo había podido evitar. Su cuerpo lo
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llamaba como el imán al metal.

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—Bien —prosiguió la mujer ante su silencio. —¿Crees que todavía puedes hacerte cargo de
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ella? ¿Crees que realmente nos puede ser útil para nuestras investigaciones y para desarmar a la
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sociedad de cazadores?

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—Creo que hasta que no la doblegue, no podré sacar nada más de ella. Pero sí que nos es útil, y
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mucho. Ella tiene toda la agenda de contactos de su padre, sabe todos los procedimientos que
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siguen. Una vez tengamos localizados a todos los implicados, sólo nos hará falta desplegarnos para
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dar con ellos y detenerlos.

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—Pero todos podemos beber de ella y descubrir qué es lo que nos oculta y qué sabe. ¿No es
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así? —preguntó Samael mirándolo a él de reojo.

tinel

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Wicca: palabra celta que da nombre a la tradición británica neo-pagana de magia y brujería.
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Caleb lo desafió con la mirada. Samael no podía tocar un sólo pelo de Eileen, la mataría. Ese vanir estaba fuera de control por su afán de venganza. ¿Estaría él igual respecto a Eileen?

¿Perdería el control cuando estuviera con ella? Nada más de pensar lo que iba a disfrutar de su cuerpo se ponía tieso de nuevo.

—Samael —dijo Gwyn. —Tú has desobedecido el código de conducta vanir. Tu opinión ahora no cuenta.

Caleb sonrió para sus adentros. Jódete, cabrón.

—Jódete, cabrón —dijo Eileen entre dientes.

Los seis se irguieron a la vez en sus sillas al oír la contestación de Eileen. A Samael la sangre se le fue a los ojos y enrojecieron por completo.

—Tranquilo, Samael —dijo Caleb deteniéndolo con una mano. ¿Le habría leído el pensamiento?

Curvó los labios en una media sonrisa. —La humana tiene la lengua muy larga... —explicó al Consejo con gesto nervioso. No tenía porqué justificarla, pero lo estaba haciendo.

—Ya lo vemos —observó Rix Gwyn. —Y cuéntanos, Caleb, ¿cómo la castigarás?

—Para una humana como ella —explicó Caleb con tono afilado y despótico, —el convertirse en lo que ha odiado y ha ayudado a exterminar hasta ahora será el primer golpe. Puesto que sus barreras están bien ancladas, necesito que parte de esa energía en mantenerlas se disperse. Los miembros de la sala seguían con expectación la explicación de Caleb.

—La tomaré como mi concubina.

La multitud allí reunida se echó a reír y a aplaudir.

—Vaya, Eileen —dijo la mujer llamada Beatha. —Eso sí que tiene que dolerte, ¿no? Acostarte con tu peor enemigo, convertirte en su igual y para colmo traicionar a los tuyos. Yo no lo podría soportar —dijo con sinceridad. —Pero creo que a ninguna de las mujeres aquí reunidas nos das pena.

Eileen alzó la mirada hacia ella con sus ojos azules y grises desafiantes.

—Concubina... —dijo Gwyn meditativo.

—Es una mujer orgullosa, Rix. Eso la humillará lo suficiente y me servirá para reducir sus defensas mentales —aclaró Caleb. —Quiero saber qué piensan de nosotros, no sólo lo que ha hecho. Con la sangre, sólo puedo descubrir sus acciones. Con su mente: sus patrones, sus ideales, sus futuras acciones como organización.

—¿Y luego? —preguntó Beatha todavía mirando a Eileen. —¿Qué harás con ella cuando ya no te sirva?

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—Bueno —contestó él con franqueza encogiéndose de hombros. —Es una puta, las putas
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siempre nos sirven, ¿no? No veo por qué tendríamos que matarla.
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Los hombres se echaron a reír a carcajadas.

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Eileen lo miró de reojo y supo que, aunque Caleb la había protegido de los otros tres, él iba a
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ser el que le infligiría el peor de los castigos. Todavía no entendía por qué, pero había visto algo

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distinto en Caleb. Distinto al menos de los otros tres. Se había equivocado.
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—Sí, déjamela a mí —gritó una voz entre la multitud.

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—O a mí —exclamó otra.

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—¿Por qué no a todos? —sugirió Caleb viendo cómo ella tensaba los músculos de su espalda.
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—Ella ha hecho mucho daño a los vanirios. Que todos los vanirios se desahoguen con ella,
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entonces. Más, yo seré el primero.

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La sala rompió en aplausos y vítores de todo tipo. Caleb parecía un héroe de verdad. Tal y como
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ella sospechaba.

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—Silencio —Beatha alzó la mano y todos obedecieron. —Eileen, ¿qué te parece lo que ha deparado para ti Caleb?

Eileen agachó la cabeza y se echó a llorar en silencio. ¿Todavía le quedaban lágrimas? Toda la gente la miraba disfrutando de verla derrotada. Ni uno compasivo. Ella alzó el mentón y dejó que todos vieran cómo las lágrimas caían por sus mejillas.

—¿Qué te parecería a ti, Beatha? —le preguntó con tanto valor que más de uno se quedó

asombrado. —Te llamas así, ¿no? —le dijo con el mismo desdén. —Lo que nos diferencia a las mujeres de los hombres es que podemos ser compasivas hasta con nuestros enemigos. Está en nuestra naturaleza. ¿No te compadeces de mí? ¿Ninguna de aquí lo hace?

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