Saga Vanir - El libro de Jade (47 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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Aileen asintió lentamente sin apartar los ojos de los de él. Caleb procedió a demostrárselo. La
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acercó a él tomándola de la cintura, se inclinó hacia delante y tomó un pezón en su boca. Lo rodeó

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con la lengua, hasta que se puso tieso. Lo chupó y de repente cerró la boca sobre él y lo succionó,
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primero suavemente y luego cada vez más fuerte, tirando de él.

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Aileen respiraba entrecortadamente, mientras lo miraba con ojos nublados de placer. Le
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parecía tierno y erótico tenerlo a él, ese macho tan fuerte y tan dominante enganchado a su
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pecho, excitándola, mamando con gentileza, como si fuera un bebé. Pero no era un bebé, era un
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hombre y la estaba seduciendo.

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Deslizó sus brazos por el cuello de él y entrelazó sus dedos en su cabello, primero
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sosteniéndolo, controlándolo, y luego atrayéndolo hasta ella para que tomara todo lo que quisiera
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y más. Le gustaba el pelo de Caleb, le gustaba tenerlo sólo para ella, ser la única que pudiera
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acariciarlo. Se sorprendió al sentirse tan posesiva respecto a él, pero lo aceptó y gruñó de placer.
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No iba a pelear más contra lo que el vanirio tan repentinamente amoroso que tenía enganchado al
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pecho despertaba en su corazón, en su interior. Hacía unos días lo odiaba. Ahora lo necesitaba como el aire para respirar.

Caleb masajeaba el otro pecho con su mano. Tomando aire, apartó la mano y decidió

martirizarlo también. Lo mordió, lo lavó con su lengua hasta que el seno quedó enrojecido, hinchado y palpitante.

Caleb podía ser un tirano, un torturador, pero la tenía fundida y dócil por sus caricias. No habría cinturones ni crueldad de ningún tipo y exhaló el aire de modo tembloroso. Iba a hacer el amor con él. No era ninguna mojigata ni ninguna puritana. El destino le había traído a Caleb y ahora ella lo necesitaba con la misma ansiedad salvaje que él intentaba reprimir para no asustarla.

Caleb dejó de chuparla y alzó la mirada hacia ella. Él tenía los labios entreabiertos, y ella no se lo pensó dos veces. Lo agarró del pelo con manos temblorosas, se inclinó y deslizó la lengua entre ellos, hasta que tocó la de Caleb.

Él clavó los dedos en su tierna carne y dejó que Aileen procediera a su invasión. Él le acarició y le apretó las nalgas y ella intensificó el beso soltando un tímido gemido, adentrando más la lengua.

Esa era la señal que esperaba de ella. Caleb la alzó como si no pesara menos que una niña y la sentó a horcajadas sobre él. Las rodillas clavadas en la cama, a cada lado de sus caderas. Él tomó el mando del beso con la voracidad de un lobo.

Ella se apartó, miró hacia sus cuerpos y se encontró abierta para él. Sus nalgas presionaban su erección y él le acariciaba el trasero, y la miraba divertido. Caleb no dejó que ella se distrajera. Posó sus labios sobre los de ella y la besó tiernamente mientras le acariciaba la espalda. No paró

de besarla hasta que se convirtió en gelatina líquida.

Aileen lo tenía cogido del cabello, y estaba sentada sobre él, completamente abierta y a su disposición.

—Quiero hacerte el amor —dijo él sobre su boca. Lamió su labio inferior con candencia y pericia infinitas. —Quiero meterme dentro de ti.

Aileen lo miró a los ojos con su mirada lila turbada de deseo, mientras asimilaba las palabras de él. Luego miró su boca, se pasó la lengua por el labio inferior y lo volvió a besar, pero esta vez jugando con él. Avanzando y retrocediendo, hasta que Caleb se cansó y la saqueó. Se hizo dueño de su boca, de todo su cuerpo y de su voluntad. Aileen se apartó para volver a coger aire y entre bocanadas susurró:

—Entonces, quítate los pantalones.

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Caleb le besó y le mordisqueó el cuello. Sonrió triunfante. —¿Tú también quieres que te haga el
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amor, Aileen? —preguntó mientras lamía el lóbulo de su oreja.

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—Ah... sí... —respondió ella tiritando del estremecimiento.

orbi

—¿Ya no me tienes miedo, entonces?

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—Me da miedo... lo que despiertas en mí. Todo esto es nuevo para mí, Caleb.

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Caleb tocó sus pechos y los sopesó, los masajeó, los juntó mientras los observaba con su mirada
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hambrienta.

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—Para mí también lo es. Todo lo que siento es completamente nuevo.
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Aileen le aguantó la mirada. Tenía los ojos lilas más claros que nunca, la melena negra

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desparramada por sus hombros y su espalda, los colmillos puntiagudos asomaban entre sus labios
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semi-abiertos, estaba desnuda y estaba deseosa de, nunca mejor dicho, hincarle el diente.
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—Tómame, Caleb. Haz lo que sea que tengas que hacer conmigo, pero hazlo ya porque me voy a morir si no haces algo. Me... me duele todo el cuerpo

—no dejó de mirarlo mientras le ordenaba como una auténtica vaniria habla a su pareja. Caleb sintió que su erección crecía y palpitaba a punto de eclosionar. Se levantó con ella en brazos y con una mano se arrancó el pantalón. No llevaba calzoncillos, así que su pene salió

disparado hasta su ombligo.

Aileen notó la punta del glande que acariciaba su carne trémula y húmeda y se estremeció. Caleb volvió a sentarse.

—Rodéame con tus piernas —susurró contra su hombro y lo mordisqueó. Aileen obedeció y miró hacia abajo. Su pubis acunaba el miembro de Caleb. Era tal y como lo recordaba. Grande, grueso y largo. Totalmente amenazador.

Caleb no permitió que pensara en si le haría daño o no. La besó de nuevo, tan profundamente que no hubo ningún rincón de su húmeda cavidad que su lengua no rozara ni acariciara. Aileen le clavó los dedos en los hombros, y lejos de amilanarse, lo besó con la misma hambre, con vehemencia, restregándose contra él y volviendo a entrelazar sus dedos entre su cabello negro y abundante. Era excitante estar con un hombre de pelo largo y agarrarse a su cabellera mientras se abrazaban y se besaban. Deseaba tanto que Caleb calmara el dolor que sentía en su vientre, en su entrepierna.

—Dime dónde te duele —exigió saber él contra su boca. Aileen lamió sus labios mientras hablaba, pero no le contestó. —¿Te duele aquí? —deslizó sus dedos por la parte interna de sus muslos y acarició la entrada de su cuerpo con suavidad y ternura. Aileen dio un respingo y soltó un gemido. —¿Sí, cariño? ¿Te duele aquí? —sonrió y presionó el orificio de entrada a su cuerpo. Lo acarició haciendo círculos, y observó la reacción de Aileen, que llena de curiosidad había bajado la mirada para ver como su mano bronceada hurgaba en su intimidad. —¿Quieres que te calme un poco, verdad? —susurró contra sus labios mientras notaba en la humedad de sus dedos la disposición de su cáraid. No necesitaba contestación. —Mmm, sí... —introdujo el dedo corazón y sintió como su Aileen se abrazaba a él, a ese dedo inquisitivo. —Claro que quieres. Lo quieres tanto como yo.

Ella creyó que iba a desmayarse. Sentía el dedo de Caleb frotarse contra ella, acariciándola, estimulándola, despertando todo su cuerpo. Aileen empezó a mecerse contra su mano, bamboleando las caderas. Nunca había hecho el amor pero sabía muy bien cómo se hacía. Caleb empezó a acariciar su clítoris con el pulgar, mientras introducía más profundamente el dedo en su interior. Aileen no podía detener sus movimientos, ardía y palpitaba contra su mano y le encantaba lo que le estaba haciendo. De repente sintió otra nueva presión y supo que Caleb
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estaba deslizando otro dedo en su interior. Dos. Ella sabía que la estaba dilatando para la intrusión
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más grande, pero si seguía así no iba a poder aguantarlo por mucho tiempo.
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Caleb no se detuvo ni por un instante. Seguía su ritmo implacable. La acariciaba, encendía su
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llama interior, su fuego interior, observando cada una de sus expresiones. Quería darle placer,
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mucho placer. No sólo era placer lo que deseaba de ella, sino una total aceptación. Sentía algo

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muy fuerte por Aileen, algo que nunca antes había sentido ni siquiera cuando era un mortal.
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Guiado por esa necesidad a la que no se atrevía poner nombre, arrasado por esa ansiedad de ella
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hincó los dedos más adentro. El ritmo empezó a ser más rápido y Aileen se agarró con fuerza a su
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cuello.

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—No te imaginas cuántas ganas tenía de tocarte aquí... —movió los dedos más profundamente

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— y aquí... —acarició su botón con el pulgar, mientras se inclinaba para lamer y morder su cuello
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sin llegar a hincarle los colmillos. —Mmm... estás cerca,
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—musitó deteniéndose y pasándole la lengua por la yugular. —¿A qué huelo yo para ti? —le preguntó reteniendo los dedos en un punto de su interior. Presionaba, pero no los movía.

Aileen frunció el ceño, sin creer que se detuviera, sin quererlo tampoco. Cuando Caleb percibió

su frustración se limitó a torturarla un poco, moviendo sutilmente los dedos, sacándolos casi por completo y manteniéndolos ahí, acariciándola en círculos.

—A... mango —contestó ella con las pupilas dilatadas y los ojos llenos de pasión. —No, no te detengas —lo agarró del cuello y lo abrazó. Se abrazó a él de un modo tan desesperado, que a Caleb el corazón le dio un vuelco.

—¿Ah, sí? ¿A mango? —sonrió. —Ya lo sabía. Sólo quería oírtelo decir.

—Por favor, Caleb... —restregaba sus caderas contra él, contra sus dedos, contra su erección que crecía más y más. —No puedo parar.

—Lo sé todo de ti ¿sabes? —la tomó de la cintura y la alzó, dándole un ligero beso en los labios y luego tomando un pezón con los dientes. Aileen gimió echando la cabeza hacia atrás. —Agárrate a mis hombros.

Aileen se amarró a él, sosteniéndose contra su cuerpo, mientras Caleb le acariciaba las nalgas con una mano y con la otra dirigía su pene a la entrada de ella que se veía húmeda y brillante. La instó a que descendiera, poco a poco, y la detuvo cuando el glande, rozaba los labios de su portal íntimo.

—Mírame —le ordenó suavemente. Ella obedeció, completamente dócil y vulnerable. —Mi guerrera amazona... —susurró rozando sus labios con los suyos. —Tranquila... déjame a mí, yo te guío... Sé que nunca te ha gustado ningún hombre —empujó unos centímetros el glande dentro de ella y siseó cuando sintió el calor, la humedad y la textura de Aileen. —Mmm... oh joder... qué bien me sientas. Sé que nunca te has dejado tocar por nadie —introdujo unos centímetros más de su erección, y besó sus labios con dulzura. —Sé que te gusté desde que me viste, porque... —unos centímetros más entraban en su interior y Aileen lo abrazaba como una ventosa— sólo hay... un hombre para ti,
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.

—Caleb... —gimió ella desesperada clavándole los dedos en los hombros.

—Sí, Caleb —repitió él introduciendo varios centímetros más en ella. —Ese soy yo, el único a quién perteneces. El único hombre destinado a pertenecerte —se meció un poco en su interior y sintió cómo Aileen cerraba los ojos y siseaba entre el dolor y el placer. —Yo —entró un poco más empujando con sus caderas— soy el único que puede hacerte esto, Aileen. Tu cuerpo es mío, tu mente es mía y tu corazón también lo será —de un empujón acabó ensartándola por completo.

Aileen echó la cabeza hacia atrás y lanzó un sollozo. Caleb la abrazó y la inmovilizó por las
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caderas, sintiendo como toda ella palpitaba en su interior, como sus músculos luchaban frenéticos
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por acostumbrarse a él y escuchando como su corazón latía desbocado por las sensaciones.
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Aileen lo apretaba, lo abrazaba y lo cobijaba dentro de sí, sabiendo inequívocamente que ese
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era su hogar. Agradecido por el recibimiento, acarició sus nalgas sensualmente, deslizó sus manos
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en una lánguida caricia ascendente por la espalda, el cuello y abarcó su cara con ambas manos,
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obligándola a inclinarse sobre él. Seguidamente la besó con todo el ardor del infierno y la dulzura
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del cielo.

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Ella no se había sentido así en la vida. No quería oír hablar a Caleb de posesividad y de
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pertenencia. Eso la hacía más vulnerable ante él y ella intentaba conocer el placer físico y sexual
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Álainn: significa 'bella'.

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Carbaidh: significa 'caramelo'.

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con Caleb, no estaba preparada para nada más. Pero Caleb era un carroñero emocional. Iba a por todas, iba a marcarla como sólo un vanirio podía marcar a su hembra, iba a poseerla a través del sexo. Y ella tenía miedo.

Aileen le devolvió el beso con el mismo anhelo volcánico, pero Caleb se apartó entre gemidos.

—¿Te hago daño? —preguntó él rozándole la mejilla con la nariz.

—No... —Aileen se apoyó en sus anchos hombros para acomodarse y deslizó las manos por su musculoso pecho. —Es sólo que... eres... eres muy grande, Caleb —murmuró mirándole directamente a los ojos.

Aileen sintió como el vanirio se enorgullecía de sus palabras. Sí, Caleb deseaba oír eso de su boca. Él pasó su lengua por el labio inferior de Aileen y luego lo mordió ligeramente para seguir acariciándolo.

—Pero encajo en ti perfectamente —susurró con la voz grave. Deslizó sus manos de nuevo acariciando todo su cuerpo y las dejó en sus nalgas, apretándolas ligeramente y acercándola más a él. Se movió delicadamente para que ella notara hasta donde estaba encajado y cómo la colmaba.

—Sí... encajas —susurró ella entrecortadamente.

—Estás preparada, Aileen? —dijo con la voz enronquecida por el deseo. —Vamos a arder juntos, Carbaidh.

Sin previo aviso, la tomó de las nalgas y la levantó deslizando su erección hacia fuera y luego volviendo a penetrarla con más fuerza. Aileen se mordió el labio y reprimió un grito. Caleb, la volvió a penetrar más profundamente, deslizando su barra ardiente a través de su conducto tan apretado. El placer que sentía era indescriptible, imposible de sentir con alguien. Todo él dependía de ella, y ella dependía de él. No había dolor, ni insultos ni juegos de poder. Caleb era muy grande y estaba dentro de ella devastando con sus movimientos, activando con su roce cada una de las partes sensibles de su interior y ella se sentía bien con él. El cuerpo tembloroso de Aileen empezó a reaccionar y sus caderas emprendieron la carrera hacia el éxtasis. Lo cabalgó con pasión, juntando su frente a la de él, dejando que Caleb hiciera lo que quisiese, manteniéndolo dentro de ella. Un profundo estremecimiento recorrió su interior y traspasó parte de su coraza. Caleb lo estaba haciendo, se estaba apoderando de ella. Lo sentía por todas partes, sus manos fuertes no la soltaban pero él estaba dentro de todo su cuerpo, en su circulación sanguínea, en su mente. Caleb seguía moviéndose con determinación, sin piedad, con la facilidad y la experiencia de quién tiene el poder y está seguro de sí mismo.

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