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Authors: Cornelia Funke

Tags: #Fantásia, #Aventuras

Sangre de tinta (31 page)

BOOK: Sangre de tinta
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—Me despido de vos, alteza —dijo Fenoglio.

—Sí, idos ya —repuso—. Mas la próxima vez que me visitéis, en lugar de hacerme preguntas sobre mi difunto marido, traedme una de las canciones que escribís para los juglares. Me entusiasman, sobre todo las del bandido que enfurece a mi padre. ¿Cómo se llama? Ah, sí, Arrendajo.

La piel de Fenoglio, tostada por el sol, palideció.

—¿Cómo… cómo se os ha ocurrido que esas canciones son mías?

La Fea rió.

—¿Oh, acaso lo habéis olvidado? Soy la hija de Cabeza de Víbora y como es lógico tengo mis espías. ¿Teméis que le revele a mi padre la identidad del autor? No os preocupéis, entre nosotros sólo hablamos lo imprescindible. Además, él está más interesado por el protagonista de las canciones que por su autor. ¡No obstante, si yo estuviera en vuestro lugar, me mantendría a este lado del bosque!

Fenoglio se inclinó con una sonrisa atormentada.

—Tomaré en consideración vuestro consejo, alteza —concluyó.

* * *

La puerta de herrajes se cerró pesadamente cuando tiró de ella al salir.

—¡Maldición! —murmuró Fenoglio—. Maldición, maldición.

—¿Qué ocurre? —Meggie lo miró, preocupada—. ¿Es por lo que ella ha dicho de Cósimo?

—¡Qué estupidez, claro que no! Si Violante sabe quién escribe las canciones de Arrendajo, también lo sabrá Cabeza de Víbora. Dispone de muchos más espías que ella. ¿Qué pasará si él no permanece mucho tiempo en su lado del bosque? Bueno, todavía es tiempo de impedirlo, Meggie —le dijo en voz queda mientras bajaban por la empinada escalera—, ya te he dicho que encontré un modelo para Arrendajo. ¿Qué te parece si intentas ainarlo? —la miró, esperanzado—. Has de saber que me gusta inspirarme para mis personajes en personas reales —susurró con aire de conspirador—. No todos los escritores lo hacen, pero he comprobado que eso les confiere más vitalidad. Expresiones del rostro, gestos, un porte determinado, la voz, quizá una marca de nacimiento o una cicatriz… Yo robo aquí y allá, y empiezan a respirar, hasta que todos los que oyen hablar o leen sobre ellos creen que son de carne y hueso. Para Arrendajo no disponía de demasiados candidatos. No podía ser ni demasiado viejo ni demasiado joven… por supuesto tampoco gordo, ni bajo, los héroes jamás son bajos, gordos o feos, quizá en la realidad, pero nunca en los cuentos… No, Arrendajo tenía que ser alto y apuesto, alguien a quien la gente amase…

Fenoglio enmudeció. Se oían unos pasos presurosos bajando por la escalera, y sobre los peldaños toscamente tallados apareció Brianna.

—Perdonad —se disculpó, mirando con aire culpable en torno suyo, como si se hubiera marchado a hurtadillas, sin el consentimiento de su señora—. Pero ese joven… ¿sabéis de quién aprendió a jugar de ese modo con el fuego? —miró a Fenoglio ansiosa por conocer la respuesta y al mismo tiempo asustada—. ¿Lo sabéis? —inquirió de nuevo—. ¿Conocéis su nombre?

—Dedo Polvoriento —respondió Meggie—. Le enseñó Dedo Polvoriento —y al pronunciar el nombre por segunda vez, comprendió a quién le recordaba el rostro de Brianna y el resplandor rojizo de su pelo.

LAS PALABRAS EQUIVOCADAS

Solamente te queda el pelo rojo

Y también mi risa desbordante.

Todo lo demás que en mí era bueno y malo,

Morirá como la hoja que flota, mustia, en el agua.

François Villon
,
La balada del pequeño Florestan

Dedo Polvoriento etaba a Furtivo del gallinero de Roxana cuando Brianna llegó cabalgando a la granja. Al verla casi se le paralizó el corazón. Con el vestido que llevaba parecía la hija de un acaudalado comerciante. ¿Desde cuándo lucían tales ropas las sirvientas? Y luego su montura… desentonaba allí con sus valiosos jaeces, la silla con herrajes de oro y el pelo negro como la pez, que brillaba tanto como si tres mozos de cuadra se ocuparan todo el día de cepillarlo. El soldado que la acompañaba vestía los colores del Príncipe Orondo y observaba hierático la sencilla casa y los campos. Brianna, sin embargo, sólo tenía ojos para Dedo Polvoriento. Adelantó el mentón, igual que solía hacer su madre, se enderezó el prendedor del pelo… y le miró.

¡Ojalá hubiera tenido en ese momento el don de la invisibilidad! Qué hostil era su mirada, adulta y al mismo tiempo la de un niño ofendido. Se parecía tanto a su madre… El soldado la ayudó a desmontar, después dio de beber a su caballo en el pozo y se comportó como si estuviera ciego y sordo.

Roxana salió de la casa. Al parecer la visita la había sorprendido tanto como a él.

—¿Por qué no me dijiste que había vuelto? —preguntó Brianna, furiosa.

Roxana abrió la boca… y volvió a cerrarla.

«Vamos, di algo, Dedo Polvoriento.» La marta saltó de su hombro y desapareció detrás del establo.

—Yo le pedí que no lo hiciera —qué ronca sonaba su voz—. Pensé que era mejor que te lo contara yo mismo. Pero tu padre es un cobarde —añadió—. Teme a su propia hija.

Con qué furia le miraba. Igual que antaño. Pero ahora ya era demasiado mayor para pegarle.

—He visto a ese joven —reconoció ella—. Estuvo en la fiesta y hoy escupió fuego para Jacopo. Lo hacía igual que tú.

Dedo Polvoriento vio aparecer a Farid detrás de Roxana. Se quedó quieto detrás de ella, pero Jehan pasó a su lado. Tras mirar preocupado al soldado, corrió hacia su hermana.

—¿De dónde has sacado ese caballo? —preguntó.

—Me lo ha dado Violante. En agradecimiento por llevarla de noche a ver a los titiriteros.

—¿La llevas contigo? —inquirió Roxana, preocupada.

—¿Y por qué no? ¡A ella le gusta! Y el Príncipe Negro lo ha autorizado —contestó Brianna sin mirarla.

Farid caminó despacio hacia Dedo Polvoriento.

—¿Qué busca aquí? —susurró—. Es la sirvienta de la Fea.

—Y también mi hija —respondió Dedo Polvoriento.

Farid clavó sus ojos incrédulos en Brianna, pero ella no le prestaba atención. Había venido por su padre.

—¡Diez años! —exclamó con voz acusadora—. ¿Has estado diez años fuera y regresas así, por las buenas? ¡Todos dijeron que habías muerto! ¡Que Cabeza de Víbora te había dejado pudrirte en sus mazmorras! ¡Que los incendiarios te entregaron a él porque no quisiste revelarles todos tus secretos!

—Se los revelé —replicó Dedo Polvoriento con voz átona—. Casi todos.

«Y con ellos pegaron fuego a otro mundo», añadió para sí. «Otro mundo que no tenía ninguna puerta que me permitiera volver.»

—¡He soñado contigo! —Brianna alzó tanto la voz que su caballo se asustó—. ¡He soñado que los de la Hueste de Hierro te ataban a un poste y te quemaban! Podía oler el humo, oír el crepitar de las llamas y tus intentos de hablar con el fuego, pero éste no te obedecía, y las llamas te devoraban. ¡Ese sueño me ha asaltado casi todas las noches! Hasta hoy. Durante diez años me ha aterrado acostarme, y ahora te encuentro aquí, sano y salvo, ¡como si nada hubiera pasado! ¿Dónde has estado?

Dedo Polvoriento miró a Roxana… y captó la misma pregunta en sus ojos.

—No he podido regresar —repuso él—. No he podido. Por más que lo he intentado. Créeme.

Unas palabras equivocadas. Aunque fuera cien veces cierto, sonaba a mentira. Siempre lo había sabido, las palabras eran inútiles. Sí, a veces parecían maravillosas, pero en cuanto las necesitabas de verdad te dejaban en el atolladero. Nunca encontrabas las adecuadas, nunca, porque ¿dónde buscarlas? El corazón es mudo como un pez, por mucho que se esfuerce la lengua en proporcionarle una voz.

Brianna le dio la espalda y hundió el rostro en las crines de su caballo… mientras el soldado situado al lado del pozo se comportaba como si fuese invisible.

«Invisible, también a mí me gustaría serlo ahora», se dijo Dedo Polvoriento.

—¡Es la verdad! ¡No podía volver! —Farid se colocó delante de él, como si tuviera que protegerlo—. ¡No había camino! ¡Sucedió justo como él dice! Estaba en un mundo completamente distinto. Tan auténtico como éste. Hay muchos, muchísimos mundos, todos ellos diferentes, y están escritos en los libros.

Brianna se volvió hacia él.

—¿Tengo pinta de cría que cree en los cuentos? —inquirió despectiva—. Antes, cuando se pasaba tanto tiempo fuera que mi madre aparecía por las mañanas con los ojos enrojecidos por el llanto, los otros juglares también me contaban historias sobre él. Que habla con las hadas, que está con los gigantes, que busca un fuego en el fondo del mar que ni el agua consiga extinguir… Entonces no creía en tales historias, pero me complacían. Ahora me disgustan. Ya no soy una niña. ¡Ayúdame a montar! —ordenó al soldado con tono áspero.

Este obedeció en silencio. Jehan miraba fijamente la espada que pendía de su cinto.

—Quédate a comer —le rogó Roxana.

Pero Brianna negó con la cabeza y volvió grupas en silencio. El soldado guiñó un ojo a Jehan, que continuaba mirando su espada embobado. Después se alejaron cabalgando en unos caballos que parecían demasiado grandes para el estrecho sendero pedregoso que conducía a la granja de Roxana.

Roxana se llevó a casa a Jehan, pero Dedo Polvoriento se quedó parado junto al establo hasta que ambos jinetes desaparecieron entre las colinas.

La voz de Farid temblaba de furia cuando rompió el silencio.

—¡Pero si es verdad que no podías volver!

—No…, pero has de reconocer que tu historia no sonaba muy verosímil.

—¡A pesar de todo, sucedió justo así!

Dedo Polvoriento, encogiéndose de hombros, miró hacia el lugar por donde había desaparecido su hija.

—A veces yo mismo creo que todo ha sido un sueño —murmuró.

Una gallina cacareó tras ellos.

—¡Maldita sea! ¿Dónde está Furtivo?

Mascullando un juramento, Dedo Polvoriento abrió la puerta del corral. Una gallina blanca salió fuera aleteando, otra yacía en medio de la paja, las plumas ensangrentadas. Al lado se acurrucaba una marta.

—¡Furtivo! —exclamó Dedo Polvoriento echando chispas—. ¡Maldita sea! ¿No te he dicho que dejes en paz a las gallinas?

La marta le miró.

Unas plumas colgaban de su hocico manchado de sangre. Se estiró, levantó su espeso rabo y, acercándose a Dedo Polvoriento, se restregó contra sus piernas igual que un gato.

—¡Acabáramos! —musitó Dedo Polvoriento—. Hola, Gwin.

Su muerte había vuelto.

NUEVOS SEÑORES

El déspota muere sonriendo,

Sabe que tras su muerte,

La arbitrariedad sólo cambia de manos,

Pues la servidumbre no tiene fin.

Heinrich Heine
,
Rey David

El Príncipe Orondo falleció apenas un día después de que Meggie visitara el castillo con Fenoglio. Murió al amanecer, y tres días más tarde, la Hueste de Hierro entró cabalgando en Umbra. A su llegada Meggie estaba en el mercado con Minerva. Tras la muerte de su suegro, Violante había mandado doblar la guardia en la puerta, pero los de la Hueste eran tan numerosos, que los guardianes los dejaron entrar en la ciudad sin oponer resistencia. Pífano cabalgaba en cabeza, la nariz de plata a modo de pico en su rostro, tan brillante, como si la hubiera sacado brillo expresamente para la ocasión. Las estrechas callejuelas resonaban con el piafar de los caballos, y en la plaza del mercado se hizo el silencio cuando los jinetes aparecieron entre las casas. El griterío de los vendedores y las voces de las mujeres que se apiñaban en torno a los puestos enmudecieron cuando Pífano refrenó su caballo y observó, disgustado, al gentío.

—¡Abrid paso! —gritó con voz extrañamente ahogada, ¿pero cómo iba a sonar en un hombre que no tenía nariz?—. ¡Paso al enviado de Cabeza de Víbora! Estamos aquí para rendir los últimos honores a vuestro príncipe muerto y rendir vasallaje a su nieto, su sucesor.

El silencio persistió, pero de repente se alzó una voz:

—El jueves es día de mercado en Umbra, así ha sido siempre, pero si los nobles caballeros desmontan, nos las arreglaremos.

Pífano buscó al hablante entre los rostros que se alzaban hacia él, pero la multitud lo ocultaba. En la plaza del mercado se oyó un murmullo de aprobación.

—¡Conque esas tenemos! —gritó Pífano en medio del barullo de voces—. ¿Creéis que hemos cabalgado atravesando el maldito bosque para desmontar aquí de nuestros caballos y abrirnos paso entre un rebaño de hediondos campesinos? El vivo al bollo y el muerto al hoyo, ¿eh?. Pero traigo novedades. Vuelve a haber un vivo en vuestra lamentable ciudad, y tiene más arrestos que el viejo.

Tras estas palabras se giró en su silla y alzó la mano con el guantelete negro haciendo una seña a sus jinetes. Después arreó su caballo hacia la multitud.

El silencio plomizo que se había depositado sobre el mercado, se desgarró como un paño y un griterío se alzó entre los edificios. Cada vez más jinetes surgían de entre las casas, acorazados como lagartos de hierro, los yelmos tan bajos sobre el rostro que apenas se veían su boca y sus ojos. Tintineaban las espuelas, grebas, petos, tan lustrosos que el eto de los rostros se reflejaba en ellos. Minerva empujó a sus hijos fuera del paso, Despina tropezó y Meggie intentó ayudarla, pero cayó golpeándose con unas coles. Un desconocido la levantó de un tirón antes de que Pífano la atropellase con su montura. Meggie oyó resoplar al caballo encima de ella, notó sus espuelas brillantes rozando sus hombros. Encontró protección tras el puesto derribado de un alfarero, aunque se cortó las manos con los fragmentos de las vasijas. Se quedó agachada temblando, entre cacharros rotos, toneles rajados y sacos reventados, contemplando indefensa cómo otros, con menos suerte, caían bajo los cascos de los caballos. Los jinetes golpearon con la rodilla a algunos o con el mango de sus lanzas. Los caballos se etaban, se encabritaban, rompiendo cántaros y cabezas.

Luego se marcharon con la misma rapidez con que habían llegado. Sólo se oía el batir de los cascos de sus caballos subiendo al galope el sendero que conducía hacia el castillo. Tras abandonar la plaza del mercado, pareció que un terrible vendaval había destrozado cántaros y huesos humanos. Cuando Meggie salió a gatas de entre los toneles se venteaba el miedo. Los campesinos recogían sus hortalizas pisoteadas, las madres enjugaban las lágrimas a sus hijos y les limpiaban la sangre de las rodillas, las mujeres se desesperaban ante los cacharros hechos añicos que habían querido comprar… y en el mercado reinó de nuevo el silencio. Y qué silencio. Las voces maldecían en bajo a los jinetes. Incluso los llantos y gemidos eran quedos. Minerva se acercó, preocupada, a Meggie, con Despina e Ivo sollozando a su lado.

BOOK: Sangre de tinta
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