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Authors: John Gardner

Tags: #Aventuras, #Policíaco

Scorpius (33 page)

BOOK: Scorpius
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No añadió que si era afortunado o, mejor aún, si los dos conseguían su propósito, pensaba actuar de manera distinta. No llamaría a la policía local, sino a un número cuyo receptor actuaría con gran celeridad. Volvió a acordarse del avión que había visto volar aquella tarde. La idea seguía fija en su mente. ¿Se trataba de un intento en aquellos momentos ya críticos para asaltar la residencia de Scorpius con armas y gases lacrimógenos? Si lograba hacerlos entrar rápidamente, los Humildes podían ser retenidos en el interior. Hubiera deseado, a ser posible, entrar a hurtadillas, en el comedor y mirar el mapa para hacerse cargo de todos los detalles que proporcionaban las titilantes lucecitas. Pero tendría que dejarlo para más tarde.

Harriett le obligó a repetir una y otra vez todo cuanto ya le había explicado, y al atardecer los dos se acercaron a la ventana para examinar el terreno que debían atravesar.

Durante el día unos guardianes que apenas se hicieron visibles les habían llevado alimentos y retirado los platos sucios. Antes de cenar, Bond se metió en el cuarto de baño y dejó chorrear el agua, con el fin de disimular ruidos extraños; abrió el compartimento secreto de la maleta y empezó a preparar las tres bombas de plástico. Se tomó todo el tiempo necesario, comprobando y volviendo a comprobar las mechas electrónicas, que fue colocando en lugares separados: una en el compartimento secreto, otra en la cartera propiamente dicha, y otra en el armarito del cuarto de baño. Sabía exactamente cuál de ellas debería colocar en las correspondientes blandas bolitas de plástico. Guardó todo lo demás y procedió a realizar el siguiente preparativo, que consistía en adaptar un gorro de ducha de los que el cuarto de baño estaba bien provisto, lo mismo que de otros objetos, todos los cuales llevaban etiquetas de los mejores hoteles del mundo. Estaba bien claro que Scorpius era un ladrón muy diestro. Cuando hubo terminado, con el gorro y un trozo de alambre había fabricado una pistolera perfectamente impermeable en la que introducir la Browning antes de lanzarse al agua.

Tras haber cenado estofado de pollo, buey a la Wellington y tarta de frambuesa, pudo observar que Harriett se estaba poniendo nerviosa. El miedo a lo desconocido que en este caso podía ser la muerte, empezaba a mostrarse en su mirada y en el modo en que paseaba de un lado a otro de la habitación. La comida fue retirada y los dos se bañaron antes de meterse en la cama. Él había decidido que se levantarían a las cuatro y media de la mañana, y en el momento de acostarse pudo notar cómo Harriett temblaba de miedo y de emoción.

—Todavía puedes volverte atrás si lo deseas —le murmuró Bond—. También sería posible salir de aquí haciendo explotar la casa, pero ese sistema es muy peligroso y yo creo sinceramente que el más practicable es el que he elegido. Las serpientes que no mueran quedarán atontadas y podremos atravesar el pantano en cuestión de segundos. No creo que nos acosen. Pero si intentamos abrirnos camino por la casa, los hombres de Scorpius nos abatirán con sus armas. Poseen movilidad y conocen el interior del edificio mucho mejor que nosotros.

—No te preocupes, James —le aseguró ella, acurrucándose contra su cuerpo—. Iré contigo y no te abandonaré. Pero ahora ámame, querido. Será el mejor reconfortante.

Antes de media noche Bond fue al cuarto de baño y sacó las tres bombas. Las llevaría puestas por orden de uso en la mano izquierda. La Browning iría en su cinto dispuesta para ser transferida cuando llegara el momento al gorro de baño que llevaba atado a la cintura. El cuchillo y otros objetos diversos quedarían distribuidos por los bolsillos.

Se volvió a la cama, pero no pudo dormir ni tampoco Harriett, de modo que hicieron el amor una vez más y luego descansaron uno en brazos de otro hasta que llegó el momento de prepararse para actuar.

Por causa de los micrófonos habían ideado un procedimiento para vestirse casi en silencio total, y hacia las cuatro y veinticinco estaban los dos junto a la ventana. Bond pasó revista uno por uno todos los movimientos. Fuera se habían apagado los focos. A exactamente las cuatro treinta hizo una señal con la cabeza. Harriett se acercó a él y le dio un último beso y un abrazo. Bond la retuvo durante un segundo y enseguida abrió la puerta vidriera.

En la penumbra, Harriett se agarró a su cinturón. Pero apenas habían dado dos pasos hacia adelante, cuando Bond tropezó de improviso con algo que parecía tan sólido como un muro de ladrillo.

Todo a su alrededor se volvió negro, pero al instante los dos quedaron vivamente iluminados y rodeados de imágenes de ellos mismos.

En una fracción de segundo, en la que había ocurrido todo aquello, Bond comprendió cómo actuaba la trampa. Al mirar desde la ventana no se distinguía nada extraño. Pero una vez en el exterior, se quedaba atrapado en un gran compartimento tan grande como un cuarto de baño, hecho enteramente de cristal y con los bordes curvados. Una vez atrapados en aquella caja, la puerta deslizante se cerraba automáticamente, al tiempo que una potente luz se encendía en la parte superior. Las desconcertantes imágenes reflejadas provenían de que el cristal había sido tratado de tal modo que al encenderse las luces las paredes se convertían en espejos casi perfectos.

¿De modo que era aquello a lo que Scorpius había aludido cuando mencionó haber añadido algunos refinamientos producto de su imaginación?

Harriett se puso a gritar histéricamente, intentando trasponer el muro de cristal.

A nivel del suelo y junto a lo que habían imaginado que era el exterior de las habitaciones se había abierto un largo enrejado. Y de él, impulsados por algún mecanismo secreto, empezaron a surgir enormes escorpiones rampantes, aterrorizados y frenéticos al ser heridos por la cruda luz de los focos.

Surgían a montones, no en decenas, sino en lo que parecía a centenares como una marea continua. Algunos parecían caer también de la parte superior de su prisión de vidrio, mientras otros intentaban trepar por el mismo. Aunque muchos alacranes se mataban entre ellos, la catarata era implacable y Bond se quedó helado de horror, mientras Harriett chillaba y se agarraba a su cuerpo como clavada al suelo, hipnotizada por aquellos horribles insectos. La piel de Bond empezó a contraerse mientras todo cuanto podían registrar sus sentidos se concentraba en aquel vasto ejército que parecía surgir de las entrañas de la tierra y cuyas largas colas curvadas mostraban su aguijón dispuestos al ataque.

Los gritos de Harriett repercutían en el interior de Bond, mezclándose el horror con una sensación de silenciosa angustia. Más por su parte, ningún grito se desplazaría de su cerebro para surgir de sus labios. Eran los alaridos que suenan en las pesadillas, en esos sueños que horripilan la piel, en los horrores y fantasías en los que seres extraños se acercan silenciosos y amenazadores con pasos ahogados, dispuestos a clavaros su veneno en el corazón.

21. Herencia mortal

Bond alargó la mano hacia su Browning al tiempo que gritaba:

—¡Cúbrete la cara!

Confiaba en que el vidrio no fuera a prueba de balas y apretó el gatillo tres veces: arriba, en medio y abajo. Era preciso actuar sin pensar en nada para salir de aquella caja de cristal, bajo la luz cegadora, rodeados de espejos mientras cientos de escorpiones duplicaban su número y lo triplicaban a cada segundo que iba transcurriendo.

—¡Vamos! —gritó—. ¡Ten ánimo! ¡Sigue el plan! Cuenta los pasos y adelante.

El cristal se había roto, dejando pasar el aire frío de la madrugada por una abertura que los dos traspusieron. Bond sintió una punzada de dolor cuando la punta de un cristal roto le rozó el hombro rasgándole la chaqueta y la camisa. Harriett iba a su lado respirando fuertemente, aferrada todavía a su cinturón.

—¡Adelante!

Empezaron a correr hacia el pantano: dieciocho, diecinueve, veinte pasos. La mano derecha de Bond tomó la primera bomba, levantó el brazo e impulsó el detonador, activando la mecha electrónica y arrojando la bomba frente a él. Dieron otros dos pasos antes de lanzar la segunda bomba, y otros dos al desprenderse de la tercera. Apenas había tocado el suelo cuando la primera, es decir, la más alejada estalló fuertemente, produciendo una nube de fuego.

Las otras dos estallaron casi simultáneamente, al tiempo que los fugitivos apresuraban el paso. Las pequeñas bombas habían sido lanzadas con pericia, practicando un paso a través del pantano. A la débil claridad reinante pudieron ver el espacio que se abría ante ellos por entre los abrasados y humeantes juncos.

—¡Más deprisa, Harriett! ¡Más deprisa!

Prosiguieron corriendo desesperadamente, chapoteando, hundiéndose y resbalando en el agua pantanosa.

Cuando llegaron a la playa, Bond oyó un grito de Harry y pudo ver como algo se deslizaba con rapidez por entre los juncos a su izquierda.

Empuñó la Browning, que anteriormente se había vuelto a poner en la cintura mientras escapaban de la trampa de los escorpiones, la levantó e hizo dos disparos en dirección al lugar donde se había producido el movimiento.

Harriett volvió a gritar:

—¡James! ¡Oh Dios mío! ¡James!

Notó cómo tiraba de él frenéticamente, pero ya estaban en la playa y no podían detenerse en modo alguno. Se metió la pistola en la bolsa impermeable que le colgaba del cinto como una mochila y tiró de Harriett con ambas manos. Ella continuaba moviendo las piernas, pero cada vez de un modo más lento y pesado.

Estaban ya casi al borde del agua cuando menudos proyectiles empezaron repentinamente a percutir sobre la arena y la espuma que se formaba frente a ellos. Luego, desde lo que parecía una gran distancia por la parte de atrás, les llegó el tableteo sordo de una metralleta que intentaba levantar un cono de fuego a su alrededor; pero se hallaba demasiado lejos para resultar efectiva.

El agua envolvía los tobillos de Bond, quien de pronto se hundió hasta las rodillas en aquel mar agitado. Se lanzó hacia adelante, pero pudo observar que Harriett no le seguía y que era preciso tirar de ella.

—¡Nada, Harriett! ¡Por lo que más quieras, hay que nadar!

Pero la joven se había convertido en un peso muerto al tiempo que emitía gemidos entrecortados que él atribuyó al considerable esfuerzo que ambos habían tenido que realizar para llegar hasta allí.

Bond siguió tirando de Harriett, agarrándola por el jersey oscuro de cuello alto que se había puesto junto con los pantalones tejanos. Igual que Bond, iba descalza. Los dos habían decidido que ello les resultaría ventajoso, durante su larga carrera hasta el mar.

Bond se volvió, asió a la fláccida joven por las axilas de modo que la nuca de ella descansara sobre su pecho, y empezó a nadar con sólo las piernas con toda la fuerza que le era posible, lanzando al aire nubecillas de espuma igual que un esquife al ser remolcado. No cesaba de hablar insistiendo en que debían realizar la hazaña juntos, sin darse cuenta de que el cuerpo de Harry le pesaba cada vez más.

El mar empezó a encresparse, por lo que conforme continuaba moviendo las piernas, de vez en cuando la cabeza le quedaba bajo el agua. En una ocasión, luego de salir de una ola soplando y escupiendo, Bond creyó oír ruido de disparos procedentes de una zona alejada de la playa y de la casa.

Cinco minutos después escuchó el ruido de un motor y se dijo: «¡Diablo! Scorpius nos hace perseguir por una embarcación». Pateó con más energía y volvió a hundirse al tiempo que movía el cuerpo hacia la derecha. Al cabo de un minuto tendría que detenerse para comprobar su dirección.

Se hundió de nuevo, volvió a emerger y gritó a Harriett:

—¡Ánimo! ¡No nos cogerán! ¡Hay que seguir adelante!

Esta vez escuchó una respuesta, pero no de la joven sino de alguien que gritaba tras su cabeza:

—¡James! Estamos aquí. No se preocupe. Continúe nadando.

Reconoció débilmente aquella voz y se volvió al tiempo que tiraba fuertemente de Harriett, manteniéndole la cabeza fuera del agua.

Un bote hinchable de grandes dimensiones se bamboleaba cerca de ellos. En la proa pudo ver a una figura en cuclillas con una metralleta apoyada sobre la borda. Había otra figura detrás de la primera, mientras en la popa un hombre gritaba:

—¡James, quédese donde está! Le vamos a recoger.

El bote hinchable maniobró para acercarse más y David Wolkovsky le tendió una mano.

—¡Cielos, James! ¿Quería que nos mataran a todos?

—Pero ¿co… cómo? —balbució Bond, escupiendo más agua.

Los miembros le pesaban. Se oyó a sí mismo decir que sacaran a Harriett primero. Luego, por un instante, la fatiga le dominó y sólo tuvo la noción de una fría oscuridad.

Todo aquello quizás había durado unos segundos. Cuando se hizo de nuevo la luz para él estaba tendido en el fondo del bote, temblando, envuelto en una manta. Wolkovsky se inclinaba un poco y pudo notar el calor ardiente del áspero licor conforme el hombre de la CIA le iba vertiendo coñac en la boca.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Bond, intentando incorporarse.

Pero David Wolkovsky le empujó suavemente de nuevo hacia abajo. Por unos segundos volvió a experimentar sus antiguos temores. No había confiado en Wolkovsky, sobre todo después de haberle visto en el vuelo de la Piedmont.

—¡Cállese, James! Procure calentarse y tranquilizarse. Si le hubieran retenido en la casa, habríamos entrado a rescatarle.

—¿Qué dice que habían hecho?

—Ayer montamos una operación contra Scorpius.

El mar, el viento y el motor del bote producían un ruido que le impedía oír con claridad. Bond se incorporó un poco intentando sentarse con el fin de escuchar las palabras de Wolkovsky.

—¿Cómo? —preguntó tosiendo, carraspeando y tragando el aire con fuerza.

—Cuando desapareció en el interior de Ten Pines con ese individuo del SAS efectuamos un reconocimiento y formulamos unas cuantas preguntas. Luego hablamos con M y con algunos de los suyos, tres de los cuales están aquí con nuestros muchachos.

«¡Oh, cielos!», pensó Bond, recordando cómo había vacilado sobre si sería prudente esperar quizás un día más.

Wolkovsky le contó que se habían cometido otros dos atentados atroces en Inglaterra.

—Decidimos no esperar más. Así que planeamos una operación conjunta entre nosotros, el FBI y los muchachos de ustedes. Al amanecer hemos entrado en la casa en el preciso instante en que ustedes rompían el cristal de esa trampa. Ahora todo está tranquilo allí, así que me parece que regresaremos. Teníamos preparada esta embarcación en caso de que alguno de esos individuos se lanzase al mar. Hay un muelle de madera que utilizan cuando sube la marea. Sale del extremo más alejado de la casa. Y allí es a donde ahora vamos.

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