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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Se anuncia un asesinato (12 page)

BOOK: Se anuncia un asesinato
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—Cierto. ¿Alguna otra línea de investigación?

—Tiene que haber un móvil. Si hay algo de cierto en la teoría, eso significa que el asunto del viernes no fue una simple broma, ni un atraco vulgar. Se trató de un intento de asesinato a sangre fría. Alguien intentó asesinar a miss Blacklock. Pero ¿por qué? A mí me parece que, sí alguien conoce la respuesta, ese alguien ha de ser precisamente la propia miss Blacklock.

—Tengo entendido que la idea le pareció ridícula.

—Le pareció ridículo que Rudi Scherz quisiera asesinarla. Y tenía razón. Y hay otra cosa, señor.

—¿Cuál?

—Alguien podría intentarlo otra vez.

—Lo que demostraría la validez de esa teoría —dijo el jefe secamente—. Y, a propósito, cuide de miss Marple, ¿quiere?

—¿De miss Marple? ¿Por qué?

—Tengo entendido que va a instalarse en la vicaría de Chipping Cleghorn y que visitará Medenham Wells dos veces a la semana para seguir el tratamiento. Parece ser que Mrs. Cómo-se-llame es hija de una antigua amiga de miss Marple. Tiene instinto deportivo esa vieja. Bueno, supongo que lo que pasa es que no ha conocido muchas emociones durante su vida y que husmear en busca de posibles asesinos la divierte.

—¡Ojalá no viniera! —exclamó Craddock muy serio.

—¿Teme que le estorbe?

—No es eso, señor. Es una viejecita muy agradable. No me gustaría que le sucediese nada, suponiendo, claro está, que haya algo de cierto en esta teoría.

Capítulo IX
 
-
Referente a una puerta
1

—Siento tener que molestarla otra vez, miss Blacklock.

—Oh, no se preocupe. Supongo que el aplazamiento de la encuesta se concedió para que usted pudiera conseguir más pruebas.

El inspector Craddock asintió.

—En primer lugar, miss Blacklock, Rudi Scherz no era hijo del dueño del
«Hotel des Alpes»
de Montreux. Parece haber iniciado su carrera como ordenanza de un hospital de Berna. Muchos de los pacientes echaron de menos pequeñas joyas. Bajo otro nombre, fue camarero en un pequeño hotel de una estación de esquí. Su especialidad allí era hacer facturas duplicadas en el restaurante, con cosas en una que no aparecían en la otra. La diferencia, claro está, iba a parar a su bolsillo. Después de eso, trabajó en unos almacenes de Zurich. Las pérdidas en estos almacenes como consecuencia de las actividades de los rateros subieron por encima de la media mientras Rudi estuvo en su empleo. Parece probable que no todos los robos fueran cometidos por los compradores.

—¡Un vulgar ladronzuelo! —dijo miss Blacklock secamente—. Así pues, ¿tenía yo razón al creer que nunca le había visto?

—Tenía usted toda la razón del mundo. Sin duda, se la señalaron en el
«Royal Spa»
y él fingió reconocerla. La policía suiza había empezado a hacerle la vida imposible. Emigró a este país con documentación falsa y consiguió un empleo en el
«Royal Spa»
.

—Buen terreno de caza —dijo miss Blacklock—. Es un hotel muy caro y la clientela es gente de muy buena posición. Supongo que algunos son un poco descuidados en cuanto a las facturas.

—Sí —asintió Craddock—, existía la perspectiva de una buena cosecha.

Miss Blacklock había fruncido el entrecejo.

—Eso lo comprendo. Pero, ¿para qué vendría a Chipping Cleghorn? ¿Qué podía haber aquí más valioso que en el lujoso
«Royal Spa»
?

—¿Insiste usted en que no hay nada de verdadero valor en la casa?

—Sin la menor duda. Le aseguro, inspector, que no poseemos ningún Rembrandt desconocido ni nada que se le parezca.

—Entonces parece como si su amiga miss Bunner tuviese razón, ¿verdad? Vino aquí a atacarla a usted.

—¿Lo ves, Letty? ¿Qué te decía yo?

—No digas tonterías, Bunny.

—Pero... ¿es una tontería? —preguntó Craddock—. Yo creo que es verdad.

Miss Blacklock le miró fijamente.

—Vamos a ver si lo entiendo bien. ¿Usted cree de verdad que ese joven vino aquí, después de haberse asegurado por medio de un anuncio de que la mitad del pueblo estaría aquí ardiendo de curiosidad a una hora determinada?

—A lo mejor no era eso lo que quería que sucediese —le interrumpió miss Bunner con avidez—. Quizá no fue más que un terrible aviso para ti, Letty; así es como lo interpreté entonces: «Se anuncia un asesinato...». Presentí que tenía que ser algo siniestro. Si todo le hubiera salido de acuerdo con su plan, te hubiese matado y huido. ¿Y cómo hubiera sabido nadie quién era?

—Eso no deja de ser cierto —asintió miss Blacklock—, pero...

—Sabía que ese anuncio no era una broma, Letty. Lo dije. Y fíjate en Mitzi. ¡También ella estaba asustada!

—¡Ah! —dijo Craddock—. Mitzi. Quisiera saber más detalles sobre esa joven.

—Su permiso y sus papeles están en regla.

—No me cabe la menor duda —murmuró Craddock secamente—. También los documentos de Scherz parecían estar en regla.

—Pero ¿por qué había de querer asesinarme ese Rudi Scherz? ¿Por qué no intenta usted explicármelo, inspector Craddock?

—Quizás había alguien detrás de Scherz —dijo Craddock muy despacio—. ¿Ha pensado usted en eso?

Lo dijo metafóricamente, aunque le pasó por la cabeza que, si la teoría de miss Marple era correcta, también serían ciertas en un sentido literal. De todas formas, causaron muy poca impresión en miss Blacklock, que continuó dando muestras de escepticismo.

—El resultado es el mismo —dijo—. ¿Por qué habían de querer asesinarme?

—Ésa es la respuesta que necesito que me dé, miss Blacklock.

—No puedo. Así de claro. No tengo enemigos. Que yo sepa, siempre he vivido en buena armonía con mis vecinos. No conozco ningún secreto pecaminoso de nadie. ¡La idea es absurda! Y si insinúa que Mitzi tiene algo que ver en todo esto, eso también es absurdo. Como acaba de decirle miss Bunner, se llevó un susto de muerte al leer el anuncio en «The Gazette». Hasta quiso hacer el equipaje y marcharse inmediatamente de la casa.

—Puede haberse tratado de una astuta estratagema. Quizá supiera que usted iba a insistir en que se quedase.

—Naturalmente, si a usted se le ha metido eso en la cabeza, encontrará explicaciones para todo. Pero le aseguro que si Mitzi me tuviese tirria, me envenenaría la comida, pero nunca se metería en una farsa tan complicada.

»Toda esta idea es absurda. Creo que la policía tiene fobia a los extranjeros. Mitzi podrá ser una embustera, pero no es una asesina despiadada. Vaya a presionarla si quiere; pero cuando se marche indignada o se encierre en su habitación hecha una fiera, le pondré a usted a preparar la cena. Mrs. Harmon viene esta tarde a tomar el té con una señora que se aloja en su casa y yo quería que Mitzi hiciera unos pastelillos; pero supongo que usted le dará tal disgusto que será incapaz de hacerlos. ¿Por qué no se va y sospecha de otra persona?

2

Craddock fue a la cocina. Le hizo a Mitzi las mismas preguntas que ya le había hecho antes y recibió las mismas respuestas.

Sí, había cerrado con llave la puerta poco después de las cuatro. No, no lo hacía siempre así, pero aquella tarde estaba nerviosa por culpa de «aquel terrible anuncio». Era inútil cerrar la puerta lateral, porque miss Blacklock y miss Bunner salían por allí a encerrar a los patos y dar de comer a las gallinas, y Mrs. Haymes entraba por allí cuando regresaba de trabajar.

—Mrs. Haymes dice que cerró la puerta con llave cuando entró, a las cinco y media.

—¡Ah! ¿Y usted la cree? ¡Ah, sí! Usted la cree.

—¿Usted opina que no debiéramos creerla?

—¿Que importa lo que yo opine? A mí no me creerá.

—¿Por qué no lo intenta? ¿Usted cree que Mrs. Haymes no cerró esa puerta?

—Yo creo que tuvo muchísimo cuidado de no cerrarla.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Ese joven no trabajaba solo. No, sabía dónde venía, sabía que cuando llegara le habrían dejado una puerta abierta, ¡muy convenientemente abierta!

—¿Qué intenta usted decir?

—¿De qué sirve lo que yo diga? Usted no me escuchará. Usted dice que yo soy una pobre chica refugiada que dice mentiras. Usted dice que esa dama inglesa rubia, ¡oh, no!, ella no dice mentiras. Es tan inglesa, tan sincera. Así que le cree a ella y a mí no; pero yo podría decirle... ¡Ah, sí! ¡Vaya si podría!

Depositó una cazuela sobre el fuego con violencia.

Craddock no estaba muy seguro de tomar en consideración algo que tal vez era fruto del rencor.

—Tomamos nota de todo lo que nos dicen —anunció.

—Yo no le diré nada en absoluto. ¿Por qué? Todos ustedes son iguales. Persiguen y desprecian a los pobres refugiados. Si le digo a usted que una semana antes, ese joven se presentó a pedirle a miss Blacklock dinero y ella lo echó con cajas destempladas, si le digo que después le oí hablar con miss Haymes, sí, ahí fuera, en el invernadero, lo único que usted dirá es que me lo estoy inventando.

«Y, seguramente —se dijo para sí Craddock—, eso es lo que estás haciendo». Pero en voz alta añadió:

—Usted no podía oír lo que se decía en el invernadero.

—¡Ahí es donde se equivoca! —gritó Mitzi triunfal—. Salí a buscar ortigas, la ortiga es una buena verdura. Ellos no se lo creen, pero las guiso y no se lo digo. Y les oí hablar allí fuera. Él le dijo: «Pero ¿dónde puedo esconderme?». Y ella dijo: «Yo te enseñaré un sitio». Y luego dijo: «A las seis y cuarto». Y yo pensé: «¡Ah, caramba! ¡Con que así te portas tú, mi gran dama! A la vuelta del trabajo, sales a encontrarte con un hombre. Le haces entrar en la casa». A miss Blacklock, pensé, eso no le gustará. Te echará de casa. Te vigilaré y escucharé, y se lo diré a miss Blacklock. Pero ahora comprendo que me equivoqué. No era de amor de lo que hablaba con él. Preparaba un robo y un asesinato. Pero dirá usted que todo esto me lo invento yo. Usted debe pensar: a la malvada Mitzi la llevaré a la cárcel.

Craddock se quedó pensativo. Quizá se lo estuviera inventando; pero cabía la posibilidad de que no fuese así. Preguntó con cautela:

—¿Está usted segura de que era Rudi con quien hablaba?

—Claro que estoy segura. Salió y le vi tomar el camino del invernadero. Y a los pocos momentos —agregó desafiante—, salí a ver si había ortigas bien verdes y tiernas.

«¿Hay —se preguntó el inspector— ortigas verdes y tiernas en octubre?» Pero comprendió que Mitzi había tenido que inventar a toda prisa una excusa que justificara lo que, sin duda alguna, no habría sido más que simple afán de husmear.

—¿No oyó usted nada más que lo que me ha dicho?

Mitzi pareció agraviada.

—Esa miss Bunner, la de la nariz larga, me llama y me llama. ¡Mitzi! ¡Mitzi! Así que tengo que ir. Oh, ¡qué irritante es! Siempre entrometiéndose. Dice que me enseñará a guisar. ¡Los guisos de ella! Saben... ¡Sí, todo lo que ella hace sabe aguado, aguado, aguado!

—¿Por qué no me dijo usted todo esto el otro día? —preguntó Craddock con severidad.

—Porque no me acordé... no pensé. Sólo más tarde, me dije: lo preparó entonces... lo preparó con ella.

—¿Está usted completamente segura de que era Mrs. Haymes?

—Oh, sí, estoy segura. Oh, sí, estoy muy segura. Es una ladrona esa Mrs. Haymes. Una ladrona y cómplice de ladrones. Lo que recibe por trabajar en el jardín no es bastante para esa gran dama, oh, no. Ha de robarle a miss Blacklock, que ha sido bondadosa con ella. ¡Oh! ¡Es mala, mala, mala, esa mujer!

—Suponga —dijo el inspector que la observó atentamente— que alguien dijera que la había visto a usted hablar con Rudi Scherz.

La insinuación surtió menos efecto del que había esperado. Mitzi sencillamente soltó un bufido desdeñoso y echó hacia atrás la cabeza.

—Si alguien dice que me ha visto hablar con él, eso es mentira, mentira, mentira —contestó con desprecio—. Es fácil decir mentiras de una persona, pero en Inglaterra hay que demostrar que son verdad. Miss Blacklock me ha dicho eso y es verdad, ¿no? Yo no hablo con asesinos y ladrones. Y ningún policía inglés dirá que lo he hecho. ¿Y cómo voy a guisar la comida si está usted aquí hablando, hablando sin parar? Márchese de mi cocina, haga el favor. Ahora quiero hacer una salsa con mucho cuidado.

Craddock se marchó, sumiso. Las sospechas que concibiera sobre Mitzi habían perdido fuerza. Había contado lo de Phillipa Haymes con mucha convicción. Mitzi podría ser una embustera —creía que lo era— pero quizás había un fondo de verdad en aquella historia. Decidió hablar con Phillipa del asunto. Le había parecido, al interrogarla, una joven serena y bien educada. No le había inspirado la menor desconfianza. No se le había ocurrido sospechar de ella ni por un instante.

Al cruzar el pasillo, distraído, intentó abrir la puerta equivocada. Miss Bunner, que bajaba la escalera, se apresuró a señalarle su error.

—Ésa no —dijo—, no se abre. Es la siguiente a la izquierda. Vaya lío, ¿verdad? Tantas puertas.

—Sí, hay muchas —contestó Craddock, mirando arriba y abajo del angosto vestíbulo.

Miss Bunner se las enumeró amablemente.

—Primero, la puerta del guardarropa. Luego, la del armario ropero. Después, la del comedor. Todas ellas de aquel lado. Y en éste, la puerta falsa que intentaba usted abrir. Luego, la de la sala. A continuación, la del armario de la porcelana, la puerta del cuartito de las flores y, al final, la puerta que da al jardín. Es muy fácil confundirse. Sobre todo esas dos que están tan juntas. Yo me equivoco con frecuencia. Antes había una mesa colocada contra la que no se abre, pero luego la corrimos hacia la pared.

Craddock había observado, casi maquinalmente, que la puerta que había intentado abrir tenía una fina raya horizontal. Se dio cuenta ahora que señalaba el lugar donde había estado la mesa. Algo vago pareció gestarse en su cabeza.

—¿La corrieron? ¿Cuándo?

Por fortuna, para interrogar a Dora Bunner no era necesario explicar el porqué. Cualquier pregunta sobre cualquier asunto le parecía completamente natural a la charlatana miss Bunner, a quien deleitaba dar información, por muy trivial que fuese.

—Deje que piense... Hace muy poco en realidad, cosa de diez o quince días.

—¿Por qué la corrieron?

—La verdad es que no me acuerdo. Algo relacionado con las flores. Creo que Phillipa preparó un jarrón muy grande, sabe arreglar las flores muy bien, todo aquel colorido otoñal, y los tallos entrelazados; era tan grande, que se le enganchaba a una el pelo al pasar. Así que Phillipa dijo: «¿Por qué no corremos la mesa? Las flores se verían más bonitas contra el fondo de la pared desnuda que contra la puerta». Sólo que tuvimos que descolgar el «Wellington en Waterloo». No es un grabado que me guste mucho. Lo pusimos debajo de la escalera.

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