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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Se anuncia un asesinato (26 page)

BOOK: Se anuncia un asesinato
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¿Por qué no? Pudiera ser que no conociera su valor. O quizá quisiera proteger su tesoro tratándolo como si fuese un adorno barato, que valiese un par de libras esterlinas a lo sumo. ¿Cuánto valdrían de ser auténticas? Una suma fabulosa. Valdría la pena asesinar para apoderarse de ellas, SÍ alguien estaba enterado de su valor.

El inspector meneó la cabeza y dejó aparcadas estas reflexiones. Miss Marple había desaparecido y él debía ir a la vicaría.

3

Bunch y su marido lo esperaban con la ansiedad reflejada en el rostro.

—No ha vuelto —le informó Bunch.

—¿Dijo que iba a volver aquí cuando salió de Boulders? —preguntó Julian.

—En realidad no —contestó Craddock muy despacio, tratando de recordar a Jane Marple tal como la viera la última vez.

Se acordó de la dureza de sus labios y del brillo de acero de los ojos azules, generalmente tan dulces.

Severidad, una determinación inexorable... ¿de hacer qué?

—Estaba hablando con el sargento Fletcher la última vez que la vi junto a la verja; y luego salió. Creí que regresaría aquí. Le hubiese mandado el coche, pero había tantas cosas que hacer y se marchó tan silenciosamente. Quizá Fletcher sepa algo. ¿Dónde está Fletcher?

Pero cuando llamó por teléfono a Boulders, descubrió que el sargento ni estaba allí ni había dejado dicho adonde se había marchado. Se creía que había regresado a Milchester por alguna razón.

El inspector llamó a la jefatura de Milchester. Allí tampoco tenían noticias de Fletcher.

Luego se volvió hacia Bunch, recordando lo que le había dicho por teléfono.

—¿Dónde está ese papel? Dijo usted que había estado escribiendo algo en una hoja de papel.

Bunch se lo dio. Lo desdobló sobre la mesa y lo estudió. Bunch se inclinó por encima de su hombro y lo deletreó a medida que él leía. La escritura era trémula y difícil de leer.

«Lámpara».

Luego la palabra «violetas».

Después, tras un espacio:

«¿Dónde está el tubo de aspirinas?»

La siguiente frase de tan curiosa lista resultó más difícil de leer.

—«Muerte Deliciosa» —leyó Bunch—. Ése es el pastel que hace Mitzi.

—«Haciendo indagaciones» —leyó Craddock.

—¿Indagaciones? ¿Qué indagaciones haría? ¿Qué es esto? «Triste aflicción, valerosamente soportada». ¿Qué demonios querrá decir?

—«Yodo» —leyó el inspector—. «Perlas». ¡Ah, perlas!

—Y luego «Lotty...» no, «Letty». Hace unas «es» que parecen «oes». Y después, «Berna». ¿Y qué es esto? «Pensión».

Se miraron el uno al otro desconcertados.

Craddock recapituló rápidamente:

—Lámpara. Violetas ¿Donde está el tubo de aspirinas? Muerte Deliciosa. Haciendo indagaciones. Triste aflicción, valerosamente soportada. Yodo. Perlas. Letty. Berna. Pensión.

—¿Significa algo? —preguntó Bunch—. Yo no veo conexión alguna.

—Presiento que sí la tiene, pero no acabo de verla —contestó Craddock muy despacio—. Es curioso que haya anotado lo de las perlas.

—¿Qué perlas? ¿Qué significa?

—¿Lleva miss Blacklock siempre el collar de perlas de tres hileras?

—Sí, nos reímos de eso a veces. Se ve tan a la legua que son falsas, ¿verdad? Pero supongo que a ella le parece muy a la moda.

—Pudiera existir otro motivo —dijo Craddock.

—No querrá usted decir que son auténticas. ¡Oh, no es posible que lo sean!

—¿Con cuánta frecuencia ha tenido usted la oportunidad de ver perlas de ese tamaño, Mrs. Harmon?

—Pero ¡es que son tan grandes!

Craddock se encogió de hombros.

—Sea como fuere, no importa ahora. Es miss Marple lo que me preocupa. Tenemos que encontrarla.

Tenía que encontrarla antes de que fuese demasiado tarde. Pero, ¿no sería ya demasiado tarde? Aquellas palabras en lápiz demostraban que se hallaba sobre la pista. Y eso era peligroso, terriblemente peligroso. Y ¿dónde demonios estaba Fletcher?

Craddock salió de la vicaría en dirección al lugar donde había dejado el coche. Buscar, eso era lo único que podía hacer: buscar.

Una voz le llamó desde los mojados arbustos de laurel.

—¡Señor! ¡Señor! —Era la voz apremiante del sargento Fletcher.

Capítulo XXI
 
-
Tres mujeres

Había terminado la cena en Little Paddocks, una cena silenciosa e incómoda. Patrick, profundamente inquieto por haber perdido el favor de Letitia Blacklock, sólo hizo intentos esporádicos por iniciar una conversación, y esos intentos no fueron bien recibidos. Phillipa Haymes estaba abstraída. La propia miss Blacklock había desistido de todo esfuerzo por dar muestras de su habitual buen humor. Se había cambiado de ropa para bajar al comedor, presentándose con su collar de camafeos. Pero por primera vez se leía el miedo en los ojos hundidos, miedo que delataba también la agitada crispación de sus manos.

Sólo Julia había conservado su aire de cínico desinterés durante toda la velada.

—Lamento —comentó— no poder hacer la maleta y marcharme, Letty. Pero supongo que la policía no me lo consentiría. De todas formas, no creo que vaya a seguir ofendiendo tu casa con mi presencia durante mucho tiempo más. Me imagino que el inspector Craddock aparecerá por aquí de un momento a otro con una orden de detención y las esposas. Es más, no logro comprender por qué no ha sucedido ya.

—Está buscando a la anciana, a miss Marple —replicó miss Blacklock.

—¿Crees que la habrán asesinado a ella también? —preguntó Patrick con curiosidad científica—. ¿Por qué? ¿Qué podía ella saber?

—No lo sé —respondió miss Blacklock con cierto desaliento—. Quizá miss Murgatroyd le dijo algo.

—Si a ella la han asesinado también —señaló Patrick—, no parece haber, lógicamente, más que una persona que pueda haber perpetrado el crimen.

—¿Quién?

—Hinchcliffe, naturalmente —afirmó Patrick con acento triunfal—. Es allí donde la vieron con vida la última vez: en Boulders. Yo diría que nunca salió de allí.

—Me duele la cabeza —dijo miss Blacklock con voz opaca. Se llevó los dedos a la frente—. ¿Por qué iba Hinch a asesinar a miss Marple? No tiene sentido.

—Lo tendría si Hinch hubiese asesinado a Murgatroyd —contestó Patrick.

Phillipa salió de su apatía para decir:

—Hinch no asesinaría a Murgatroyd.

Patrick estaba peleón.

—Pudiera ser, si Murgatroyd hubiese descubierto algo que demostraba que ella, Hinch, era una criminal.

—Sea como fuere, Hinch estaba en la estación cuando asesinaron a Murgatroyd.

—Pudo haberla matado antes de marcharse.

Letitia Blacklock chilló de pronto, sobresaltándolos a todos.

—¡Asesinato, asesinato, asesinato! ¿No sabéis hablar de otra cosa? Estoy asustada, ¿no lo comprendéis? Estoy asustada. No lo estaba antes. Creía saber cuidar de mí misma. Pero ¿qué puede hacer una contra un asesino que espera, vigila y aguarda entre nosotros?

Dejó caer la cabeza entre las manos. Un instante después recobró la compostura y se excusó con cierta rigidez.

—Lo siento, perdí por completo el control.

—No te preocupes, tía Letty —afirmó Patrick con afecto—. Yo te protegeré.

—¿Tú? —fue todo lo que dijo miss Blacklock.

Pero el desengaño que se ocultaba detrás de sus palabras casi era una acusación.

Todo esto había ocurrido poco antes de la cena, y Mitzi les había distraído al presentarse y declarar que ella no iba a preparar la cena.

—No haré nada más en esta casa. Me voy a mi habitación. Me encierro con llave. Me quedo allí hasta que amanezca. Tengo miedo, están matando a gente, esa miss Murgatroyd, con su estúpida cara inglesa, ¿quién iba a querer matarla? ¡Sólo un loco! Entonces, ¡es un loco el que anda suelto por ahí! Y a un loco no le importa a quien mata. Pero yo... ¡yo no quiero que me maten! Hay sombras en esa cocina, oigo ruidos, creo que hay alguien en el patio, veo una sombra junto a la puerta de la despensa y después oigo pisadas. Así que me voy ahora a mi habitación y cierro con llave, y hasta quizá ponga la cómoda contra la puerta. Y por la mañana le digo a ese policía duro y cruel que me marcho de aquí. Y si no me deja, diré: «¡Chillaré y chillaré y chillaré hasta que me deje marchar!».

Todo el mundo se estremeció ante la amenaza, recordando vivamente los gritos que era capaz de pegar Mitzi.

—Así que me voy a mi habitación —repitió Mitzi para dejar bien claras sus intenciones.

Con gesto simbólico, se quitó el delantal de cretona que llevaba.

—Buenas noches, miss Blacklock. Tal vez por la mañana no esté usted viva, así que, por si acaso, le digo adiós.

Se marchó bruscamente y la puerta se cerró tras ella con el habitual quejido suave.

Julia se puso en pie.

—Ya me encargaré yo de la cena —anunció en tono práctico—. Es un buen arreglo, mucho menos engorroso para todos vosotros que tenerme sentada a la mesa. Más vale que Patrick, ya que se ha erigido en protector tuyo, tía Letty, pruebe cada uno de los platos primero. No quiero que además se me acuse de envenenarte.

Así fue como Julia preparó y sirvió una cena verdaderamente excelente.

Phillipa había acudido a la cocina a ofrecer su ayuda, pero Julia le había dicho bien a las claras que no necesitaba ayuda de ninguna clase.

—Julia, hay una cosa que quiero decirte.

—No es éste el momento para las confidencias entre mujeres —le interrumpió la otra con firmeza—. Regresa al comedor, Phillipa.

Ahora, acabada la cena, se encontraban todos en la sala, con el café servido en la mesita junto al fuego. Y nadie parecía tener nada que decir. Esperaban, eso es todo.

El inspector Craddock llamó por teléfono a las ocho y media.

—Estaré con ustedes dentro de un cuarto de hora aproximadamente —anunció—. Me acompañarán el coronel Easterbrook y su esposa, Mrs. Swettenham y su hijo.

—La verdad, inspector, no estoy para hacer los honores a nadie esta noche.

La voz de miss Blacklock sonaba como si ya no pudiera soportar mucho más.

—Comprendo sus sentimientos, miss Blacklock. Lo siento, pero esto es urgente.

—¿Ha encontrado usted a... a miss Marple?

—No —dijo el inspector.

Y cortó la comunicación.

Julia llevó la bandeja del café a la cocina, donde, con gran sorpresa suya, vio a Mitzi contemplando las pilas de platos y fuentes en la fregadera.

Mitzi estalló en un torrente de palabras.

—¡Fíjese en lo que ha hecho en mi preciosa cocina! ¡Esa sartén! ¡Sólo... sólo la uso para las tortillas! Y usted, ¿para qué la ha usado usted?

—Para freír cebollas.

—Echada a perder, completamente echada a perder. Ahora habrá que fregarla, y yo nunca friego mi sartén de hacer tortillas. Sólo la froto cuidadosamente con papel de diario engrasado. Y esta cacerola que usted ha usado... ésta, yo sólo la uso para la leche.

—Mire, yo no sé qué cacharro usa usted para cada cosa —le contestó Julia—. Se empeñó en irse a la cama y ahora no sé por qué demonios se le ha ocurrido levantarse otra vez. Márchese y déjeme que friegue los cacharros.

—No, no permitiré que use mi cocina.

—¡Oh, Mitzi! ¡Es usted imposible!

Julia salió furiosa de la cocina y, en aquel momento, sonó el timbre de la puerta.

—Yo no voy a abrir puerta —gritó Mitzi desde la cocina.

Julia masculló una expresión continental muy poco cortés y se dirigió a la puerta principal.

Era miss Hinchcliffe.

—Buenas noches —dijo con voz arisca—. Siento estorbar. El inspector habrá telefoneado, supongo.

—No nos avisó de que iba a venir usted —respondió Julia conduciéndola a la sala.

—Me dijo que no era necesario que viniese si no quería —anunció miss Hinchcliffe—, pero sí que quiero.

Nadie le dio el pésame a miss Hinchcliffe ni mencionó la muerte de Murgatroyd. El afligido rostro de la alta y vigorosa mujer resultaba harto elocuente y hubiese parecido una impertinencia cualquier expresión de simpatía.

—Encended todas las luces —ordenó miss Blacklock— y echad más carbón al fuego. Tengo frío, un frío glacial. Venga y siéntese junto al fuego, miss Hinchcliffe. El inspector dijo que estaría aquí dentro de un cuarto de hora. Debe de estar al caer.

—Mitzi ha vuelto a bajar —le informó Julia.

—¿Sí? A veces pienso que esa muchacha está loca; claro que, después de todo, quizá todos lo estemos.

—No puedo tolerar que se diga que los que cometen crímenes están locos —bramó miss Hinchcliffe—. Horrible e inteligentemente cuerdo, eso es lo que yo creo que es un criminal.

Fuera se oyó un automóvil y, a los pocos instantes, entró Craddock, acompañado por el coronel Easterbrook y su esposa, Mrs. Swettenham y su hijo.

Todos parecían extrañamente cohibidos.

El coronel dijo, en una voz que era simple eco de la habitual:

—¡Vaya! ¡Un buen fuego!

Mrs. Easterbrook no quiso quitarse el abrigo de pieles y se sentó junto a su marido. Su rostro, generalmente bonito y algo vacuo, estaba ahora contraído y parecía el de una comadreja. Edmund estaba de mal humor y miraba ceñudo a todo el mundo. Mrs. Swettenham estaba haciendo lo que evidentemente era un gran esfuerzo y parecía una simple parodia de sí misma.

—Es terrible, ¿verdad? —murmuró—. Todo, quiero decir. Y en realidad, cuanto menos se diga, mejor. Porque una no sabe a quién le tocará después. Es como la peste. Querida miss Blacklock, ¿no le parece que debería tomar un poquito de coñac? ¿Media copa siquiera? Yo digo que no hay nada como el coñac, ¡es un estimulante tan maravilloso! Yo... debe de parecer tan terrible que nos hayamos presentado aquí de esta manera, pero el inspector Craddock nos obligó a venir. Y parece tan terrible... no ha sido encontrada, ¿sabe? A esa pobrecita vieja de la vicaría, quiero decir. Bunch Harmon está casi frenética. Nadie sabe adonde fue. A nuestra casa no, eso lo sé con toda seguridad. No la he visto hoy. Y si hubiera venido a casa, yo lo sabría, porque estaba en la sala, atrás, y Edmund estaba en su despacho, escribiendo, y eso está en la parte de delante. Así que si se hubiera acercado por un lado o por otro, la hubiésemos visto. ¡Oh! ¡Cómo confío y cómo le pido a Dios que no le haya sucedido nada a esa querida y dulcísima viejecita, que aún conserva todas sus facultades!

—Mamá —dijo Edmund con expresión de agudo sufrimiento—, ¿no podrías callarte?

—Te aseguro, querido —contestó Mrs. Swettenham—, que no tengo el menor deseo de decir una palabra.

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