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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Se anuncia un asesinato (30 page)

BOOK: Se anuncia un asesinato
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»Me temo que esa conversación que sostuvo conmigo en el café fue lo que selló la suerte de la pobre Dora, y perdonen que emplee una expresión tan melodramática, pero creo que el resultado hubiera sido el mismo a fin de cuentas. Porque Charlotte no podía estar segura mientras viviese Dora Bunner. Quería a Dora, no deseaba matarla y, sin embargo, no se le ocurría otra solución. Y supongo que (como esa enfermera Ellerton de la que te hablé, Bunch) acabó convenciéndose a sí misma de que en realidad casi sería un acto de piedad. Pobre Bunny, tan poco tiempo como le quedaba por vivir, para morir dolorosamente quizá luego. Lo curioso del caso es que hizo lo posible para que el último día de Bunny fuera feliz. La fiesta de cumpleaños y el pastel especial...

—Muerte Deliciosa —intervino Phillipa con un violento temblor.

—Sí, algo así. Intentó dar a su amiga una muerte deliciosa. La fiesta, y todas las cosas que a ella le gustaban, y procurando impedir que la gente dijera cosas que pudieran disgustarla. Y luego las pastillas, de lo que fuera, en el tubo de aspirinas de su mesilla para que Bunny, cuando no encontrara el tubo que acababa de comprar, fuese allí a cogerlas. Parecería, y así sucedió, que la intención había sido envenenar a Letitia.

»Así que Bunny murió mientras dormía, sin padecer, y Charlotte se sintió segura otra vez. Pero echaba de menos a Dora Bunner, echaba de menos su lealtad y su afecto. Lloró amargamente el día que fui yo con la nota de Julian, y su dolor era real. Había matado a su más querida amiga.

—Eso es terrible —dijo Bunch—, terrible.

—Pero es muy humano —señaló Julian Harmon—. Uno tiende a olvidar lo humanos que son los asesinos.

—Sí —convino miss Marple—. Humanos y dignos de compasión. Pero son también peligrosos. Sobre todo una asesina débil y bondadosa como Charlotte Blacklock. Porque cuando una persona débil se asusta de verdad, el terror las vuelve salvajes y pierden el control.

—¿Murgatroyd? —preguntó Julian.

—Sí, la pobre miss Murgatroyd. Charlotte debió acercarse a la casa y las oyó reconstruir la escena del crimen. La ventana estaba abierta y escuchó. No se le había ocurrido hasta aquel instante que pudiera haber ninguna otra persona que representara un peligro para ella. Miss Hinchcliffe estaba instando a su amiga a que recordara lo que había visto y, hasta aquel momento, Charlotte no había pensado en que nadie hubiera podido ver nada. Había dado por supuesto que todo el mundo estaba mirando a Rudi Scherz. Debió contener el aliento allá fuera y escuchar. ¿Iba a salir todo bien? Y, de pronto, en el preciso momento en que miss Hinchcliffe salía a todo correr hacia la estación, miss Murgatroyd llegó a un punto en que era evidente que había dado con la verdad. Gritó: «Ella no estaba allí».

»¿Saben?, le pregunté a miss Hinchcliffe si lo había dicho así, porque, de haber dicho: «Ella no estaba allí», no hubiera significado lo mismo.

—Ese punto es demasiado sutil para mí —manifestó Craddock.

Miss Marple le miró con expresión atenta.

—Usted piense en lo que pasaba por la mente de miss Murgatroyd. A veces las personas ven cosas sin darse cuenta de que las ven. Recuerdo que una vez, en un accidente de ferrocarril, advertí una ampolla de pintura a un lado del vagón. Hubiera podido dibujársela después. Y una vez, cuando cayó una bomba en Londres, pedazos de cristal por todas partes, y la sacudida, pero lo que mejor recuerdo es a una mujer que estaba de pie delante de mí, que tenía un agujero grande en la media, a la altura de la pantorrilla, y que las medias de las dos piernas no eran iguales. Así que cuando miss Murgatroyd dejó de pensar e intentó hacer memoria de lo que había visto, recordó muchas cosas.

»Empezó, yo creo, por la repisa de la chimenea, donde la luz de la linterna daría primero. Luego pasó por las dos ventanas, y había gente entre las dos ventanas y ella. Mrs. Harmon, tapándose los ojos con los puños, por ejemplo. Continuó siguiendo mentalmente la luz. Vio a miss Bunner boquiabierta y con la mirada fija, la pared desnuda y una mesita con la lámpara y la caja de cigarrillos. Y entonces sonaron los disparos y, de pronto, recordó algo que resultaba casi increíble. Había visto la pared donde más tarde encontrarían los impactos de bala, la pared contra la que estaba miss Blacklock cuando dispararon contra ella. Y en el momento en que se hicieron los disparos y fue herida Letty... Letty no estaba allí.

»¿Comprende ahora lo que quiero decir? Había estado pensando en las tres mujeres de que le había hablado miss Hinchcliffe. Si una de ellas no hubiese estado allí, ella se hubiera agarrado a la identidad y hubiese dicho: «¡Eso es! ¡Ella no estaba allí!». Pero era un sitio lo que tenía en el pensamiento, un sitio en el que debía de haber habido alguien, y el sitio no estaba ocupado, no había nadie allí. Y no pudo caer en la cuenta de todo, de golpe. «¡Qué extraordinario, Hinch!», dijo. «Ella no estaba allí». Así que esa manifestación sólo podía referirse a Letitia Blacklock.

—Pero tú ya lo sabías antes, ¿verdad tía Jane? —preguntó Bunch—. Cuando la lámpara se fundió. Cuando anotaste aquellas cosas en un papel.

—Sí, querida. Todo encajó entonces, ¿comprendes? Todos los trozos aislados formaron una imagen coherente.

—¿Lámpara? —murmuró Bunch—. Sí. ¿Violetas? Sí. Tubo de aspirinas. ¿Quieres decir que Bunny había ido a comprar aspirinas aquel día y que no debería haber necesitado las de Letitia?

—A menos que le hubieran quitado o escondido su tubo —asintió la anciana—. Tenía que parecer como si a quien se quisiera matar fuese a Letitia.

—Comprendo. Y luego, Muerte Deliciosa. El pastel, pero algo más que pastel. La fiesta preparada. Un día feliz para Bunny antes de que muriese. Tratarla como a un perro al que se tiene intención de eliminar. Eso es lo que a mí me parece más horrible de todo, esa falsa bondad.

—Era una mujer bastante bondadosa. Lo que dijo a última hora en la cocina era verdad. «Yo no quería matar a nadie». ¡Lo que ella quería era una enorme cantidad de dinero que no le pertenecía! Y ante ese deseo (que se había convertido en una obsesión: el dinero había de compensarla de los sufrimientos que le había infligido la vida), todo lo demás palidecía. La gente que está resentida con el mundo siempre es peligrosa. Creen que la vida les debe algo. He conocido a muchos inválidos que han quedado mucho más aislados del mundo y que han sufrido mucho más que Charlotte Blacklock y, sin embargo, han logrado vivir felices y contentos. Es lo que una persona lleva dentro de sí lo que la hace feliz o desgraciada. Pero ¡ay, Señor!, me temo que me estoy apartando del tema. ¿Dónde estábamos?

—Repasando tu lista —le indicó Bunch—. ¿Qué quisiste decir con «Haciendo indagaciones»? Indagaciones... ¿sobre qué?

Miss Marple meneó juguetonamente la cabeza y miró a Craddock.

—Debió usted haber reparado en eso, inspector Craddock. Me enseñó esa carta de Letitia Blacklock a su hermana. Tenía la palabra «indagaciones» dos veces en ella, ambas escritas con «e»
[9]
; pero en la nota que le pedí a Bunch que le enseñara, miss Blacklock había escrito indagaciones con i. La gente no suele cambiar de ortografía al envejecer. A mí me pareció muy significativo.

—Sí —asintió Craddock—. Debí haberme fijado en eso.

—Triste aflicción, valerosamente soportada. Eso fue lo que te dijo Bunny en el café y, claro, Letitia no había padecido ninguna aflicción. Yodo. ¿Eso te puso sobre la pista del tumor en la garganta?

—Sí, querida, Suiza, ¿sabes? Y el hecho de que miss Blacklock hiciera ver que su hermana había muerto tuberculosa. Pero recordé entonces que los mejores especialistas para operar el bocio son suizos. Y encajaba con esas perlas verdaderamente absurdas que Letitia Blacklock llevaba siempre puestas. No le sentaban nada bien, pero eran lo más apropiado para ocultar una cicatriz.

—Ahora comprendo su agitación la noche en que se le rompió el collar —señaló Craddock—. Entonces pareció exageradamente desproporcionada.

—Y después de esto, lo que escribió fue Lotty, y no Letty, como nosotros creíamos —dijo Bunch.

—Sí, me acordé de que el nombre de la hermana era Charlotte y de que Dora Bunner había llamado a miss Blacklock Lotty una o dos veces, y que cada una de esas veces dio muestras de gran disgusto y preocupación después.

—¿Y qué hay de Berna y de la Pensión?

—Rudi Scherz había sido ordenanza en un hospital de Berna.

—¿Y Pensión?

—Ah, mi querida Bunch, te mencioné eso en
«El Pájaro Azul»
, aunque en realidad no advertí su aplicación entonces. Hablé de cómo cobraba Mrs. Wotherspoon la pensión de Mrs. Barlett además de la suya, aun cuando Mrs. Barlett llevaba muerta muchos años, simplemente porque todas las ancianas parecen iguales. Si, el conjunto formaba un esquema comprensible, y me sentí tan excitada que salí a despejarme un poco la cabeza y a pensar qué podría hacerse para demostrar la verdad de lo que había adivinado. Entonces me recogió miss Hinchcliffe, y encontramos a Murgatroyd.

La voz de miss Marple bajó una octava. Ya no expresaba excitación. Se había tornado implacable.

—Comprendí que había que hacer algo. Y aprisa. Pero seguíamos sin tener pruebas. Se me ocurrió un posible plan y hablé con el sargento Fletcher.

—¡Y le he soltado un buen sermón a Fletcher por eso precisamente! —interrumpió Craddock—. Él no era quién para acceder a sus planes sin primero consultar conmigo.

—No quería hacerlo, pero le convencí —dijo miss Marple—. Fuimos a Little Paddocks y acorralamos a Mitzi.

Julia respiró profundamente.

—No comprendo cómo consiguió usted que accediese a representar ese papel.

—La trabajé, querida. Piensa demasiado en sí misma, de todas formas, y le hará bien haber hecho algo por los demás. La halagué, naturalmente. Dije que estaba segura de que, de haber estado en su propio país, hubiera formado parte de la organización de la Resistencia y ella me dijo: «Ya lo creo que sí». Y le dije que me daba perfecta cuenta de que en el fondo tenía temperamento para esa clase de trabajo. Era valiente, no le importaba correr riesgos y sabría cumplir con su papel. Le conté historias de actos llevados a cabo por muchachas de las organizaciones de la Resistencia, algunas auténticas y otras que me temo me inventé yo. ¡No saben ustedes cómo llegó a exaltarse!

—Maravilloso —exclamó Patrick.

—Y entonces —prosiguió—, conseguí que accediera a representar un papel. Le hice ensayar hasta estar segura de que lo haría al pie de la letra. Luego le pedí que subiera a su habitación y que no bajara hasta que llegase el inspector Craddock. Lo malo de esta gente tan fácilmente excitable es que a lo mejor se disparan antes de lo conveniente.

—Lo hizo muy bien —afirmó Julia.

—No acabo de entender lo que eso significa —comentó Bunch—. Claro que yo no estuve allí.

—La cosa era un poco complicada y un poco cogida por los pelos. Se trataba de que Mitzi, al confesar que había tenido la intención al principio de hacer un chantaje, había llegado ya a asustarse tanto que estaba dispuesta a decir la verdad. Había visto, por el ojo de la cerradura, a miss Blacklock detrás de Rudi Scherz y con un revólver en la mano. Es decir, había visto lo que en efecto había ocurrido. El único peligro era que Charlotte cayera en la cuenta de que no podía haber visto nada a oscuras, pero una no suele pensar en cosas así cuando acaba de recibir una fuerte sacudida. Lo único en que se fijó fue en que Mitzi la había visto.

Craddock retomó el hilo del relato.

—Pero, y eso era esencial, yo fingí escuchar la declaración con escepticismo y lancé inmediatamente un ataque, como si hubiera decidido salir al descubierto por fin contra alguien del que hasta entonces no se había sospechado. Acusé a Edmund...

—Y yo interpreté también mi papel de maravilla —intervino Edmund— y negué acaloradamente, de acuerdo con nuestro plan. Lo que no estaba previsto, Phillipa, amor mío, es que soltaras tu trino y confesaras que tú eras Pip. Ni el inspector ni yo teníamos la menor idea de que fueras Pip. ¡Yo iba a ser Pip! Nos desconcertó, de momento; pero el inspector se rehizo y lanzó una serie de insinuaciones asquerosas acusándome de querer buscar una mujer rica, insinuaciones que probablemente se te clavarán en el corazón y serán causa de diferencias irreparables entre los dos el día menos pensado.

—No veo por qué era necesario eso.

—¿No? Eso significaba, desde el punto de vista de Charlotte Blacklock, que la única persona que sabía o sospechaba la verdad era Mitzi. La policía buscaba en otra dirección. Habían tratado a Mitzi, de momento, como a una embustera, pero si Mitzi persistía, quizá la escucharían y la tomarían en serio. Así que era preciso sellarle los labios.

—Mitzi salió de la habitación —intervino miss Marple— y volvió derecha a la cocina, como yo le había dicho. Miss Blacklock salió tras ella casi inmediatamente. Mitzi estaba sola en la cocina, aparentemente. El sargento Fletcher se encontraba detrás de la puerta del lavadero y yo estaba metida en el armario de las escobas, en la misma cocina. Afortunadamente, soy muy delgada.

Bunch miró a la anciana.

—¿Qué esperabas que sucediera, tía Jane?

—Una de estas dos cosas. O Charlotte le ofrecería dinero a Mitzi para que callara, y el sargento Fletcher sería testigo de ello, o... o intentaría matar a Mitzi.

—Pero ¿cómo podía esperar que le saliera eso bien? Se hubiera sospechado de ella inmediatamente.

—Ah, querida, ya no era capaz de razonar. No era más que una rata acorralada que mordía a tontas y a locas. Pensé en lo que había ocurrido aquel día. La escena entre miss Hinchcliffe y miss Murgatroyd. Hinchcliffe se marchaba a la estación. En cuanto regresara, Murgatroyd le diría que Letitia Blacklock no estaba en la sala aquella noche. No disponía más que de unos cuantos minutos para asegurarse de que miss Murgatroyd no se encontraba en situación de decir una palabra. No tenía tiempo para trazar un plan y preparar un escenario. Un asesinato a secas. Saluda a la pobre mujer y la estrangula. Luego, una carrera hasta casa para cambiarse, para estar sentada junto al fuego cuando los demás entren, como si ella no hubiese salido.

»Y después, la revelación de la identidad de Julia. Se le rompe el collar y se aterra ante la posibilidad de que le vean la cicatriz. Más tarde, el inspector telefonea diciendo que va a venir y a traerse a todo el mundo. No hay tiempo de pensar ni de descansar. Está metida en asesinatos hasta el cuello. No se trata ahora de matar por compasión, ni de quitar del paso a un joven indeseable. Se trata del asesinato puro, simple y sin excusa. ¿Está segura? Hasta el momento, sí. Y de pronto surge Mitzi; otro peligro más. ¡Hay que matar a Mitzi! ¡Hay que sellarle los labios! Está loca de terror. Ya no es un ser humano. No es más que un animal peligroso.

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