Seis aciertos y un cadáver (25 page)

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Authors: Francesc Montaner

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Seis aciertos y un cadáver
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Tras la pérdida de tiempo de las cuentas bancarias, Ariza organizó un equipo de seguimiento. A Carlos Burgos le encomendó la tarea de convertirse en la sombra invisible de Álex Solsona. Burgos entraba en todas las cafeterías a las que Álex entraba, se sentaba a la mesa contigua, siempre de espaldas a él, con una cámara digital en el bolsillo y el radar puesto por si podía cazar al vuelo alguna palabra que pudiera relacionarse con un golpe de doce millones de euros. Además de a Burgos, el explotador de Ariza recurrió a tres expolicías, ya pensionistas, para que siguieran a Amador, Rocky y Moisés. Les pagaba una miseria, que ya era más que los cero euros con cero céntimos que cobraba Burgos como becario, pero se mostraban encantados de colaborar, no tanto por el dinero, que a un pensionista nunca le viene mal, sino porque trabajando para Ariza dejaban de sentirse todo lo inútiles que se sentían en casa viendo
La ruleta de la fortuna
.

—Pasaron dos semanas y no encontramos nada —nos explicó el solícito Burgos—. Se acumulaban las fotos en el ordenador de Ariza, pero ningún movimiento de los cuatro investigados inducía ni siquiera a sospechar que se hubieran hecho con tanto dinero. Ariza me encargó que fuera a la administración de lotería donde Ferrer selló el boleto, ubicada a solo una calle de su bar. Fui hasta allí y hablé con el dependiente. El tipo recordaba que Ferrer había ido a echarla el mismo jueves por la mañana, como solía hacer siempre, y que no varió la combinación. El boleto, por tanto, existía. Alguien cobró los doce millones.

—Vaya, lo siento —me excusé; mi móvil empezaba a sonar.

—¿Puedes salir de Zara el tiempo que quieras? —le preguntó Ramos a Burgos.

—En principio no, pero entiendo que la policía necesita mi colaboración.

—Hola, Silvia —contesté. A su pregunta respondí—: Estoy en el Paseo de Gracia, frente al Zara, tomándome un café con Ramos.

—Solo podemos llevarnos a alguien de su trabajo si es para detenerle —le explicó Ramos a Carlos Burgos—. Sin orden de detención, aquí lo único que estamos haciendo es un café entre colegas.

—Disculpa, Burgos —dije tapando el auricular con la mano—, me pregunta una amiga si ya estáis de rebajas.

—Dígale que hay un blazer de solapa ancha que está causando sensación. Ah, y coméntele también que este año la colección de camisetas estampadas es la mejor que hemos tenido nunca.

—Sí —le contesté a Silvia—. De hecho, he pasado por delante y he visto expuesto en el escaparate un blazer de solapa ancha realmente espectacular. Te he imaginado con él y te quedaba muy bien.

Tras varias semanas siguiendo a Amador, Rocky, Solsona y Moisés, los sabuesos no hallaron ningún indicio. Ariza recibía decenas de fotos que no demostraban nada. Ferrer seguía pagando mucho dinero y sus llamadas al detective se producían cada vez con menor frecuencia.

—¿Todavía no sabemos nada?

—Créame, señor Ferrer, estamos cerca —le decía Ariza—. Tenga un poco de paciencia y daremos con el dinero.

—Yo empecé a cansarme de seguir a Solsona y no encontrar nada —nos contaba Burgos—. Llegué a estar despierto cuarenta horas seguidas, por las que no cobré más que las dietas. La relación con mi novia se estaba resintiendo. Apenas nos veíamos, yo no ganaba dinero y el caso del boleto robado me dejaba sin energías para el sexo. En mi poco tiempo libre, lo que más me apetecía era dormir.

—¿Salvaron la relación? —pregunté.

—Prats, ¿qué pregunta es esa? —me recriminó Ramos.

—La salvamos —contestó Burgos, saciando mi curiosidad—. La salvamos cuando yo dejé a Ariza y empecé a trabajar en tiendas de ropa. Nos casaremos el próximo verano.

—Felicidades, Burgos —le dije.

—¿Ustedes están casados?

—No, solo somos compañeros de trabajo —bromeó Ramos—. El inspector Prats no es mi tipo.

—Yo estoy divorciado —le conté a Burgos.

Burgos nos explicó dónde se casaban, a qué país se iban de luna de miel y que se iban a vivir a casa de los padres de ella hasta reunir los ahorros suficientes para poder afrontar la entrada de un piso.

—Espero que tengas suerte, chico —le dijo Ramos—. A mí el matrimonio me parece la cuarta peor idea del hombre.

—¿Cuáles son las tres primeras? —le pregunté a mi compañero.

—Auschwitz, Guantánamo y el circo romano.

Tras una breve pausa en la que debimos de mermar seriamente la moral de Burgos al exponer sin ningún tapujo lo que opinábamos nosotros sobre las bodas y la vida de casado, volvimos al caso que nos ocupaba. Carlos Burgos retomó su papel de narrador con una confesión inquietante:

—Había decidido dejarlo, y no pensaba demorar mucho mi renuncia a la plaza de becario en Ariza & Castells. Lo que motivó que adelantara mis intenciones fue una escena muy violenta que presencié una noche de mayo. De golpe me di cuenta de que el trabajo de detective podía llevarme a menudo por caminos sórdidos a los que no estaba muy seguro de poder habituarme.

Era la primera semana de mayo. El agobiante calor hacía mella en el humor de quienes trabajaban bajo la dictadura del sol. El coche de la Unidad de Cobro número 9 de El Cobrador Amarillo avanzaba lentamente entre el tráfico denso del centro de la ciudad. Las dos ventanillas bajadas porque el aire acondicionado había pasado de funcionar mal a dejar de hacerlo. Las glándulas sudoríparas de Rocky trabajaban a destajo y el olor a sudor que impregnaba el coche hacía aún más antipática la situación. Amador, al volante, pensaba en silencio. En el asiento trasero, sentado con las piernas muy abiertas, Moisés intentaba dejar la mente en blanco rastreando con la mirada todas las aceras en busca de escotes y minifaldas. El método le funcionaba. A diferencia de Moisés, Rocky sí se percató de que Amador se desviaba de la ruta que conducía a la ferretería regentada por una familia a la que un padre ludópata había dejado con deudas y mierda hasta el cuello.

—Lo sé —le dijo Amador a Rocky cuando este le recordó que ese no era el camino—. A la ferretería podemos ir más tarde. Tres cervezas frías y una conversación importante no pueden esperar más.

Un camarero a un paso de la jubilación les sirvió las cervezas y Amador puso sobre la mesa el tema de conversación: «Somos unos gilipollas».

—No os dais cuenta de que somos unos gilipollas —repitió varias veces—. Unos gilipollas integrales. Vamos de puerta en puerta asustando a quienes deben dinero a los demás y no nos movilizamos para averiguar quién se ha quedado nuestro premio millonario.

—Porque no sabemos quién ha sido —dijo Moisés—. Creedme, si me entero de quién ha sido, y eso os incluye a vosotros dos, le arrancaré la cabeza. Y no exagero: cogeré una sierra con los dientes bien afilados y se la hundiré en el cuello hasta separárselo del tronco.

—¿Y si has sido tú? —le preguntó Rocky.

—Si podéis demostrar que he sido yo, arrancadme la cabeza; sería lo mínimo que me merecería.

—Todos sabemos quién han sido —dijo Amador.

—No —replicó Rocky—, todos sospechamos quién ha sido.

—Sospecha y certeza son la misma cosa. Decidme, ¿cuántas veces, a lo largo de vuestra vida, una sospecha no ha acabado confirmándose? Si lo pensamos todos, incluido Ferrer, es porque tiene que ser cierto: Álex tiene el dinero y nosotros mañana volveremos a madrugar.

Lo cierto es que el escenario invitaba a sospechar de Solsona. Comunicó que dejaba el trabajo justo el día que su combinación resultó la ganadora, lo que, para más inri, coincidió con el día en que su novia ascendía en el escalafón laboral y veía multiplicados sus ingresos, circunstancia que iba a permitir a Álex iniciar una temporada sabática sin fecha límite. La nueva vida de Álex despertó los recelos de sus antiguos compañeros de timbas, que lo encaramaron a lo más alto de la corta lista de sospechosos.

—El señor perfecto que nunca perdía al póquer —dijo Moisés, el eterno perdedor—. Resultará que no era tan perfecto…

En una sociedad tan competitiva se hace irremediable buscar la mácula de quienes te superan. Ese es rico, pero es feo. Ese es guapo, pero de salud no va muy bien. Ese se ha casado, pero no creo que dure. Los futbolistas ganan una pasta, pero son incultos. Es el más rico del mundo, pero mucha gente lo quiere matar. El problema se plantea cuando no tienes nada que reprocharle al que te deja atrás en todo. Álex siempre fue muy correcto con sus compañeros de trabajo. Nunca se rio de nadie, porque solo entendía la burla cuando iba dirigida hacia alguien de mayor altura. Siempre fue educado, siempre estaba dispuesto a echar un cable donde hiciera falta. Incluso sabía ganar al póquer sin hacer sentir al resto unos perdedores. Sus compañeros veían en Álex al poseedor de una belleza que a ellos la naturaleza les había negado de forma contundente. Envidiaban su carisma, con el que se ganaba la atención y la sonrisa de las camareras, y sobre todo envidiaban que casi siempre estaba de muy buen humor. Álex Solsona parecía haberse aprendido al dedillo el manual de la felicidad. La sospecha de haber robado el boleto era la mancha que resquebrajaba por fin su imagen de hombre perfecto con la que los egos ajenos era preferible que no se midieran. Sus ex compañeros tenían por fin un motivo para vengar todos los complejos que Álex, sin intención alguna, sino simplemente comportándose tal y como era, les había hecho sentir.

—Es otro farol de los suyos —decía Amador—. Un farol a lo grande. De doce millones de euros.

Estuvieron dándole vueltas al tema un par de cervezas más. Durante la charla, los tres juraron varias veces que no habían robado el boleto. Recordaron los años que llevaban trabajando juntos; las mejores anécdotas lograron incluso arrancarles unas risas. Compartían el mismo pensamiento: si alguien merecía ese botín, eran ellos tres. Por la familia de Amador, por el futuro de Rocky en Alaska, y por lo que quisiera hacer Moisés con el dinero. Pidieron otra cerveza. Se estaban uniendo.

—Pero no podemos hacer nada —soltó Rocky. Sus palabras cayeron como un jarro de agua helada—. Despertemos. No tenemos ninguna prueba.

Amador le replicó:

—Podemos hacer una cosa que sabemos hacer muy bien: nuestro trabajo. ¿Cuántas veces hemos conseguido que el moroso que nos dice que no tiene dinero acabe pagando, Rocky? Tenemos que presionar a Álex al límite. Más de lo que jamás hemos presionado a nadie.

—Nos conoce, conoce nuestros métodos y nuestros límites, no creo que logremos asustarle —dijo Rocky.

—Jugaremos fuerte y sobrepasaremos nuestros límites —dijo Amador, que golpeó la mesa con el puño como muestra de firmeza—. Es un caso especial, hay en juego más de dos millones por cabeza. Tenemos que presionarle hasta tal punto que, si tiene el dinero, no pueda resistirlo más y lo acabe confesando. Si os parece bien, empezaremos esta misma noche.

Carlos Burgos no tenía prisa por volver a su puesto de encargado de Zara. Su colaboración desinteresada estaba siendo tan útil que, como muestra de agradecimiento, le dijimos que si el tiempo que le estábamos robando a Zara iba a llevarle el más mínimo problema con sus superiores, no dudara en llamarnos a comisaría y Ramos y yo nos personaríamos en la tienda para mediar en el conflicto.

—Muchas gracias —nos dijo Burgos—. Si quieren, luego pueden acompañarme a la tienda y les daré unos vales del 25% de descuento en camisas y pantalones.

—Te lo agradezco, Carlos —le dije—, pero a nuestro jefe no le gustaría vernos lucir camisas nuevas antes de haber cerrado el caso Solsona. Se lo tomaría muy mal.

Burgos estaba siguiendo a Solsona la noche que los cobradores amarillos empezaron a hacerle la vida una poco más insoportable de lo que por sí sola ya es. Volvía de cenar fuera en compañía de su novia. Los dos muy acaramelados, disfrutando de un paseo tranquilo con el sabor del chupito de fresa todavía en la boca y un sabueso en prácticas siguiéndoles a una distancia prudencial. A pocos metros del portal de su casa, pasaron junto a un coche cuyas puertas se abrieron decididamente. De él se apearon tres tipos cuyo aspecto cortó la respiración de Sara. A Álex, sin embargo, aquellos rostros le eran de lo más familiar.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó con mayúscula sorpresa.

Los tres se acercaron a la pareja con semblantes amenazantes. Amador se presentó a Sara con un tono entre lo sarcástico, lo ñoño y lo machista. Burgos nos lo recordaba:

—Le dijo algo así como «nena, nos han hablado mucho de ti pero a la vista está que cualquier elogio a este cuerpo se quedaba corto».

—Ya no hay clase —se quejó Ramos.

—Puede que hayamos venido a divertirnos —le dijo Moisés a Solsona.

Un empujón de Moisés desplazó a Álex violentamente hacia atrás, estampándole contra la pared. Sara hizo ademán de sacar algo del bolso, seguramente el móvil, pero Amador la agarró del brazo y le pidió literalmente «que fuera buena chica». Solsona reaccionó lanzando una patada al estómago de Moisés, que dobló su cuerpo hacia delante, pero un segundo antes de que pudiera rematarle con otra patada en la cara, el puño de Rocky alcanzó el rostro de Álex, echándole de nuevo contra la pared, donde al acto recibió la venganza de Moisés en forma de puñetazo en el estómago. Álex cayó de rodillas al suelo, con el tronco inclinado hacia delante, como si pidiera clemencia. A apenas un metro de él, Sara forcejeaba con Amador para intentar zafarse de él y ayudar a su novio, pero el jefe de la Unidad de Cobro la tenía aparentemente controlada e intentaba calmarla con un tono burlón que solo conseguía enfurecerla más. Sara le soltó un pisotón en medio del mocasín. Amador gimió de dolor y, llamándola puta, la empujó contra Álex, con quien tropezó, y cayó a su lado. Sara se levantó rápidamente y se encaró a Rocky y Moisés.

—¡Si queréis pegarle a él, antes tendréis que pegarme a mí!

—Cuidado con animarme, no sería la primera cara bonita a la que le coloco un meco —dijo Rocky.

—Fue entonces cuando noté unas manos que me cogían por el cuello —explicó Burgos— y tiraron de mí hacia arriba. Me había quedado absorto viendo a la novia de Álex plantando cara a esos dos matones y cometí el error de perder de vista a Amador, que me había descubierto tras el maletero de su coche, desde donde, agazapado, pude ver y oír todo lo que hasta aquí he contado.

Amador levantó el puño. Carlos Burgos cerró los ojos y giró la cara, mentalizándose a toda prisa de que un puñetazo certero estaba a punto de hacerle ver las estrellas.

—Solo fue una bofetada, aunque resonó en toda la calle, inspector.

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