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Authors: Jane Austen

Tags: #Clásico,Romántico

Sentido y Sensibilidad (40 page)

BOOK: Sentido y Sensibilidad
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Siguió junto a su hermana con escasos intermedios toda la tarde, calmando cada uno de sus temores, satisfaciendo cada una de las interrogantes de su debilitado espíritu, prestando todos los auxilios necesarios y vigilando casi cada mirada y cada aliento. Por supuesto, en algunos momentos se le hizo presente la posibilidad de una recaída, recordándole lo que era la ansiedad; pero cuando sus frecuentes y minuciosos exámenes le mostraron que continuaban todos y cada uno de los síntomas de recuperación, y a las seis vio a Marianne sumirse en un sueño tranquilo, ininterrumpido y, según todas las apariencias, confortable, acalló todas sus dudas.

Se acercaba ya el momento en que podía esperarse el regreso del coronel Brandon. A las diez, creía Elinor, o no mucho más tarde, su madre se vería libre del terrible suspenso con que ahora debía ir viajando hacia ellas. ¡Quizá también el coronel era apenas un poco menos merecedor de piedad! ¡Ah, cuán lento transcurría el tiempo que aún los mantenía en la ignorancia!

A las siete, dejando a Marianne todavía entregada a un dulce sueño, se unió a la señora Jennings en la sala para tomar té. Sus temores la habían mantenido incapaz de desayunar, y en la cena el giro repentino de los acontecimientos le había impedido comer mucho; el actual refrigerio, entonces, con los sentimientos de gozo con que Elinor llegaba a él, fue muy especialmente bien recibido. Al terminar, la señora Jennings quiso convencerla de que descansara algo antes de la llegada de su madre, y le permitiera
a ella
tomar su lugar junto a Marianne; pero Elinor no se sentía ni fatigada ni capaz de dormir, y no iba a permitir que la mantuvieran lejos de su hermana ni por un instante. La señora Jennings subió con ella entonces hasta la pieza de la enferma para constatar que todo seguía bien, la dejó allí entregada a su cometido y a sus pensamientos, y se retiró a sus habitaciones a escribir algunas cartas y luego a dormir.

La noche era fría y tormentosa. Si hubieran sido las diez, Elinor habría estado segura de que en ese momento escuchaba un carruaje acercándose a la casa;
y
fue tan grande su seguridad de
haberlo
escuchado, a pesar de que era
casi
imposible que ya hubieran llegado, que se dirigió al saloncito junto a la pieza y abrió una celosía para constatar la verdad. En seguida vio que sus oídos no la habían engañado. De inmediato tuvo a la vista el brillo de los faroles de un carruaje. A su incierta luz le pareció distinguir que era tirado por cuatro caballos; y esto, aunque era señal del enorme temor de su madre, explicó en parte tan inesperada rapidez.

Nunca, en toda su vida, había encontrado Elinor más difícil mantenerse tranquila. Saber lo que su madre debía estar sintiendo en el momento en que el carruaje se detuvo ante la puerta… sus dudas, su miedo, ¡quizá su desesperación!, ¡y lo que
ella
debía decir!… sabiendo eso era imposible mantener la calma. Todo lo que quedaba por hacer era apresurarse; y así, quedándose sólo hasta que pudo dejar a la doncella de la señora Jennings con su hermana, corrió escaleras abajo.

El trajín que escuchó en el vestíbulo mientras pasaba por un recibidor interior, le confirmó que ya estaban en la casa. Avanzó a toda prisa hacia la sala, entró… y allí vio únicamente a Willoughby.

CAPITULO XLIV

Elinor, retrocediendo con una mirada de horror al verlo, obedeció al primer impulso de su corazón y se volvió a toda prisa para abandonar la habitación; su mano ya se encontraba en el tirador de la puerta cuando Willoughby la detuvo al avanzar rápidamente hacia ella y decirle, en un tono más imperativo que suplicante:

—Señorita Dashwood, media hora… diez minutos… le ruego que se quede.

—No, señor —replicó ella con firmeza—,
no
me quedaré. Nada tengo que ver
yo
en sus asuntos. Supongo que los criados olvidaron decirle que el señor Palmer no se encontraba en casa.

—Aunque me hubieran dicho —exclamó él con gran vehemencia— que el señor Palmer y toda su parentela estaban en el infierno, no me habrían movido de la puerta. Es con usted que quiero hablar, sólo con usted.

—¡Conmigo! —había enorme asombro en su voz—. Bien, señor… sea rápido, y si le es posible, menos vehemente.

—Siéntese, y acataré ambas órdenes.

Elinor vaciló; no sabía qué hacer. La posibilidad de que llegara el coronel Brandon y lo encontrara ahí se le cruzó por la mente. Pero le había prometido escucharlo, y en ello estaba comprometida su curiosidad no menos que su honor. Tras un momento de reflexión, entonces, que la llevó a concluir que la prudencia exigía darse prisa y que su consentimiento era lo que mejor podía lograrlo, caminó en silencio hacia la mesa y se sentó. El ocupó una silla frente a ella, y durante medio minuto no cruzaron palabra.

—Le ruego sea rápido, señor —le dijo Elinor en tono impaciente—, no tengo tiempo que perder.

Sentado con aire de profunda meditación, él pareció no haberla oído.

—Su hermana —dijo abruptamente un momento después— está fuera de peligro. El criado me lo dijo. ¡Gracias a Dios! Pero, ¿es verdad? ¿Realmente es verdad?

Elinor no le respondió. Repitió él entonces la pregunta, con mayor urgencia aún.

—Por el amor de Dios, dígamelo: ¿está o no está fuera de peligro?

—Esperamos que lo esté.

Willoughby se levantó y cruzó la habitación.

—Si lo hubiera sabido tan sólo media hora antes… Pero ya que
estoy
aquí —habló con forzada vivacidad mientras volvía a la mesa—, ¿qué importa? Por esta vez, señorita Dashwood… quizá sea la última vez… alegrémonos juntos. Estoy de humor para la alegría. Dígame sinceramente —sus mejillas se iluminaron de un rubor más profundo— ¿cree que soy más un canalla o un necio?

Elinor lo contempló más estupefacta que nunca. Comenzó a pensar que debía estar ebrio: era lo único que podía explicar tan extraña visita, tan insólitos modales; y con esta impresión, se puso inmediatamente de pie, diciendo:

—Señor Willoughby, le aconsejaría en este momento que volviera a Combe. No puedo seguir perdiendo el tiempo con usted. Sea lo que fuere que desea tratar conmigo, será mejor que reflexione y me lo explique mañana.

—La comprendo —replicó él con una sonrisa expresiva y voz perfectamente tranquila—. Sí, estoy muy ebrio. Una pinta de cerveza con que acompañé las carnes frías que comí en Marlborough bastó para trastornarme.

—¡En Marlborough!

—Sí; salí de Londres hoy a las ocho de la mañana y los únicos diez minutos que pasé fuera de mi calesín desde esa hora, fueron los que dediqué a una ligera merienda en Marlborough.

La firmeza de sus modales y la inteligencia de su mirada mientras hablaba convencieron a Elinor de que, cualquiera fuese la imperdonable locura que lo traía a Cleveland, no se trataba de ebriedad; y tras pensar durante unos instantes, dijo:

—Señor Willoughby, usted
tiene
que darse cuenta, y yo ciertamente así lo creo, que después de todo lo que ha pasado, su venida acá y la forma en que lo ha hecho, imponiéndome su presencia, exigen una excusa muy especial. ¿Qué pretende con esto?

—Lo que pretendo —dijo el joven con tono gravemente enérgico—, si es que puedo, es hacer que usted me odie un poco menos que
ahora
. Pretendo ofrecer alguna explicación, alguna disculpa por lo ocurrido en el pasado; abrirle mi corazón y convencerla de que aunque siempre he sido un bueno para nada, no siempre he sido un canalla; y, de esta forma, obtener algo semejante al perdón de Ma… de su hermana.

¿Es ése el verdadero motivo que lo trajo aquí?

—Por mi vida que sí lo es —fue su respuesta, dicha con un fervor que trajo a la memoria de Elinor todo lo que había sido el antiguo Willoughby, y que a su pesar la hizo creerlo sincero.

—Si eso es todo, puede darse por satisfecho, pues Marianne sí… hace
mucho
que lo ha perdonado.

—¡Lo ha hecho! —exclamó el joven, con el mismo tono intenso—. Entonces me ha perdonado antes de que hubiera debido hacerlo. Pero me perdonará otra vez, y esta vez por motivos mucho más valederos.
Ahora
, ¿querrá escucharme?

Elinor asintió con un gesto de la cabeza.

—No sé —dijo, tras una pausa llena de expectación por parte de Elinor, de cavilaciones en él—, cómo se habrá explicado
usted
mi comportamiento con su hermana, o qué motivos diabólicos me habrá atribuido. Tal vez le sea difícil pensar mejor de mí; sin embargo, vale la pena intentarlo, y le contaré todo. Al comienzo de mi intimidad con su familia, no tenía yo ninguna otra intención, ningún otro interés en la relación que pasar momentos agradables mientras duraba mi forzada permanencia en Devonshire, más agradables de los que había disfrutado hasta entonces. Su hermana, con su aspecto adorable y atractivas maneras, no podía dejar de encantarme; y su trato hacia mí, casi desde el principio fue… ¡Es increíble, cuando pienso en cómo' fue su trato, y en cómo era
ella
, que mi corazón haya sido tan insensible! Pero al comienzo, debo confesarlo, sólo halagó mi vanidad. Sin preocuparme por su felicidad, pensando sólo en mi propia diversión, permitiéndome sentimientos que toda mi vida había estado acostumbrado a consentir, me esforcé con todos los medios a mi alcance por hacerme agradable a ella, sin ninguna intención de corresponder a su afecto.

En este punto, la señorita Dashwood, lanzándole una mirada del más airado desprecio, lo detuvo diciéndole:

—No vale la pena, señor Willoughby, que siga hablando, o que yo siga escuchándolo. A un comienzo como éste nada puede seguirle. No me angustie haciéndome oír más sobre este asunto.

—Insisto en que lo escuche todo —replicó él—. Nunca fui dueño de una gran fortuna y siempre he sido de gustos caros, siempre me he asociado con gente de ingresos mayores que los míos. Desde mi mayoría de edad, o incluso antes, creo, año tras año han aumentado mis deudas; y aunque la muerte de mí anciana prima, la señora Smith, me liberaría de ellas, dado que se trata de un hecho incierto y posiblemente muy distante, durante algún tiempo había tenido la intención de reconstruir mi situación a través del matrimonio con una mujer de fortuna. Una relación con su hermana no era, por tanto, pensable; y así me encontraba actuando con una ruindad, egoísmo y crueldad que ninguna mirada de indignación o desprecio, ni siquiera la suya, señorita Dashwood, podría censurar bastante, y siempre con el propósito de conquistar su afecto, sin intenciones de corresponderlo. Pero hay una cosa que puede decirse a mi favor, incluso en ese horrendo estado de egoísta vanidad, y es que no sabía la profundidad del dañó que tramaba, porque en
ese
entonces no sabía lo que era amar. Pero, ¿alguna vez lo he sabido? Bien puede dudarse de ello, pues si realmente hubiera amado, ¿podría acaso haber sacrificado mis sentimientos a la vanidad, a la avaricia? O, lo que es peor, ¿podría haber sacrificado los suyos? Pero lo he hecho. Para evitar una pobreza relativa, que su afecto y compañía habrían despojado de todos sus horrores, he perdido, elevándome a una situación de fortuna, todo lo que hubiese hecho de ella una bendición.

—Entonces —dijo Elinor, algo aplacada—, sí se sintió durante un tiempo encariñado con ella.

—¡Haber resistido tantos atractivos, haber rechazado tal ternura! ¡Qué hombre en el mundo lo habría hecho! Sí, poco a poco, sin darme cuenta, me encontré sinceramente enamorado de ella; y las horas más felices de mi vida fueron las que pasé con ella, cuando sentía que mis intenciones eran estrictamente honorables y mis sentimientos intachables. Incluso
entonces
, sin embargo, cuando estaba completamente decidido a plantearle mi amor, me permití contra todo decoro postergar día a día el momento de hacerlo, llevado por mi renuencia a establecer un compromiso mientras siguiera en tan grandes apuros económicos. No voy a justificar esto… ni la detendré si
usted
quiere explayarse sobre lo absurdo, y peor que absurdo, de dudar en comprometer mi palabra allí donde mi honor ya estaba comprometido. Los hechos han demostrado cuán neciamente astuto fui, trabajando tanto para regalarme la posibilidad de hacerme despreciable y desgraciado para siempre. Por último, sin embargo, me resolví y decidí que en la primera oportunidad en que pudiera hablarle a solas, justificaría las atenciones que sin cesar le había prodigado y le declararía abiertamente un afecto que ya había hecho tanto por mostrarle. Pero entre tanto, en el intervalo de las pocas horas que transcurrirían antes de que se me presentara la oportunidad de hablar con ella en privado, algo ocurrió, una desafortunada circunstancia que destruyó toda mi resolución y, con ella, todo mi bienestar. Algo se descubrió —aquí vaciló y bajó los ojos—. La señora Smith había sabido, de una u otra forma, me imagino que a través de algún pariente lejano que quería privarme de su favor, sobre un asunto, una relación… pero no es necesario que me explaye sobre eso —añadió, mirándola ruborizado y con aire interrogativo—, a través de su amistad tan íntima… probablemente está al tanto de toda la historia desde hace mucho.

—Lo estoy —respondió Elinor, también ruborizándose, y volviendo a endurecer su corazón contra cualquier sentimiento de compasión hacia él—, estoy enterada de todo. Y de qué forma podrá disculpar con sus explicaciones ni la más pequeña parte de su culpa en ese atroz asunto, es más de lo que puedo imaginar.

—Recuerde —exclamó Willoughby—, por boca de quién le llegó esa historia. ¿Podía acaso ser imparcial? Admito que debí respetar la condición y la persona misma de esa joven. No es mi intención justificarme, pero tampoco puedo permitirle a usted suponer que no tengo nada que argumentar; que porque sufrió, era irreprochable; y que porque
yo
era un libertino,
ella
debía ser una santa. Si la vehemencia de sus pasiones, la debilidad de su entendimiento… pero no quiero defenderme. Su afecto por mí mereció un mejor trato, y a menudo recuerdo con enormes sentimientos de culpa esa ternura que durante un muy breve lapso tuvo el poder de crear en mí una réplica. Cómo quisiera, de todo corazón, que ello nunca hubiera ocurrido. Pero el daño que me hice a mí es mayor que el suyo; y he dañado a alguien cuyo afecto por mí (¿puedo decirlo?) era apenas menos ardiente que el de ella, y cuya inteligencia… ¡Ah! ¡Cuán infinitamente superior!

—Pero su indiferencia hacia esa desdichada niña…, debo decirlo, por desagradable que me sea discutir un asunto como éste…, su indiferencia no es excusa para la cruel manera en que la abandonó. No imagine que ninguna debilidad, ninguna carencia natural de entendimiento en ella, disculpa la insensible crueldad que usted mostró. Usted tiene que haber sabido que mientras se divertía en Devonshire con nuevos planes, siempre alegre, siempre feliz, ella se veía reducida a la más total indigencia.

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