Studio Sex (28 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Studio Sex
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Por lo menos no saben quién soy, pensó. No saben que yo soy la perdedora. Gracias, Dios mío, por no haberme dado nunca un «careto».

El pequeño tren de cercanías pronto estuvo abarrotado. Ella acabó frente a un hombre gordo, húmedo de sudor y lluvia, que abrió un ejemplar delKvällspressen;Annika procuró no mirar.Berit había conseguido que el presidente del parlamento reconociera su implicación en el asunto IB.

«Estuve destinado con Elmér», decía el titular de la primera página. Bueno, pensó. Eso ya no es asunto mío.

En Fien tuvo que esperar otra hora más al autobús de Hälleforsnäs. La lluvia seguía cayendo, se había formado un pequeño lago en la calle, detrás de la parada del autobús. Se sentó en la sala de espera de la estación con el rostro de cara a la pared, no deseaba hablar con nadie.

El mediodía les alcanzó antes de que el autobús parase al pie de Tattarbacken. El aparcamiento junto a Konsum estaba desierto y lleno de agua, nadie la vio apearse. Estaba cansada y temblorosa, subió hacia su casa con las piernas doloridas después de la carrera del día anterior.

Su piso estaba oscuro y olía a polvo. Se quitó la ropa mojada sin encender ninguna luz y se metió en la cama. A los tres minutos ya estaba dormida.

—Es sólo cuestión de tiempo —dijo el primer ministro. El jefe de prensa protestó.

—No podemos estar seguros. Nadie sabe dónde se detendrá la piedra.

El jefe de prensa sabía de qué hablaba. Anteriormente había sido uno de los reporteros políticos más osados y experimentados de Suecia. Su tarea, en la actualidad, era ocuparse de vigilar a los medios en provecho de la socialdemocracia. El era, junto a los estrategas electorales americanos, quien más tuvo que decir cuando se preparó la campaña electoral del partido del gobierno. Aunque el primer ministro estaba al tanto de que votaba a los liberales.

—Tengo que reconocer que estoy preocupado —dijo el jefe de Gobierno—. No quiero dejar esto al azar.

El hombre corpulento se levantó y se dirigió inquieto hacia la ventana. La lluvia caía formando una cortina gris ahí fuera y ocultaba la vista sobre Riddarfjärden. El jefe de prensa lo detuvo.

—No deberías estar ahí de pie pensando, se te ve desde la calle —dijo él—. Tu fotografía sería la perfecta ilustración de un gobierno en crisis.

El primer ministro se detuvo, asustado. Su mal humor se incrementó aún más y se volvió directamente hacia su ministro de Comercio Exterior.—¡Coño! ¡Joder! ¿Cómo pudiste ser tan estúpido? —exclamó.

Christer Lundgren no reaccionó, continuó mirando fijamente hacia el cielo gris plomizo desde su sitio en la esquina. El primer ministro se dirigió hacia él.

—No podemos entrar y comenzar a cambiar las rutinas de la administración, lo sabes de sobra, ¡joder!

El ministro levantó la mirada hacia su jefe.

—No, en efecto. Ni de la policía ni de otros, ¿no?

Los ojos del primer ministro empequeñecieron tras las gafas.

—¿No comprendes la situación en la que nos has metido? ¿Entiendes las consecuencias de lo que has hecho?

Christer Lundgren se levantó apresuradamente y se situó justo delante del primer ministro.

—Sí, sé exactamente lo que he hecho —gritó—. ¡He salvado a este partido de mierda, eso es lo que he hecho!

El jefe de prensa se interpuso entre ambos.

—No podemos deshacer lo hecho —dijo con tranquilidad—. Debemos sacar el mayor provecho de esta situación. Intentar alterar los papeles sólo acabaría en desastre. Simplemente, no podemos hacerlo. No creo que ningún periodista consiga encontrar las facturas.

Dio una vuelta alrededor de los ministros.

—Lo más importante es que cooperemos con la policía sin que se enteren de todo.

Posó formalmente una mano sobre el hombro del ministro de Comercio Exterior.

—Christer —dijo—, ahora todo depende de ti.

El ministro se sacudió el peso de su omóplato.

—Soy sospechoso de asesinato —respondió sofocado.

—Sí, es una ironía —repuso el jefe de prensa—. Tienes la muerte del gobierno sobre tu mesa. En realidad es de eso de lo que trata todo el asunto, ¿no es cierto?

Cuando se despertó ya era de noche. Sven estaba sentado en el borde de su cama y la observaba.

—Bienvenida a casa —dijo y esbozó una sonrisa.

Ella le devolvió la sonrisa. Tenía sed y un ligero dolor de cabeza.—Suenas como si hubiera estado fuera una eternidad —res ponchó.

—A mí me lo parece —repuso él.

Ella apartó las sábanas y se levantó, se sintió aturdida y mareada.

—No me encuentro bien del todo —murmuró ella.

Se dirigió trastabillando hacia el cuarto de baño y se tomó un Pa nodil. Abrió la ventana para airearlo. La lluvia había remitido pero m acabado. Sven apareció en la puerta.

—¿Vamos a comprar una pizza? —preguntó él.

Ella titubeó

—No tengo mucha hambre.

—Tienes que comer —contestó él—. Has adelgazado muchísimc

—He tenido mucho que hacer —dijo ella y pasó por delante deíhacia el recibidor. Sven la siguió a la cocina.

—Al parecer en la radio se portaron contigo como unos cabrone —dijo él.

Llenó un vaso de agua del grifo.

—Vaya —repuso ella—. ¿Así que ahora escuchas programas d debates y análisis? —No, fue Ingela.

Ella se detuvo con el vaso en la boca.

—¿El «cubo de espermas»? —preguntó sorprendida—. ¿Sales co: ella?

Sven se enfadó.

—Ese es un viejo mote de lo más cabrón. Ella ya se ha arrepentid* de eso.

Annika sonrió.

—Fuiste tú quien lo inventó.

El también sonrió.

—Sí, bueno —dijo y rió.

Annika bebió el agua a tragos profundos, él se le acercó y la abraz por detrás.

—Tengo frío. Tengo que vestirme —dijo y se separó de él. Sven la besó.

—Claro. Yo llamo al Maestro —repuso él. Annika se fue al dormitorio y abrió la puerta de su armario. La rop que aún colgaba allí le pareció que olía a cerrado y estaba arrugada.Oy>, Sven llamaba a la pizzería local y encargaba dos «cuatro». Sven cordaba que a ella no le gustaban los mejillones.

—Ahora te quedarás en casa, ¿verdad? —gritó después de colgar.

Ella ojeó la ropa.

—¿Qué te hace pensar esto? Mi beca no finaliza hasta el catorce de agosto, todavía me queda una semana y media. Él se apoyó en el quicio de la puerta.

—¿Aún te quieren ahí, después de cómo te han puesto?

Se le calentaron las mejillas, buscó dentro del armario.

—La prensa vespertina pasa de lo que diga un programa de P3.

Sven se acercó a ella y la volvió a abrazar.

—Me da igual lo que digan de ti —susurró él—. Para mí tú siempre serás la mejor, a pesar de que todos los demás piensen que no vales nada.

Se puso unos vaqueros que le quedaban demasiado grandes y un viejo jersey.

Sven cabeceó descontento.

—¿Siempre tienes que vestir tan descuidada? —preguntó él—. ¿No tienes ningún traje?

Ella cerró la puerta del armario.

—¿Cuánto tardarán las pizzas?

—Hablo en serio —contestó él—. Ponte otra cosa.

Annika se detuvo, respiró.

—Venga —rogó ella—. Tengo hambre.

Dieciocho años, diez meses y seis días

Añoro lo sencillo, lo brillante. Cuando el día flotaba entre las sombras de la noche como un espíritu: puro, claro, de suave fragancia. El tiempo, un agujero ingrávido. La embriaguez, el primer contacto, el viento, la luz, el sentimiento total de perfección. Desearía más que nada en el mundo recuperar ese instante.

Su oscuridad oculta el horizonte. No es sencillo navegar en la oscuridad. El círculo es redondo y malvado. Yo origino la oscuridad que él lleva en su interior y que oculta nuestro amor entre la niebla. Mis pasos son inseguros, tropiezo en nuestro sendero. Su paciencia decae.

Yo pago el precio.

Pero en el mundo no hay nada más importante que nuestra relación.

Lunes, 6 de agosto

El agua del café estaba hirviendo, la vertió sobre el filtro, se derramó y se quemó.

—¡Joder! —exclamó, los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¿Te has hecho daño?

Patricia estaba en la puerta del cuarto de servicio, en bragas y camiseta, el pelo revuelto, adormecida. Annika sintió inmediatamente un ataque de mala conciencia.

—Oh, lo siento, no quería despertarte, lo siento mucho...

—¿Ha pasado algo?

Annika se volvió y vertió el resto del agua.

—Mi trabajo pende de un puto hilo —repuso—. ¿Quieres un café o vas a seguir durmiendo?

Patricia se restregó los ojos.

—Esta noche no trabajo —contestó—. Tomaré una taza.

Se puso unos shorts y desapareció por la escalera hacia el retrete. Annika se apresuró a sonarse y a secarse los ojos. Sacó unas cuantas rebanadas de pan del congelador y las introdujo en la tostadora, puso en la mesa queso, mermelada y Bregott. Oyó a Patricia regresar y cerrar la puerta.

—Pero ¿qué te ha pasado?

Patricia miró fijamente la pierna de Annika, ésta también se fijó.

—El jueves me persiguió una turba —contestó—. Estuvieron a punto de quemarnos el coche cuando nos marchábamos.

Patricia la miró de hito en hito.

—¡Dios mío! ¡Parece una película de James Bond!

Annika rió, la tostadora de pan hizo clic y lanzó las rebanadas haciendo un arco por el aire. Cada una cogió la suya, Patricia se rió.

Se sentaron a la mesa de la cocina y prepararon el desayuno, Annika echó de menos el periódico matutino. Miró por la ventana, la lluvia rebotaba contra la chapa de los tejados.

—¿Qué tal en el campo? —preguntó Patricia.

Annika suspiró.

—Como era de esperar con este tiempo. El viernes dormí en casa de Sven, mi novio, luego fui a casa de mi abuela, que está en una parcela que pertenece a Harpsund. Puede alquilarla siempre que quiera, porque trabajó allí de ama de llaves durante treinta y siete años.

—¿Qué es Harpsund? —preguntó Patricia.

Annika sirvió el café.

—Es una propiedad que hay entre Flen y Hälleforsnäs —explicó—. Un viejo llamado Hjalmar Wicander se la regaló al Estado al morir en 1952. La única condición fue que el primer ministro la utilizara como residencia de recreo y representación.

—¿Qué es una residencia.... de recreo?

—Una casa de verano con salón de fiestas —contestó Annika y sonrió—. Harpsund ha sido muy popular entre nuestros primeros ministros, el que parece más encantado de todos es nuestro primer ministro actual. Es de Sörmland y tiene parientes por ahí. Me lo encontré paseando una noche demidsommarhace unos años.

Patricia abrió los ojos de par en par.

—¿Has estado allí?

—Solía acompañar a mi abuela cuando era pequeña.

Comieron en silencio.

—¿Trabajas hoy? —preguntó Patricia.

Annika asintió.

—Tú tienes un trabajo muy pesado, ¿verdad? —dijo Patricia—. Y peligroso, si es que intentan quemarte.

Annika esbozó una sonrisa.

—También le prendieron fuego a tu trabajo.

—Pero no fue nada personal —repuso Patricia.

Annika suspiró.

—Sin embargo, me gustaría continuar trabajando aquí.

—¿Por qué tienes que dejarlo?

—Mi beca finaliza la semana que viene. Sólo uno o dos becarios pueden continuar durante el otoño.

—¿Y no puedes ser tú? Tú has escrito mucho.

Annika titubeó.

—Mañana tienen una reunión con el sindicato, entonces sabremos quién se queda. ¿Qué vas a hacer hoy?

La mirada de Patricia se ensimismó y se perdió a través de la lluvia.

—Pensaré en Josefin —respondió—. Hablaré con los espíritus y la buscaré en el más allá. Cuando entre en contacto con ella le preguntaré quién lo hizo.

Anne Snapphane estaba sentada a su mesa cuando Annika llegó a la redacción.

—Así que aún vives —constató Annika.

—Apenas —repuso su colega—. El fin de semana ha sido una mierda. Los jefes han estado completamente atontados. Lo que el jefe de la mesa de redacción preparaba durante el día, el jefe nocturno lo tiraba a la basura por la noche. He escrito cinco artículos que han sido anulados.

Annika se dejó caer en su silla. La dragona de traje sastre había dejado tras de sí un campo de batalla compuesto por tazas de café vacías, teletipos de TT y kleenex usados.

—Estuve dudando antes de venir —dijo Annika—. Ahora sé por qué.

Anne Snapphane comenzó a reír. Annika tiró todo lo que había en la mesa, incluidos cinco cuadernos, dos libros y tres tazas de porcelana marcadas con el nombre Mariana a la papelera.

—Que te den por el culo, pija de mierda —espetó.

Anne Snapphane se reía tanto que se cayó de la silla.

—Joder, no es para tanto... —dijo Annika.

Anne se sentó de nuevo, se secó las lágrimas e intentó controlar 1; risa.

—No, no lo es —replicó y rió—. Pero otras cosas divertidas sí lo son. Por ejemplo, me voy de aquí.

Annika abrió los ojos.

—¿Has conseguido trabajo? ¿Dónde?

—Una productora en Södra Hammarbyhamnen. Seré laresearcherde un programa para mujeres en un canal por cable. Comienza el doce de septiembre. Será muy escandaloso. Estoy realmente ilusionada.

—Pero quizá podrías continuar aquí.

—No sé si quiero, estoy agotada de cojones. Además, los de la televisión me harán un contrato fijo.

—Enhorabuena —la felicitó Annika, bordeó la mesa y abrazó a su amiga—. ¡Dios mío, qué suerte la tuya!

—Oíd, tortilleras, ¿tenéis tiempo para trabajar?

Spiken había regresado a su puesto de jefe de la mesa de redacción.

—Que te den por el culo, viejo verde de mierda —gritó Anne Snapphane.

—¿Estás loca? —dijo Annika quedo.

—¿A quién le importa? Me voy a ir —dijo Anne Snapphane y se levantó.

Fue a Anne a quien le dieron el trabajo, la historia de un gato que cuidaba la policía de Norrköping. Había estado rondando por la estación durante dos semanas y lo iban a sacrificar.

—Tenemos que conseguir una foto del gato de los cojones en la celda —dijo Anne Snapphane—. Imagínate el titular: «Morrito de nieveen el corredor de la muerte».

Spiken miró de reojo a Annika.

—No tengo nada para ti, de momento quédatestandby.

Annika tragó saliva. Comprendió. La puerta del frigorífico se cerraba.

—Okey—contestó ella—. Me iré a leer los periódicos.

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