Studio Sex (46 page)

Read Studio Sex Online

Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Studio Sex
7.1Mb size Format: txt, pdf, ePub

Él corre más rápido que yo, pensó, pero está borracho y yo conozco el bosque mejor. Sven corre más rápido sobre superficies planas, debo mantenerme en el monte.

Giró repentinamente hacia el norte, abandonó el camino. Allí arriba estaban el Gorgsjön y el Holmsjön, si los bordeaba podría ir hacia el este, subir al camino de Sörmland y entrar en el pueblo por la acería.

Sintió que le pesaban las piernas, acababa de comer medio kilo de níscalos. Las obligó a aumentar el ritmo, apretó los dientes para combatir el dolor. Ya no se oía el jadeo tras ella. Lanzó una mirada por encima del hombro, árboles y vegetación, cielo y piedras.

Puede haber cogido un camino forestal, intentar atajarme, pensó de pronto, se detuvo de golpe.

El pulso le latía, fuerte y alto, escuchó el bosque. Nada, sólo el viento.

¿Dónde están los caminos forestales?

Algo crujió a su espalda, miró a su alrededor, sintió el pánico acechando tras los troncos.

Dios mío, ¿dónde está el camino? Aquí hay un camino, pero ¿dónde?

Respiró, se obligó a pensar. ¿Cómo era el camino?

Se trataba de un sendero de tala por el que conducían los troncos. La vegetación había comenzado a crecer y el bosque había alcanzado la altura de una persona.

Corre hacia la maleza, pensó.

En ese mismo instante saltó el gato frente a ella y se apretó contra sus piernas, ella tropezó con él.

—Whiskas,estúpido gato. Vete a casa.

Le dio una patada, intentó espantarlo.

—Corre a Lyckebo. Corre con la abuela.

El animal maulló y desapareció tras un matorral.

Annika corrió hacia el este, de pronto el bosque se volvió monte bajo. Tenía razón, ahí estaba el camino. Esperó algunos segundos en el matorral donde se había encontrado al gato, y antes de salir recuperó la respiración, el camino estaba libre. Al poco pasó Gorgnäs, nadie en la casa, Mastorp, nadie tampoco ahí, luego directo hacia el este, para salir al camino, en línea recta.

Sven estaba en la última curva antes de llegar al camino de Sörmland. Ella lo vio con tres segundos de ventaja, se lanzó hacia el norte, subiendo hacia el pantano de la acería. Algo relucía en su mano; comprendió qué. La razón abandonó su cuerpo. Corrió, gritó, se cayó, se tambaleó, se acercó al lago, entró en él, jadeó de frío, nadó, nadó, salió a la playa, escupió, se tambaleó hacia los barracones, y estaba el cercado. Corrió hacia la izquierda, trepó por un gran álamo, que estaba entre las casas de la acería.

—No te escaparás, ¡puta de mierda!

Miró a su alrededor, no lo vio, pasó corriendo una casa blanca, tiró de una puerta de hierro azul claro blanqueada por el sol, corrió hacia dentro en la oscuridad. Cegada, tropezó con una pila de escombros, escupió polvo, fue hacia dentro, más lejos, lloró. La oscuridad se disolvió, las sombras tomaron forma, un horno de fusión, y calderos de tambor abandonados. Filas de pequeñas ventanas de un marrón cenagoso bajo el tejado, hollín y herrumbre. La puerta que había abierto se dibujó como un rectángulo de luz a lo lejos, la silueta del hombre se acercaba lentamente. Vio relucir el arma en su mano. Reconoció su machete de caza.

Ella se giró y corrió, el suelo de chapa retumbaba bajo sus pies, pasó el horno. Subió la escalera, oscuridad, otra escalera, tropezó y se golpeó una rodilla, regresó a la luz, una plataforma, ventanas, grúas, se golpeó la cabeza contra el suministrador de arena de moldear.

—Ya no tienes salida.

El respiró agitadamente, los ojos brillantes de odio y alcohol.

—Sven —gimió ella, retrocediendo hacia el pozo de escombros—, Sven, no lo hagas, en realidad no quieres...

—Puta de mierda —gritó.

En ese mismo instante se oyó un tenue maullido a lo lejos en la escalera. Annika entornó los ojos y miró hacia las sombras, buscó con la mirada entre el hollín y los escombros. El gato, el gato, la había seguido todo el camino.

—¡Whiskas!—gritó ella.

Sven se acercó un paso, ella retrocedió, el gato se acercó a ellos, maullaba y se arqueaba, daba pequeños paseos y corría, apretaba su hocico contra los oxidados restos de maquinaria, jugueteaba con un trozo de carbón.

—Deja al gato de mierda —exclamó Sven ronco, ella reconoció esa voz, él estaba a punto de llorar—. No me puedes abandonar así. ¿Qué voy a hacer sin ti?

Sven tembló sacudido por un sollozo, Annika no pudo responder, la garganta agarrotada, sin posibilidad de emitir un sonido. Vio relucir el contorno del machete bajo vetas de sol, agitado al azar.

—¡Joder, Annika, yo te quiero! —gritó.

Ella presintió más que vio cómo el gato se acercaba a él, se estiró con las patas traseras para frotar el hocico contra su rodilla, siguió el brillo lustroso del cuchillo al cortar el aire y alcanzar el vientre del gato.

—¡No!

Un grito abismal, sin sentido. El cuerpo del gato voló por el aire, formando un amplio arco sobre la entrada de la colada, dejando tras de sí un reguero rojo claro de sangre, los intestinos salieron del cuerpo, colgando como una cuerda de su vientre.

—¡Hijo de puta!

Ella sintió una fuerza de fuego y hierro, como esa masa que sus antepasados fundieron y moldearon en aquel jodido edificio, furiosa y desenfrenada, el campo de visión se le coloreó de rojo, las impresiones le llegaban a cámara lenta. Se agachó y se estiró hacia una barra oxidada y negra, que estaba muy abajo en el suelo, a una distancia inmedible, la alcanzó y agarró con ambas manos, duras como el hierro, y la agitó con una fuerza que en realidad no tenía.

La barra lo alcanzó justo en la sien. Vio a cámara lenta cómo se le clavaba en el hueso de la cabeza y lo partía como una cascara de huevo, sus ojos giraron y mostraron el blanco, algo manaba de la herida lateral, los brazos colgaban, el machete voló como una estrella a través del firmamento, el cuerpo se tambaleó a la izquierda y los pies abandonaron el suelo. Se desplomó.

El siguiente golpe lo alcanzó en el diafragma, ella oyó cómo se le quebraban las costillas. El cuerpo del hombre se elevó por la fuerza del golpe y cayó lentamente hacia el borde de la cuba de la tolva.

—Ahora, hijo de puta —espetó Annika.

Con un último empujón lo tiró dentro del horno de fusión. Lo último que vio sobre el bordillo fueron los pies seguir al resto del cuerpo.

Soltó la barra que tintineó con fuerza sobre el suelo de cemento en medio del repentino silencio.

—Whiskas—dijo ella con un hilo de voz.

Yacía junto a la entrada de material, el esternón abierto. Una masa burbujeante en su interior, aún con la respiración entrecortada. Sus patas traseras se agitaban, sus ojos la vieron, intentó maullar. Antes de levantarlo dudó, no deseaba herirlo más. Introdujo cuidadosamente parte de los intestinos en su panza, se sentó en el suelo y lo cogió en brazos. Lo acunó lentamente mientras sus pulmones gradualmente se apagaron. Sus ojos dejaron de verla, se quedaron en blanco y en paz.

Annika lloró, acunó el cuerpo destrozado del animalito en sus brazos. El sonido que ella emitía era como quejas y aullidos, largos y monótonos. Permaneció allí sentada hasta que el llanto se acabó y el sol comenzó a ponerse tras la fábrica.

El suelo de cemento era duro y frío. Temblaba. La ropa estaba casi seca, la pierna se le había dormido, se levantó torpemente con el gato en brazos. Siguió lentamente el rastro de la sangre a través del polvo. Se agachó y recogió los restos de intestino, intentó limpiarlos, los colocó en el cuerpo inerte.

Se dirigió lentamente hacia la escalera, el polvo bailaba en el aire. Tenía que bajar muchos tramos, buscó la luz, el rectángulo resplandeciente. El día en el exterior era igual de claro que antes, algo más frío, las sombras más alargadas. Permaneció de pie un instante y dudó, luego dirigió sus pasos hacia la verja de la fábrica y hacia la entrada.

Los ocho obreros que aún trabajaban en la acería se preparaban para irse a casa. Dos de ellos ya se habían sentado en sus coches. Los otros discutían algo mientras el encargado cerraba la puerta.

El hombre que la descubrió dio un grito y la señaló.

Estaba ensangrentada desde la frente hasta la cintura, cargaba el cuerpo del gato en su regazo.

—¿Qué demonios ha pasado?

El encargado fue el primero en recomponerse y corrió hacia ella.

—Sven está ahí dentro —dijo Annika monótonamente—. En el horno.

—¿Estás herida? ¿Necesitas ayuda?

Annika no respondió, se dirigió hacia la salida.

—Ven, te vamos a ayudar —dijo el encargado.

Los hombres se reunieron a su alrededor, los dos que habían arrancado los coches apagaron los motores y se apearon. El encargado abrió la fábrica y acompañó a Annika a su oficina.

—¿Ha ocurrido algún accidente? ¿Aquí, en la acería?

Annika no respondió. Se sentó en una silla sujetando convulsivamente al gato en su regazo.

—Id a ver en la vieja casa, la del horno de cuarenta y cinco toneladas —dijo el encargado con un hilo de voz. Tres de los hombres fueron a ver.

El encargado se sentó junto a ella, observó cuidadosamente a la mujer trastornada. Estaba ensangrentada, pero no parecía herida.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó él.

—Whiskas—contestó Annika—. Es mi gato.

Ella se inclinó y frotó su mejilla contra la suave piel, le sopló ligeramente en una de sus orejas. Tenía tantas cosquillas, solía rascarse siempre con la pata trasera cuando le hacía eso.

—¿Quieres que yo lo coja?

Annika no respondió, sólo le dio la espalda al encargado y abrazó el cuerpo del gato con más fuerza. El hombre suspiró y salió.

—Vigílala —le dijo a uno de los hombres que estaba apoyado contra la puerta.

Ella no tenía conciencia del tiempo que había estado sentada ahí cuando un hombre posó una mano en su hombro. Qué confianzas, pensó ella.

—¿Cómo está, señorita?

Ella no respondió.

—Soy el comisario de policía de Eskilstuna —anunció—. Hay un hombre muerto en el horno de allá abajo. ¿Sabes algo?

Ella no reaccionó. El policía se sentó a su lado. La estudió detenidamente durante unos minutos.

—Al parecer has pasado por algo realmente horrible —dijo al cabo—. ¿Es tu gato?

Ella asintió.

—¿Cómo se llama?

—Whiskas.

Por lo menos podía hablar.

—¿Qué le ha pasado aWhiskas?

Ella comenzó a llorar de nuevo. El policía esperó en silencio a que se calmara.

—Él lo mató, con el machete —dijo finalmente—. No pude evitarlo. Él le abrió el vientre.

—¿Quién lo hizo?

Ella no respondió.

—Los trabajadores creen que el hombre que está ahí muerto es Sven Matsson, jugador de bandy. ¿Es eso cierto?

Ella dudó, luego levantó la vista hacia él y asintió.

—Él no tenía que haberle hecho nada al gato —apuntó ella—. De verdad que no tenía que haberle hecho nada al gato.Whiskas.¿Lo entiendes?

El policía asintió.

—Claro —repuso él—. ¿Y tú, quién eres?

Ella suspiró y respiró hondo.

—Annika Sofia Bengtzon.

Él sacó su cuaderno del bolsillo.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó él.

Ella encontró su mirada.

—Tengo veinticuatro años, cinco meses y veinte días —dijo ella.

—Vaya —replicó él—. ¡Qué precisión!

—Llevo la cuenta en mi diario —repuso ella y bajó la cabeza hacia su gato muerto.

EPÍLOGO

—Hola, soy Karina. Karina Björnlund. ¿Está ocupado?

El primer ministro suspiró en silencio en el auricular.

—No, en absoluto. ¿En qué puedo ayudarte?

—En realidad, en unas cuantas cosas. Como ya sabrá éste ha sido un período muy desgarrador para mí. En medio de la campaña electoral y todo...

Enmudeció, el primer ministro esperó a que continuara.

—Bueno, sólo conseguí trabajar ocho meses —señaló ella—, así que mi compensación por despido será muy pequeña. Sí, tenía que estar de acuerdo.

—Y he estado pensado que quizá podría seguir trabajando para el gobierno. He aprendido unas cuantas cosas y me parece que podría aportar mucho.

El primer ministro sonrió.

—Estoy seguro, Karina. Trabajar cerca del ojo del huracán le transforma a uno para siempre. Estoy seguro de que pronto encontrarás un buen trabajo. Nadie puede negar tu valía.

—Tampoco mis conocimientos.

—Es cierto. Pero, como tú ya sabes, a los ministros les gusta decidir la elección de su portavoz de prensa. No te puedo prometer nada.

Ella rió ligeramente.

—Claro que puede. Todos saben que es usted quien decide. Nadie rebate sus decisiones. Si lo hacen pasan a la historia.

Eso era cierto, pensó él algo divertido. Quizá a la hora de la verdad no fuera tan jodidamente estúpida.

—Karina, comprendo lo que dices.¿Okey?Tú deseas continuar, pero yo digo no. ¿Estamos de acuerdo?

La mujer al otro lado del auricular permaneció en silencio un momento.

—Bueno, si no deseas nada más —dijo el primer ministro y se dispuso a colgar el auricular.

—Usted no ha entendido nada, ¿verdad? —replicó Karina en voz baja.

—¿Disculpa?

La voz de él comenzó a adquirir un ligero punto de irritación.

—Quizá no me haya expresado con la suficiente claridad —apuntó Karina Björnlund—. Esto no es una jodida negociación. Le he dicho que durante estos ocho meses he adquirido una serie de conocimientos que son completamente inestimables. Le estoy diciendo que ahora tengo muchas cosas que aportar, que deseo seguir trabajando para el gobierno...

El primer ministro respiró en el auricular, su cerebro estaba paralizado. Joder. Qué coño sabía ella...

—Espero que me escuche atentamente —dijo la mujer—, porque no pienso repetirlo otra vez. No quiero volver a hablar de ello, pero no soy yo quien asume esta responsabilidad.

Él tenía la boca completamente seca.

—Pero si tú ni siquiera eres socialdemócrata —repuso él.

—Joder, eso no tiene ninguna importancia —replicó ella.

* * *

Artículo aparecido en el periódicoKvällspressen

fecha: 7 de octubre

páginas: 1 de 2

periodista: Sjölander

DOS SORPRESAS EN EL NUEVO GOBIERNO

Texto:

Finalmente, el primer ministro ha presentado su nuevo gobierno. El se-cretismo ha sido total hasta el último momento. No ha habido ninguna filtración. En Rosenbad se presentó al gobierno en pleno.

Other books

The Hooded Hawk Mystery by Franklin W. Dixon
1 Target of Death by Madison Johns
Dark Summer by Jon Cleary
It's Only Make Believe by Dowell, Roseanne
Left Behind by Jayton Young
Blood Fire by Sharon Page
In Siberia by Colin Thubron