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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Tatuaje I. Tatuaje (12 page)

BOOK: Tatuaje I. Tatuaje
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Quién eres? El Gran Inquisidor? No voy a darte detalles, Erik. Sabes que nunca lo haría. No me va ese rollo.

Erik lo empujó hasta una esquina del edificio de ladrillos donde se encontraban la mayor parte de las aulas del colegio. Allí lo acorraló contra la pared. Álex se quedó mirándolo con atención, consciente del tatuaje de plata viva que latía en su nuca, y también de las rápidas sombras que atravesaban la mirada de su amigo, amenazadoras e inexplicables.

—No lo entiendes, verdad? —le susurró Erik atropelladamente—. No entiendes lo que hacen con esos tatuajes. No son tatuajes corrientes, ¿es que no te has dado cuenta? Los utilizan para dominar, para someter… Si no te resistes, estás perdido.

—Un momento, de qué estás hablando? —preguntó Álex.

No sabes nada de su magia? Claro, supongo que no te habrán hablado de ello.

—Me hablaron de las brujas agmar y de la magia del tatuaje. David me dijo que era como un filtro de amor que me uniría para siempre a la persona elegida. La mirada de Erik se perdió unos instantes en las copas doradas de los olmos, por detrás de la tapia del patio. Álex nunca había visto tanta cólera en sus ojos claros, habitualmente tan seguros de sí mismos.

—Necesito saber más, Álex —murmuró—. Necesito saber qué más te dijeron. ¿Te hablaron de los otros clanes? Álex frunció las cejas.

Qué otros clanes? Qué demonios…? Se interrumpió, notando el súbito alivio de Erik, la rapidez con la que trataba de reordenar sus ideas.

—Escúchame, Álex, escúchame con atención. Las brujas agmar son peligrosas, llevan siglos utilizando sus poderes para someter a los seres humanos. Se transmiten su sabiduría de generación en generación. Y Jana es una de ellas. Tú no tienes ni idea… No puedes imaginarte en lo que puede convertirte. ¿Has visto a esos hombres con aspecto de animales, con mandíbulas y garras y dientes de Hera?

Los ghuls? Solo son freakies con implantes en la cara. Crees que Jana me va a pedir que me convierta en uno de ellos? Erik rió con aspereza.

Pedírtelo? No, no creo que te pida permiso. Simplemente lo hará… Si te acercas mucho a ella, te convertirá en su esclavo.

Álex captó la profunda inquietud que latía tras la advertencia de Erik. Había algo de sinceridad en sus palabras, pero también… también había oscuridad, y lagunas, fragmentos de información que le estaba ocultando.

Lo que más le desconcertaba era descubrir que su amigo sabía tanto sobre Jana y sus secretos. Le pareció más que raro, porque, en el colegio, casi nunca se dirigían la palabra… En alguna ocasión había sospechado que a Erik le gustaba tanto Jana como a él, pero nunca se le había pasado por la cabeza la idea de que, en el pasado, hubiese podido existir algo entre los dos. Claro que Erik era muy reservado en lo que a sus relaciones se refería; y a Jana, por otro lado, apenas estaba empezando a conocerla.

Además, estaban los tatuajes. La serpiente de Jana y el escorpión que acababa de descubrir en la piel de Erik, ambos igual de resplandecientes e inquietantes, como si tuvieran vida propia. Se suponía que el tatuaje de Jana era mágico… ¿Y el de Erik? ¿También lo era? David le había asegurado que Erik nunca había sido su cliente. Si era cierto, ¿cómo se explicaba que los dos tatuajes tuviesen tanto en común? ¿Había otros artistas en la ciudad capaces de las mismas proezas que David?

Álex se pasó una mano por el pelo, impaciente. Le habría gustado formular muchas de aquellas preguntas en voz alta, pues estaba seguro de que Erik tenía las respuestas que buscaba; pero, por otro lado, no quería seguir perdiendo el tiempo con él. El dolor del tatuaje lo atraía hacia Jana cada vez con mayor fuerza, como si de una cadena invisible se tratara. No podía seguir resistiéndose a su llamada… Tenía que ir hacia ella cuanto antes.

—Escucha, Erik —dijo de mal humor—. Aunque todo eso que me estás diciendo fuera cierto, ¿crees que me haría apartarme de Jana? Yo ya le pertenezco. Le pertenecía antes del tatuaje, porque la quiero. Y no me da miedo. No me da ningún miedo pertenecerle… Sé lo que soy y sé que ella no podría convertirme en algo que yo no quiera ser, aunque sea una maldita bruja.

—Per… Pero ¿cómo puedes amar a alguien así, a alguien que solo quiere hacerte daño?

La respuesta de Álex fue inmediata.

—Eso no es cierto, Erik. No sé qué es lo que Jana quiere de mi, pero sé cosas de ella que ella misma no sabe, a pesar de todos sus poderes, sean los que sean. Llevo mucho tiempo observándola, sintiendo como crecía en mi interior este… este fuego… ¿Crees que no la conozco? Erik se quedó mirándolo de un modo extraño.

—No lo sé. Quizá tú hayas visto algo que yo no veo. Algunas veces a mí también me ha parecido… Pero vamos a dejarlo.

—Sabes cuál es tú problema, Erik? Tu problema es que no te fías de tus sentimientos. No te abandonas a ellos, no te atreves… Tienes miedo a equivocarte.

Los ojos de Erik se fijaron durante unos segundos en Jana, que sonreía inmóvil como una estatua, todavía pegada a la cerca.

—Quizá tengas razón —dijo, sin dejar de mirarla—. No quiero equivocarme… No puedo permitirme ese lujo.

Volvió a observar a Álex. Una sombra de tristeza oscurecía su rostro.

—Y tú tampoco puedes permitírtelo, amigo. Créeme. Tienes que creerme… —Álex no contestó. En las escaleras del edificio principal de Los Olmos, los tutores ya habían empezado a llamar a los alumnos de los primeros cursos. Le quedaba muy poco tiempo, y necesitaba hablar con Jana antes de entrar en clase, necesitaba angustiosamente estar lo más cerca posible de ella.

—No te preocupes tanto, Erik. Sé cuidarme —dijo. Y, sin esperar a que su amigo reaccionase, se zafó de él para correr hacia aquella muchacha inmóvil que le esperaba junto a la tapia, muy cerca de la verja.

Capítulo 9

—Creía que no ibas a venir —le saludó Jana con rostro serio.

—¿Qué te decía Erik?

—Me advertía sobre ti —dijo Álex, sonriendo—. Somos amigos desde hace mucho, pero él tiene más experiencia con las chicas. Supongo que cree que debe «guiarme».

Tan cerca de Jana, el tatuaje le ardía como si alguien le estuviese aplicando un hierro candente. Pero más insoportable que el dolor era la necesidad de tocarla, de rozar con los dedos la piel suave y fresca de sus mejillas.

—A Erik nunca le he caído bien —suspiró Jana—. No sé por qué; nunca me he metido con él, ni nada.

—Puede que le asusten un poco las brujas —bromeó Álex.

La forma en que Jana frunció las cejas le hizo arrepentirse enseguida de sus palabras. Sin embargo, ya era demasiado tarde para rectificar.

—Hablé con David —explicó atropelladamente—. Necesitaba saber algo más sobre el tatuaje… Él me contó lo de vuestra familia. Todo eso de las brujas agmar.

—No deberías tomártelo a risa —murmuró Jana con aspereza—. Estás hablando de mis antepasadas, de mi madre y de mi abuela y de mi bisabuela… Lo que nos han transmitido es cualquier cosa menos ridículo, te lo aseguro. Es más, harías mejor en asustarte un poco, como tu amigo Erik.

Álex resistió su mirada hosca y ofendida.

—Te diré lo mismo que le he dicho a él —repuso, casi con humildad—. Seas lo que seas, no te tengo miedo; lo siento.

La expresión de Jana se dulcificó. Parecía agradablemente sorprendida.

—En realidad, no deberían llamarnos brujas —dijo, sonriendo—. Solo somos las transmisoras de una serie de técnicas espirituales que el resto de la humanidad ha olvidado.

—Me ha sorprendido que Erik supiese tanto sobre tu familia… Cómo puede haberse enterado?

Jana no vaciló ni un instante antes de responder.

—Se lo habrá contado David —aventuró—. Ya has visto que no es muy bueno guardando secretos… Antes de que expulsaran a mi hermano, ellos dos se llevaban bastante bien.

Estaba improvisando, y lo hacía con mucha agilidad. Pero Álex percibía cada matiz de su expresión, cada parpadeo, cada inflexión de su voz, por leve que fuera. Y percibía que estaba mintiendo.

—No recuerdo que fueran amigos —dijo en tono casual—. Pero Erik siempre ha tenido tanta gente alrededor que puede que no me diera cuenta. Además, a él también le interesan los tatuajes…

Iba a añadir que acababa de verle uno nuevo, pero se calló. Sin saber por qué, intuyó que aquella información interesaría especialmente a Jana, y que por eso mismo no debía compartirla con ella.

El olor a champú de hierbas del cabello de Jana le estaba volviendo loco. Cada vez le costaba más trabajo concentrarse en lo que ambos decían. Quería tocar su pelo, sentir el peso sedoso de sus ondas entre sus dedos.

Mientras tanto, los alumnos continuaban subiendo a sus clases. Estaban empezando a nombrar a los de cuarto.

Jana comprendió lo que iba a hacer un instante antes de que lo hiciera.

—Espera —murmuró con voz temblorosa—. No lo hagas, tenemos un trato…

—No quieres ir deprisa. Prefieres guardar las distancias —susurró Álex, acercándose a la muchacha hasta que sus rostros quedaron separados tan solo por unos pocos centímetros—. La otra noche en tu casa, sin embargo, no me dio esa impresión…

Estaba mostrándose avasallador y torpe, pero no podía evitarlo. Lo único que deseaba era rozar su pelo y sus mejillas. Un segundo, solo un segundo.

Jana deslizó la espalda sobre el muro de piedra, intentando zafarse. Pero él fue más rápido y, apoyando las manos en el muro, formó dos barreras con sus brazos a ambos lados de su cuerpo. La tenía atrapada… Si quería escapar, tendría que tocarle, que era precisamente lo que ella intentaba evitar.

—No quiero asustarte, Jana —dijo con toda la ternura de la que fue capaz—. Solo quiero demostrarte que tú me importas más que nada. Más que el dolor, más que el miedo… ¿Lo entiendes? Me da igual la magia, y el tatuaje, y todo lo demás. Lo que yo siento es más fuerte que todo eso.

—Eres tú el que no entiende nada murmuró Jana con voz entrecortada.

Estaba temblando. Álex no podía soportarlo más. Intentó besarla, pero ella giró la cara, evitando su contacto en el último momento.

—Escucha, Jana —le dijo. También él estaba temblando, pero no le importaba. No le importaba nada en el mundo—. No voy a hacer nada que tú no quieras. Si no quieres que te bese, dímelo. Mírame a los ojos y dímelo. Te prometo que te dejaré en paz. A sus espaldas, sentía un número creciente de miradas clavadas en ellos dos, curiosas y sorprendidas. Jana giró muy despacio la cara hacia él. Estaba mortalmente pálida. Sus ojos se encontraron.

—No lo hagas, Álex. Por favor, no lo hagas…

No quieres que te bese?

Ella bajó los párpados.

Era la respuesta que él había estado esperando. Estremeciéndose de pies a cabeza, Álex inclinó su rostro y, muy delicadamente, rozó los labios de Jana con los suyos.

Una vez más, el infierno se desató a su alrededor. Pero esta vez no estaba solo en la superficie, lamiéndole la piel con sus lenguas de fuego. Estaba también dentro, en su cerebro, una pira voraz y cegadora quemándolo todo, consumiéndolo todo tan deprisa que a los pocos instantes no quedaban más que cenizas y negrura.

Se encontraba en una habitación amplia, de forma octogonal, con el suelo de tablas oscuras, bruñidas por el tiempo. Más allá de las paredes de piedra, a lo lejos, podía oír la respiración del viento entre los árboles. O tal vez fuese su propia respiración… No estaba seguro.

Permanecía tendido de costado en el suelo, con las piernas encogidas. Sentía la mejilla izquierda acartonada contra las desgastadas tablas, y la opresiva sombra de un rectángulo negro justo encima de él, a escasos centímetros de su hombro. Tardó unos segundos en comprender que se hallaba debajo de una cama. Veía la habitación bajo la rendija ondulante que separaba la colcha del suelo.

Había un bulto rígido sobre la madera, a pocos metros de él. Desde su posición no podía distinguir su rostro, pero enseguida comprendió que se trataba de su padre. Y también notó, por la extraña postura de sus piernas y sus brazos, que posiblemente se hallase herido, o quizá muerto. Su cuerpo yacía sobre un complejo entramado de líneas rojas y azules trazadas con tizas sobre el suelo.

Por un momento deseó escapar. No sabía qué lugar era aquel ni cómo había llegado hasta allí, pero quería salir de su escondite y alejarse tan deprisa como le fuera posible. Estaba a punto de intentarlo, cuando se dio cuenta de que había alguien más en la habitación… Una silueta que iba y venía sobre la pared, oscureciendo de cuando en cuando el rectángulo azul de la ventana.

Los minutos transcurrían lentos y vacíos, con aquella silueta sin sombra pasando una y otra vez ante él, deteniéndose de cuando en cuando frente al ventanal, y otras veces acelerando el paso hasta imprimirle un ritmo frenético. En un momento dado, la figura se reclinó sobre el cuerpo inmóvil y permaneció quieta, casi tan rígida como el propio cadáver. Luego, sus manos empezaron a tantear el cuerpo febrilmente, a rebuscar en los bolsillos y en los pliegues de la ropa.

Fue en ese instante cuando Álex pudo ver claramente su aspecto por primera vez. Y lo que vio le dejó sin aliento… Porque la criatura que estaba registrando a su padre no parecía del todo humana. Tenía el rostro de un hombre, eso sí. Un rostro casi irreconocible, protegido por una espesa sombra. Su cuerpo, en cambio, estaba rodeado de una aureola de luz dorada, y dos alas enormes y deslumbrantes brotaban de su espalda.

—Siento que hayamos tenido que llegar a esto, Hugo —dijo la criatura suavemente—. Todavía puedo salvarte, la herida no es mortal… Pero para eso tienes que decirme quién tiene la piedra.

La piedra azul, Hugo… ¿Puedes oírme? Dime dónde está y evitaré que te desangres. No tienes otra salida…

En el suelo, la cabeza de Hugo se movió hacia un lado y otro. Un movimiento torpe, apenas perceptible, pero con un significado bien claro para quien hubiese oído las anteriores palabras. Estaba diciendo que no… Se estaba negando a colaborar con su asesino, empleando en ello las escasas fuerzas que le quedaban.

Exasperada, la criatura desplegó sus alas; tenía unas alas bellísimas, con cientos de ojos abiertos que se clavaron en el rostro del herido como esquirlas de escarcha.

—Estás siendo un estúpido, Hugo —advirtió con voz helada—.

Y no me dejas elección… De todas formas, es la única salida. Llevas demasiado tiempo jugando con fuego, y si te dejamos seguir, el incendio terminará devorándonos a todos.

Álex intentó moverse, pero le fue imposible. Un agudo dolor le mantenía clavado al suelo, impidiéndole salir de su escondite. Por un lado, tenía la sensación de que todo aquello formaba parte de un sueño; pero, al mismo tiempo, la visión era tan real que no podía sustraerse a su influjo. Por absurdo que pareciera, sentía que tenía que intervenir, que debía hacer algo para apartar a aquel ser de su padre y evitar que cumpliese sus amenazas.

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