Enciérrense todas, dijo la Madre Milagros, todas a sus celdas y no asomen las narices, atranquen bien las puertas y cubran las ventanas con velos, ha regresado la Dama Loca, la madre del Señor, envuelta en sus negros trapos, arrastrando el cadáver de su marido y acompañada de un caballero idiota que según ella es su propio marido redivivo, padre de sí mismo o hijo de sí mismo o un gemelo del marido, del padre del Señor, no sé, no entiendo, no me salen las y cuentas, sor Angustias, sor Clemencia, sor Dolores, sor Remedios, escóndanse, niñas, que la Dama Loca no soporta la presencia de otras mujeres, así sean monjas y novicias entregadas a la más casta de las devociones, desposadas ya con Cristo y habiendo hecho voto de clausura; no le basta, ve una amenaza en todas las faldas del mundo, un anhelo irreprimible de robarle, aunque sea por una noche, al marido que en vida fue tan infidente que de no morir de una fiebre acatarrada de seguro hubiese muerto del mal gálico que pudre la sangre y cubre de chancros los miembros, ¿por eso no tiene hijos nuestro Señor, Madre Milagros, porque heredó la peste y no puede, o porque puede pero terne contagiarla?, a callar todas, chitón, pesada carga me he echado a cuestas pastoreando a monjas andaluzas, vaya contradicción, monjas hispalenses, si a los once años ya les brotaron las teticas y lo que no saben lo averiguan y lo que no averiguan lo adivinan, chitón, todas a sus celdas y déjenme contarlas y bendecirlas, tú Clemencia y tú Remedios y tú Dolores y tú Angustias, ¿y la Inesilla?, ¡por Dios, dónde está Inés!, Sor Angustias, ella debería estar aquí, junto a ti, en la celda contigua a la tuya, ay la Inesilla, dónde se habrá quedado, quién sabe, Madre Milagros, el Señor ha ordenado celebrar tantas misas, misas bajas, réquiems, pontificiales, sermones en todos los claustros y rincones del palacio para conmemorar el segundo entierro de sus antepasados, y la Inesilla es tan devota, tan curiosa dirás, dirás tan alegre, que cómo se iba a perder todos estos festejos, calla Sor Remedios, éstos no son festejos, andaluzas irresponsables, son honras fúnebres, son ceremonias de llanto y luto, no son ferias sevillanas, pero oigan, escuchen, escóndanse en sus celdas, oigan el chisporroteo de las hachas encendidas, los pasos, los gemidos, qué les dije, hermanitas del Señor, siervas de Dios, esposas de Cristo, escóndanse, ahí viene la Dama Loca, oigan cómo rechina la carretilla, la traen empujando en su carretilla, anda recorriendo todo el palacio para ver si las mujeres están bien encerradas, míralos, Sor Clemencia, los miro, Madre Milagros, vienen dos alabarderos con las hachas encendidas, y una enana empujando la carretilla, y dentro de la carretilla ese bulto inmóvil, esos ojos amarillos asomando entre los trapos, y detrás, y detrás ese joven con gorro de terciopelo y capa de pieles, vienen acompañados de un ventarrón helado, a lo largo del claustro, de las galerías de piedra, de los muros de estuco amarillo, ese joven con aire imbécil roza con los dedos los relieves del enyesado, el corazón de Jesús, las llagas de Cristo, ay qué viento, Madre Milagros, atrás vienen dos clérigos sahumándolo todo con incienso, y la Dama Loca mirando sin hablar, mirando hacia las ventanillas de nuestras celdas con esos ojos de odio intenso, Madre, ¿por qué la traen en carretilla?, ¿está impedida?, chitón, hija, chitón, la madre del Señor no tiene brazos ni piernas, al morir su marido ella se acostó en el centro del patio del alcázar y dijo que a una verdadera Señora no podía tocarla nadie que no fuese su marido, y como su marido había muerto, no la volvería a tocar nadie, salvo el sol, el viento, la lluvia y el polvo, que no siendo nadie son nada, y allí permaneció durante meses; su hijo nuestro Señor dijo respétese su voluntad, désele comida y agua y atiéndanse sus necesidades y pulcritud, pero respétese la voluntad de la Señora mi madre, que haga lo que quiera de su cuerpo y de su dolor y que se conozca y alabe este ejemplo de lo que es la honra de una dama española; pero pudo encerrarse en un convento, Madre, flagelarse, ayunar, caminar sobre espinas, dejarse clavetear las manos y los pies; pides soluciones lógicas, Sor Dolores, pero la Señora madre del Señor está loca y en su locura decidió hacer esa penitencia y no otra; pero las piernas, Madre Milagros, los brazos; tú lo viste hoy, hija, esa canilla que el Señor besó, ese miembro que extrajo del arca y luego se llevó a los labios, es la pierna de su madre, convertida en reliquia semejante a la de una santa y conservada para siempre en estas criptas del palacio, junto a un pelo y doce espinas de la cabeza de Nuestro Salvador, y casi tan sagrada la canilla como el cabello y las púas, la Dama Loca dije que nadie la tocara, y los hombres entendieron, mas las bestias no, y los perros de su difunto marido, una noche que estaban sabrosos de montería, pues desde la muerte de su amo no habían salido del palacio, fueron sacados por el sotamontero Guzmán a dar la vuelta, como era su costumbre y deber, pero los mastines estaban inquietos, y sucedió la mala ocurrencia de que celebrando la Señora esposa del Señor una fiesta esa noche, que mucho había rogado a su marido que se celebrara para oír música y disipar el largo luto de la casa, los músicos entonaron bocinas cuyo ruido salió por las ventanas abiertas a la primavera; los canes lo entendieron como tañido de rastro y aun de corredura y así se lanzaron, sin que Guzmán pudiese contenerlos, a una extraña querencia: se cree que, a un tiempo, olieron el sudor y la carne de su amo muerto en la carne y el sudor de la Dama tendida en el patio; o fueron atraídos por las excrecencias y otras porquerías de la Señora madre; o confundieron el cuerpo de la Reyna con el de una bestia entrampada, y sobre ella se lanzaron, gruñendo y a mordiscos, hiriéndole gravemente los miembros mientras la Dama, en vez de gritar de dolor, daba gracias a Dios por esta prueba y pedía para sí la muerte que, como fiel cristiana, no podía darse y sin embargo añoraba y solicitaba de Dios a fin de reunirse con su muy amado esposo; los perros grises, manchados, intentaban devorar a la Dama en la noche, azuzados por una bocina de la fiesta que ellos entendían tocando a muerte y a hembra, hasta que Guzmán tuvo la atinada idea de tocar su propia bocina a recoger, con lo cual los mastines acudieron al llamado, soltando a la Dama. El Señor quiso levantarla de esa prisión al aire libre, cuidarla y cuidarle las heridas. Pero la Señora madre se empecinó, dijo que sólo su marido podía tocarla y así las piernas y los brazos heridos por la furia de los perros comenzaron a hincharse, las heridas nunca se cerraban y el pus escurría por los miembros picoteados, morados, pestilentes, mientras la Dama murmuraba oraciones y se disponía a entregar su cuerpo sufriente y su alma compungida al creador de todo, Dios Nuestro Señor, gritando a grandes voces que honor y gloria son perdida y no ganancia, voluntario sacrificio y no avaro atesoramiento, perdida sin recompensa posible, pérdida porque no hay riqueza en este mundo que pueda compensarlos y por ello honor y gloria supremos: eso gritaba todas las noches de aquella primavera, hasta que el Señor su hijo, nuestro actual Señor, ordenó a unos sus guardias violentar la expresa voluntad de la Dama, tornarla en brazos, a la fuerza, con furia y sin respeto, pues la Dama Loca luchaba con ferocidad idéntica a la de los mastines de caza, mordía las manos de los guardias, escupía sangre a sus caras e invocaba al Maligno para que les partiera un rayo; no bastó, fue conducida a una recámara y allí, aunque los médicos aplicaron untos y ventosas a las heridas de brazos y piernas, no bastó y decidieron amputarle los miembros, lo cual sucedió entre gritos espantosos que yo escuché, hermanas mías, que yo escuché temblando de miedo y oyendo las palabras que la Dama gritó mientras la tallaban: sálvame, Cristo Salvador, sálvame de la furia de estos doctores judíos salidos como ratas de la aljama para mutilarme y luego hacer usos impíos de mis miembros, son doctores de la ley hebraica, mirad, mirad las estrellas de anormales picos grabadas en sus pechos, hervirán en aceite mis miembros para que todos los cristianos muramos y ellos tomen nuestras riquezas, oyendo las palabras que la Dama pronunció antes de desmayarse, mientras los serruchos rebanaban su carne podrida y astillaban sus débiles huesos, escuché como daba gracias a Dios, finalmente, por someterla a esta prueba terrible que volvía a situarla en el extremo que ella anhelaba, esto gritó antes de desmayarse, honor por el sacrificio, alto sitio de mi nobleza sustentada no sobre la posesión de las cosas efímeras de este mundo sino sobre su pérdida total, y qué sacrificio o pérdida más grande, salvo la muerte, que éstos de la mitad del cuerpo y a manos de detestados puercos que peor sacrificio le impusieron a Cristo Nuestro Señor. Quedóse, sin embargo, con el continente de su voluntad. Miren sus ojillos, hermanas, miren con qué arrogancia nos mira, miren cómo nos dice sin abrir la boca que nosotras no seríamos capaces de lo que ella ha sido capaz, miren cómo nos dice que ella ha regresado, mutilada, arrastrando un cadáver, posesionada de un nuevo ser, de un nuevo príncipe, do un nuevo muchacho, mírenla alejarse, rumbo a las recámaras de servicio, paseando su orgullo, diciéndonos que ha regresado y que las cosas volverán a ser como antes, la muerte es un engaño, no hay decadencia posible cuando la voluntad de la pérdida se imponía la voluntad de la adquisición, ella ha regresado, ¡ha regresado, Azucena, viene hacia nuestros pasillos, viene a encerrarnos de nuevo, viene a quitarnos la libertad que la Señora esposa del Señor, encerrada en su recámara, indiferente a nuestros ires y venires, dimes y diretes, nos ha dado; ahora no, ahora la Dama Loca está de vuelta, ahí viene, empujada en su carretilla, mira, mira, Lolilla, empujada por la enana Barbarica, ¡también ese monstruito ha regresado con ella, esa enana arrugada, mofletuda, de párpados hinchados, mira cómo le arrastra la cola del vestido, siempre ha insistido en vestirse con los trajes viejos de las Señoras, aunque le arrastre la cola y tenga que arremangarse las telas alrededor de los cortos bracitos y de la panza dura como un tambor!, ¿a ti no te bailaba la enana Barbarica, Azucena, a ti no te hacía cabriolas y se tiraba pedos a su antojo, a ti no se te mostraba con una corona de cartón y la cara la cara pintada de oro y los senos al aire, con las venas pintadas de azul, gritando «Yo también soy la reina, yo también, nada más soy una reina chiquita, una Señora en miniatura», y luego se tiraba tres cuescos seguidos, como una trompeta, a ti no?, han regresado, Azucena, han regresado, para nuestros males infinitos, oh día nefasto, oh negro día en que han regresado la Dama Loca y su enana pedorra a este palacio donde creíamos habernos librado para siempre de esta siniestra pareja y mira, mira, Lolilla, mira también lo que traen con ellas, un muchacho con aire distraído, como si le hubiesen dado un mazazo en la cabeza, corno si lo hubiesen manteado y no pudiera moverse bien por el dolor o el atarantamiento, quién sabe, míralo, no es feo, pero lo parece por como se mueve, como si no estuviera aquí, como títere, como idiota de la cabeza, a saber, Azucena, a saber, que quien mal enhorna saca los panes tuertos, hijo ha de ser de San Pedro, de esos que se traslucen aunque digan que son sobrinos de clérigo y luego quedan tontos de tanta azotaina que les da el cura para que no lo llamen papá, no, Lolilla, hijo de clérigo no, ¿ya te olvidaste lo que nos ocurrió cuando quemaron a ese muchacho debajo de las cocinas?, que a lágrimas de ajusticiado nueva vida a sus pies, ¡la mandràgora, Azucena, la mandràgora, tal y como se lo advertimos a la Señora, un hombrecito hallado al pie de las hogueras, de los cadalsos, de los potros infamantes, de todos los lugares donde los hombres de esta tierra mueren llorando, la picota, el garrote vil, Azucena, las cenizas del muchacho quemado en vivo!, ¡ay, ay, ay, ya lo sabía, no era la joven Señora quien le había de encontrar, sino esta vieja loca sin patas ni brazos, esta bruja maldita, ella había de encontrarle, y criarle hasta que alcanzara estatura de hombre, seguro que lo ha criado con la leche de la Barbarica que se le sale por las puntas de las tetas como a una cabra loca, sin contención ni oportunidad!, ¿y qué viene murmurando la Dama, Azucena, qué cosa dice, que dónde se habrá quedado su atambor, que le hace falta su atambor todo vestido de negro para acompañarla, anunciando su paso luctuoso por estos pasillos?, y eso qué nos importa a nosotras, lo que nos importa es que ya regresó esta maldita tirana y se dirige a la recámara de la Señora nuestra protectora, nuestra ama despreocupada que tanto quisiera llenar de bullicios alegres este sombrío lugar, contra las estrictas órdenes que el Señor nos ha transmitido a través de Guzmán, arreglar los jardines, entretenerse con comedias, cortes de amor y carruseles, que los pastores regresen, que trasquilen a las ovejas frente a su balcón, que pase al^o divertido aquí, algo más que nuestra odiosa obligación de untarle saliva en el pelo todas las mañanas a la joven Señora cuando se queda amodorrada, oye, ni eso, desde hace quién sabe cuántos días la Señora ya no nos deja entrar a su recámara, ya no podemos robarnos cosas, ya no, nos jodieron, regresó la tirana, ahí va con su enana y su bobo, en carretilla, gritando obscenidades, que una verdadera Señora no tiene piernas.
—¿No lo sabéis todos? ¡No tiene piernas una Señora de verdad!
Yo qué sé, Lolilla, yo qué sé, lo único que sabemos es que esta vieja espantosa nos encerrará, mandará a unos guardias a echar candado en nuestros cuartuchos, nos quitará cuanto poseemos, cuanto hemos logrado ir guardando a lo largo de los años, no lograremos ocultar nada, para eso sirven las mandrágoras, para descubrir los tesoros enterrados, y los nuestros tesoros son pues nada más tenemos, la Vieja dirá que somos unas criadas ladronas, rebabará nuestra dignidad de dueñas y camareras de la Señora y nos convertirá otra vez en fregonas, ven Lolilla, sí, Azucena, vamos a esconderlo todo, vamos a guardarlo todo debajo de una baldosa suelta, todo lo que hemos sustraído de la alcoba de la joven Señora, las muñecas, los huesos de durazno, las medias de seda que le hemos robado, los mechones de pelo, las zapatillas usadas, los saquitos con violetas secas, las pastillitas de colores, los bichos bañados en oro que hacemos corretear sobre nuestros pechos y nuestros pegujares, todo, todo, vamos a guardarlo todo muy bien, pues es nuestra única herencia, fregona, la única.
—Moja la pluma en el tintero, Guzmán, que nunca es tarde para prepararse a bien morir y arreglar las cuentas con Dios, sobre todo el día en que, sin necesidad de un espejo que me lo verifique, veo mi muerte reflejada en las de mis antepasados y pido para mí, alguna vez, el reposo que yo les he procurado a ellos. ¿Reposan, cierto, Guzmán?