Y para el descanso del azor, ponía Guzmán en la muda céspedes de tierra, y los monteros venían a contarle: sí, han seguido los accidentes; no, las cosas de los hombres no se han calmado como las cosas de la naturaleza; no bastó, Guzmán, que la tormenta se aquietase al ser enterrados los muertos del Señor; no bastó colgar al perro fantasma del antepecho de la capilla; esta mañana, mientras los oficiales y peones sacaban la piedra de las canteras y apartaban la tierra para mejor sacarla, cayó sobre ellos un alud de tierra de esta temerosa sierra y los ahogó. ¿Y en el palacio, preguntaba Guzmán, dentro del palacio, qué sucede? Nada, el silencio, nada, le contestaban.
En las tardes, atendía Guzmán a los azores viejos; las uñas, el arma principal del ave para acometer y trabar las prisiones, se les cuarteaban y caían; se les quedaban en las grietas de las alcándaras; Guzmán retiraba al ave vieja de su percha y recordaba antiguas hazañas del azor, cuando sus uñas eran tan hambrientas y tan caninas, tan zumidas y trabadas en las carnes del jabalí o del venado, Señor, y queriendo tan mal desasirse de ellas, que sólo con muy buena maña se desprendían de las presas sin arrancarse uña alguna; pero al envejecer, Señor, las uñas se les caen sin peligro ni gloria, trepados los halcones en sus quietas alcándaras y Guzmán escuchaba a los monteros mientras terminaba de cortarles con turquesas las uñas rotas a los viejos azores, la mujer de uno de los peones ahogados por la tierra del derrumbe vino hoy, Guzmán les cortaba las uñas rotas con las tijeras hasta llegar a lo vivo, vino la mujer en su gran pobreza más muerta que viva llorando por aquellos campos, y Guzmán oía moliendo la suelda y la sangre de drago, vino sola y sin ninguna compañía y llorando y Guzmán echaba la mezcla sobre el lugar de la uña y ataba la herida con un paño de lino delgado: llorando la muerte de su marido y atribuyendo al Señor la desventura por construirse un palacio para los muertos en las antiguas tierras de los pastores, y era tan grande la pobreza de la mujer que no tenía quien le llevase el cadáver de su marido de regreso al pueblo donde ella vivía. Guzmán acariciaba al azor vendado y lo posaba sobre la alcándara:
—Aquí descansarás tres o cuatro días.
Halcón gotoso: désele la carne momia que tienen los boticarios. Peón ahogado por un derrumbe de tierra: désele entierro en el lugar de su muerte, dijo Jerónimo, pues sólo el Señor tiene derecho de mover a sus muertos del lugar donde fallecieron y traerles acompañados de guardias y prelados a una cripta de negro mármol; con— fórmate mujer, deja enterrado a tu hombre en el mismo lugar donde lo enterró la mala fortuna; nosotros lo velaremos aquí mismo. ¿Jerónimo? Un viejo herrero, el que maneja los fuelles; bueno, no tan viejo, según nos cuentan, pero con aspecto de tal por la gran barba y la frente surcada y los ojos desengañados. Jerónimo. ¿Y quién más, monteros? ¿Y qué más?
—Larga ausencia causa olvido, decía mi madre, y larga soga tira quien por muerte ajena suspira. Olviden las guayas ajenas, que bastantes son las nuestras.
—¿Peor te parece esta vida que la que dejaste, Catilinón?
—Paréceme que la ruin tierra, el natural la puebla. Y si no te gusta estar aquí, ¿por qué no te vas a la ciudad, Martín?
—Porque ni yo ni los míos tuvimos nunca lo bastante para pagarle al Señor la remensa y así poder abandonar la tierra.
—Pues yo te digo, Martín, que la tierra nos ha abandonado a nosotros y todas las hemos perdido. Fueros tuvimos mientras fuimos frontera de moros; fueros perdimos aunque protección nos prometieron cuando los poderosos señores reunieron las tierras libres bajo su dominio único; fueros y protección hemos perdido, al cabo, cuando el Señor más grande reclamó a los señores más pequeños estas tierras para construir aquí sus tumbas. ¿Qué nos queda? Un salario, mientras dure la obra. ¿Y después? Ni salario ni tierras y a ver dónde empezamos de nuevo, y cómo.
—Dice bien Jerónimo; pues si nada nos queda, nada perdemos, sino larga dolencia, y muerte encima.
—Hablas motín, Martín…
—Y hablo por mucha trápala, Catilinón, por mucha desasosegada muchedumbre repelona…
—Pues más larga será tu soga que la que tira la mujer del peón: muerto, ni quien te entierre; vivo, ni quien te alimente.
—Y más cuesta el entierro del fiambre de un príncipe que todas nuestras vidas juntas…
—¿Y quién habrá de gobernarnos al morir este Señor sin descendencia?
—¿Una Señora extranjera?
—No, Nuño, sino que habrá gran batahola de nobles y clérigos y la gran Babilón de todas las Españas.
—¿Y qué quieres que hagamos, Jerónimo, sí la ramera y la corneja cuanto más se lava más negra semeja?
—Calcotejo naciste y calcolejo te morirás, Cato, y nunca habrás de entender qué cosa son los hombres libres y cómo pueden gobernarse solos.
—Dame dinero y no me des consejos, Jerónimo.
¿Catilinón? Un bufo llegado de Valladolid, picaro allá y guillote aquí, dado a hablar en refranes; ¿Nuño?, un peón de la cantera, lento como cabestro pero testarudo como cabrío, hijo y nieto de soldados de a pie y de campesinos, mala mezcla pues los áscaris guerrearon con la revoltosa Urraca contra su primo y esposo el Batallador y a favor de los labriegos, contra los impuestos y contra el dominio de molinos, viñas y silvas por los monasterios, y como fue derrotada doña Urraca y los campesinos perdieron guerra y tierras que a manos de clérigos y señores fueron a dar, hondo es el resentimiento; ¿Martín?, cuidado, el de la quemante cal que no logra despellejarle los curtidos brazos, cuidado, ése es navarro de Pamplona emigrado aquí para esta obra, cuidado, que ésos lo mismo lucharon contra el moro que tendieron emboscada a los ejércitos del muy católico Señor Carlomagno que cruzaron los Pirineos para defender la cristiandad, y los navarros que nos defendemos solos. Catilinón. Nuño. Martín.
Guzmán atendía a los halcones afectados de hidropesía o trópico por comer carnes húmedas y malas, estar en parte fría o atragantarse con plumas viejas que se les quedaban en el buche por descuido del cazador. Las aves así afectadas crían un agua podrida y caliente que corrompe y daña el hígado y las tripas. El ave se seca, los zancos se le adelgazan, no tiene fuerza, le crece y se le hincha el buche, tiene el semblante triste, la pluma levantada y una sed insaciable, Señor, atropelladamente se insinuó Guzmán al amo para obtener plaza, enumerando sus conocimientos de aves y perros, montes y mudas, y levantó la cabeza para mirar al Señor y el Señor enrojeció, el Señor estaba humillado y sin embargo, Guzmán lo supo desde entonces, al Señor le gustaba esta humillación. «Téngame confianza, Señor., cuente conmigo, Señor.» Guzmán pasaba los azores enfermos a una seca alcándara de alcornoque y preparaba una nueva mezcla de pólvora colorada, incienso muy molido y mirra; ¿qué sucede en el palacio?, nada, Guzmán, silencio, nada, un olor de incienso y mirra que sale de la recámara de la Señora; un olor de agua tibia y podrida que sale de la recámara de la Dama Loca; un olor de mal sueño y tripas tristes que sale de la recámara del Señor; nada, Guzmán. Como si cada cual se hubiese decidido a quedarse solo en sus aposentos, para siempre, sin más compañía que su cuerpo, ¿su cuerpo, montero, qué quieres decir?, su propio cuerpo, Guzmán, nada más; Guzmán olió la pólvora colorada, el incienso y la mirra: un joven náufrago, un príncipe bobo, una monja nubil, cada cual con su propio cuerpo. ¿No habían podido averiguar esto, que él ya sabía, los soplones monteros por él encargados de ello? Valientes espías; náufrago, bobo, monja. ¿Y yo, yo, Guzmán, sin pareja, sin más compañía que un viejo azor de uñas rotas y buche corrupto?
Lo preparó todo, pues algo le decía, algo tan cierto y tan impreciso a la vez como el propio instinto rapaz de sus aves; que debía estar preparado, como antes lo estuvo para preparar la muerte del can Bocanegra, que la caza mayor se avecinaba, que debía tener listos los cueros, los aderezos y la guarnición, que debía tener a la mano el cuchillo corvo, las turquesas, la lima combada, las tijeras, los hierros, el punzón y las pihuelas de gato; que debía acostumbrar a los azores jóvenes a cargar los cascabeles con el correón anudado para que no se caigan ni se los pueda quitar el ave con el pico, aunque ande muchos días perdida en el campo, buscando, buscando la presa mayor. ¿Cuál? ¿Quién? Revuelto río, rió Guzmán.
—La mucha desorden trae mucha orden. Téngame confianza, Señor.
Y bien se cuidó de no decirle al Señor quién era Guzmán, y sólo al azor preferido Guzmán le decía, azor, bello azor, mira las manos que te cuidan y alimentan, no son de zafio labrador como esos Martines y Nuños, sino dé viejo linaje de señores que protegieron a los reinos moros de la taifa a cambio de dinero y así construyeron nobles solares fronterizos arruinados por la conjunta empresa de natura y hombres, pero si azar fue la gran peste que mató a la mitad de los pueblos, premeditada acción de los hombres fue aprovechar nuestra desolación, nuestra falta de brazos, para arruinarnos; ruina le debo al labriego que sintiéndose indispensable cinco veces elevó su salario normal; ruina le debo al burgués que aprovechando nuestra súbita indigencia reunió a bajo precio las tierras de los muertos; y otra ruina, la de mi alma, débole al Señor que me acogió y me humilla, besa mi mano. Guzmán, así, con respeto y gratitud, piensas, Guzmán, pero piensas mal, pobre Guzmán, ¿qué harías con mi poder si lo tuvieras?, ¿qué haría, Señor?, ¿qué haríamos, sañudo azor, que haríamos? Que nunca sepa el Señor quién soy, azor, no se lo digas nunca; que el Señor me crea hechura suya y que crea el Señor que lo poco que soy y tengo, a él se lo debo. Tú eres mi maestro, azor, como tú obras obraré yo y como tú volaré hasta la altura desde donde arruinar a todos los que me arruinaron, azor…
Que debía, en fin, probarse el guante de cuero de perro, cerciorarse de su rugosidad, pues en guante liso no se asienta bien el ave, engrasarlo muy bien, de manera que quede bien entrapado de sebo y cortarle los dedos, porque si son largos los de la mano no pueden llegar al cabo, sécanse las puntas y páranse duras, Señor. Y afeitar bien los picos, muy bien, una y otra vez, no sea que el azor meta el pico por algún agujero del cascabel y muera de ello. Y por fin llevar los azores entre los perros con los que ha de cazar, para que los conozca, para que, estando seguro en la mano de Guzmán y codiciando cosa viva, el azor coma entre los perros y nunca los desconozca u olvide; para que sepa el ave que su presa es otra y no el perro, pero, ¿cuál?, ¿un herrero barbado, que parece viejo; un cantero resentido, lento pero testarudo; un pamplonico revoltoso; un patán de Valladolid; un príncipe imbécil que, sabes, Guzmán, me lo contó el propio barbero de palacio, se corona con palomas sangrantes; un vieja loca que anda en carretilla, empujada por una enana chismosa, carcavera y pedorra; un Señor que tan enfermo debe estar de alma como de cuerpo, pues gime como con una carcoma que puede igual ser oración de espinas que expedición con raposa adobada? Vaya, algo van averiguando, cascos de agua, y ahora, di jóse Guzmán, acariciando a su ave preferida, inviértense los actos, pues esta vez poseo el arma —el azor— pero desconozco la presa; y antes, conocía la presa —el fiel Bocanegra— pero desconocía el arma. Arma habrá de ser como esta lima combada, llana de una parte y con lomo en la otra, para, servirse de ella de dos maneras, pues hombre de mi condición, azor, secreto enemigo deberá ser, por igual, de quienes todo y de quienes nada tienen.
—Levántate, azor, bello azor, mira cómo te he puesto, mira nada más qué bien te he criado; levántate, muy derecho, de modo que parezca que te derribas por las espaldas, déjame acariciar tus anchas espaldas y altos codillos, altanero azor, tus codillos enjutos, tu cuello largo y delgado; si te digo que no hay cosa más bella en el mundo que tú, mi compañero, y yo te crié, bello, hermoso, codicioso azor de cabeza descarnada y llana como la de una culebra o un águila, lindo azor de cuencas salidas, ojos zumidos y jaldados, boca rasgada, alentado por las ventanas de las narices bien abiertas, por donde te llega el gusto de la presa, azor apuesto, azor severo, azor sañudo, gallardo azor, yo te di la vida, naciste pequeño, ralo y maltrecho, yo te prepare para la gran caza, recuérdame, recuerda a Guzmán, animoso azor, azor de buenas carnes y bien puestas, recuerda a Guzmán tu amo verdadero, pues tu arrio legal dormita sus amores con una novicia, ajeno a mis preparativos, ajeno al oficio duro y leal y perseverante que antes aseguraba a los señores su poder y su alcurnia, que no les eran otorgados por la mera fatalidad del nacimiento, sino por la audaz constancia de sus obras, por sus eslorzadas hazañas y por el noble conocimiento de este oficio entre perros y halcones y Hechas y mandobles y corceles; humíllame, Felipillo, Señor, pues soy tu criado y tú todo lo tienes sin necesidad de hacer nada; pero humillóte, Señor, Felipillo, pues hoy un criado sabe hacer lo que antes hacían los señores; óyeme, azor de pecho levantado, largo y ancho, déjame acariciarte mucho, lindo azor mío, siente la mano de Guzmán, hijo de los reinos taifas donde los españoles mis padres explotaron a los débiles señores musulmanes, toda fe depositaron en la pródiga tierra que trabaja sola y toda fe perdieron en la industriosa argucia que crea riqueza donde antes no la había, la convicción ganaron de que el español gobierna mientras el árabe y el judío trabajan, pues trabajo de manos no es propio de castellanos, sino la riqueza adquirida por exacción y tributo militares: no olvidemos la lección, azor, tú y yo ganaremos juntos un reino con nuestras manos y nuestras alas, sin ahorrarnos sudor y manchas, sin confiar en la tierra o el esclavo; y si no, azor, vete en el espejo de nuestro Señor podrido: nueva España será la nuestra, azor, sin más privilegios que los del trabajo competente, pueblo mendicante sea quien no labore, poderoso señor quien más trabaje, y esa nuestra justicia será, justa justicia, azor, posa sobre mi guante rugoso tu mano de gran llave y áspera, clava en mi cuero seboso tus dedos largos y delgados, tus uñas bien encarnadas y de buen negror, asiéntate en mi mano bien abierto de piernas y escúchame azor: debes estar listo para la gran caza, ya en el puño de tu verdadero dueño, que soy yo, ya apostado en un árbol, esperando el paso de tu víctima para lanzarte sobre ella, ganándola en velocidad y matándola por la compresión de tus aceradas uñas; y aunque tu víctima luche, y se revuelque, y te azote, tú con tus largos tarsos te fijarás a matas y arbustos, para así dificultar su huida y dar tiempo a la llegada de tu amo y su perro. Ave noble: te alimentas siempre de animales vivos o recién sacrificados; yo no te defraudaré, te lo juro, te ofreceré la carne más viviente y tú mismo la sacrificarás y te hartarás de ella. Fiel azor: el viajero que regresa y no es reconocido ni siquiera por su mujer, lo es por su halcón. El Señor ya no tiene su guardián, su compañero, su perro; pero yo te tengo a ti, y yo no te abandonaré, azor altanero, prepárate; yo estaré presente el día en que te eleves al cielo con la rapidez de una plegaria y desciendas con la velocidad de una maldición. Tú eres mi arma, mi devoción, mi hijo y mi lujo, el espejo de mis deseos v la cara de mi odio.