«artlu sulp»
—Dices que el mundo es redondo, Toribio; te creo; ¿prueba ello que, redonda como lo es, la tierra contiene las tierras descritas por ese náufrago?; —No, de manera alguna; —¿Crees cuanto nos contó?; —Tampoco; quizás sólo lo soñó; —Y sin embargo, ¿saldrá España entera en busca de lo que quizás es sólo un sueño?; —Mucho oprobio contiene esta tierra, y una sola grandeza: creer en los sueños; —Gran locura, Toribio; —Enorme gloria, Julián…
«El gran Felipe, Señor
de España rey sublimado,
que la más parte del mundo
Dios en gobierno le ha dado…»
—Repetiste mis argumentos, esbirro?; —Con toda fidelidad, Vuecencia; —¿Firmó el Señor los papeles que te dicté?; —Aquí están, señor inquisidor; —¿La expulsión de los judíos?; —Firmado y lacrado; —¿La suspensión de fueros, justicias, cabildos y asambleas?; —Firmado y la; —¿Los tributos extraordinarios a las ciudades y los oficios burgueses?; —Firm… ; —Dense a conocer en el acto; y sobre estos papeles fúndese la verdadera unidad de este reino, unidad del poder y la fe, unidad del poder y la riqueza; pues sólo sobre semejante poder, podrá, a la vez, .someterse a nuestra voluntad el mundo nuevo, si existe; y si no existiera, sométase España, y basta; — -Excelentes razones nos dio, sin sospecharlo, ese inocente viajero, Vuecencia; —Bien, bien, Guzmán; con acierto y prontitud has actuado; tómala para ti, toma esta taleguilla; cree en mi largueza…; —Señor inquisidor: con grande respeto os ruego dispensarme de recibirla… ; —¿Qué quieres, entonces?; —Una promesa de vuestra parte: que se me tomará en cuenta, que podré encabezar expedición a las tierras nuevas, y allí probarme en el riesgo, y probar así mi lealtad a la corona y a la iglesia… ; —Prometido, Don Nadie. . .
«Y así nuestro rey invicto
quiere estar siempre ocupado
en sembrar por todo el orbe
el Evangelio sagrado…»
pues bien, mi caro amigo, heme aquí de viejo gozando de nueva juventud, honores y, si obramos con discreción, fortuna luenga; no os podría escribir cuanto escuché, pues abundó el relato de ese joven navegante en fantasías evidentes y bárbaras teologías idolátricas, y los nombres que dijo resúltanme impronunciables, Mechicoño, Guzalgualt, Chipitetas, que son nombres de tierras e ídolos de allá; mas todo esto es secundario y sólo tres cosas son principales: existe una tierra nueva allende el océano; esta tierra es rica, no, opulenta; y se puede navegar hasta ella y regresar a Europa; escribo ya, como a vos en Génova, a nuestros amigos navegantes y asentistas del Mar del Norte, el Báltico y el Mediterráneo; debemos ser audaces y precavidos; las persecuciones que nuestra raza ha sufrido a manos de hispanos nos obligan a serlo; así veo las cosas: pasarán por alto, en la primera euforia de los descubrimientos, nuestro origen judío, pues los españoles deberán echar mano de lo que sólo nosotros les ofrecemos: el sostén del comercio, las infinitas naves cargadas de mercadería, con cuyos derechos, entradas y salidas se sustentarán las armadas; el trato de la mercancía y los arrendamientos de las reales rentas, y los asientos que se hagan fuera de España; mas una vez que el celo religioso se imponga a las consideraciones prácticas, no lo dudéis, caro Colom— bo, se volverán contra nosotros, recordarán nuestro origen, dudarán de la fidelidad de nuestra conversión, seremos perseguidos de nuevo, querrán, otra vez, como siempre, apoderarse de nuestra hacienda so pretexto de la pureza cristiana; estemos prevenidos: establezcamos nuestras casas principales en Flandes, en Inglaterra, en la Jutlandia, en los principados germanos, donde el impulso pragmático siempre será superior al celo religioso, para que
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llegado el momento, sólo mantengamos en España escasos factores y nos llevemos hacia el Norte la sustancia del Sur ; estas empresas, y su mantenimiento a largo plazo, con los gastos de guerra y administración que suponen, costarán caro siempre; hagamos, vos y yo y todos los de nuestra profesión, porque las riquezas del nuevo mundo se empleen para pagar nuestros servicios, y aun falten, debiendo así endeudarse con los príncipes y capitanes, como sucedió durante las benditas Cruzadas, que de tal suerte nos favorecieron, convirtiéndonos en acreedores de esos atolondrados caballeros e incluso, caro Colombo, permitiendo deshacernos de hijos indisciplinados, y pasar por fieles cristianos, mediante el simple recurso de enviar a Palestina a vástago rebelde; cuidad al vuestro, caro amigo, que aunque testarudo y audaz, carece de discreción, y brilla en su mirada un fuego de incierta locura; la mía, hija tardana. profesa votos en este palacio desde donde os escribe, esta noche de julio, vuestro obedientísimo criado, segurísimo servidor y leal amigo, que besa vuestros pies, Gonzalo de Uiloa, Comendador de Calatrava…
«Y no más será Tule el fin del Orbe»
—Toma mi breviario, Guzmán; lee para mi reposo, se acaba esta ¡ornada; —“Y para que muriendo seamos testigos fieles y leales de la infalible verdad que nuestro Dios dijo a los primeros padres, que pecando, ellos y todos sus descendientes moriríamos… —Que pecando, que pecando… ; —Así dice… ; —No, Guzmán, no aceptes estas palabras, duda, duda, Guzmán, afirma que todo lo malo es hecho por nosotros, pero no nació con nosotros, pues nosotros nacimos sin más pecado c]ue la capacidad para el bien y para el mal, y este nuestro pecado no es más que la libertad que igualmente nos asemeja y nos distingue de Dios, pues la suya es absoluta y la nuestra, triste, terrible, entrañable y tiernamente relativa; la libertad de Dios es atri— buto fatal, la libertad de los hombres es frágil promesa; pero fuimos concebidos sin vicio ni virtud, y antes de la actividad de nuestra personal voluntad no hay en nosotros sino lo que Dios almacenó en nosotros, para tentarnos, para probarnos, para condenarnos, para disminuimos frente a Él; las luces y las sombras del albedrío; escúchame, hermano Ludovico, perdido compañero de mi perdida juventud, escúchame y repite conmigo, dondequiera que estés: Adán fue creado mortal y hubiese muerto con o sin pecado; Dios jamás pudo concebir a un hombre inmortal; su infinito orgullo no hubiese tolerado el desafío; hubo hombres libres de pecado, hombres justos, antes de la venida de Cristo; Dios envió a Cristo para vengarse de la justicia, escasa pero cierta, de los hombres y para imponer el sentimiento de la culpa general: el redentor necesitaba redimir; pero los niños recién nacidos están tan libres de pecado como Adán al ser creado; la raza humana no pereció con la caída y muerte de Adán, ni se levantó con la tortura y resurrección de Cristo pues el hombre, siempre, puede vivir fuera del pecado si así lo desea, si así lo quiere; te amo, hermosa Inés, y no sé por qué amarte sería un pecado, sino porcjue más de mil años han fustigado mi carne y mi conciencia, doblándome al temor de la culpa que Cristo requiere para seguir prometiéndonos Su redención; te escucho, hermano Ludovico, te quiero como siempre y por fin te entiendo y repito tus palabras, las palabras que nunca nos dijimos porque fueron carne de nuestro encuentro a la orilla del mar, construyendo la barca del viejo Pedro para lanzarnos más allá del fin de la tierra, a buscar el principio de la tierra, la tierra anterior al pecado, la nueva fundación, la tierra nueva, ay de mí, Ludovico, imagen gemela de mi juventud, mi fuerza y mi aventura, ay de nosotros, que no habrá más tierra que ésta donde padecemos y lo perdemos todo; ¿los seguiría hoy a ustedes, al viejo Pedro que murió huyendo de mí, maldiciéndome, a ti, Ludovico, a ti, la embrujada muchacha, Celestina, al buen monje Simón, en esa aventura en busca del nuevo principio de todas las cosas?; humillóme, Ludovico, toco con la frente el frío suelo de esta alcoba y te digo que no lo sé, no lo sé, no lo sé, contigo creí que podría, creo que quería, soy que creí, y cuando estuve con Inés también; pero Dios ni quiere ni es; sólo puede, lo puede todo, ved nada más cómo ha determinado las cosas, unido y separado y vuelto a reunir nuestros destinos, pero de nada le sirve, pues ni quiere ni es: ni quiere ni es como ustedes y yo queremos y somos, ¿verdad hermano mío, verdad hermosa, suave, tibia muchacha, Inés, Celestina, verdad juventud perdida, verdad sueño compartido, perdido, olvidado, verdad imperdonable crimen mío?, debimos embarcarnos aquella tarde, en la playa, sobre la barca de Pedro, todos juntos, ustedes y yo, ¿verdad?, ustedes me perdonarían hoy, ustedes que quisieron y fueron mientras yo sólo les demostré, pequeño Dios de mi sombrío alcázar, que podía, podía, podía. Oh Ludovico, Pedro, Celestina, Simón… ¿en qué terminaron nuestras vidas, qué han hecho de nosotros la esperanza, el olvido, el tiempo?… a ustedes, no a Dios, debía pedirles perdón, y suplicarles a ustedes y no a la gloriosísima y purísima Virgen y Madre de Dios, abogada de pecadores y mía, que en la hora de mi muerte no me desamparen, sino que con el ángel de mi guarda y con San Miguel y San Gabriel y todos los otros ángeles del cielo, y con los bienaventurados San Juan Bautista, y San Pedro y San Pablo, San lago y San Andrés y San Juan Evangelista, San Felipe y San Bernardo, y San Francisco, San Diego, Santa Ana y Santa María Magdalena, mis abogados, y con todos los otros santos de la corte del cielo, me socorran y ayuden con su especial favor para que mi ánima por su intercesión y méritos de la pasión de Jesucristo Nuestro Señor, sea colocada en la gloria y bienaventuranza para que desde un principio fue creada. Amén, Guzmán, amén…; —Amén, Señor, y corred la cortina sobre vuestra existencia: el mundo corre, fatalmente, a su destino, y ese destino ya no es vuestro; —¿Qué haré contigo, Guzmán?: — Antes lo dijisteis: no merezco que os ocupéis de mí; —¿He de recompensarte, he de castigarte?; —Recompensa o castigo serían de mi fidelidad; —Me has mentido, Guzmán, crees saberlo todo, mientes, he estado en la alcoba de la Señora, he visto… ; —Señor… ; —Mi honor está intacto: veniales son las culpas de mi esposa: ha creado un rincón a imagen y semejanza del placer que desea; tú la acusaste de adúltera; —Os juro, Señor; —Tengo ojos, dijiste, tengo nariz, yo sé mirar, yo sé oler; —Trato de servir al Señor; si yerro, es porque soy hombre, y sin mala voluntad; —Ludovico, Celestina, mi juventud, mi amor, antes del crimen, mi proyecto se cumple, Guzmán, mi madre tiene razón, si no puedo culminar en la extinción, culminaré en el origen, regresaré a ese instan le privilegiado de mi vida, a esa playa, mis cuatro compañeros, renunciaré a mi heredad, mi poder, mi padre, Isabel, volverán a ser las seis de la tarde de un día de verano, en una playa, junto a una barca, nos embarcaremos, iremos al mundo nuevo, lo sonamos antes que nadie, lo pisaremos antes que nadie; —Deliráis, Sire, invocáis fantasmas, vuestros compañeros han muerto, están perdidos, nada son, se los ha tragado el tiempo, la peste, la locura; —Pobre Guzmán; mucho sabes de azores y alanos, mas nada de las cosas del corazón; anda, cierra el breviario, levántate, aparta el tapiz, di a los alabarderos que los suelten, déjalos entrar, entren ya, Ludovico, Celestina…
“Yo me era mora Moraima,
morilla de un bel catar. .
—¿Cantáis, Ama?; —Oh, Lolilla, ved a nuestra Ama alegre, vuelta a la vida, Ama, tu alegría nos contenta; — Canto, río, fregoncillas; —Mucho temimos por vos, Señora nuestra, al ver a vuestro marido, por primera vez, entrar a vuestra alcoba, sin tocar a la puerta, como buscando encontrar un…; —Mirad lo que encontró, mis dueñas; mirad a ese ser que yace sobre mi lecho, fabricado con los retazos que robé de los sepulcros; miradle como le miró el Señor, ¿es éste mi amante, esta momia, este monstruo?, sí, mi penitencia, Señor, mi prueba de lealtad a vuestros propósitos, Sire, el lujo oriental de una recámara y un cadáver en el lecho, mi compañía, Sire, la única que me habéis dejado, reflejo de vuestra fúnebre voluntad, el lujo habitado por la muerte, las obras de los sentidos sometidas al dominio de un cadáver, mirad cómo os entiendo, mirad cómo os sigo, mirad cómo me ciño a vuestros más íntimos mandatos, y ahora, Azucena, Lolilla. preparémonos para el gran viaje, todo ha concluido, prepara tú el baño con carbones calientes, el jabón más perfumado, Lolilla, limpia bien mi más lujoso traje, Azucena, ráspale bien las manchas de cera, el goteo de los cirios, báñenme, enjabónenme bien, toma el torche— cul, Lolilla, lávame bien mis partes, que no quede traza del olor de hombre en mis fondillos, ni gota de amor de hombre, mis perfumes, ese vestido, Azucena, el más descotado, que dícese son los ojos ventanas del alma y los descotes ventanas del infierno, y los guantes con joyas, y los zapatos muy apretados, para que el vulgo se pregunte cómo me los quito y pongo, y polvo de oro para mi cabellera, y desmontad los preciosos vidrios de mis ventanas, envolvedlos, que nadie más ha de mirar por esos cristales hacia un jardín inexistente: el jardín está más allá, en el otro mundo, y hacia él vamos; —¿Y esta verde botella sellada, mi Ama: algo contiene?; —Trájola Don Juan del mar; déjenla en la arena del piso; —¿Y el mostro, Señora, se quedará en vuestra cama?; —Oh, Azucena, Lolilla, mi hombrecito, todo lo sabe, todo lo entiende, él ya me dijo qué cosa haremos con mi real momia; tiempo habrá; preparaos; toma esa copa, Lolilla, esa de huevo de avestruz, llénala, dámela; —Beba, Señora; —Cante, Ama…
Les reconocí, dijo el Señor, una vez que la mujer de los labios tatuados, vestida de paje, y el ciego flautista aragonés entraron a la alcoba, y Felipe despidió a Guzmán, y Guzmán con la lengua trabada y la mirada colérica, intentó despedirse
—Más quiero que airado me castiguéis, Señor, porque os doy enojo, que arrepentido me condenéis porque no os di consejo…
Nadie le miró, nadie le contestó, e intentó aposentarse fuera de la capilla, los alabarderos se lo impidieron, y Guzmán cruzó la capilla, se fue por los corredores, los patios, las cocinas, las mudas, y salió a la noche de los tejares, las tabernas y las fraguas de la obra.
Les reconocí, dijo el Señor, con inmensa ternura lo dijo, mirándoles, tú Celestina, tú Ludovico, han regresado, es cierto, ¿verdad?, tardé en reconocerles, tú, Ludovico, ¿recuerdas cuando hablamos a orillas del mar?, un sueño, un mundo sin Dios, la gracia suficiente de cada hombre; tú, Celestina, el mundo del amor, sin prohibiciones para el cuerpo, centro solar del mundo, cada cuerpo, tardé en reconocerles, el tiempo te ha herido, hermano, y te ha favorecido, muchacha; no ves, pobre de ti, Ludovico, no pude creer que tú fueses tan viejo, y tú, tan joven, ¿eres tú, Celestina, verdad que eres tú?, soy y no soy, dijo la muchacha, la que tú recuerdas, no soy yo, la que yo fui tú no la recuerdas, aunque un día, en la selva, me conociste, ¿eres tú, Ludovico?, sí, soy yo, Felipe, aquí estamos, hemos regresado, regresa tú con nosotros a la orilla de ese mar donde destruimos a hachazos la barca de Pedro, vuelve a escuchar nuestras historias, óyenos otra vez, recuerda lo que entonces contaste, lo que entonces imaginaste, compáralo con lo que en verdad sucedió, imagina lo que en verdad sucederá.