—El problema con usted, Zearsdale, es que usted ha olvidado todo lo bueno que un hombre puede adquirir con su propio esfuerzo. Si es bueno, tan bueno como yo, entonces no puede ser verdad. Si le gana, tiene que haber hecho trampas. Bueno, es cierto que soy un intruso, pero soy el jugador más limpio con el que ha jugado. No soy más tramposo que el lanzador de béisbol que consigue nueve golpes de cada diez. O el tirador de primera que da siempre en blanco. Además, soy bueno en muchas otras cosas aparte de los dados. Jugaré contra usted una de preguntas y respuestas sobre cualquier materia que usted sugiera. Puedo jugar contra usted al póker, distribuyendo usted todas las cartas. Jugaré contra usted al golf y le dejaré escoger mis hoyos. Jugaré contra usted a cualquier cosa, Zearsdale, y le sacaré hasta los calcetines, porque hace demasiado tiempo que no se enfrenta usted a un buen hombre dispuesto a perder y a gritarle lo que piensa de usted antes de haber empezado!
Red aplaudió con entusiasmo. Zearsdale continuó sentado, violento y un poco encogido. No estaba acostumbrado a que le hablaran de esa manera. Realmente, no sabía cómo tomárselo. Le gustaban los hombres con orgullo, desde luego. ¡Hostias, cómo le gustaba que un hombre tuviera orgullo y las agallas necesarias para levantarse y expresarse! Pero…
Su boca ancha se dobló en una mueca. Después lanzó hacia atrás la cabeza y se echó a reír, y rió hasta que le brotaron lágrimas de los ojos. Al fin, después de inflar vigorosamente la nariz, se controló.
—¡Corley, no me hubiera perdido esto por nada del mundo! Sinceramente. Yo… —De repente se dio cuenta de que todavía estaba empuñando la pistola—. Joder, ¿qué estoy haciendo con esto? Déjeme que se lo devuelva.
—Quédese con ella —contestó Mitch—. Ni Red ni yo necesitamos pistolas.
—Ni yo tampoco —añadió Zearsdale—. Me desharé de ella por los tres.
Pidió disculpas, y se fue de la habitación. Volvió sin la pistola y traía ante él un pequeño bar portátil.
—Creo que todos necesitamos una copa —declaró abiertamente—. O quizá sea mejor dos, ¿quién sabe? ¿Qué quiere tomar, señorita, er, Red?
—Nada —dijo Red, mirándole con mucha severidad—. Nada hasta que usted pida disculpas.
—Desde luego. Lo siento.
—Con dulzura —insistió Red—. Eso es lo que hay que hacer cuando algo se siente sinceramente.
Zearsdale se encogió de hombros y miró a Mitch, suplicante. Mitch le dijo que debería ceder y decirlo. Red no cejaría hasta que lo hiciera. De forma que el magnate del petróleo dijo muy deprisa que lo sentía, y lo dijo con dulzura.
—Bueno, entonces está bien —dijo Red, y le lanzó una de sus mejores sonrisas, una sonrisa que le alcanzó de lleno y le llegó al corazón—. Creo que no es usted realmente tan malo cuando se le conoce.
—¿Quién? —preguntó Mitch.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo Zearsdale.
Y todos se tomaron juntos una copa.
O quizá dos, ¿quién sabe…?
Jim Thompson nació en Oklahoma en 1906. Ejerció varios oficios manuales, alternándolos con colaboraciones en los periódicos. De ideas de izquierda, muchas de sus intervenciones periodísticas le acarrearon conflictos en poblaciones de provincia, en cuyos periódicos aparecía su nombre firmando artículos de claro contenido social. Inició su carrera de escritor en 1942 con
Now and on Earth
(Aquí y Ahora), pero fue en
The Killer Inside Me
(1952, El asesino dentro de mí), su primera novela publicada por Lion Books, donde logró el pleno ajuste de su arte narrativo. Poco apreciado en su país, injusto con sus artistas genuinos, Thompson fue «descubierto» por la crítica francesa y es en Europa donde se aprecia su obra en todos sus valores. Su novela
Pop. 1280
(1964, 1280 almas), un clásico del género, está considerada por muchos especialistas y críticos como la mejor novela negra jamás escrita. Otras obras suyas son
Nothing More than Murder
(1949, Sólo un asesinato),
After Dark my sweet
(1953, Un cuchillo en la mirada),
The Alcoholics
(1953, Los alcohólicos),
The Getaway
(1956, La huida),
The Transgresors
(1961, Los transgresores). Su último libro fue
The Ripp-Off
(El embrollo), publicado póstumamente. Jim Thompson fue el guionista de dos extraordinarias películas del director Stanley Kubrick:
The Killing
(1956, El atraco perfecto) y
Paths of Glory
(1957, Senderos de Gloria).
Jim Thompson murió en 1977, en California.