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Authors: Jacob & Wilhelm Grimm

Tags: #Cuento, Fantástico, Infantil y juvenil

Todos los cuentos de los hermanos Grimm (91 page)

BOOK: Todos los cuentos de los hermanos Grimm
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Elección de novia

E
RASE un joven pastor que quería casarse. Conocía a tres hermanas, tan guapa la una como las otras, por lo que era difícil la elección y estaba indeciso sobre cuál de las tres debía preferir.

Pidió consejo a su madre, y ésta le dijo:

—Invita a las tres, sírveles queso y fíjate cómo lo cortan.

Hízolo así el mozo, y vio que la primera se comía el queso con la corteza; la segunda separaba la corteza, pero era tan chapucera que con ella tiraba un buen trozo de queso bueno; la tercera, en cambio, lo mondaba con gran cuidado, sin quitar mucho ni demasiado poco. El pastor lo explicó todo a su madre.

—Pues toma por mujer a la tercera —díjole ésta.

El mozo siguió su consejo, y vivió contento y feliz con su esposa.

Una muchacha hacendosa

E
RASE una muchacha hermosa, pero holgazana y descuidada.

Le repugnaba tanto hilar, que cuando aparecía un grumo en el lino, por pequeño que fuese, antes que deshacerlo arrancaba un puñado de lino que tiraba al suelo.

Tenía una criada que era, en cambio, muy trabajadora. Recogía el lino que su ama desperdiciaba y, después de limpiarlo, lo hilaba; y con aquellos restos llegó a hacerse un lindo vestido.

Un joven había pedido la mano de la perezosa señorita, y se acercaba el día de la boda. La víspera de la fiesta, la hacendosa criada salió a bailar, engalanada con su bonito vestido, y la novia hizo el siguiente comentario:

«¡Cómo salta la doncella

en un traje que no es de ella!»

Oyólo el prometido y le preguntó qué quería significar con eso. La novia le contó que la criada llevaba un vestido confeccionado con el lino que ella había tirado.

Al saberlo el muchacho, comprobó la holgazanería de la señorita y la laboriosidad de la pobre sirvienta, por lo cual plantó a la primera y eligió por esposa a la segunda.

El gorrión y sus cuatro gurriatos

U
N gorrión tenía cuatro gurriatos en un nido de golondrinas. Cuando ya empezaban a volar, unos chiquillos traviesos cogieron el nido, pero los pajarillos lograron escapar felizmente.

Al padre le dolió que sus hijos tuviesen que lanzarse al amplio mundo antes de haber podido prevenirlos de sus peligros y aleccionarlos debidamente.

Un día de verano, numerosos gorriones se reunieron en un campo de trigo. Y he aquí que el viejo encontró a sus cuatro hijos y, muy contento, se los llevó a su casa.

—¡Ay, hijitos, cuánta angustia he pasado este verano, sabiendo que andabais por esos mundos de Dios sin haberos podido aleccionar! Escuchad mis palabras; seguid los consejos de vuestro padre, pues debéis tener siempre presente una cosa: los tiernos pajarillos están expuestos a muchísimos peligros.

Y a continuación preguntó al mayor dónde había pasado el verano y de qué se había alimentado.

—Estuve rondando por los jardines, buscando gusanitos y oruguitas, hasta que maduraron las cerezas.

—¡Ay, hijo mío! —exclamó el padre—. No están mal las golosinas, pero ocultan muchos peligros. En adelante debes ir con mucho tiento, sobre todo cuando veas a hombres que andan por los jardines llevando largos palos verdes con un agujerito en el extremo.

—Sí, padre; pero, ¿y si tapan el agujerito mediante una hojita verde pegada con cera?

—¿Dónde has visto eso?

—En el jardín de un comerciante —respondió el pequeño.

—¡Oh, hijo mío! —exclamó el padre—. ¡Gente taimada son los comerciantes! Si estuviste entre ellos, habrás adquirido bastante experiencia. Utilízala bien y no te fíes demasiado.

Dirigióse luego al segundo:

—¿Dónde te ganaste tú la vida?

—En la Corte —respondió el gorrioncillo.

—No es lugar éste para los gorriones y pajarillos tontos; hay demasiado oro, terciopelo, seda, armas, arneses, gavilanes, mochuelos y halcones. Quédate en la cuadra de los caballos, donde aventan avena o trillan. Allí, con un poco de suerte, no te faltarán tus granitos cotidianos, y podrás comértelos en paz y sin sobresalto.

—Sí, padre —respondió el pequeño—. Pero los mozos de establo preparan trampas con bayas de serbal y atan con paja sus mallas y lazos; y esto no deja de tener sus riesgos.

—¿Dónde viste eso?

—En la Corte, entre los chicos de los caballerizos.

—¡Oh, hijo mío! Los chiquillos de caballerizos son mala gentezuela. Si has estado en la Corte entre esos personajes sin dejar ninguna de tus plumas, puedes decir que has aprendido bastante y que sabrás despabilarte por el mundo. De todos modos, anda con cuidado. A menudo, los lobos se comen también a los perrillos avisados.

Llamó el padre al tercero:

—¿Cómo te las arreglaste tú?

—Por carreteras y caminos, entre carros y caballerías, y picando los granos de cebada que encontraba.

—Buena comida —observó el padre—; pero cuidado con el pellejo, y ojo alerta, sobre todo cuando veas a uno agacharse y coger una piedra. Entonces es cosa de no entretenerse.

—Verdad dices —replicó el hijo—. Pero, ¿y si traen ya el guijarro en el bolsillo?

—¿Dónde viste eso?

—Entre los mineros, padre. Cuando se marchan, siempre llevan piedras escondidas.

—Mineros, obreros, ¡vaya gente astuta! Si has estado con ellos habrás visto muchas cosas y no te faltará experiencia.

«De todos modos, ve con precaución;

que los chiquillos de los montañeros

mataron a pedradas a más de un gorrión.»

Finalmente, volvióse el padre al menor de sus hijitos:

—En cuanto a ti, pequeño, que siempre fuiste el más tontuelo y enclenque, quédate a mi lado. Hay en el mundo demasiados pajarracos brutales y perversos, con picos corvos y largas garras, que acechan a las avecillas para zampárselas. Quédate con los tuyos y busca las arañitas y oruguitas de los árboles y las casas, y vivirás siempre contento.

—¡Oh, padre mío! Quien vive sin causar daño a nadie llega lejos, y ningún gavilán, azor, águila ni milano le causará ningún mal si él, todas las mañanas y todas las noches, se encomienda y ofrece su honrado alimento a Dios Nuestro Señor, creador y sostenedor de todos los pajarillos del bosque y del pueblo, y que escucha incluso el graznido y la oración de los cuervecitos; pues sin su voluntad no caerá al suelo ni un gorrión ni un reyezuelo.

—¿Dónde aprendiste eso? —preguntó el padre.

Y el hijo respondió:

—Cuando escapé del nido, me metí en una iglesia, donde me pasé el verano cazando moscas y arañas en las ventanas, y oí predicar este sermón. Y el padre de todos los gorriones me alimentó durante todo el tiempo y me protegió contra toda desgracia y de los malos pajarracos.

—Mucha razón tienes, hijo mío. Vuela a las iglesias y ayuda a limpiarlas de arañas y moscas, y píale a Dios como los cuervecitos, y encomiéndate al eterno Creador y vivirás seguro y tranquilo, aunque el mundo esté lleno de pérfidas y salvajes aves rapaces:

«Pues quien al Señor sus cosas encomienda,

calla, sufre, espera, reza y se enmienda,

y guarda la fe y la conciencia puras,

Él lo sostendrá y ayudará en las horas duras.»

El cuento de los despropósitos

E
RAN los tiempos del mundo al revés. Una vez vi que de un hilillo de seda pendían Roma y el Palacio de Letrán; que un hombre sin pies ganaba en la carrera a un rápido caballo, y que una agudísima espada cortaba un puente. Vi un borriquillo de nariz de plata que perseguía a dos veloces liebres, y un ancho tilo en el que crecían tortas calientes. Vi una vieja y seca madreselva que daba sus buenas cien cubas de manteca y sesenta de sal. ¿Basta con estas mentiras, o aún no? Pues vi arar un arado sin caballo ni buey, y un chiquillo de un año lanzar cuatro piedras de molino desde Ratisbona a Tréveris y de Tréveris a Estrasburgo; y un azor nadando por el Rin; y lo hacía como si estuviera en su elemento. Oí unos peces que metían un ruido tal que resonaba en el cielo; vi fluir miel dulce, como si fuera agua, desde un profundo valle a una alta montaña. Es raro todo esto, ¿verdad? Había dos grajos que segaban un prado, y vi dos mosquitos construyendo un puente, dos palomas desgarrando un lobo, dos niños que parían dos cabritas, y dos ranas que trillaban el grano. Vi a dos ratones consagrar a un obispo, y a dos gatos arañar la lengua de un oso. Llegó corriendo una serpiente y degolló a dos fieros leones. Había un barbero afeitando la barba a una mujer, y dos perros lebreles que arrastraban un molino fuera del agua, y una vieja borrica lo miraba, diciendo que estaba bien. Y en un patio, cuatro corceles trillaban grano con todas sus fuerzas; dos cabras encendían el horno, y una vaca roja metía el pan en él. Entonces cantó un gallo: «¡Quiquiriquí! ¡El cuento llega hasta aquí!».

El cuento de las mentiras

V
OY a contaros una cosa. He visto volar a dos pollos asados; volaban rápidos, con el vientre hacia el cielo y la espalda hacia el infierno; y un yunque y una piedra de molino nadaban en el Rin, despacio y suavemente, mientras una rana devoraba una reja de arado, sentada sobre el hielo, el día de Pentecostés. Tres individuos, con muletas y patas de palo, perseguían a una liebre; uno era sordo; el otro, ciego; el tercero, mudo, y el cuarto no podía mover una pierna. ¿Queréis saber qué ocurrió? Pues el ciego fue el primero en ver correr la liebre por el campo; el mudo llamó al tullido, y el tullido la agarró por el cuello. Unos, que querían navegar por tierra, izaron la vela y avanzaron a través de grandes campos, y al cruzar una alta montaña naufragaron y se ahogaron. Un cangrejo perseguía una liebre, y a lo alto de un tejado se había encaramado una vaca. En aquel país, las moscas son tan grandes como aquí las cabras. Abre la ventana para que puedan salir volando las mentiras.

Cuento-acertijo

T
RES mujeres habían sido transformadas en flores y trasladadas al campo; una de ellas, sin embargo, podía pasar las noches en su casa.

Dijo una vez a su marido cuando ya se acercaba el día y, con él, la hora de regresar al campo con sus compañeras y recobrar su figura de flor:

—Si esta mañana vienes a cogerme, quedaré desencantada y ya no tendré que separarme de ti.

Y así sucedió. Ahora bien; se trata de saber cómo la reconoció el marido, puesto que las tres flores eran exactamente iguales, sin la menor diferencia entre ellas.

La respuesta es: La que había pasado la noche en su casa en vez de hacerlo en el campo, no había recibido el rocío, y sí las otras dos. Por eso la reconoció el marido.

Enrique el holgazán

E
NRIQUE era muy holgazán, y aunque su trabajo se limitaba a sacar todos los días a pacer su cabra, cada noche, al volver de la faena, decía suspirando:

—De veras que es pesado y fastidioso tener que llevar la cabra, un año sí y otro también hasta muy adelantado el otoño, a pacer al prado. ¡Si al menos pudiera uno tumbarse y dormir! Pero no; hay que estar con los ojos bien abiertos y vigilar que el animal no se escape, no dañe los renuevos, ni salte los setos, ni se meta en los huertos. ¡Cómo puede tener uno tranquilidad y disfrutar de la vida!

Sentóse y, concentrándose en sus pensamientos, estuvo cavilando la manera de quitarse aquella carga de sus hombros. Pasóse largo tiempo sin encontrar solución, hasta que de pronto parecióle como si le cayeran escamas de los ojos:

—¡Ya sé lo que haré! —exclamó—; me casaré con la gorda Trini. También ella tiene una cabra; podrá sacarla a pacer con la mía, y yo no tendré que seguir atormentándome.

Levantóse, pues, y poniendo en movimiento sus cansadas piernas cruzó la calle, ya que enfrente vivían los padres de la gorda Trini, para pedirle la mano de su laboriosa y virtuosa hija.

Los padres no lo pensaron mucho. «Dios los cría, y ellos se juntan», pensaron; y dieron su conformidad. Y la gorda Trini convirtióse en la mujer de Enrique y sacó a pacer las dos cabras.

Él vivía feliz, sin otra preocupación que la de su propia holgazanería. Sólo de vez en cuando acompañaba hasta el campo a su esposa:

—Lo hago sólo para que a la vuelta me sea más agradable el descanso. De lo contrario, llega uno a perder el gusto en el reposo.

Pero resultó que la gorda Trini no era menos perezosa que su marido.

—Enrique mío —le dijo un día—, ¿por qué agriarnos la vida sin necesidad, y desperdiciar los mejores tiempos de nuestra juventud? ¿No sería mejor vender a nuestro vecino las dos cabras, que todas las mañanas nos despiertan con sus balidos, a cambio de una colmena? La pondríamos detrás de la casa, en un lugar soleado, y ya no habríamos de preocuparnos más de ella. A las abejas no hay que guardarlas ni llevarlas al prado; ellas mismas cuidan de volar por ahí, saben el camino de vuelta y almacenan su miel, sin molestia alguna para el dueño.

—Has hablado como una mujer prudente y que sabe lo que se dice —respondió Enrique—. Lo haremos así en seguida. Además, la miel es más sabrosa y nutritiva que la leche de cabra, y se guarda más tiempo.

El vecino cambió gustoso las dos cabras por una colmena.

Las abejas volaron incansablemente desde la madrugada hasta entrada la noche, llenando la colmena de riquísima miel; y así, al llegar el otoño, Enrique pudo llenar con ella una buena jarra.

Guardaron la jarra sobre un estante clavado en lo alto de la pared de su dormitorio y, temiendo que alguien pudiese robársela o que los ratones se subiesen hasta ella, Trini se procuró una recia vara de avellano y la puso junto a la cama, para tenerla al alcance de la mano sin necesidad de levantarse y, desde el lecho, poder arrear o ahuyentar a los huéspedes inoportunos.

El perezoso Enrique no dejaba las sábanas antes de mediodía:

—Quien madruga —solía decir— disipa su hacienda.

Una mañana, hallándose todavía acostado descansando de su prolongado sueño, dijo a su mujer:

—A las mujeres les gusta el dulce, y tú te estás zampando la miel. Mejor sería, antes de que te la comas toda, que compremos con ella una oca y un patito.

—Pero no antes de que tengamos un hijo para que los cuide —respondió Trini—. ¿Crees tú que yo cargaré con todo el trabajo de criarlos consumiendo mis fuerzas para nada?

—¿Y tú te imaginas que el hijo te guardará los gansos? Hoy en día los niños ya no obedecen, hacen su santa voluntad porque se creen más listos que sus padres. Acuérdate, si no, de aquel mozo a quien mandaron a buscar la vaca perdida, y él se dedicó a correr detrás de unos mirlos.

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