Tormenta de Espadas (77 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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—Antes de entrar en el tema que nos ha traído aquí —dijo con solemnidad—, hay que tratar otro asunto. Mucho me temo que es un tema serio. Tenía la esperanza de que no me correspondiera daros estas noticias, pero no hay otro remedio. Mi señor padre ha recibido una carta de sus nietos.

Catelyn había estado tan inmersa en su dolor que casi se había olvidado de los dos Frey a los que había aceptado como pupilos.

«Ya no más —pensó—. Madre misericordiosa, ¿cuántos golpes más podemos soportar?» Sabía que las siguientes palabras que oyera le clavarían otra daga en el corazón.

—¿Los nietos que están en Invernalia? —consiguió preguntar—. ¿Mis pupilos?

—Sí, Walder y Walder. Pero ahora mismo están en Fuerte Terror, mi señora. Me duele en el alma tener que decíroslo, pero ha habido una batalla. Invernalia ha ardido hasta los cimientos.

—¿Qué? —La voz de Robb estaba teñida de incredulidad.

—Vuestros señores norteños trataron de reconquistar el castillo de manos de los hombres del hierro. Cuando Theon Greyjoy vio que iba a perder su conquista, le prendió fuego.

—No nos ha llegado noticia de ninguna batalla —apuntó Ser Brynden.

—Reconozco que mis sobrinos son jóvenes, pero estuvieron presentes. Walder el Mayor escribió la carta, y su primo la firmó con él. Por lo que cuentan fue una batalla sangrienta. Vuestro castellano fue asesinado. Se llamaba Ser Rodrik, ¿verdad?

—Ser Rodrik Cassel —dijo Catelyn, entumecida por el dolor. «Mi querido amigo, mi viejo y valiente amigo.» Casi lo podía ver tironearse de los bigotes blancos—. ¿Y el resto de los nuestros?

—Mucho me temo que los hombres del hierro los pasaron por la espada a casi todos.

Robb, mudo de rabia, dio un puñetazo en la mesa y volvió el rostro para que los Frey no vieran sus lágrimas.

Pero su madre las vio.

«Cada día que pasa, el mundo se oscurece un poco más.» Catelyn recordó a Beth, la hijita de Ser Rodrik, al incansable maestre Luwin y al alegre septon Chayle, a Mikken en su fragua, a Farlen y Palla en las perreras, a la Vieja Tata y a Hodor el simple. Se le hizo un nudo en el corazón.

—¿Todos? No, por favor.

—No —dijo Lothar el Cojo—. Las mujeres y los niños se escondieron, entre ellos mis sobrinos Walder y Walder. Invernalia estaba en ruinas, de manera que el hijo de Lord Bolton llevó a los supervivientes a Fuerte Terror.

—¿El hijo de Bolton? —preguntó Robb con la voz muy tensa.

—Tengo entendido que es un hijo bastardo —intervino Walder Ríos.

—¿Ramsay Nieve? ¿O tiene Lord Roose otro bastardo? —Robb frunció el ceño—. El tal Ramsay era un monstruo y un asesino, y murió como un cobarde. Es lo que me contaron.

—No os lo puedo confirmar. En toda guerra hay mucha confusión. Muchos informes falsos. Lo único que os puedo decir es que según mis sobrinos fue un hijo bastardo de Bolton quien salvó a las mujeres y a los niños de Invernalia. Ahora, todos los que sobrevivieron están a salvo en Fuerte Terror.

—¿Y Theon? —intervino Robb de repente—. ¿Qué le pasó a Theon Greyjoy? ¿Lo mataron?

—No os podría decir, Alteza. —Lothar el Cojo extendió los brazos con las palmas de las manos hacia arriba—. Walder y Walder no mencionaban nada sobre él. Puede que Lord Bolton sepa algo, si es que su hijo le ha enviado noticias.

—Se lo preguntaremos, no lo dudéis —dijo Ser Brynden.

—Veo que estáis consternados. Siento haberos causado más dolor. Tal vez deberíamos aplazar la conversación hasta mañana. El asunto que nos trae puede aguardar hasta que os recuperéis...

—No —replicó Robb—, quiero arreglarlo cuanto antes.

—Yo también —asintió su hermano Edmure—. ¿Tenéis respuesta a nuestra oferta, mi señor?

—Así es. —Lothar sonrió—. Mi señor padre me ordena decir a Su Alteza que accede a esta nueva alianza matrimonial entre nuestras casas y renueva su lealtad hacia el Rey en el Norte con la única condición de que Su Alteza se disculpe en persona, cara a cara, por el agravio cometido contra la Casa Frey.

Una disculpa era un precio muy pequeño, pero al instante Catelyn se sintió alertada por la mezquina petición de Lord Walder.

—Me complace —dijo Robb con cautela—. Nunca fue mi deseo que se abriera este abismo entre nosotros, Lothar. Los Frey han luchado con valor por mi causa. Será un placer volver a tenerlos a mi lado.

—Sois muy generoso, Alteza. Ya que aceptáis los términos, se me ha pedido que ofrezca a Lord Tully la mano de mi hermana, Lady Roslin, doncella de dieciséis años. Roslin es la hija menor de mi señor padre con Lady Bethany de la Casa Rosby, su sexta esposa. Es de natural dulce y tiene talento para la música.

—¿No sería mejor si antes nos conociéramos...? —Edmure se movió incómodo en el asiento.

—Ya os conoceréis cuando estéis casados —replicó Walder Ríos con tono brusco—. A menos que Lord Tully quiera antes contarle los dientes a Lady Roslin.

—Aceptaré vuestra palabra en lo que respecta a sus dientes —dijo Edmure haciendo un esfuerzo por controlar la ira—, pero antes de desposarme con ella me gustaría verle el rostro.

—Tendréis que aceptarla de inmediato, mi señor —dijo Walder Ríos—. De lo contrario, la oferta de mi padre no seguirá en pie.

—Mi hermano es un soldado y por tanto brusco, pero dice la verdad. —Lothar el Cojo abrió las manos—. Mi señor padre desea que este matrimonio tenga lugar de inmediato.

—¿De inmediato? —La voz de Edmure reflejaba tal grado de frustración que a Catelyn se le pasó por la cabeza que tal vez había pensado en romper el compromiso después de las batallas.

—¿Acaso ha olvidado Lord Walder que estamos en mitad de una guerra? —preguntó en tono imperioso Brynden el Pez Negro.

—Desde luego que no —respondió Lothar—. Precisamente por eso insiste en que el matrimonio se celebre ya, ser. En las guerras mueren hombres, incluso aquellos jóvenes y fuertes. ¿Qué sería de nuestra alianza si Lord Edmure perdiera la vida antes de tomar como esposa a Roslin? Además, hay que tener en cuenta la edad de mi padre. Ya pasa de los noventa años, es poco probable que vaya a ver el final de esta contienda. Su noble corazón descansaría más tranquilo si viera a su querida Roslin felizmente casada antes de que los dioses se lo lleven, así moriría sabiendo que la chiquilla tiene un marido fuerte que la amará y la protegerá.

«Todos queremos que Lord Walder muera feliz.» Catelyn se sentía cada vez más incómoda con aquel acuerdo.

—Mi hermano acaba de perder a su padre. Necesita algo de tiempo para llorarlo.

—Roslin es una muchachita muy alegre —apuntó Lothar—. Puede que sea lo que Lord Edmure necesita para superar su dolor.

—Además, a mi abuelo ya no le gustan los noviazgos largos —añadió Walder Ríos—. Quién sabe por qué.

—He entendido la alusión, Ríos. —Robb le lanzó una mirada gélida—. Os rogamos que nos dejéis a solas.

—Como Su Alteza ordene. —Lothar el Cojo se levantó y su hermano bastardo lo ayudó a salir de la estancia, caminando con dificultad.

—Han venido a decir que mi palabra no tiene ningún valor. —Edmure estaba echando humo—. ¿Por qué voy a permitir que ese viejo me elija esposa? Lord Walder tiene otras hijas aparte de la tal Roslin. Y también muchas nietas. Tendría que haberme dado a elegir como a ti. Soy su señor, debería estar exultante y agradecido de que esté dispuesto a casarme con cualquiera de ellas.

—Tiene mucho orgullo y ahí es donde lo hemos herido —apuntó Catelyn.

—¡Los Otros se lleven su orgullo! No permitiré que me humillen en mi propio castillo. Me niego a este matrimonio.

—No te daré órdenes en un asunto así. —Robb lo miraba, fatigado—. Pero, si te niegas, Lord Frey lo tomará como otra afrenta, y perderemos cualquier esperanza de conseguir su apoyo.

—Eso no lo sabes —se empecinó Edmure—. Desde el día en que nací, Frey ha estado empeñado en casarme con una de sus hijas. No va a permitir que esta oportunidad se le escape de las manos. Cuando Lothar le lleve nuestra respuesta, volverá con sus zalamerías y aceptará un compromiso más largo... con la hija que decida yo.

—Puede que sí, con el tiempo —intervino Brynden Pez Negro—. La cuestión es ¿podemos esperar mientras Lothar va y viene con ofertas y contraofertas?

—He de volver al norte. —Robb tenía los puños apretados—. Han matado a mis hermanos, han quemado Invernalia, han pasado por la espada a mis sirvientes... Sólo los dioses saben qué pretende ese bastardo de Bolton, o si Theon sigue vivo para causar más daño. No me puedo quedar aquí sentado a la espera de una boda que no se sabe si tendrá lugar.

—Debe tener lugar —dijo Catelyn de mala gana—. Me apetece tan poco como a ti soportar los insultos y las quejas de Walder Frey, hermano, pero no veo muchas más opciones. Sin ese matrimonio, la causa de Robb está perdida. Tenemos que aceptar, Edmure.

—¿Tenemos? —repitió él en imitación burlona—. No te he visto ofrecerte como novena Lady Frey, Cat.

—Que yo sepa, la octava Lady Frey sigue viva y goza de buena salud —replicó.

«Por suerte.» De lo contrario, conociendo a Lord Walder, la situación podría haber llevado a algo semejante.

—Sobrino —intervino el Pez Negro—, soy el último hombre de los Siete Reinos con derecho a decirle a nadie con quién se tiene que casar. De todos modos, te recuerdo que dijiste que querrías hacer algo en reparación por tu batalla de los Vados.

—Estaba pensando en otro tipo de reparación. Batirme en combate singular con el Matarreyes. Una penitencia de siete años como hermano mendicante. Cruzar a nado el mar del Ocaso con las piernas atadas. —Al ver que ninguno de los presentes sonreía, Edmure levantó las manos—. ¡Los otros se os lleven a todos! Vale, vale, me casaré con esa moza. A modo de reparación. Vaya reparación.

DAVOS (4)

Lord Alester alzó la vista de repente.

—Es Lamprea —dijo Davos—. Ya es la hora de la cena, o casi.

La noche anterior, Lamprea les había llevado media empanada de carne y panceta junto con una jarra de aguamiel. Sólo con recordarlo le volvían a rugir las tripas.

—No, es más de una persona.

«Tiene razón.» Davos oía al menos dos voces y varias pisadas, que se acercaban cada vez más. Se puso en pie y se acercó a los barrotes. Lord Alester se sacudió la paja de la ropa.

—El rey envía a buscarme. O puede que haya sido la reina, sí, Selyse no permitiría que me pudriera aquí, soy de su misma sangre.

Lamprea apareció al otro lado de los barrotes con un aro de llaves en la mano. Ser Axell Florent y cuatro guardias lo seguían de cerca. Aguardaron bajo la antorcha mientras Lamprea buscaba la llave de la puerta.

—Axell —llamó Lord Alester—. Loados sean los dioses, ¿quién envía a buscarme, el rey o la reina?

—A ti nadie te viene a buscar, traidor —dijo Ser Axell.

Lord Alester retrocedió como si le hubieran dado una bofetada.

—No, te lo juro, no he cometido ninguna traición. ¿Por qué nadie me escucha? Si Su Alteza me permitiera explicarle...

Lamprea metió en la cerradura una gran llave de hierro, la giró y abrió la celda. Las bisagras oxidadas protestaron con un chirrido.

—Vamos —le dijo a Davos.

—¿Adónde? —Davos miró a Ser Axell—. Decidme la verdad, ser, ¿pensáis quemarme?

—Me han enviado a buscaros. ¿Podéis caminar?

—Puedo caminar.

Davos salió de la celda. Lord Alester dejó escapar un grito de consternación cuando Lamprea volvió a cerrar la puerta.

—Coge la antorcha —ordenó Ser Axell al carcelero—. Deja a oscuras al traidor.

—¡No! —gritó su hermano—. No, por favor, Axell, no te lleves la luz... Que los dioses se apiaden de mí...

—¿Los dioses? Sólo existen R'hllor y el Otro. —Ser Axell hizo un gesto brusco y uno de los guardias cogió la antorcha de la argolla y abrió el camino hacia la escalera.

—¿Me lleváis ante Melisandre? —preguntó Davos.

—Estará presente —replicó Ser Axell—. No se aleja nunca del rey. Pero es Su Alteza quien quiere veros.

Davos se llevó la mano al pecho, a donde había llevado colgado de un cordel un saquito de cuero con su suerte. Ya no la tenía, recordó, y tampoco las falanges de cuatro dedos. Pero sus manos aún eran suficientemente largas como para rodear el cuello de una mujer, sobre todo un cuello tan esbelto como el suyo.

Ascendieron en fila por la escalera de caracol. Los muros eran de piedra basta y estaban fríos. La luz de las antorchas los precedía y sus sombras los escoltaban por las paredes. En el tercer giro pasaron junto a una puerta de hierro que daba a la oscuridad, y junto a otra al quinto giro. Davos imaginó que ya estarían cerca del nivel del mar, quizá incluso por encima. La siguiente puerta que vieron era de madera, pero siguieron subiendo. Allí en las paredes había aspilleras para disparar flechas, pero ningún haz de luz penetraba a través de la gruesa piedra. En el exterior era de noche.

A Davos le dolían ya las piernas cuando Ser Axell abrió una gruesa puerta y le hizo un gesto para que pasara. Al otro lado, un puente de piedra elevado surcaba el vacío como un arco hasta la gigantesca torre central que todos llamaban el Tambor de Piedra. Un viento marino soplaba inquieto a través de los arcos sobre los que descansaba el tejado; mientras cruzaban, a Davos le llegó el olor a mar. Respiró hondo para llenarse los pulmones de aire fresco y limpio.

«Viento y agua, dadme fuerzas», rezó. Abajo, en el patio, ardía una gran hoguera para mantener a raya a los terrores que poblaban la noche, y los hombres de la reina se habían reunido en torno a ella para cantar alabanzas a su nuevo dios rojo.

Estaban en el centro del puente cuando Ser Axell se detuvo de repente. Hizo un gesto brusco con la mano y sus hombres retrocedieron hasta que ya no pudieron oírle.

—Si por mí fuera, os quemaría con mi hermano Alester —le dijo a Davos—. Los dos sois unos traidores.

—Podéis pensar lo que queráis. Jamás traicionaría al rey Stannis.

—Lo haríais. Lo haréis. Lo veo en vuestra cara y también lo he visto en las llamas. R'hllor me ha bendecido con ese don. Me muestra el futuro en el fuego, al igual que a Lady Melisandre. Stannis Baratheon ocupará el Trono de Hierro, lo he visto. Y sé qué hay que hacer. Su Alteza debe nombrarme Mano en lugar de mi hermano traidor. Eso es lo que le diréis.

«¿De verdad?» Davos no respondió.

—La reina pide mi nombramiento y que sea cuanto antes —siguió Ser Axell—. Hasta vuestro viejo amigo de Lys, el pirata Saan, está de acuerdo. Hemos hecho planes juntos, pero Su Alteza no se decide. La derrota lo devora por dentro, es como si tuviera un gusano negro en el alma. De nosotros, de los que lo queremos, depende mostrarle qué debe hacer. Si sois tan fiel a su causa como decís, uniréis vuestra voz a la nuestra, contrabandista. Le diréis que soy la Mano que necesita. Eso le diréis, y cuando embarquemos me encargaré de que estéis al mando de un nuevo barco.

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