—Te veo —susurró la enana escrutándola con los ojos rojos y nublados—. Te veo, niña lobo. Niña de sangre. Creía que era el señor el que olía a muerte... —Empezó a llorar con sollozos que estremecían su menudo cuerpo—. Es muy cruel que hayas venido a mi colina, muy cruel. Ya me ahogué con el dolor de Refugio Estival, no quiero además el tuyo. Vete de aquí, corazón oscuro. ¡Vete!
Su voz estaba tan cargada de miedo que Arya dio un paso atrás y se empezó a preguntar si aquella mujer no estaría loca.
—No asustéis a la niña —protestó Thoros—. No le hace mal a nadie.
—Yo no estaría tan seguro —dijo Lim Capa de Limón señalándose la nariz rota con un dedo.
—Se irá mañana con nosotros —tranquilizó Lord Beric a la mujercita—. Vamos a llevarla a Aguasdulces con su madre.
—No —dijo la enana—. No será así. Ahora el pez negro es dueño de los ríos. Si a la madre buscáis, id a Los Gemelos. Porque va a haber una boda. —Volvió a soltar aquella risa cacareante—. Mirad en vuestros fuegos y lo veréis, sacerdote rosa. Pero que no sea ahora ni aquí, aquí no podéis ver nada. Este lugar aún pertenece a los viejos dioses... Se aferran a él como yo, encogidos y débiles, pero todavía no han muerto. Y no les gustan las llamas. Porque el roble recuerda la bellota, la bellota sueña al roble, el tocón vive en ambos. Y recuerdan el momento en que llegaron los primeros hombres con fuego en sus puños. —Se bebió lo que quedaba del vino de cuatro largos tragos, tiró el odre a un lado y señaló a Lord Beric con el bastón—. Ahora mi pago. Quiero la canción que me prometisteis.
De modo que Lim fue a despertar a Tom Sietecuerdas que dormía entre sus pieles y lo llevó entre bostezos junto al fuego con la lira en la mano.
—¿La misma canción de siempre? —preguntó.
—Sí, claro. Mi canción de Jenny. ¿Es que existe otra?
De manera que Tom cantó, y la enana cerró los ojos y se meció adelante y atrás al tiempo que murmuraba la letra y las lágrimas le corrían por las mejillas. Thoros cogió a Arya de la mano con firmeza y se la llevó de allí.
—Deja que saboree en paz su canción —le dijo—. Es lo único que le queda.
«Pero si no le iba a hacer daño», pensó Arya.
—¿Qué ha dicho de Los Gemelos? Mi madre está en Aguasdulces, ¿no?
—Al menos allí estaba. —El sacerdote rojo se rascó debajo de la barbilla—. Ha hablado de una boda. Ya veremos. Pero, esté donde esté, Lord Beric la encontrará.
Poco después el cielo estalló. Los relámpagos lo rasgaban, los truenos retumbaban en las colinas y la lluvia caía en tal abundancia que apenas si permitía ver. La mujer enana desapareció tan repentinamente como había llegado mientras los bandidos juntaban ramas para hacer refugios rudimentarios.
Llovió toda la noche, y por la mañana Ned, Lim y Watty el Molinero se levantaron resfriados. Watty no fue capaz de retener el desayuno en el estómago, y el joven Ned estaba alternativamente ardiendo de fiebre y temblando con la piel fría y pegajosa. Notch comentó a Lord Beric que había un pueblo abandonado a medio día a caballo hacia el norte, que allí tendrían un refugio mejor y podrían aguardar a que pasara lo peor de la tormenta. De manera que montaron como pudieron y espolearon a sus caballos ladera abajo.
La lluvia no cesaba. Cabalgaron por bosques y prados, y vadearon arroyos crecidos cuyas aguas turbulentas llegaban hasta las barrigas de los caballos. Arya se cubrió la cabeza con la capucha de la capa y encogió los hombros, empapada y tiritando, pero decidida a no flaquear. Merrit y Mudge no tardaron en empezar a toser tanto como Watty, y el pobre Ned estaba peor con cada legua que recorrían.
—Si me pongo el yelmo, la lluvia repiquetea contra el acero y me da dolor de cabeza —se quejó—. Pero si me lo quito, se me empapa el pelo y se me pega a la cara y a la boca.
—¿No tienes un cuchillo? —le sugirió Gendry—. Si tanto te molesta el pelo aféitate la cabeza, idiota.
«No le gusta Ned.» A Arya le caía bien el escudero; era un poco tímido, pero parecía buen muchacho. Siempre había oído decir que los dornienses eran menudos y atezados, de pelo negro y ojos pequeños y oscuros, pero Ned tenía los ojos muy grandes y de un azul tan intenso que era casi violeta. Además, su cabello era rubio claro, más semejante a la ceniza que a la miel.
—¿Cuánto hace que eres escudero de Lord Beric? —preguntó para dejar de pensar en sus penas.
—Me tomó a su servicio como paje cuando se desposó con mi tía. —Se interrumpió con un ataque de tos—. Entonces tenía siete años, pero cuando cumplí los diez me ascendió a escudero. Una vez gané un premio ensartando aros.
—Yo no sé manejar la lanza —dijo Arya—, pero con la espada te podría ganar. ¿Has matado a alguien?
—Si sólo tengo doce —respondió el muchachito, sobresaltado.
«Yo maté a un chico cuando tenía ocho», estuvo a punto de decir Arya. Pero se lo pensó mejor.
—Como has tomado parte en batallas...
—Sí. —No parecía muy orgulloso de ello—. Estuve en el Vado del Titiritero. Cuando Lord Beric cayó al río, lo arrastré hasta la orilla para que no se ahogara y lo defendí con mi espada. Pero no tuve que pelear. Tenía una lanza rota clavada en el pecho, así que nadie nos fue a molestar. Cuando nos reagrupamos, Gergen el Verde cargó a su señoría a lomos de un caballo.
Arya se estaba acordando del mozo de cuadras en Desembarco del Rey. Después de él, hubo el guardia al que le cortó la garganta en Harrenhal, y los hombres de Ser Amory junto a aquel lago. No sabía si Weese y Chiswyck contaban, ni los que habían muerto por la sopa de comadreja... De repente sintió una tristeza infinita.
—Mi padre también se llamaba Ned —le dijo.
—Ya lo sé. Lo vi en el torneo de la Mano. Me habría gustado subir a hablar con él, pero no se me ocurría qué decirle. —Ned se estremeció bajo la capa, un trapo empapado color púrpura claro—. ¿Tú estuviste en el torneo? A la que vi fue a tu hermana. Ser Loras Tyrell le regaló una rosa.
—Ya me lo dijo. —Tenía la sensación de que todo había sucedido hacía muchísimo tiempo—. Su amiga Jeyne Poole se enamoró de vuestro Lord Beric.
—Estaba prometido a mi tía —tartamudeó Ned, incómodo—. Pero claro, eso era antes. Antes de que...
«¿Antes de que muriera?», pensó al ver que Ned no terminaba la frase y caía en un silencio incómodo. Los cascos de sus caballos sonaban como ventosas cada vez que se despegaban del barro.
—Mi señora... —dijo Ned por fin—. ¿Y tu hermano ilegítimo... Jon Nieve?
—Está en el Muro, con la Guardia de la Noche. —«A lo mejor eso es lo que tendría que hacer, ir al Muro y no a Aguasdulces. A Jon no le importaría si he matado a alguien ni si me cepillo el pelo o no»—. Jon se parece mucho a mí, aunque sea bastardo. Siempre me revolvía el pelo y me llamaba «hermanita». —Jon era a quien más echaba de menos. Sólo con decir su nombre se ponía triste—. ¿De qué conoces a Jon?
—Es mi hermano de leche.
—¿Tu hermano? —Arya no entendía nada—. Pero si tú eres de Dorne, ¿cómo puedes ser de la misma sangre que Jon?
—Somos hermanos de leche, no de sangre. Cuando era pequeño mi señora madre no tenía leche, así que Wylla tuvo que amamantarme.
—¿Quién es Wylla? —Arya seguía sin entender.
—La madre de Jon Nieve. ¿No te lo contó nunca? Fue criada nuestra durante muchísimos años. Desde antes de que naciera yo.
—Jon no conoció a su madre; tampoco sabía cómo se llamaba. —Arya miró a Ned con desconfianza—. ¿La conoces de verdad? —«¿Se está burlando de mí?»—. Como sea mentira te arrearé un puñetazo en la nariz.
—Wylla fue mi ama de cría —insistió el muchacho con tono solemne—. Lo juro por el honor de mi Casa.
—¿Tienes una Casa? —Era una pregunta idiota; era escudero, claro que tenía una Casa—. ¿Quién eres?
—Mi señora... —Ned titubeó, avergonzado—. Soy Edric Dayne... Señor de Campoestrella.
Gendry, que iba tras ellos, soltó un gruñido.
—Señores y damas —bufó con tono asqueado. Arya agarró una manzana silvestre de una rama y se la tiró; le acertó en aquella cabezota de toro—. ¡Ay! Me has hecho daño —se quejó, frotándose la piel sobre el ojo—. ¿Las damas tiran manzanas a la gente?
—Sólo las malas —respondió Arya, que de repente se arrepentía de haberlo hecho. Se volvió hacia Ned—. Lo siento, no sabía quién eras. Mi señor.
—La culpa es mía, mi señora —respondió él, todo educación.
«Jon tiene madre. Wylla, se llama Wylla.» Tenía que acordarse para contárselo cuando lo volviera a ver. Se preguntaba si la seguiría llamando «hermanita». «No, porque ya no soy pequeña. Me tendrá que llamar otra cosa.» Tal vez cuando estuviera en Aguasdulces le podría escribir una carta para decirle lo que le había contado Ned Dayne.
—Había también un tal Arthur Dayne —recordó—. Lo llamaban Espada del Amanecer.
—Mi padre era el hermano mayor de Ser Arthur. Lady Ashara era mi tía, pero no la llegué a conocer. Se tiró al mar desde lo más alto de la torre Espada de Piedrablanca antes de que yo naciera.
—¿Y por qué hizo semejante cosa? —se sobresaltó Arya.
Ned la miraba con cautela. A lo mejor tenía miedo de que le tirase una manzana.
—¿Tu señor padre nunca te habló de ella? —preguntó—. ¿De Lady Ashara Dayne, de Campoestrella?
—No. ¿La conocía?
—De antes de que Robert fuera rey. Mi tía conoció a tu padre y a sus hermanos en Harrenhal el año de la falsa primavera.
—Ah. —A Arya no se le ocurría qué decir—. Pero ¿por qué se tiró al mar?
—Tenía el corazón roto.
Sansa habría dejado escapar un suspiro y sin duda habría derramado una lágrima ante aquella muestra de amor, pero a Arya le parecía una idiotez. Pero claro, no se lo podía decir a Ned, era su tía.
—¿Quién se lo rompió?
—No sé si me corresponde a mí... —El muchacho titubeó.
—¡Dímelo!
—Mi tía Allyria dice que Lady Ashara y tu padre se enamoraron en Harrenhal... —Cuando la miró su incomodidad era evidente.
—No es verdad. Él quería a mi señora madre.
—Estoy seguro de que sí, mi señora, pero...
—La quería a ella y a nadie más.
—Entonces al bastardo se lo debió de traer la cigüeña —comentó Gendry detrás de ellos.
—Mi padre era un hombre de honor —le dijo Arya, furiosa; le habría gustado tener otra manzana para tirársela—. Además, no estamos hablando contigo. ¿Por qué no te vuelves a Sept de Piedra para tocarle las campanas a aquella idiota?
—Tu padre al menos crió a su bastardo —dijo Gendry como si no la hubiera oído—, no como el mío. Ni siquiera sé cómo se llamaba. Seguro que era cualquier borracho asqueroso, igual que los otros que mi madre conocía en la taberna y se llevaba a casa. Siempre que se enfadaba conmigo me decía, «si estuviera aquí tu padre menuda paliza te iba a dar». Es lo único que sé de él. —Escupió al suelo—. Si me lo pusieran delante a lo mejor la paliza se la daba yo. Pero supongo que estará muerto, y tu padre también está muerto, así que, ¿qué importa con quién se acostara?
A Arya le importaba, aunque no habría sabido decir por qué. Ned estaba intentando disculparse por haberla hecho enfadar, pero en aquel momento no quería escucharlo. Picó espuelas y los dejó atrás. Anguy el Arquero cabalgaba unos metros más adelante.
—Los dornienses son unos mentirosos, ¿verdad? —le preguntó cuando se puso a su altura.
—Esa fama tienen. —Sonrió—. Aunque claro, ellos dicen lo mismo de nosotros, los marqueños, así que a saber... ¿Qué ha pasado? Ned es un buen chico...
—Es un idiota y un mentiroso.
Arya se salió del camino, saltó un tronco caído medio podrido y cruzó un arroyo sin hacer caso de los gritos de los bandidos a su espalda.
«Lo único que quieren es contarme más mentiras.» Se le pasó por la cabeza la idea de intentar escapar, pero eran demasiados y conocían bien aquellas tierras. ¿Para qué huir si luego la atrapaban?
Al final fue Harwin quien salió en pos de ella.
—¿Qué crees que haces, mi señora? No se te ocurra escapar. En estos bosques hay lobos y cosas aún peores.
—No tengo miedo —replicó—. Ese chico, Ned, me ha dicho...
—Sí, ya me lo ha contado. Lo de Lady Ashara. Es una historia muy vieja. Una vez la oí en Invernalia cuando tendría la misma edad que tienes tú ahora. —Agarró con firmeza las riendas de su caballo y lo obligó a dar la vuelta—. Dudo mucho que sea verdad, pero aunque lo fuera, ¿qué más da? Cuando Ned conoció a aquella dama dorniense, su hermano Brandon aún vivía y era él quien estaba prometido a Lady Catelyn, de manera que no habría sido ninguna deshonra para tu padre. No hay nada como un torneo para encender la sangre, así que es posible que por la noche se intercambiaran unas palabritas en una tienda, ¿quién sabe? Y donde digo palabras pudieron ser besos o algo más, ¿qué tiene de malo? Había llegado la primavera, o eso creían, y ninguno de los dos estaba comprometido.
—Pero luego ella se mató —dijo Arya, insegura—. Ned dice que saltó de una torre al mar.
—Es verdad —reconoció Harwin mientras la acompañaba de vuelta con el grupo—, pero yo diría que fue por la pena. Había perdido a su hermano, la Espada del Amanecer. —Sacudió la cabeza—. No le des más vueltas, mi señora. Todas esas personas ya han muerto. No le des más vueltas... y por favor, no le digas nada de esto a tu madre cuando lleguemos a Aguasdulces.
Encontraron la aldea donde Notch les había dicho que estaría, y se refugiaron en un gran establo de piedra gris. Sólo conservaba la mitad del tejado... pero eso era medio tejado más que el resto de los edificios del pueblo.
«No es un pueblo, sólo es un montón de piedras negras y huesos viejos.»
—¿Fueron los Lannister quienes mataron a los que vivían aquí? —preguntó Arya mientras ayudaba a Anguy a secar los caballos.
—No. —Hizo un gesto en dirección a las piedras—. Mira la capa de musgo, es muy gruesa. Hace mucho que nadie la toca. Y en aquella pared de allí crece un árbol, ¿no lo has visto? Este lugar lo incendiaron hace años.
—Pero ¿quién fue? —quiso saber Gendry.
—Hoster Tully. —Notch era un hombre delgado y encorvado, con el pelo canoso, que había nacido en aquella zona—. Este pueblo era de Lord Goodbrook. Cuando Aguasdulces se alió con Robert, Goodbrook permaneció leal al rey, así que Lord Tully vino, arrasó la aldea y pasó a los habitantes por la espada. Después del Tridente, el hijo de Goodbrook firmó la paz con Robert y con Lord Hoster. De mucho les sirvió a los muertos...
Se hizo el silencio. Gendry miró a Arya con una expresión extraña en los ojos y se fue a cepillar a su caballo. En el exterior seguía lloviendo sin cesar.