Tormenta (17 page)

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Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

BOOK: Tormenta
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Los pensamientos de Crane se atropellaban en su cerebro.

≪No pierdas la calma —se dijo—. No pierdas la calma.≫ Que debía temer? Era un miembro del equipo médico, con todo el derecho a estar allí. No era un espía ni un…

De repente se acordó de lo estrictas que eran las medidas de seguridad en la Barrera, y del miedo que acababa de ver en la cara de Asher.

Se oyó un solo clic al otro lado del muro de luz. Tras un momento en suspenso, los focos se fueron apagando.

—Siéntese, doctor —dijo Spartan.

El ya se había sentado a la mesa. Tenía delante una carpeta en la que Crane no se había fijado.

Crane ocupó el asiento vacio con cautela, sin que se le hubiera normalizado el pulso. Spartan puso una mano sobre la carpeta y la empujo hacia el. Contenía una sola hoja de papel con unos cuatro párrafos de texto bajo el membrete del departamento de Defensa.

—Firme al final, por favor.

Dejó con cuidado una pluma de oro sobre la mesa.

—Ya lo firme todo antes de bajar —dijo Crane.

Spartan sacudió la cabeza.

—Esto no lo firmo.

—Podría leerlo?

—No se lo aconsejo. Se asustaría innecesariamente.

Crane cogió la pluma, y cuando ya tenia la mano encima del papel titubeo. Se preguntó con cierta indiferencia si estaba reconociendo por escrito su culpabilidad incluso antes de confesar que estaba al corriente de alguna información secreta. Comprendiendo que daba lo mismo, respiro hondo, firmo el documento y lo deslizo otra vez hacia Spartan.

El almirante cerró la carpeta y la cuadró de un golpe seco en la mesa. Justo en ese momento llamaron a la puerta.

—Adelante —dijo Spartan.

Se abrió la puerta y entro un oficial de marina que hizo un saludo militar a Spartan, le dio un sobre blanco, repitió el saludo, dio media vuelta y salió.

Spartan cogió el sobre y lo dejó colgando entre el pulgar y el índice. Al cabo de un rato tendió el brazo hacia Crane, con un gesto que tenia algo de provocador.

Crane cogió el sobre con cautela.

—Ábralo —dijo Spartan.

Después de unos momentos de vacilación, Crane rasgo un lado del sobre y vertió su contenido en una mano. Salió una lámina de plástico, parecida a una tarjeta de crédito pero más gruesa. Tenía un lado transparente. Crane vio que contenía un laberinto de microchips. Al girarla descubrió su cara de hacia unos minutos, deslumbrada por los focos. Debajo de la foto había un código de barras y el texto:
ACCESO RESTRINGIDO
, impreso en rojo al lado. En una esquina había un clip de latón.

—Con esto y los escáneres de retina y matriz digital podrá cruzar la Barrera —dijo Spartan—. Cuídela y llévela siempre encima, doctor. La multa por perder esta tarjeta o dejar que caiga en manos indebidas es muy severa.

—No se si lo entiendo —dijo Crane.

—Le estoy autorizando a acceder al área restringida del Complejo. En contra del parecer del comandante Korolis, dicho sea de paso.

Crane se quedó mirando la identificación, mientras le invadía un gran alivio. ≪Dios mío… —pensó—. Dios mío, este lugar me esta volviendo paranoico≫.

—Ah —dijo, algo atontado aun por la sorpresa—. Gracias.

—¿Por que? —preguntó Spartan—. ¿Que creía que estaba pasando?

Crane habría jurado que por breves instantes una sonrisa de perplejidad cruzó las facciones del almirante, aunque rápidamente se disolvió en la impasibilidad de siempre.

22

A sesenta kilómetros de la costa de Groenlandia, la plataforma petrolífera
Storm King
se elevaba estoicamente entre un cielo borrascoso y un mar embravecido. Un barco que pasara (o más probablemente un satélite de reconocimiento cuya orbita hubiera sido modificada por algún gobierno extranjero curioso) no habría advertido nada fuera de lo normal. Por la superestructura de la plataforma se movían despacio algunos operarios, como si trabajaran en las torres de perforación o inspeccionasen la maquinaria. A grandes rasgos, sin embargo,
Storm King
respiraba tanta placidez como inquietud el mar. La gigantesca plataforma parecía dormida.

Sin embargo, dentro de su piel de acero,
Storm King
hervía de actividad. El modulo suministrador de inmersión profunda LF2- M (la Bañera) acababa de volver de su viaje diario al Complejo, a tres mil metros de profundidad, y en aquel momento casi tres docenas de personas esperaban en la Sala de Recogida, mientras un cabrestante gigantesco subía el modulo de suministros no tripulado por una compuerta colosal situada en el nivel más bajo de la plataforma petrolífera. La estrambótica embarcación fue izada cuidadosamente del agua, alejada de la compuerta y depositada en un muelle de recepción. Bajó la mirada vigilante de un marine, dos encargados abrieron la escotilla del morro de la Bañera, dejando a la vista un mamparo de acceso. Después, empezaron a descargar la Bañera; sacaron todo lo que se había introducido en el Complejo. Los objetos que aparecieron llamaban la atención por su diversidad: grandes contenedores negros de basura destinados al incinerador, paquetes confidenciales herméticamente cerrados, muestras medicas en recipientes de seguridad que serian sometidas a pruebas demasiado especializadas para que las realizasen en el propio Complejo… A su debido tiempo, cada artículo fue puesto en manos de alguna de las personas que esperaban. La gente empezó a dispersarse por la plataforma petrolífera. En quince minutos la Sala de Recogida se quedó vacía, a excepción del marine, el operador del cabrestante y dos encargados de suministros, que cerraron el mamparo de acceso y la escotilla delantera de la Bañera, para dejarla lista para el viaje del día siguiente.

Uno de los hombres que esperaban, un mensajero de Servicios Científicos, salió de la Sala de Recogida con media docena de sobres cerrados bajo el brazo. Era una incorporación bastante reciente a la plataforma. Llevaba gafas de concha y cojeaba un poco, como si tuviera una pierna algo más corta que la otra. Decía llamarse Wallace.

De regreso al sector científico instalado en el Nivel de Producción de la plataforma, Wallace, a pesar de su cojera, recorrió deprisa los laboratorios, donde entrego los cinco primeros sobres a sus destinatarios. En cambio el último no lo entrego enseguida, sino que se retiró a su pequeño despacho, encajado en un apartado rincón.

Wallace tomo la precaución de encerrarse con llave antes de abrir el sobre y volcar su contenido (un solo CD) sobre sus rodillas.

Después se volvió hacia su ordenador e introdujo el CD en el lector. Un rápido examen de su contenido revelo un solo archivo cuyo nombre era 108952.jpg. Una imagen, probablemente una fotografía. Cuco sobre el icono del archivo, y el ordenador lo mostro obedientemente en la pantalla. En efecto, era una imagen fantasmagórica en blanco y negro, claramente una radiografía.

A Wallace, sin embargo, no le interesaba la imagen, sino algo de lo que contenía.

Las referencias de Wallace eran buenísimas, y la investigación de su historial había dado un resultado irreprochable; aun así, como recién llegado al proyecto Deep Storm, estaba entre los últimos clasificados en cuanto a seguridad. Entre otras cosas, esto último significaba que su ordenador era un simple terminal que dependía para todo de la unidad central de la plataforma, sin disco duro propio y con la limitación de no poder abrir archivos ejecutables desde un CD. El resultado era que solo podía usar software autorizado, y que no podía instalar programas piratas.

Al menos en teoría.

Wallace se acercó el teclado, abrió el rudimentario procesador de textos preinstalado en el sistema operativo y escribió:

void main (void)

{

char keyfile = fopen ('108952.jpg');

char extract;

while (infile)

{

extract = (asc ((least_sig_bit (keyfile) )/2)^6);

stdoutput (extract);

}

}

void least_sig_bit (int sent_bit)

{

int bit_zero;

bit_zero = ≪ (sent_bit, 6);

return (bit_zero);

bit_zero = ≫ (sent_bit, 6);

}

Examino el programa, repasó los pasos mentalmente y verifico que su lógica fuera solida. Después de un gruñido de satisfacción volvió a mirar la radiografía.

Cada pixel de la imagen ocupaba un solo byte del archivo jpg del disco. Aquel programa, corto pero potente, quitaba los dos bits menos significativos de cada byte, convertía los números en sus equivalentes ASCII y mostraba las letras resultantes en la pantalla.

Compilo y ejecuto rápidamente el programa. La nueva ventana que se abrió en el monitor no contenía la imagen de rayos X, sino un mensaje de texto.

SE SOLICITA APLAZAMIENTO EN LA SEGUNDA TENTATIVA

PENDIENTE DE PERFORACION

NOVEDADES EN LA ACCION SECRETA

Leyó y releyó el mensaje con los labios apretados.

Los ordenadores permitían esconder mensajes secretos casi en todas partes: en el ruido de fondo de una grabación musical, en la textura granulada de una foto digital… Wallace estaba usando la antigua técnica de espionaje de la esteganografia (esconder información donde no se advirtiese su presencia en vez de encristala), trasladándola a la era digital.

Borró la pantalla y el programa, y guardo el disco en el sobre. Todo el proceso había durado menos de cinco minutos.

Sesenta segundos después, en los laboratorios científicos, un radiólogo alzo la cabeza al ver que le dejaban discretamente un sobre encima de la mesa.

—Ah, si, estaba esperando esta radiografía —dijo—. Gracias, Wallace.

Wallace se limito a sonreír.

23

La segunda vez fue mucho menos traumático cruzar la Barrera y penetrar en el área restringida del Complejo. Con la tarjeta recién impresa prendida con su clip al bolsillo de la camisa, y el almirante Spartan (prácticamente en silencio) a su lado, el proceso solo duro unos minutos. Los policías militares que vigilaban la compuerta se apartaron sin rechistar, y Crane y Spartan emprendieron el breve descenso hasta la sexta planta, donde la compuerta daba a un pasillo estrecho. Spartan fue el primero en salir.

La ultima vez, Crane no había tenido tiempo de fijarse en nada, por que corría hacia Randall Waite en plena crisis psicótica. Lanzó miradas curiosas a su alrededor, pero la única señal visible de que estaban en el área restringida (al menos desde los pasillos) era la abundancia de señales de advertencia en las paredes color perla, los marines que parecían estar apostados en todas partes, y el sello de goma en los marcos de las puertas.

Spartan lo llevó a un ascensor abierto y lo hizo entrar. A diferencia de los ascensores de las plantas de arriba, aquel tenía un panel de control donde solo había botones para las plantas del uno al seis. Spartan pulsó el de la segunda. Empezaron a bajar.

—Aun no me lo ha explicado —dijo Crane, rompiendo el silencio.

—Hay muchas cosas que no le he explicado —dijo Spartan sin mirarle—. .A cual se refiere, exactamente?

—A que haya cambiado de opinión.

Tras un momento de reflexión, Spartan volvió la cabeza y miró impasiblemente a Crane.

—¿Sabe que leí su dossier, verdad?

—Me lo dijo Asher.

—El capitán del
Spectre
quedó profundamente impresionado por su conducta. Según el, usted solo salvo el submarino.

—Al capitán Naseby le gusta exagerar.

—Confieso que no tengo muy claro lo que hizo, doctor Crane.

—Era una misión secreta, de la que no puedo hablar.

Spartan se rio sin alegría.

—Lo se todo sobre la misión. Tenían que conseguir información de primera mano sobre la construcción de una planta de enriquecimiento de uranio en la costa del mar Amarillo, y en caso de necesidad destruirla con un torpedo haciendo que pareciese una explosión accidental.

Crane miró a Spartan con cara de sorpresa, hasta que comprendió que probablemente el gobierno tenía pocos misterios para el jefe militar de algo tan secreto como el Complejo.

—No me refería a la misión —añadió Spartan—. Quería decir que no tengo muy claro su papel en el salvamento del barco.

Crane recordó en silencio.

—Empezaron a morir marineros de un modo especialmente truculento —comenzó a explicar—. Se les consumían los senos, y su cerebro se convertía en una especie de mermelada peluda, todo en cuestión de horas. El primer día murieron dos docenas. Teníamos suspendidas las comunicaciones y no podíamos movernos de donde estábamos. Empezó a cundir el pánico, corrieron rumores de sabotaje, de gases tóxicos… De la noche a la mañana murió otra docena y empezó a reinar el caos. Se rompió la cadena de mando y hubo un motín incipiente. Empezaron a circular por el submarino grupos de hinchadores que buscaban al traidor.

—¿Cual fue su papel?

—Me di cuenta de que lo que todos atribuían a algún gas toxico podía ser mucormicosis.

—Perdón?

—Una enfermedad causada por un hongo, poco frecuente pero mortal. Conseguí reunir el material necesario para el análisis de tejidos entre los miembros muertos de la tripulación y descubrí que sus cuerpos estaban infestados de
Rhizopus oryzae,
el hongo que lo provoca.

—Y que estaba matando a la tripulación del
Spectre.

—Si. Una variante particularmente nociva del hongo había incubado en la sentina del submarino.

—Como detuvo su propagación?

—Medicando al resto de la tripulación. Induje un estado de alcalosis controlada que las esporas no podían tolerar.

—Y salvo el barco.

Crane sonrió.

—Ya le digo que al capitán Naseby le gusta exagerar.

—No parece ninguna exageración. Conservo la sangre fría, descubrió la causa y trabajo con el material que tenia a mano para encontrar la solución.

Las puertas del ascensor se abrieron susurrando. Crane y Spartan salieron.

—¿Que tiene eso que ver con el actual problema? —preguntó Crane.

—Dejémonos de hipocresías, doctor Crane. Hay muchos paralelismos, que usted ve tan bien como yo. —Spartan camino deprisa hacia una bifurcación y se interno por otro pasadizo—. He estado siguiendo sus avances, doctor, y he decidido que seria prudente promoverlo a otro nivel de confianza.

—Es la razón de que me haya autorizado a entrar en las aéreas restringidas —dijo Crane—: por que así podre solucionarlo más deprisa.

—La razón, como usted dice, esta al otro lado de aquella escotilla.

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