Tras el incierto Horizonte (23 page)

BOOK: Tras el incierto Horizonte
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¡Du bist verrückí
, Peter! —se dijo.

El fallo de aquella fantasía suya no podía ignorarlo: lo había intentado tanto como había podido, pero los controles de la factoría no habían aparecido.

El sonido como de aceite friéndose de la impresora lo sacó de sus pensamientos. Tiró de la tira de papel y se concentró en ello un momento. ¡Qué cantidad de trabajo! ¡Como mínimo veinte horas! Y no era sólo el tiempo, sino que gran parte era duro trabajo físico. Tendría que salir al espacio a por tubos de los montantes que sujetaban en su sitio los transmisores auxiliares, separarlos y llevarlos a la nave; sólo entonces podría empezar a soldarlos en forma de espiral. ¡Y solo para el condensador! Se percató de que volvía a temblar. Llegó al sanitario justo a tiempo.

—¡Vera! —rugió— ¡Necesito medicarme contra esto!

—Enseguida... Mr. Herter. En el equipo médico encontrará unas tabletas en las que se lee...

—¡Cabeza hueca! ¡El equipo médico se lo han llevado a Jauja!

—Oh, es cierto... Mr. Herter. Un momento. Sí. Puedo proporcionarle los medicamentos yo misma, tengo un programa adecuado. Llevará unos veinte minutos prepararlos.

—En veinte minutos puedo haberme muerto —soltó Peter. Pero como no podía hacer otra cosa, se sentó y estuvo consumiéndose durante veinte minutos.

Malestar, hambre, soledad, agotamiento, resentimiento, temor. ¡Ira! En eso se fundían finalmente todos aquellos sentimientos. Cuando el dispensario de Vera arrojó las píldoras, aquel sentimiento de ira había condensado todos los demás. Se las tragó ávidamente y se retiró a su reservado en espera de resultados.

Parecía que funcionaban. Se tumbó boca arriba mientras el fuego que le quemaba el vientre se iba calmando, y se quedó dormido imperceptiblemente.

Al despertarse se sintió al menos físicamente mejor. Se lavó, se limpió los dientes, se peinó su escaso cabello rubio y entonces vio aquella especie de árbol navideño que eran las luces de alarma en la consola de Vera. Sobre la pantalla aparecía en brillantes letras rojas:

SOLICITO PERMISO URGENTE

PARA VOLVER A LOS SISTEMAS HABITUALES

Se rió para sus adentros. Había olvidado borrar la orden de prioridad. Hubo un estallido de luces y pitidos y una casca da de papel salió de la impresora cuando ordenó a la computa dora que volviera al trabajo habitual. De la memoria de Vera salió también una voz, la de su hija mayor: ;

—Hola, papá. Siento no haberte podido comunicar antes ¡ que llegamos bien. Vamos a explorar. Me pondré en contacto contigo más tarde.

Debido a que Peter Herter amaba a su familia, la noticia de su llegada sana y salva alegró su corazón y le animó... durante unas horas. Casi dos días. Pero la felicidad es una flor delicada que no puede sobrevivir en una atmósfera de irritación y preocupaciones. Habló con Lurvy un par de veces, y no más de treinta segundos cada vez. Vera era sencillamente incapaz de aguantar la conexión durante más tiempo. La pobre Vera estaba incluso sometida a más presión que el propio Peter, sobre todo después de haberse tenido que desprender de ciertos componentes y ser reajustada nuevamente, manteniendo como estaba una comunicación de sentido doble entre el Paraíso Heechee y la Tierra, debiendo aplazar las prioridades más relevantes cuando se presentaban problemas que reclamaban una prioridad aún más acuciante. La conexión rnonocanal con el Paraíso Heechee no podía con todo el volumen de comunicación que se suponía que debía soportar, y lo que no podía permitirse era una mera charla intrascendente entre el padre y su hija.

La cosa no le parecía injusta a Peter. Lo cierto es que estaban encontrando cada maravilla; lo injusto era que entre los mensajes urgentes y trascendentales, Vera encontraba tiempo para pasarle una mezcolanza de órdenes dirigidas a él, ninguna de las cuales era razonable. Algunas era literalmente imposible llevarlas a cabo. Cambiar los reactores de lugar. Inventariar los alimentos CHON. Enviar a vuelta de mensaje un análisis de los paquetes de 2cm x 3cm x l,5cm de color rojo y lavanda ¡No enviar análisis innecesarios! Enviar un análisis metalúrgico del «diván de los sueños». Preguntarles a los Difuntos en relación a la navegación Heechee. Preguntarles a los Difuntos en relación a los paneles de control. ¡Preguntarles a los Difuntos! ¡Qué fácil era ordenarlo! Y qué difícil llevarlo a cabo, cuando empezaban a divagar y a chillar y a quejarse, eso cuando podía oírles, ya que rara vez se le permitía hacer uso de la radio MRL. Algunas de las órdenes de la Tierra se contradecían entre sí, y muchas llegaban fuera de tiempo con la etiqueta «prioritario» completamente obsoleta. Y algunas no llegaban. Los circuitos de memoria y almacenado de Vera estaban llegando a la sobrecarga, y ella trataba de eliminar el exceso de datos poniéndolos por escrito, para que él se encargara de ellos como pudiera; pero eso creaba un nuevo tipo de problemas ya que el sistema de reciclado de los rollos de papel era el mismo que alimentaba el sistema de reciclado de la comida de que se alimentaba él, y la reserva de materia orgánica estaba casi agotada. Así que Peter tenía que arrojar comida CHON al sanitario y apresurarse en la construcción de la depuradora.

Incluso de haber tenido Vera tiempo que dedicarle, a él no le quedaba tiempo para dedicárselo a Vera. Tenía que forcejear con su equipo espacial. Salir al exterior y deambular por sobre el casco de la Factoría Alimentaria. Cortar tubos y atarlos juntos. Sudar la gota gorda al llevarlos al interior de la nave, luchando sin cesar contra la enojosa y empecinada aceleración de la Factoría Alimentaria a medida que ésta avanzaba en una u otra dirección. Sólo ocasionalmente podía entretenerse echándoles un vistazo a las imágenes que
se
recibían del Paraíso Heechee. Vera las exhibía en cuanto llegaban, una imagen por vez; pero cada nueva imagen desaparecía para poder disponer del suficiente espacio de almacenado para todas, y si Peter no estaba allí para verlas, desaparecían sin que nadie las hubiera visto. Incluso de esta forma ¡Santo Dios, qué cosas se veían! Los Difuntos, tan informes. Los pasillos del Paraíso Heechee. Los Primitivos, que hicieron que casi se le paralizara el corazón a Peter cuando vio el ancho rostro de uno de ellos en pantalla. Pero sólo tenía tiempo de echar un vistazo y cuando la construcción de la depuradora quedó completada, tuvo que ponerse manos a la obra en una nueva tarea. Construirse un balancín para llevar pesos a la espalda. Fundir piezas de plástico para hacer cubos (¿una nueva gotera?) en el sistema de reciclado. Acuclillarse impacientemente junto al único surtidor de agua en función —aunque apenas funcionaba— para recoger el agua sucia en botellas. Cargar el agua y vaciarla, la mitad en la depuradora, la otra mitad directamente en los tanques de reciclado. Dormir a salto de mata. Comer cuando conseguía obligarse a hacerlo. Atender su propia correspondencia, que le llegaba con cuentagotas, cuando no podía efectuar ningún trabajo físico. Otro mensaje desde Dortmund, esta vez trescientos trabajadores municipales; ¡estúpida Vera, dejar pasar semejantes mensajes! Una carta codificada de su abogado que le llevó media hora traducirla. Y cuando acabó de hacerlo sólo decía: «Estoy intentando conseguir términos más favorables. No prometo nada. Mientras, aconsejo obediencia total a sus superiores.» ¡Mundo cerdo! Peter, jurando, se sentó ante la consola, pulsó el botón de prioridad y dictó su respuesta.

—¿Que obedezca a todos esos estúpidos superiores que acabarán matándome? ¡¿Y luego, qué?!

Y lo envió a las claras, sin codificar; que Broadhead y los de la Corporación de Pórtico le entendieran como quisieran.

Y sin embargo, tal vez el mensaje no fuera un embuste. Entre tanto estrés y precipitación, Peter no tenía tiempo para preocupaciones y dolores de cabeza. Siguió comiendo los alimentos CHON, y cuando el sistema de reciclado empezó a producir los suyos de nuevo, también echó mano de ellos. Incluso cuando sabían mal —a veces a trementina, a veces a moho—, no le sentaban mal. No era lo que se dice una comida ideal. Peter era consciente de estar sobreviviendo gracias al estrés y a la adrenalina, y que llegaría el momento en que lo pagaría caro. Pero no veía manera de evitarlo.

Y cuando finalmente consiguió que el procesador de alimentos volviera a funcionar relativamente bien otra vez, y consiguió solventar lo que parecía la más perentoria de sus obligaciones, se sentó medio dormido ante la consola de Vera, y asistió a la mayor maravilla de todas. Su rostro reflejó su estupefacción. ¿Qué es lo que estaba haciendo el inútil del chico con un molinete de oración? ¿Por qué —en la siguiente imagen— lo introducía en aquellos objetos absurdos que parecían floreros? Y entonces la siguiente imagen apareció en pantalla y Peter soltó un grito. De pronto había aparecido una imagen, ¡a imagen de un libro, chino o japonés, a juzgar por las apariencias.

Estaba fuera de la nave y a medio camino de la
Traütmeplatz
antes de que la parte consciente de su cerebro pudiera articular lo que la otra parte había entendido de pronto. ¡Los molinetes contenían información! No se detuvo a preguntarse porqué aquella información estaba en lenguaje terrestre, o en lo que parecía serlo. Había conjeturado el hecho esencial y estaba determinado a comprobarlo por sí mismo. Jadeando, se precipitó en la habitación y rebuscó enfebrecido entre los molinetes. ¿Cómo se haría? ¿Por qué demonios no había esperado a ver más para saber cómo se hacía? Pero allí estaban los candelabros o floreros, o lo que fueran; metió con sus manos, a presión, uno de los molinetes en el más cercano. Nada ocurrió.

Lo intentó con seis molinetes, metiendo primero el extremo más estrecho, luego el más ancho, de todas las maneras que se le ocurrieron, hasta que pensó que tal vez no todas las máquinas de lectura funcionasen. Y el segundo con el que probó estiró el molinete de su mano y a continuación se iluminó. Se encontró mirando a seis bailarines que llevaban caretas negras y unas mallas del mismo color, y oyó una canción que no escuchaba desde hacía muchos años.

¡Era la grabación de un espectáculo
de
Piezovisión! ¡No! Ni tan siquiera eso. Era aún más vieja. Tenía muchos años, quizá fuera un poco más reciente que el descubrimiento del asteroide Pórtico; su segunda mujer estaba viva todavía, y Janine no había nacido aún, cuando empezó a popularizarse aquella tonada. Se trataba de una grabación televisiva, anterior a la época en que los circuitos piezoeléctricos Heechees se incorporaron a los sistemas de comunicación humanos. Quizá formara parte de una colección de algún prospector de Pórtico, sin duda alguno de los Difuntos, que de algún modo había sido transcrita a un molinete de oraciones.

¡Vaya decepción!

Pero entonces se acordó de que había miles de molinetes de oraciones en la Tierra, en los túneles de Venus incluso en el propio Pórtico; allí donde los Heechees habían estado, habían dejado molinetes tras de sí. Cualquiera que fuera la procedencia de aquél en concreto, la mayoría de los demás los habían dejado los propios Heechees. ¡Y sólo aquél, Dios, sólo aquél valía incluso más que la mismísima Factoría Alimentaria, ya que desvelaba la clave de todo el conocimiento Heechee! ¡Menuda bonificación le iban a dar por ello!

Exultante, Peter probó otro molinete (una vieja película), y otro más (un delgado volumen de poesía en inglés, de alguien llamado Elliot), y otro más aún. ¡Qué desagradable! Si era de éste de donde Wan había adquirido sus nociones del amor —algún prospector lascivo que se había llevado de Pórtico consigo grabaciones pornográficas para pasar el rato— no era de extrañar que su comportamiento hubiera sido tan asqueroso. Pero no pudo permanecer enfurruñado largo rato, porque tenía mucho de que alegrarse. Lo sacó del descifrador, y entonces, en la quietud, oyó el distante timbre de Vera que reclamaba con urgencia su atención.

El sonido le pareció escalofriante, antes incluso de que regresara a la nave, antes incluso de que oyera la voz de su yerno, crispada por el miedo.

—¡Mensaje con prioridad absoluta! ¡Para Peter Herter y de inmediato a la Tierra! ¡Lurvy, Janine y Wan han sido capturados por los Heechees, y creo que vienen a por mí!

La ventaja de su nueva situación es que ahora que no llegaban mensajes desde el Paraíso Heechee, Vera se las apañaba mejor con su sobrecarga. Con paciencia, Peter consiguió recuperar todas las fotografías que habían llegado antes de la grabación del mensaje de Paul, y pudo ver al grupo de Heechees al final del pasillo, el confuso forcejeo, media docena de rápidas tomas del techo del pasillo, algo que parecía la nuca de Wan, y después, nada. O nada que significara algo. Peter no podía saber que la cámara había sido metida en la blusa de uno de los Primitivos, pero pudo ver que quizá no había nada que ver: formas obscuras entre sombras, tal vez el relieve de una textura.

La mente de Peter se mantenía clara. Pero también vacía. No quiso permitirse pensar en lo vacía que, de pronto, se había quedado su vida. Programó a Vera con cuidado para continuar sobre los mensajes audio y a seleccionar lo más significativo, y escuchó todo lo que habían dicho. No pudo extraer nada que le permitiera abrigar esperanzas. Ni siquiera cuando una imagen, y después otra, y otra más, tomaron cuerpo en la pantalla. En una media docena de tomas no había nada que tuviera sentido, quizá se tratara de un puño que tapaba la lente, o una toma del suelo. De pronto, en un ángulo de la última imagen, apareció algo que podía ser... ¿qué? ¿Uno de aquellos
Sturmkampfwagen
de su tierna adolescencia? Pero desapareció enseguida, y la cámara volvió a enfocar la nada, y así se mantuvo durante cincuenta secuencias.

Lo que no hizo en ningún caso fue mostrar rastro alguno de sus hijas o de Wan después de ser capturados. Y por lo que hacía a Paul, el viejo no poseía pista alguna; después de su frenético mensaje, había desaparecido.

De un rincón olvidado de su mente afloró la idea que ahora bien pudiera ser, era a buen seguro, el único superviviente de la misión, y que cualesquiera que las bonificaciones fueran, le pertenecían ahora todas.

Mantuvo aquel pensamiento donde podía soportarlo. Pero a fin de cuentas nada significaba. Se encontraba ahora irremediablemente solo, más solo que nunca, tan solo como Trish Bover, congelada en su nave que giraba en una órbita eterna que no la conduciría a lugar alguno. Quizás podría evitar la muerte. ¿Pero cómo evitaría volverse loco?

Le costó mucho conciliar el sueño. No temía dormir. Lo que le causaba pavor era el despertar que seguiría al sueño, y cuando sucedió, fue tan terrible como había temido. En un primer momento fue un día como otro cualquiera, y fue sólo después de un apacible lapso en que se desperezó y bostezó cuando recordó lo sucedido.

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