Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (49 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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»Eso significa pasar más de unas cuantas noches allí por muy bueno que sea el astillero, así que el capitán me dijo que me informara sobre las posibilidades de conceder alguna clase de permisos. El oficial de régimen interno de la estación se encargó de fijar las reglas: los soldados sólo tendrían acceso al astillero y a la estación, y en cuanto a los oficiales... Bueno, ellos podrían bajar al planeta, pero se intentaría disuadirles de que lo hicieran.

»Le pregunté a qué venían tantas precauciones, ya que por aquel entonces Negro Quince llevaba tres años funcionando y normalmente las tropas de asalto no necesitaban tanto tiempo para controlar a las poblaciones locales. El oficial de régimen interno me dijo que uno de cada dos integrantes del personal imperial destacado en el planeta pertenecía a las tropas de asalto.

»"—Llevamos unos cuantos meses sin tener demasiados problemas, pero no me fío de ellos", me dijo. "Están locos... Antes de que llegáramos aquí había mucha más sangre que lluvia corriendo por esas calles, y eso volverá a ocurrir en cuanto nos vayamos".

Un instante después Leia oyó su propia voz surgiendo del holoproyector.

—¿Qué quería decir con eso?

—Es justo lo que le pregunté. Pero resultó que no estaba intentando presumir de metáforas, ¿sabe? Quería decir justo lo que acababa de decir.

Más sangre que lluvia...

—¿Tan frecuentes eran los enfrentamientos entre los yevethanos?

—No. Los yevethanos apenas luchan entre ellos..., o por lo menos, no se trata de lo que nosotros llamamos luchar. Después hablé con un capitán del departamento de seguridad al que le gustaba creer que era algo así como un xenobiólogo profesional en sus ratos libres, y que había estado muchas veces en la superficie. Me habló del asesinato de dominio y de la sangre sacrificial, y me expuso algunas ideas bastante extrañas que tenía sobre la sangre y el sistema de reproducción yevethano.

—¿El asesinato de dominio?

—Tal como me lo contó él, los yevethanos sólo consideran que ha habido un asesinato cuando un macho de posición social inferior mata a un macho de posición social superior. Pero si ocurre al revés... Bueno, eso es de lo más normal. Cada vez que te acercas a alguien que se encuentra un poco más arriba de la escalera que tú le ofreces tu cuello, y debes ser consciente de que la oferta va realmente en serio..., porque los que se encuentran más arriba tienen todo el derecho del mundo a aceptar lo que estás ofreciendo y abrirte en canal con esas garras suyas. Y además hay algo relacionado con hacerlo de la manera correcta que refuerza tu posición social.

—¿Garras? —Leia torció el gesto cuando oyó la sorpresa en su voz—. ¿De qué me está hablando? Nil Spaar no tenía ninguna clase de garras...

Sconn se frotó una muñeca con la otra.

—Sí que las tienen, están justo aquí. Las vi con mis propios ojos, ¿sabe? Todos los machos las tienen... Se retraen hasta quedar convertidas en un bulto que apenas puede verse, y luego salen hacia atrás, o al menos eso es lo que me pareció, para desgarrar y sujetar. Supongo que ésa es la razón por la que ningún macho lleva prendas de manga larga. Sólo servirían para estorbarles cuando quisieran utilizar las garras, ¿comprende?

—Durante nuestras conversaciones Nil Spaar siempre llevaba una túnica de manga larga —dijo Leia—. Y también llevaba guantes.

—Ahí lo tiene —dijo Sconn—. Después de haber oído todo eso, tenía que ir a la superficie y echar un vistazo. Había yevethanos por todo el astillero, y ni rastro de nada de cuanto me habían contado. El jefe del astillero le dijo al capitán que los yevethanos eran unos trabajadores magníficos..., especialmente desde que habían averiguado que no tardaríamos en irnos.

—Y después pasó algún tiempo en N'zoth, ¿no?

—Un total de cinco días en tres visitas cortas. —Sconn bajó los ojos y respiró hondo—. Vi cómo un macho ponía las manos sobre los hombros de otro, hundía aquellas garras en su carne y alzaba en vilo al pobre diablo, que no paraba de aullar. Vi cómo el tipo al que ellos llaman el guardián, supongo que es una especie de alcalde, de Giat Nor casi le arrancaba la cabeza a un
nitakka
que había tardado un segundo de más en arrodillarse. Debía de haber unos cincuenta yevethanos presentes... Ni uno solo de ellos dijo una palabra, y ni siquiera parecieron sorprenderse.

Sconn meneó la cabeza.

—Cuando el astillero empezó a perder trabajadores yevethanos debido a esas carnicerías y los capataces se encontraron con que siempre tenían que estar adiestrando nuevos trabajadores, supongo que el gobernador imperial ordenó a los soldados de las tropas de asalto que intentaran poner fin a sus rituales. Pero en realidad nunca lo consiguieron, a menos que tuvieran más suerte después de que el
Moff Weblin
se fuera de allí. Y yo acabé siendo el único tripulante que bajó a la superficie, claro... Después de haber oído mi informe, el capitán no permitió que ningún otro oficial saliera de la base.

—Asegúrese de que no se le pasa por alto nada de esta parte —dijo Leia, volviéndose hacia Ackbar.

—¿Se le ocurre algo más que crea que puede sernos útil? —preguntó la voz de Leia en la grabación holográfica.

—Sólo otra cosa que me dijo el oficial de régimen interno durante mi primer día en el astillero —respondió Sconn—. «Están locos, pero son muy listos», me dijo. «No les enseñe nada que no quiera que empiecen a construir por su cuenta.» Escúcheme con atención: lo que tiene que entender es que los índices de calidad que obtenía Negro Quince no tenían nada que ver con el personal de ingeniería o los capataces, sino que dependían en todo y para todo de los artesanos de los gremios yevethanos. Los yevethanos poseen el don de comprender cómo ha sido construido un artefacto prácticamente al primer vistazo. Después lo dibujan de memoria al día siguiente, y al tercero ya han descubierto todos sus defectos y han empezado a crear un artefacto mejor.

«Oh, por todas las estrellas —pensó Leia al oírlo por segunda vez—. Los androides de la granja-factoría imperial...»

—¿También vio eso con sus propios ojos?

Sconn asintió.

—¿Se acuerda de esa célula de energía número cuatro que había quedado totalmente destrozada? Fue sustituida por una que habían reconstruido los yevethanos..., y la nueva célula funcionaba a un veinte por ciento más de la capacidad anterior y a cien grados por debajo de la línea roja de peligro, y no había absolutamente ninguna descarga de arranque inicial. El jefe de ingenieros solía decir que esa célula de energía seguiría funcionando cuando el resto de la nave se hubiera convertido en polvo de óxido.

—¿Y qué clase de trabajos hacían esos yevethanos reclutados a la fuerza? ¿Los usaban para reparar todos los sistemas de las naves que acudían al astillero, fueran cuales fuesen?

—No, por supuesto que no —dijo Sconn—. El Imperio adoraba los secretos. Demonios, pero si a bordo del
Moff Weblin
había sistemas considerados tan secretos que ni siquiera yo estaba autorizado a saber cómo funcionaban... Los trabajadores reclutados a la fuerza nunca podían acercarse a ningún sistema que estuviera incluido en la relación de alta seguridad, y esa regla se aplicaba en toda la instalación. Y el jefe del astillero de Negro Quince estaba obsesionado con la seguridad, y hacía cuanto podía para impedir que los yevethanos pudieran acercarse al material más delicado: hiperimpulsores, baterías turboláser, generadores de escudo, reactores...

Los labios de Sconn se fueron curvando lentamente hasta formar una sonrisa llena de sarcasmo.

—Y si yo estuviera en su lugar, rezaría para que ese jefe de astillero hubiera hecho bien su trabajo. Si acaban teniendo que luchar con los yevethanos, y descubren que el armamento del que disponen se parece aunque sólo sea un poco al que empleábamos nosotros... Bueno, lo único que puedo decir es que me gustaría estar allí para verlo. No es nada personal, entiéndame —añadió—. Digamos que... Sí, digamos que es un viejo hábito del que todavía no he conseguido librarme.

—General Ábaht...

El dorneano le sostuvo la mirada sin inmutarse.

—Señora presidenta...

—General, antes de que empecemos a hablar tengo alguna información que quiero comunicarle. El
Gol Storn
y el
Espesura
partirán hacia Galantos dentro de una hora. El
Jantol
y el
Luz Distante
serán relevados de sus misiones actuales con la Tercera Flota para partir hacia Wehttam no más tarde de las veintidós horas, y la Cuarta Flota enviará dos cruceros a Nanta-Ri antes de que acabe el día.

—Son unas noticias magníficas, señora presidenta. Hasta el momento todavía no he recibido ningún informe de que se hayan producido incursiones yevethanas en esos sistemas. Espero que podremos conseguir que todo siga igual.

—Yo también —dijo Leia—. ¿Qué necesita de nosotros, general?

—Eso depende por completo de qué objetivos quiera marcarme. Pero antes de que podamos empezar a pensar en un curso de acción, debo disponer de información más precisa y amplia sobre el enemigo. ¿Puedo suponer que el almirante Drayson no se encuentra en situación de ampliar la ayuda que ya me ha estado prestando?

—Me temo que sí —contestó Leia—. Drayson me ha dicho que todos los recursos informativos de que disponía en el interior del Cúmulo de Koornacht se han «extinguido».

—Entonces necesito que se me autorice a enviar mis propios efectivos exploratorios —dijo Ábaht.

—Cuénteme qué se propone hacer.

—La Liga de Duskhan está formada por once miembros. Que nosotros sepamos, hay trece mundos habitables desde los que pueden haber atacado los yevethanos. Quiero enviar una nave para que haga una pasada rápida sobre cada uno de ellos a mil kilómetros de la superficie.

—¿Dispone de las unidades automatizadas suficientes? Los hurones sin piloto siempre eran la primera elección para las misiones de exploración en territorio enemigo.

—No —dijo Ábaht—. He tenido que utilizar a todos mis merodeadores..., y me he visto obligado a usar cazas ala-X de reconocimiento para sustituirlos en sus misiones de patrullaje. También puedo enviar esos cazas de reconocimiento al interior del Cúmulo de Koornacht, naturalmente, y preferiría esa opción.

—¿Por qué?

—Un ala-X de reconocimiento es un poco más rápido que un merodeador, y espero que eso incremente sus probabilidades de sobrevivir; y un ala-X de reconocimiento tiene una tripulación más reducida que un merodeador, lo cual minimizaría las bajas.

—Bueno... Resulta obvio que su personal táctico ya ha estado trabajando en este asunto, ¿no? —dijo Leia—. ¿Dispone de alguna proyección?

—La única manera razonable de hacerlo es sincronizando todos los contactos. Habría que calcular las partidas para que todo el mundo saltara hacia el interior del sistema al mismo tiempo: cinco minutos después, todo el mundo ejecutaría el salto de salida.

—¡Cinco minutos! Es una exposición muy larga para una pasada rápida.

—Debemos obtener una cobertura máxima de los primarios —dijo Ábaht—. Tenemos que ser capaces de ver qué hay en órbita al otro lado.

—¿Qué aspecto tienen las estimaciones generales?

—Los cálculos indican que el setenta y cinco por ciento de las naves conseguiría transmitir como mínimo un informe parcial de un minuto de duración. El porcentaje de supervivencia total de la misión sería de un cuarenta por ciento.

—Oh, por todas las estrellas...

—Esas estimaciones corresponden al perfil de misión sin retorno directo, que reduce el riesgo al mínimo. La mayoría de los exploradores seguirían avanzando en un vector más o menos recto hacia el otro lado del Cúmulo de Koornacht y volverían por el camino más largo. Ésa es otra buena razón para utilizar un ala-X de reconocimiento en vez de un merodeador; esa opción reduciría el número de horas durante las que deberíamos prescindir de esa capacidad de detección en nuestro perímetro.

—Planea enviar veinticuatro aparatos de exploración, y espera perder catorce o quince de ellos.

—Teniendo en cuenta con qué nos encontramos en Doornik-319..., sí. Si empleamos cazas X de reconocimiento, la velocidad y el tamaño probablemente harán que las pérdidas sean más elevadas que si utilizáramos unidades automatizadas. ¿Cuento con su autorización, señora presidenta?

—Hay otra posibilidad, y quizá no hayan pensado en ella. ¿Qué me diría de retrasar la operación hasta que podamos enviarle más unidades automatizadas?

—Ya hemos pensado en ello, señora presidenta. Si quiere que le sea sincero, la idea de esperar no me gusta nada. Necesitamos obtener esa información lo más pronto posible, y el no disponer de ella hace que seamos muy vulnerables.

Leia, que estaba pensando en los pilotos de esos cazas X de reconocimiento, hizo una profunda inspiración y la dejó escapar muy lentamente.

—Muy bien. Puede seguir adelante con la operación, general —dijo—. ¿Qué más necesita de nosotros?

—Cazas para sustituir a los que hemos perdido —respondió Ábaht sin vacilar—. ¿Cuál es la situación actual del primer convoy de aprovisionamiento?

—Se está reuniendo en la Zona Noventa Este —dijo Leia, echando un vistazo al informe que le había entregado Ackbar—. Estará formado por veinticuatro alas-E, alas-X y alas-B que cubrirán las pérdidas sufridas en Doornik-319.

—Esa misión de exploración de la que hemos estado hablando puede ayudarnos un poco, pero seguimos necesitando cubrir las pérdidas lo más pronto posible. De hecho, daría cualquier cosa para que esos aparatos ya estuvieran aquí... —dijo el general Ábaht—. Además, debo advertirla de que ya pueden irse preparando para enviarnos unos cuantos cazas más.

—¿Cuánto tardará en iniciar la operación?

—Me he tomado la libertad de desplazar algunas unidades automatizadas hasta posiciones de aproximación —dijo Ábaht—. El lanzamiento del primer explorador que enviaremos a Koornacht tendrá lugar dentro de noventa minutos.

El caza yevethano, un esbelto aparato del modelo ala delta, ejecutó un viraje más pronunciado de lo que había esperado Plat Mallar y se lanzó sobre la tobera de babor del ala-X de Mallar. El cambio de trayectoria había sido tan rápido que Mallar se vio atrapado. Ninguna de las maniobras que conocía —ningún tonel o rizo, ningún ascenso o picado— podría sacarle de la zona de fuego de la nave yevethana.

Mallar, desesperado, dirigió su popa hacia el caza enemigo e intentó huir de él. Veinte segundos después una andanada de energía láser disparada con una precisión impecable atravesó el blindaje de su cola. Todo el extremo posterior del fuselaje estalló, y la onda expansiva hizo que los cuatro estabilizadores empezaran a girar vertiginosamente en un incontrolable frenesí rotatorio. Unos instantes después, todas las pantallas del tablero de control de Mallar se ennegrecieron de repente.

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