—¿Quieres que levante la persiana?
Al subir la persiana hasta medio camino con suaves tirones, la vio con el rabillo del ojo lanzar una ojeada a la carta y meterla debajo de la almohada.
—¿Está bien así? —preguntó él, volviéndose.
Ella leía la postal, apoyada en el codo.
—Milly recibió las cosas —dijo ella.
Él esperó hasta que ella dejó a un lado la postal y se recostó otra vez lentamente con un suspiro de comodidad.
—Date prisa con ese té —dijo—. Estoy reseca.
—El agua está hirviendo —dijo él.
Pero se retardó despejando la silla; su enagua a rayas, ropa sucia tirada; y levantó todo en una brazada al pie de la cama.
Cuando bajaba por las escaleras de la cocina, ella le llamó:
—¡Poldy!
—¿Qué?
—Calienta antes la tetera.
Hirviendo, ya lo creo: un penacho de vapor por el pico. Echó agua hirviendo en la tetera y la enjuagó y puso cuatro cucharadas colmadas de té, inclinando luego el cacharro del agua hasta que fue cayendo dentro. Habiendo dejado el té a hacerse, puso a un lado el cacharro del agua y aplastó con la sartén las ascuas, observando cómo resbalaba y se fundía el trozo de mantequilla. Mientras desenvolvía el riñón la gata maullaba hacia él con hambre. Darle demasiada carne no cazará ratones. Dicen que no quieren comer cerdo. Kosher. Aquí está. Dejó caer hacia ella el papel untado de sangre y echó el riñón entre la crepitante mantequilla fundida. Pimienta. La esparció por entre los dedos en círculo sacándola de la huevera agrietada.
Luego hendió y abrió la carta, echando una ojeada por la hoja abajo y por el revés. Gracias; nueva gorra; el señor Coghlan; excursión al lago Owel: joven estudiante: las bañistas de Blazes Boylan.
El té estaba hecho. Llenó su taza con bigotera, imitación Crown Derby, sonriendo. Regalo de cumpleaños de su Millyfilili. Sólo cinco años tenía entonces. No espera; cuatro. Le di el collar de símil ámbar que rompió. Echando pedazos de papel de estraza doblados en el buzón para ella. Sonrió, sirviéndose el té.
Oh Milly Bloom, tú eres mi dulce amor, mi espejo en el poniente y el albor. Ya te prefiero a ti sin un florín que a Katey Keogh, con burro y con jardín. |
Pobre viejo, el profesor Goodwin. Un caso terrible, hacía mucho. Sin embargo, era un viejo muy bien educado. Modales a la antigua solía hacer reverencias a Milly desde el escenario. Y el espejito en su sombrero de copa. La noche que Milly lo trajo al salón. ¡Eh, mirad lo que he encontrado en el sombrero del profesor Goodwin! Todos se rieron. Ya entonces, el sexo que despuntaba. Sinvergüencilla que era.
Clavó un tenedor en el riñón y lo hizo chascar dándole vuelta: luego encajó la tetera en la bandeja. La panza chocó al levantarla. ¿Está todo? Pan y mantequilla, cuatro, azúcar, cucharilla, su leche. Sí. La subió por las escaleras, con el pulgar enganchado en el asa de la tetera.
Abriendo la puerta con la rodilla, hizo entrar la bandeja y la puso en la silla junto a la cabecera.
—¡Cuánto has tardado! —dijo ella.
Hizo tintinear las arandelas al incorporarse con viveza, un codo en la almohada. Él bajó los ojos tranquilamente hacia su volumen, y entre sus grandes tetas blandas en pendiente dentro del camisón como las ubres de una cabra. La tibieza de su cuerpo acostado se elevó por el aire, mezclándose con la fragancia del té que se servía.
Un jirón de sobre roto se escapaba de debajo de la almohada con hoyos. Él, cuando ya se marchaba, se detuvo a alisar la colcha.
—¿De quién era la carta? —preguntó.
Caligrafía atrevida. Marion.
—Ah, de Boylan —dijo—. Va a traer el programa.
—¿Qué vas a cantar?
—
Là ci darem
, con J. C. Doyle —dijo ella— y
Dulce y vieja canción de amor
.
Sus labios carnosos, bebiendo, sonrieron. Olor más bien rancio que deja el incienso al día siguiente. Como el agua enturbiada de un florero.
—¿Quieres que abra un poco la ventana?
Ella dobló una rebanada de pan en la boca, preguntando:
—¿A qué hora es el entierro?
—A las once, creo —dijo él—. No he visto el periódico.
Siguiendo su dedo que señalaba, él levantó de la cama una pernera de sus bragas sucias. ¿No? Entonces una liga gris retorcida, anudada en torno a una media: planta deformada y reluciente.
—No: ese libro.
Otra media. Su enagua.
—Se debe haber caído —dijo ella.
Él tocó acá y allá.
Voglio e non vorrei
. No sé si ella lo pronuncia bien eso:
voglio
. En la cama no. Se debe haber resbalado abajo. Se agachó y levantó la colcha. El libro, caído, despatarrado contra la panza del orinal con greca anaranjada.
—Enséñame aquí —dijo—. Le he puesto una señal. Hay una palabra que quería preguntarte.
Tragó un sorbo de té sosteniendo la taza por el lado sin asa, y después de secarse los dedos deprisa en la manta, empezó a buscar en el texto con la horquilla hasta encontrar la palabra.
—¿Mete en qué? —preguntó él.
—Aquí está —dijo ella—. ¿Qué quiere decir eso?
Él se inclinó y leyó junto a la pulida uña del pulgar.
—¿Metempsicosis?
—Sí. ¿Con qué se come eso?
—Metempsicosis —dijo él, frunciendo el ceño—. Es griego; del griego. Eso quiere decir la transmigración de las almas.
—¡A, diablos! Dilo en palabras sencillas.
Él sonrió, mirando de soslayo los ojos burlones de ella. Los mismos ojos jóvenes. La primera noche después de las charadas. El Granero del Delfín. Pasó las hojas mugrientas.
Ruby: el orgullo de la pista
. Hola. Ilustración. Un italiano feroz con látigo de cochero. Debe ser Ruby orgullo de la en el suelo desnuda. Sábana prestada bondadosamente.
El monstruo Maffei desistió y lanzó a su víctima de sí con un juramento
. Crueldad detrás de todo. Animales drogados. Trapecio en Hengler. Tuve que mirar a otra parte. La gente con la boca abierta. Pártete el cuello y nos partiremos el pecho de risa. Familias enteras de ellos. Los desarticulan de pequeños para que se metempsicoseen. Que vivimos después de la muerte. Nuestras almas. Que el alma de un hombre después que muere. El alma de Dignam…
—¿Lo has terminada? —preguntó él.
—Sí —dijo ella—. No tiene nada indecente. ¿Sigue ella enamorada todo el tiempo del primer tipo?
—No lo he leído nunca. ¿Quieres otro?
—Sí. Busca otro de Paul de Kock. Un nombre bonito que tiene.
Ella se echó más té en la taza, observándolo fluir de reojo.
Tengo que renovar ese libro de la biblioteca de la calle Capel o escribirán a Kearney, mi fiador. Reencarnación: esa es la palabra.
—Alguna gente cree —dijo— que seguimos viviendo en otro cuerpo después de la muerte, y que hemos vivido antes. Eso lo llaman reencarnación. Que todos hemos vivido antes en la tierra, hace miles de años, o en algún otro planeta. Dicen que lo hemos olvidado. Algunos dicen que se acuerdan de sus vidas pasadas.
La perezosa leche devanaba espirales cuajadas por su té. Mejor recordarle la palabra: metempsicosis. Un ejemplo sería mejor. ¿Por ejemplo?
El
Baño de la ninfa
sobre la cama. Lo regalaban con el número de Pascua de
Photo Bits
: Espléndida obra maestra en reproducción en color. Té antes de echar leche. No muy distinta de ella con el pelo suelto: más delgada. Tres con seis di por el marco. Ella dijo que haría bonito sobre la cama. Ninfas desnudas; Grecia; y por ejemplo toda la gente que vivía entonces.
Hojeó el libro hacia atrás.
—Metempsicosis —dijo— es como lo llamaban los antiguos griegos. Creían que uno se podía cambiar en un animal o en un árbol, por ejemplo. Lo que llamaban ninfas, por ejemplo.
La cuchara de ella dejó de remover el azúcar. Se quedó mirando fijamente al aire, inhalando con las aletas de la nariz ensanchadas.
—Huele a quemado —dijo—. ¿Dejaste algo al fuego?
—¡El riñón! —gritó él de repente.
Se encajó el libro de mala manera en un bolsillo interior y, golpeándose los dedos de los pies contra la cómoda rota, salió deprisa hacia el olor, por las escaleras abajo, con piernas de cigüeña asustada. Un humo picante subía en iracundo chorro de un lado de la sartén. Empujando una punta del tenedor bajo el riñón lo despegó y lo volcó del revés como una tortuga. Sólo un poco quemado. Lo sacó de la sartén y lo echó en un plato, haciendo gotear encima el escaso jugo pardo.
Taza de té ahora. Se sentó, cortó y untó de mantequilla una rebanada de la hogaza. Raspó la carne quemada y se la echó a la gata. Luego se metió en la boca una tenedorada, mascando con discernimiento la sabrosa carne blanda. En su punto. Un buche de té. Luego cortó dados de pan, mojó uno en la salsa y se lo metió en la boca. ¿Qué era eso de un estudiante joven y una merienda? Alisó la carta junto al plato, leyéndola despacio mientras masticaba, mojando otro pedazo de pan en la salsa y llevándoselo a la boca.
Queridísimo Papi:
Muchísimas gracias muchísimas por el maravilloso regalo de cumpleaños. Me está muy bien. Todo el mundo dice que estoy hecha una belleza con mi gorra nueva. Recibí la maravillosa caja de chocolatinas de mamá y le escribo. Son maravillosas. Me está yendo muy bien ahora en el asunto de las fotos. El Sr. Coghlan me sacó ayer una a mí y a la Sra. La mandará cuando la revelen. Ayer tuvimos mucho trabajo. Un día muy bueno y estaban todas las elegancias de patas gordas. Vamos el lunes al lago Owel con unos cuantos amigos a hacer una merienda de cualquier cosa. Mi cariño para mamá y para ti un beso muy grande y gracias. Les oigo tocar el piano abajo. Va a haber un concierto en el Greville Arms el sábado. Hay un estudiante joven que viene por aquí algunas tardes se llama Bannon y sus primos o no sé quién son peces gordos y canta la canción de Boylan (casi iba a poner Blazes Boylan) sobre esas bañistas. Dile que Milly filili le manda sus mejores saludos. Ahora tengo que terminar con todo mi cariño.
Tu hija que te quiere,
M
ILLY
P.D. Perdona la mala letra, tengo mucha prisa. Adiós.
Quince años ayer. Curioso, el quince del mes también. Su cumpleaños fuera de casa. Separación. Me acuerdo de la mañana de verano cuando nació, corriendo a sacar de la cama a la señora Thornton en la calle Denzille. Vieja divertida. Cantidades de niñitos ha tenido que ayudar a venir al mundo. Desde el principio supo que el pobre Rudy no iba a vivir. Bueno, Dios es bueno, señor. Lo supo en seguida. Tendría ahora once años si hubiera vivido.
Su rostro vacío se quedó mirando fijamente, con compasión, la postdata. Perdona la mala letra. Prisa. El piano abajo. Va saliendo del cascarón. Pelea con ella en el café XL por lo de la pulsera. No quiso comerse los pasteles ni hablar ni mirar. Descarada. Mojó otros pedazos de pan en la salsa y comió trozo tras trozo de riñón. Doce con seis por semana. No es mucho. Sin embargo, podría irle peor. Teatro de varieté. Joven estudiante. Tomó un trago de té más fresco para bajar la comida. Luego volvió a leer la carta de nuevo: dos veces.
Ah bueno: sabe cuidarse ella misma. Pero ¿y si no? No, no ha pasado nada. Claro que podría. Esperar en todo caso hasta que pase. Una chiquilla de mucho cuidado. Sus finas piernas subiendo a la carrera las escaleras. Destino. Madurando ahora. Presumida: mucho.
Sonrió con turbado afecto hacia la ventana de la cocina. El día que la sorprendí en la calle pellizcándose las mejillas para enrojecérselas. Un poco anémica. Le dieron leche demasiado tiempo. En
El Rey de Erín
aquel día alrededor del Kish. Aquella condenada vieja cáscara de nuez se sacudía bien. Ni pizca de canguelo. Su bufanda azul claro suelta al viento con su pelo.
Todas rizos y hoyitos, su belleza va a hacer que un día os hierva la cabeza. |
Bañistas. Sobre roto. Las manos metidas en los bolsillos del pantalón, cochero en su día libre, cantando. Amigo de la familia.
Os yerva la cabeza
, dice. Muelle con faroles, atardecer de verano, banda.
Esas bañistas, esas bañistas, esas bañistas tan guapas y tan listas. |
Milly también. Besos jóvenes: los primeros. Lejos ahora pasados. Sra. Marion. Leyendo repantigada ahora, separándose las mechas del pelo, sonriendo, trenzándolas.
Un suave espasmo de pena le bajó corriendo por el espinazo, aumentando. Ocurrirá, sí. Evitarlo. Inútil: no me puedo mover. Dulces labios leves de muchacha. Ocurrirá también. Sintió la corriente de espasmo extenderse por él. Inútil moverse ahora. Labios besados, besando besados. Carnosos pegajosos labios de mujer.
Mejor donde está allá abajo: lejos. Ocuparla. Quería un perro para pasar el tiempo. Podría hacer un viajecito allá. En el puente de mitad de agosto, sólo dos con seis ida y vuelta. Seis semanas faltan, sin embargo. Podría agenciarme un carnet de prensa. O a través de M’Coy.
La gata, habiéndose limpiado toda la piel, volvió al papel manchado de carne, lo olisqueó y caminó despacio hacia la puerta. Se volvió a mirarle, maullando. Quiere salir. Espera delante de una puerta alguna vez se abrirá. Dejarla esperar. Está agitada. Eléctrica. Truenos en el aire. Estaba lavándose la oreja dando la espalda al fuego, también.
Se sintió pesado, lleno: luego un suave aflojamiento de las tripas. Se puso de pie, desabrochándose el cinturón de los pantalones. La gata le maulló.
—¡Miau! —dijo él, en respuesta—. Espera a que esté listo.
Pesadez: viene un día de calor. Demasiada molestia arrastrarse escaleras arriba hasta el descansillo.
Un periódico. Le gustaba leer en el retrete. Espero que ningún cretino venga a llamar a la puerta justo cuando estoy.
En el cajón de la mesa encontró un número viejo del
Titbits
. Se lo dobló bajo el sobaco, fue hasta la puerta y la abrió. La gata subió en suaves brincos. Ah, quería subir al piso de arriba, acurrucarse hecha una bola en la cama.
Escuchando, la oyó decir:
—Ven, ven, michina. Ven.
Salió al jardín por la puerta de atrás: se detuvo para escuchar hacia el jardín de al lado. Ningún ruido. Quizá colgando ropa a secar. La criada estaba en el jardín. Muy buena mañana.
Se inclinó a observar una esmirriada hilera de menta que crecía junto a la pared. Hacer aquí un invernadero. Trepadoras rojas. Enredaderas de Virginia. Hace falta abonar todo el terreno, es una tierra sarnosa. Una capa de hígado de azufre. Todos los terrenos son así sin estiércol. Aguas de fregar. Greda, ¿eso qué es? Las gallinas en el jardín de al lado: la gallinaza es muy buen abono para encima. Pero lo mejor de todo es el ganado, especialmente cuando se alimentan con esas tortas de semillas aceitosas. Capa de estiércol. Lo mejor para limpiar guantes de cabritilla de señora. Lo sucio limpia. Cenizas también. Regenerar todo el terreno. Criar guisantes en ese rincón. Lechuga. Entonces tener siempre verdura fresca. Sin embargo, los huertos tienen sus inconvenientes. Esa abeja o moscardón aquí el lunes de Pentecostés.