Ulises (23 page)

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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

BOOK: Ulises
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—Sí, sí —dijo el señor Bloom tras un sordo suspiro—. Otro que se va.

—Uno de los mejores —dijo M’Coy.

Pasó el tranvía. Ellos iban hacia el puente de la Circunvalación, la rica mano enguantada de ella en el agarradero de acero. Brilla, brilla: el fulgor de encaje de su sombrero al sol: brilla, bri.

—La mujer bien, supongo —dijo la voz cambiada de M’Coy.

—Ah sí —dijo el señor Bloom—. De primera, gracias.

Desenrolló la batuta de periódico distraídamente y distraídamente leyó:

¿Qué es un hogar que no tiene
carne en conserva Ciruelo?
Incompleto. ¿Y cuando viene?
Una antesala del cielo.

—A mi costilla le acaban de ofrecer una actuación. Mejor dicho, todavía no está formalizado eso.

Otra vez la historia de la maleta. De todos modos, no ocurre nada malo. No estoy para eso, gracias.

El señor Bloom volvió sus ojos de grandes párpados con amabilidad sin prisa.

—A mi mujer también —dijo—. Va a cantar en una cosa muy elegante en el Ulster Hall de Belfast, el veinticinco.

—¿Ah sí? —dijo M’Coy—. Me alegro de saberlo, viejo. ¿Quién lo organiza?

Sra. Marion Bloom. Todavía no levantada. La reina estaba en su alcoba comiendo pan con. Sin libro. Ennegrecidos naipes extendidos a lo largo del muslo de siete en siete. Dama morena y hombre rubio. La gata pelosa bola negra. Tira desgarrada de sobre.

La dulce y
vieja
canción
de amor
viene dea-mor, la dulce…

—Es una especie de gira, ¿sabes? —dijo Bloom, pensativo—.
Dulce canción
. Se ha formado un comité. Participan en los gastos y en los beneficios.

M’Coy asintió, pellizcándose el rastrojo del bigote.

—Bueno —dijo—. Es una buena noticia.

Se puso en movimiento para marcharse.

—Bueno, me alegro de verte tan bien —dijo—. Ya te veré por ahí.

—Sí —dijo el señor Bloom.

—¿Sabes una cosa? —dijo M’Coy—. Podrías hacer poner mi nombre en el entierro, ¿quieres? Me gustaría ir pero a lo mejor no puedo, ya comprendes. Hay un caso de un ahogado en Sandycove que podría aparecer y entonces el forense y yo tendríamos que bajar si se encuentra el cadáver. Simplemente metes mi nombre si no estoy, ¿eh?

—Lo haré —dijo el señor Bloom, poniéndose en marcha—. Quedará bien.

—Eso —dijo M’Coy radiante—. Gracias, viejo. Yo iría si me fuera posible. Bueno, hasta otra. Con poner C. P. M’Coy basta.

—Se hará —contestó el señor Bloom con firmeza.

No me ha pillado dormido ese truco. El toque rápido. Punto débil. Ya me habría gustado. Maleta por la que tengo un especial antojo. Cuero. Esquinas reforzadas, bordes con remaches, cierre doble de seguridad. Bob Cowley le prestó la suya para el concierto de la regata de Wicklow el año pasado y no ha vuelto a tener noticias de ella desde aquel buen día hasta hoy.

El señor Bloom, paseando hacia la calle Brunswick, sonreía. A mi costilla le acaban de ofrecer una. Chillona soprano pecosa. Nariz para cortar queso. No está mal a su manera: para una baladita. No tiene nervio. Tú y yo, ¿no sabes? En el mismo bote. Dando jabón. Ponerte frito, eso es lo que pasa. ¿No oyes la diferencia? Me parece que él tira un poco a ese lado. No sé por qué, me cae mal. Pensé que lo de Belfast le impresionaría. Espero que la viruela de allí no vaya a peor. Suponte que no se quiere revacunar. Tu mujer y mi mujer.

¿No será que me anda celestineando?

El señor Bloom se paró en la esquina, con los ojos errando por los carteles multicolores. Ginger Ale aromática Cantrell y Cochrane. Liquidación de verano en Clery. No, tira derecho. Hola. Esta noche
Leah
: la señora Bandman Palmer. Me gusta verla en eso otra vez. El
Hamlet
, hizo anoche. En traje de hombre. Quizá era una mujer. ¿Por qué se suicidó Ofelia? ¡Pobre papá! ¡Cómo hablaba de Kate Bateman en ese papel! A la puerta del Adelphi en Londres hizo cola toda la tarde para entrar. El año antes de que naciera yo fue eso: el sesenta y cinco. Y la Ristori en Viena. ¿Cuál es el nombre, exactamente? Por Mosenthal es.
Rachel
, ¿no? La escena de que siempre hablaba él, donde el viejo Abraham, ciego, reconoce la voz y le pone los dedos en la cara.

¡La voz de Natán! ¡La voz de su hijo! Oigo la voz de Natán que dejó morir a su padre de dolor y pena en mis brazos, que dejó la casa de su padre y dejó al Dios de su padre.

Cada palabra es tan profunda, Leopold.

¡Pobre papá! ¡Pobre hombre! Me alegro de no haber entrado en su cuarto a verle la cara. ¡Aquel día! ¡Vaya por Dios! ¡Fuu! Bueno, quizá fue lo mejor para él.

El señor Bloom dobló la esquina y pasó ante los lánguidos rocines de la parada de coches. Es inútil seguir pensando en eso. Hora del saco de pienso. Siento haberme encontrado a ese tipo M’Coy.

Se acercó más y oyó un crujir de avena dorada, las plácidas dentelladas. Los grandes ojos de ciervo le contemplaron pasar, entre el dulce hedor avenoso del orín de caballo. Su Eldorado. ¡Pobres bestias! Maldito lo que saben ni les importa con las largas narices encajadas en los sacos de pienso. Demasiado llenos para hablar. Sin embargo tienen de comer todo lo que necesitan y para tumbarse. Castrados además: un muñón de gutapercha negra oscilando flojo entre las ancas. Podrían ser felices así, de todos modos. Unos buenos pobres brutos parecen. Sin embargo, su relincho puede ser muy irritante.

Sacó la carta del bolsillo y la metió dentro del periódico que llevaba. Podría tropezarme con ella aquí mismo. El callejón es más seguro.

Pasó por delante del Refugio del Cochero. Curiosa esa vida de a la deriva de los cocheros, haga el tiempo que haga, en todas partes, por horas o por carrera, sin voluntad propia.
Voglio e non
. Me gustaría darles algún cigarrillo que otro. Sociables. Gritan unas pocas sílabas al vuelo cuando pasan. Canturreó:

Là ci darem la mano
la la lala la la.

Dobló a la calle Cumberland y, dando unos cuantos pasos, se detuvo al socaire de la pared de la estación. Nadie. La serrería de Meade. Vigas amontonadas. Ruinas y viviendas. Pisando con cuidado pasó por encima de un juego de rayuela con el tejo olvidado. Ni un alma. Cerca de la serrería un chico en cuclillas jugaba al guá, solo, disparando la bola con hábil pulgar. Un sabio gato atigrado, esfinge parpadeante, le observaba desde su tibio alféizar. Lástima molestarles. Mahoma cortó un trozo de su manto para no despertarla. Ábrela. Y en otros tiempos yo jugaba a las canicas cuando iba a la escuela de aquella vieja. Le gustaba el resedá. Sra. Ellis. ¿Y el Sr.? Abrió la carta dentro del periódico.

Una flor. Creo que es una. Una flor amarilla con pétalos aplanados. ¿No se ha enfadado entonces? ¿Qué dice?

Querido Henry:

Recibí tu última carta y te la agradezco mucho. Siento mucho que no te gustara mi última carta. ¿Por qué metiste los sellos? Estoy terriblemente irritada contigo. De veras que me gustaría poderte castigar por esto. Te llamé niño malo de ese modo porque no me gusta ese otro mundo. Por favor dime qué quiere decir de verdad eso otro. ¿No eres feliz en tu casa pobrecito niño malo? De veras que me gustaría poder hacer algo por ti. Por favor dime qué piensas de mí, pobrecilla de mí. Muchas veces pienso en ese nombre tan bonito que tienes. Querido Henry ¿cuándo nos vamos a encontrar? Pienso en ti tantas veces como no tienes ni idea. Nunca me he sentido tan atraída por un hombre como contigo. Estoy tan trastornada con esto. Por favor escríbeme una carta larga y cuéntame más. Acuérdate de que si no te voy a castigar. Así que ya sabes lo que voy a hacer contigo, niño malo, si no me escribes. Oh qué deseos siento de conocerte. Henry querido mío, no te niegues a mi súplica antes que se me agote la paciencia. Entonces te lo contaré todo. Adiós ahora, querido niño malo. Hoy me duele mucho la cabeza y escribe a vuelta de correo a tu anhelosa

M
ARTHA

P.D. Dime qué clase de perfume usa tu mujer. Quiero saberlo.

XXXX

Arrancó gravemente la flor de su alfiler, olió su casi noolor y se la metió en un bolsillo sobre el corazón. El lenguaje de las flores. A ellas les gusta porque nadie puede oírlo. O un ramillete envenenado hacerle caer desplomado. Luego, avanzando despacio, volvió a leer la carta, murmurando de vez en cuando una palabra. Irritada tulipanes contigo querido amor-de-hombre castigar tu cactus si no por favor pobre nomeolvides qué deseos siento violetas a querido rosas cuándo nosotros pronto anémona nos encontraremos todos malo belladona tu mujer de Martha perfume. Una vez leída entera la sacó del periódico y se la volvió a meter en el bolsillo de la chaqueta.

Una débil alegría le abrió los labios. Cambiada desde la primera carta. No sé si la ha escrito ella misma. Haciéndose la indignada: una chica de buena familia como yo, una persona respetable. Podríamos encontrarnos un domingo después del rosario. Gracias: paso. Acostumbradas escaramuzas del amor. Luego a perseguirse tras las esquinas. Malo como una pelea con Molly. El cigarro tiene un efecto calmante. Narcótico. La próxima vez ir más lejos. Niño malo; castigar; miedo a las palabras, claro. Brutal ¿por qué no? Probarlo de todos modos. Cada vez un poco más.

Palpando todavía la carta en el bolsillo le sacó el alfiler. Alfiler corriente, ¿eh? Lo tiró a la calzada. Sacado de su ropa de no sé dónde: sujeta con alfileres. Extraño la cantidad de alfileres que tienen siempre. No hay rosas sin espinas.

Chatas voces dublinesas le retumbaban en la cabeza. Aquellas dos bribonas esa noche en el Coombe, enlazadas bajo la lluvia.

Ah, Mary perdió el alfiler de la braga.
No sabía qué hacer
para sostenerla en alto
para sostenerla en alto.

¿Sostenerla? Sostenerla. Duele mucho la cabeza. Estará con sus asuntos probablemente. O todo el día sentada escribiendo a máquina. Enfocar los ojos es malo para los nervios del estómago. ¿Qué perfume usa tu mujer? Bueno, ¿podrías explicar semejante cosa?

Para sostenerla en alto.

Martha, Mary, Marta, María. Vi aquel cuadro no sé dónde se me ha olvidado ahora un antiguo maestro o falsificado por dinero. Él está sentado en casa de ellas, hablando. Misterioso. También las dos bribonas en el Coombe escucharían.

Para sostenerla en alto.

Agradable especie de sensación de atardecer. No más errar por ahí. Simplemente quedarse ahí quieto; penumbra tranquila; que siga corriendo todo. Contar sobre sitios donde uno ha estado, costumbres extrañas. La otra, el cántaro en la cabeza, preparaba la cena: fruta, aceitunas, deliciosa agua fresca sacada del pozo frío de piedra como el agujero de la pared en Ashtown. Tengo que llevar un vasito de papel la próxima vez que vaya a las carreras al trote. Ella escucha con grandes ojos oscuros suaves. Contarle: más y más: todo. Luego un suspiro: silencio. Largo largo largo descanso.

Pasando bajo el puente del ferrocarril sacó el sobre, lo rompió rápidamente en jirones y los esparció hacia la calzada. Los jirones se echaron a revolotear, se desplomaron en el aire húmedo: un revoloteo blando, luego se desplomaron todos.

Henry Flower. De la misma manera uno podría romper un cheque de cien libras. Simple trozo de papel. Lord Iveagh una vez cobró un cheque de siete cifras por un millón en el Banco de Irlanda. Lo que demuestra el dinero que se puede sacar de la cerveza. Sin embargo el otro hermano Lord Ardilaun se tiene que cambiar de camisa cuatro veces al día, dicen. La piel le cría piojos o bichos. Un millón de libras, espera un momento. Dos peniques la pinta, cuatro peniques el cuarto, ocho peniques un galón de cerveza, no, uno con cuatro peniques el cuarto, ocho peniques un galón de cerveza, no, uno con cuatro peniques el galón de cerveza. Uno con cuatro a cuánto cabe en veinte: alrededor de quince Sí, exactamente. Quince millones de barriles de cerveza.

¿Qué digo barriles? Galones. De todos modos, alrededor de un millón de barriles.

Un tren que llegaba le traqueteó pesadamente sobre la cabeza, vagón tras vagón. Barriles se le entrechocaban en la cabeza: opaca cerveza chapoteaba y se le arremolinaba dentro. Las bocas de los barriles se abrieron reventando y una enorme inundación opaca se desbordó, fluyendo toda junta, en meandros, a través de bancos de barro sobre toda la tierra lisa, un perezoso remolino encharcado de bebida llevándose adelante las flores de anchas hojas de su espuma.

Había alcanzado la puerta trasera de Todos los Santos, abierta. Entrando en el porche se quitó el sombrero, sacó la tarjeta del bolsillo y la volvió a meter detrás de la badana. Maldita sea. Podía haber intentado trabajarme a M’Coy para un pase a Mullingar.

El mismo aviso en la puerta. Sermón por el Reverendísimo John Conmee S.J. sobre San Pedro Claver y las misiones en África. Oraciones por la conversión de Gladstone hicieron también cuando él estaba casi inconsciente. Los protestantes lo mismo. Convertir al Dr. William J. Walsh D. D. a la verdadera religión. Salvad a los millones de China. No sé cómo se lo explican a los chinitos paganos. Prefieren una onza de opio. Celestiales. Herejía podrida para ellos. Buda el dios de ellos tumbado de lado en el museo. Tomándolo con tranquilidad la mano en la mejilla. Palitos de perfume ardiendo. No como Ecce Homo. Corona de espinas y cruz. Idea ingeniosa San Patricio y el trébol. ¿Palillos para comer? Conmee: Martin Cunningham le conoce: aspecto distinguido. Lástima que no me le trabajé para que metiera a Molly en el coro en vez de ese Padre Farley, que parecía tonto pero no lo era. Les enseñan a eso. No va a ir por ahí con gafas azules y el sudor chorreándole a bautizar negros, ¿verdad? Las gafas les impresionarían la fantasía, centelleando. Me gustaría verlos sentados alrededor en corro con sus labios gordos, en trance, escuchando. Naturaleza muerta. Se lo meten dentro con los labios como leche, supongo.

El frío olor de la piedra sagrada le llamó. Pisó los gastados escalones, empujó la puerta con resorte y entró suavemente por detrás.

Algo en marcha: alguna ceremonia. Lástima tan vacío. Bonito sitio discreto para tener alguna chica próxima. ¿Quién es mi prójima? Atestado a las horas de música solemne. Aquella mujer en la misa de medianoche. Séptimo cielo. Mujeres arrodilladas en los bancos con escapularios carmesí al cuello, las cabezas inclinadas. Un grupo de ellas arrodilladas ante la balaustrada del altar. El sacerdote pasaba por delante de ellas, murmurando, sosteniendo la cosa en las manos. Se detenía ante cada una, sacaba una comunión, le sacudía alguna que otra gota (¿están en agua?) y se la ponía limpiamente en la boca. El sombrero y la cabeza se inclinaban. Luego la siguiente: una vieja diminuta. El sacerdote se inclinó para ponérselo en la boca, todo el tiempo murmurando. Latín. La siguiente. Abre la boca y cierra los ojos. ¿Qué?
Corpus
: cuerpo. Cadáver. Buena idea el latín. Los deja atontados primero. Asilo para agonizantes. No parece que lo mastiquen: se lo tragan solamente. Idea rara: comer pedacitos de cadáver. Por eso lo entienden los caníbales.

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