T
ÉCNICA
:
Palabra interior, como totalidad mental en contenido y duración (el tiempo transcurrido viene a ser el que se tarda en leer en voz alta el capítulo)
.
R
EFERENCIA HOMÉRICA
:
Proteo (el ser cambiante de forma —como el mar, y, también, como la mente de Stephen— cuya captura cuenta Menelao a Telémaco)
.
2 (
Odisea
, en cuanto Uliseida)
[
4
]
Otra vez de las 8 a las 9 de la mañana del mismo día. El señor Leopold Bloom está en la cocina de su casa. El señor Bloom, como iremos sabiendo luego, es hijo de un judío húngaro, Rudolf Virag, que, llegado a Irlanda, adaptó su apellido —
bloom
es la traducción del húngaro
virag
«flor», «floración»— y se hizo protestante, y luego católico con vistas a su matrimonio, del que nació Leopold en 1866. El abuelo, Lipoti Virag, fue pionero de la fotografía —saldrá en [
15
]. Rudolph Bloom se dedicó a diversos negocios, así la venta de bisutería, en que Leopold le ayudó eficazmente; una dudosa lotería con privilegio real húngaro, que estuvo a punto de llevarle a la cárcel; un hotel, cuya quiebra le condujo al suicidio… Leopold Bloom, por su parte, después de variados empleos —corredor de papelería, empleado de un tratante de ganados, etc.— trabaja, aunque no mucho, como agente de publicidad para el diario
Freeman
. Está casado con Marion (Molly) Bloom, nacida en Gibraltar en 1870, del comandante Brian Tweedy, ascendido desde soldado raso por méritos en la guerra de Crimea, y de una no bien identificada española, Lunita Laredo, judía o de aspecto judío, y al parecer fallecida muy pronto. Molly Bloom, cantante profesional, limita ahora su actividad a ocasionales actuaciones: en ese momento está en proyecto una gira de conciertos por provincias, organizada por el promotor Hugh (Blazes) Boylan —su amante, pero no el único en haber disfrutado de sus favores.
Blazes
es, a la vez, «fulgores», «chispazos», «llamaradas» y «manchas blancas en la frente de algunos caballos».
El señor Bloom, a las 8, está totalmente vestido (de negro, para asistir luego a un entierro) y se encuentra en la cocina de su domicilio, Eccles 7, Dublín (casa que existe, o existió realmente: en ella vivió un amigo de Joyce). (Por cierto, la disposición interna de esas casas de clase media dublinesa resulta un tanto extraña para nosotros: aparte de un tercer piso, visible en las fotografías, pero que no se menciona en la novela, está el piso de arriba, con el cuarto de estar y la alcoba principal, más algún otro cuarto, y el piso de abajo, con la cocina y alguna otra pieza —como, el cuarto de la criada, cuando la hay. La escalera, entre estos dos pisos, tiene dos tramos: en el descansillo donde cambia la dirección hay un cuartito trastero —en casa de los Bloom, dedicado a
water-closet
, aunque el señor Bloom prefiere usar otro retrete situado en una caseta al fondo del jardincillo trasero, al que se sale por la parte de la cocina. El piso bajo queda en situación de semisótano respecto a la calle: delante hay una franja de terreno más bajo, separado de la calle por una verja.)
El señor Bloom, acompañado por su gata, ha encendido el fogón para preparar el desayuno —también para su esposa, a quien se lo llevará en una bandeja a la cama, una vieja cama traída de Gibraltar, con arandelas de latón sueltas, cuyo tintineo resonará por todo el libro mezclándose con el del calesín de Blazes Boylan. Mientras se calienta el agua, Bloom se inclina a seguir su afición a reforzar el desayuno con algún despojo, y sale a comprar un riñón de cerdo: al tomar el sombrero, comprueba llevar dentro, escondida, la tarjeta con que, bajo nombre falso, sostiene correspondencia sentimental con una desconocida. También comprueba llevar su talismán: una patata, ya arrugada, que heredó de su madre. Le falta, en cambio, el llavín, dejado en otro traje: arrimando la puerta para que parezca cerrada, sale a su compra. En la calle, su pensamiento va a la deriva, arrastrado por todo lo que ve: así, un anuncio de plantaciones en Palestina —Agendath Netaim. Pero le interesan más las sólidas ancas de la criada de al lado, que también está en la salchichería. Al volver a casa, encuentra el correo: para él, una carta de su hija Milly —quince años, empleada con un fotógrafo en un pueblo cercano—; para Molly, una postal de Milly y una carta que luego sabrá Bloom que es de Boylan, anunciando su visita esa tarde para llevar a Molly el programa del concierto proyectado (y seguramente para algo más, como intuye dolorosamente Bloom, muy al tanto de las exuberancias de su esposa). Bloom pone a asar el riñón y lleva el té a Molly, quien le pregunta el significado de una palabra que ha encontrado en un libro (
metempsicosis
), y que, en su versión malentendida, se convierte en insistente
leitmotiv
verbal en el libro. Bloom comenta con Molly ciertos libros, de barata indecencia, que suele darle a leer, mientras mira la oleografía sobre la cama,
El baño de la ninfa
. Un olor a quemado le hace volver a la cocina para salvar el riñón y comérselo, mientras lee la carta de su hija, que desata en su mente amplias asociaciones de ideas y palabras. Luego toma un número atrasado de una revista y se dirige al retrete del jardín, donde hace de vientre mientras lee un cuento premiado,
El golpe maestro de Matcham
, con una «risueña brujita» que será otro
leitmotiv
del libro. Tras usar el cuento para limpiarse, Bloom se arregla y sale a la calle, pensando en el entierro, presagiado por las campanas de una iglesia cercana: ¡Ay-oh!
T
ÉCNICA
:
Presentación objetiva alternada con la palabra interior en la mente de Leopold Bloom
.
R
EFERENCIA HOMÉRICA
:
Calypso (la ninfa que retuvo siete años a Ulises, hasta que Mercurio incitó a éste a seguir su viaje de regreso a Ítaca. Como se ve, la referencia es apenas un lejano chiste)
.
[
5
]
De 9 a 10 de la mañana. El señor Bloom sale flaneando por las calles, periódico en mano, con tiempo de sobra por delante —no va a hacer nada especial hasta el entierro, que es a las 11. El día es soleado y moderadamente caluroso: el té en un escaparate le hace pensar en la indolencia de la vida tropical, imagen que se disuelve en la corriente de otras que se van presentando en su paseo. En la lista de correos de una estafeta, con su tarjeta seudónima Henry Flower (
Flower/Bloom
), recoge una carta de una que firma Martha, con la que ha entablado un carteo mediante un anuncio en el periódico, escarceo platónico que no desea llevar más allá. Con la carta en el bolsillo, y notando con los dedos que lleva algo sujeto al papel —será una flor prendida con un alfiler— sale a la calle y encuentra a un amigo charlatán, a quien ha de explicar que va de luto para el entierro de un común amigo, Dignam, mientras intenta observar a una atractiva señora a lo lejos: un inoportuno tranvía le priva de un atisbo de sus pantorrillas. Liberado de su amigo, que en vano intenta hacerse prestar una maleta con pretexto de una gira de conciertos de su mujer —igual que la de Bloom—, y después de haber observado en el periódico un anuncio de carne en conserva que se hará
leitmotiv
en el resto del libro, Bloom sigue andando. Los carteles de un
Hamlet
le llevan a pensar en su padre, suicida, entre otras muchas imágenes. Al fin, en una calle solitaria, abre la carta, con su flor: Martha desea conocerle en persona —hay un error mecanográfico que se hará
leitmotiv
: «no me gusta el otro mundo»,
world
en vez de
word
«palabra». Roto el sobre —con reflexiones sobre cheques rotos y ganancias de cerveceros— el señor Bloom se siente atraído por el fresquito que emana de una iglesia católica, donde entra: están dando la comunión. La mente de Bloom revolotea sobre la ceremonia, a la vez como experto en el lenguaje de la liturgia y la teología —por ser antiguo alumno de colegio religioso— y fríamente remoto en cuanto al sentido de lo que ve. En todo caso, la eficacia de la organización eclesiástica le admira, como agente de publicidad. Piensa en el organista y en las actuaciones de su mujer Molly cantando en la iglesia: recuerda entonces que ella le ha encargado una loción. Por haber olvidado la receta, Bloom hace que el farmacéutico la encuentre en sus libros, y, al dejarla encargada, compra un jabón de limón con ánimo de ir a un establecimiento de baños. De camino a éste, encuentra a su amigo Bantam Lyons, que le pide prestado el periódico para ver las perspectivas de las carreras de caballos de esa tarde. Bloom se lo da, repitiendo que iba a tirarlo «por ahí», lo que Lyons entiende como consejo a favor de un caballo llamado
Por Ahí
—que, en efecto, ganará inesperadamente, con las apuestas a veinte a uno en su contra. Y Bloom se aleja hacia los baños, episodio —de 10 a 11— que no se cuenta en el libro: posteriormente, a través de los recuerdos de Bloom, se entrevé que releyó la carta de Martha sumergido en el agua del baño y se sintió inclinado a experimentar el onanismo acuático, pero no lo hizo —por fortuna, dirá en [
13
].
T
ÉCNICA
:
Predominantemente, palabra interior
.
R
EFERENCIA HOMÉRICA
:
muy vaga, los Lotófagos (comedores de la flor del olvido)
.
[
6
]
De 11 a 12. Entierro de Paddy Dignam. Bloom entra en un coche —de caballos, claro, estamos en 1904— con Simon Dedalus, padre de Stephen, y otros dos caballeros, Jack Power y Martin Cunningham, los que le tratarán con sutil distanciamiento, como judío que es —su matrimonio con la famosa y admirada Molly tampoco le prestigia mucho. Bloom va reflexionando pasivamente sobre la mortalidad humana y sobre lo que ve desde el coche —señala al señor Dedalus el paso de su hijo Stephen, que le hace sentir la falta de su propio hijito Rudy, muerto aún de pocos días. Los ocupantes del coche conversan divagatoriamente. De pronto, Bloom ve pasar al elegante Blazes Boylan: con dolor piensa que esa tarde visitará a su mujer Molly. Sobre ésta, y sus proyectados conciertos, le preguntan cortésmente a Bloom sus acompañantes. Ven luego a cierto prestamista, Reuben J. Dodd, y se cuenta una cómica historia sobre su tacañería: dio dos chelines al que salvó la vida a su hijo. Pero las risas son reprimidas por el recuerdo del difunto. Otras visiones distraen a Bloom: así, un ganado para exportar, que le sugiere la conveniencia de una línea tranviaria al puerto —y quizá, tranvías para entierros. Piensa también si hacer un viaje a ver a su hija —pero no sin avisar. Se habla también del lugar de un famoso crimen. Al fin, llegan al cementerio: a través de la mente de Bloom se siguen todos los detalles, mezclados con los comentarios de los demás. Se habla de la apurada situación de la familia del difunto, abriéndose una suscripción para la que Bloom entrega cinco chelines, y se entra a la capilla, donde un sacerdote grazna un responso. Se traslada el ataúd a la fosa: Bloom piensa en la muerte física y la putrefacción. Les saluda el gerente del cementerio. Junto a la fosa, un periodista anota los nombres de los presentes, más el de un desconocido que, vestido con un
macintosh
, será apuntado como señor MacIntosh —y reaparecerá enigmáticamente por todo el libro—, así como los nombres de algunos ausentes que se suponen presentes. Bloom, durante la inhumación, sigue mezclando graves filosofías con ocurrencias y asociaciones más frívolas, a veces prácticas —posibles invenciones para que nadie sea enterrado vivo. Una vez rellena la fosa, el grupo se aleja, visitando de paso la tumba de Parnell, el gran autonomista irlandés, y comentando las estatuas de otras tumbas: mejor sería —piensa Bloom— conservar discos de gramófono con la voz de los difuntos. Llama su atención una gruesa rata, sin duda alimentada de cadáveres. Y por fin sale del cementerio con alivio —recordando la errata de Martha: «no me gusta el otro mundo». Cortésmente, hace notar al abogado Menton la abolladura de su sombrero: éste, que acaba de caer en la cuenta de quién es él, y de que está casado con Molly, de quien Menton fue apasionado admirador, le da las gracias con elocuente sequedad: Bloom no es uno de ellos. (Por alguna alusión posterior se entiende que Bloom hará luego —entre las 6 y las 8— una visita de pésame a la viuda Dignam: episodio saltado en la narración.)
T
ÉCNICA
:
Mezcla de palabra interior y descripción objetiva
.
R
EFERENCIA HOMÉRICA
:
Hades (el infierno clásico, que Ulises visita)
.
[
7
]
De 12 a 1, en el edificio del periódico
Freeman’s Journal and National Press
, de su correspondiente semanario, y su asociado vespertino
Evening Telegraph
. El relato está cortado por epígrafes que imitan titulares de Prensa (algunos de ellos, al parecer, tomados de números antiguos del
Freeman
, diario existente en la realidad). En torno al edificio, hay tráfico de tranvías eléctricos y grandes carros —el motor de gasolina es todavía rarísimo. Bloom pide en las oficinas del
Freeman
el recorte de un anuncio que quiere pasar también al
Evening Telegraph
. Sube las escaleras el propietario, cuya cara hace pensar a Bloom en el tenor que cantaba
M’appari
de
Martha
—luego en [
8
]— y en Nuestro Salvador. Bloom habla con el administrador Nannetti, italiano de origen, concejal de Dublín y diputado en Londres: en medio del estrépito de las máquinas, Nannetti, hombre silencioso, permitirá un entrefilet en el vespertino si se renueva el anuncio en el
Freeman
por tres meses. Bloom habla con el dibujo que piensa tomar de un periódico de provincias —en la Biblioteca Nacional—: unas llaves que aludan al apellido del comerciante anunciado. Bloom, entre el tráfago del periódico, va a telefonear al anunciado la propuesta: un impresor, leyendo al revés, le hace recordar a su padre leyendo hebreo. El teléfono —entonces objeto raro— está en el despacho del director, donde Bloom no encuentra a éste, sino al «profesor» MacHugh, a Simon Dedalus —otra vez— y a Ned Lambert, riéndose de un discurso que publica el
Freeman
. Entra también J. J. O’Molloy, golpeando con la puerta a Bloom, en el escaso espacio: luego, llega el director, Myles Crawford, alcohólico y chillón. Hay entre ellos un clima ruidoso y confianzudo, a que es ajeno Bloom, el cual pide permiso para telefonear desde el despacho interior. Llegan las pruebas del extraordinario deportivo, donde se habla de la inminente Copa de Oro, de caballos —favorito,
Cetro
. Bloom sale para ir en busca de su anunciado, que ha sabido que está en una sala de subastas. Por la ventana, el grupo le mira alejarse por la calle, comentando cómo los golfillos vendedores del periódico remedan sus andares. El señor Dedalus y Lambert se marchan a tomar un trago. Sigue la conversación, lamentando la sumisión de Irlanda a ese imperio romano que es Inglaterra. Entran Stephen Dedalus, que entrega al director la carta de Deasy sobre la glosopeda —le acompaña el «señor» O’Madden Burke. Sigue la charla, sobre temas clásicos en paralelo con Irlanda, y en divagación sobre otros temas: Lenehan consigue hacer oír un pésimo chiste, tras mucho insistir: ¿Qué ópera se parece a una línea férrea?
The Rose of Castille
(
rows of cast steel
, «hileras de acero fundido»): eso se convertirá en
leitmotiv
verbal —intraducible— a lo largo del libro. Sigue la conversación: Crawford invita al joven Stephen a escribir en el periódico; luego recuerda un ingenioso recurso con que se envió por telégrafo el plano de un crimen, en lo que le interrumpe, para su irritación, una llamada de Bloom, el cual no tendrá más remedio que volver en persona para hacerse oír. Así lo hará: mientras tanto, hay una larguísima divagación en que se compara el destino de Irlanda con el de la raza judía, etc. Al fin, Stephen propone ir a tomar un trago —no ha ido a la cita con Mulligan, a las doce y media—, y empieza a contar una larga historia sobre dos solteronas que subieron a la columna de Nelson, en Dublín. En el momento menos oportuno, reaparece Bloom con la contrapropuesta de su comerciante: dos meses de renovación si hay entrefilet en el vespertino. El director dice a Bloom que diga a su comerciante que «le bese su real culo irlandés», y con ello se marchan todos, consiguiendo así Stephen llegar al final de su cuento —que, a pesar del retintín de escabrosidad, resulta tener muy poca gracia.