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Authors: Adele Ashworth

Tags: #Histórico, #Romántico

Un hombre que promete (25 page)

BOOK: Un hombre que promete
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—Perfecto —dijo ella con una voz cargada de anhelo.

Esas palabras le llegaron al alma.

—Perfecto —repitió él.

Lo envolvía por completo y los músculos internos se cerraban en torno a él de una forma maravillosa, como si lo acariciaran. Se habría quedado dentro de ella para siempre si eso fuera posible. Si ella se lo permitiera.

Madeleine empezó a moverse con mucha delicadeza. Thomas siguió su ejemplo y volvió a acariciarla entre las piernas al tiempo que establecía el ritmo. Ella se echó hacia delante y le dio un beso que le robó el aliento y lo dejó jadeante de deseo.

Ella comenzó a emitir pequeños gemidos guturales al tiempo que se movía más rápido para frotarse contra su pulgar y contra el hueso púbico, ya muy cerca del clímax. Se apartó de él de repente y Thomas abrió los ojos, ya que deseaba verla en esa ocasión. Demoraría su propio placer a fin de poder observarla en toda su belleza cuando llegara al orgasmo.

Algo que no tardaría en suceder.

Madeleine empezó a jadear y a gemir una y otra vez mientras se frotaba contra su dedo y se cubría los pechos con las manos para juguetear con los pezones.

Thomas no había presenciado una imagen más erótica en toda su vida. Estaba a punto de llegar al orgasmo, y ella estaba precipitando las cosas sin proponérselo siquiera.

De pronto, Madeleine abrió los ojos y le apretó las piernas con los muslos.

—Estoy a punto, Thomas. A punto. Por favor, por favor, por favor…

Soltó un grito grave y gutural que traspasó las paredes de la casa y lo conmovió hasta la médula. Sintió al instante cómo se contraían sus músculos internos en torno a él, llevándolo con ella hasta ese maravilloso y placentero abismo. Madeleine se sacudió contra su cuerpo, pero él no dejó de atormentarla con el pulgar. Ella comenzó a mover la cabeza hacia los lados mientras se pellizcaba los pezones con los dedos y se acariciaba los pechos con las palmas, y Thomas no pudo soportarlo más.

Le aferró los muslos firmemente con ambas manos.

—Voy a correrme, Madeleine. Voy a correrme contigo…

Y eso hizo. Soltó un gemido que salió desde lo más profundo de su garganta y ella se apartó para que se derramara la semilla sobre el abdomen en palpitantes oleadas. Después se colocó de nuevo sobre su erección y comenzó a moverse sobre él y a rotar las caderas durante unos maravillosos momentos, hasta que el placer se apagó y lo dejó completamente saciado.

A la postre, Madeleine dejó de moverse y se inclinó hacia delante para besarlo mientras le rodeaba el cuello en un dulce abrazo. Thomas le devolvió el beso y alzó las manos para acariciarle el cabello. Poco después, ella se acurrucó contra él y escondió el rostro en su cuello, donde su cálido aliento le rozaba la piel.

Thomas clavó la vista en el moribundo fuego. Tenía a la mujer que amaba entre los brazos, y era uno de los momentos más tristes de su vida.

Capítulo 14

M
adeleine estaba de pie frente al ajado espejo de su dormitorio, tratando de examinar lo mejor posible su figura a fin de evaluar todos los detalles y asegurarse de que todo estaba perfecto. Se había puesto el vestido de noche para el baile, el único vestido que aún no había utilizado en Winter Garden, y deseaba causar una buena impresión.

Aunque la prenda tenía un corte típico, era una creación despampanante. Confeccionado con resplandeciente satén de color blanco, con escote redondo y bajo y mangas largas que se le ajustaban a los brazos, el vestido se ceñía mucho en el corpiño antes de ensancharse para caer en una exuberante cascada de tejido sobre el miriñaque. Los únicos adornos eran unos volantes de satén azul marino en la parte final de las faldas y unos diminutos pimpollos del mismo material en el escote. El estilo era sencillo, pero el efecto, espectacular. El baile de máscaras sería una fiesta muy importante, tanto para el pueblo como para su investigación. Esa noche, por primera vez desde su llegada, Thomas y ella se adentrarían en el hogar del barón de Rothebury.

Añadió una pizca de color a sus labios, se pellizcó las mejillas y después se pasó las manos por el cabello. En lugar de trenzárselo como solía, se había hecho un recogido suelto en la coronilla, dejando que unos cuantos mechones le rodearan el rostro y el cuello. Después añadió el remate final: unos ligeros toques de perfume y unos pendientes largos de perla. Deseaba de corazón que a Thomas le gustara su aspecto, ya que, si bien era reacia a admitirlo, comprendió que se había vestido con tanto esmero porque deseaba impresionarlo a él más que a nadie.

Tras respirar hondo para darse ánimos, cogió su hermosa pelliza nueva, el manguito y un pequeño bolso, en el que no había guardado más que el color de labios y un pañuelo de lino. Luego apagó la luz y abandonó los confines de su dormitorio para dirigirse hacia la sala de estar, donde Thomas la esperaba.

A excepción del resplandor del fuego agonizante y de una pequeña lámpara, la estancia estaba a oscuras. Percibió la presencia de Thomas al instante y lo que vio la hizo detenerse en seco.

El hombre estaba junto a la chimenea, con un leve rictus en los labios. Tenía la vista clavada en la repisa y levantaba una y otra vez la tapa de la caja de música para dejarla caer de nuevo. Un acto que delataba su nerviosismo.

Hasta donde podía ver, iba vestido de negro por completo y si bien era un estilo de lo más conservador, encajaba con sus rasgos morenos a la perfección. Se dio la vuelta al oírla, y Madeleine trastabilló a causa de la oleada de deleite e incertidumbre que la invadió al verlo.

Estaba devastadoramente apuesto con el pelo peinado hacia atrás, lejos de sus hermosos ojos y su masculino rostro. Pudo ver entonces que el chaleco era de seda azul marino y el pañuelo del cuello tan blanco como su vestido. Durante un instante, Madeleine no pudo evitar preguntarse si él había planeado aquello. Las ropas que vestía eran costosas y hacían juego con las suyas; sin embargo, él no podía estar al tanto de lo que iba a ponerse. Por lo que ella sabía, no había visto el vestido. Aun así, parecerían una pareja, y le gustaba esa idea.

La recorrió de arriba abajo con la mirada antes de detenerse un instante en el escote y Madeleine notó que se sonrojaba ante semejante escrutinio.

—He asistido a incontables bailes por toda Europa e Inglaterra, Madeleine —admitió de manera pensativa, rompiendo el silencio con su voz grave y estentórea—, pero jamás había visto a una dama tan hermosa como tú —Meneó la cabeza de forma casi imperceptible—. No puedo describirlo con palabras. Sencillamente, me has dejado sin aliento.

Madeleine sintió que el sol había aparecido entre las nubes para bañarla con su cálido resplandor dorado. Muchos hombres de importancia habían comentado su belleza, pero nunca había percibido, ni presenciado, tanta sinceridad en sus cumplidos. Si Thomas estaba tratando de cortejarla para que se enamorara de él, debía admitir que su estrategia estaba socavando poco a poco la muralla de piedra que ella misma había construido en torno a su corazón. Y era probable que él lo hubiera notado. También reconoció de inmediato el tono cariñoso que destilaba su voz, y por fin llegó a entenderlo. Vio de pronto el desafío que tenía ante ella, el desafío al que ambos se enfrentaban. Thomas se estaba enamorando de ella. Eso lo explicaba todo y, por primera vez en muchísimos años, estaba muerta de miedo.

—Creo que lo que quiere en realidad es meterme en su cama, monsieur Blackwood, pero teme pedírmelo con descaro —replicó con un exagerado suspiro al tiempo que se acercaba a él y ocultaba sus temores tras una máscara de jovialidad—. Aunque con un poco más de persuasión, caeré rendida en sus brazos.

—¿Se necesita más persuasión después de decirte que tu belleza no puede definirse con palabras? —Se colocó una mano en la cadera y apartó la levita de su enorme pecho—. Con todo, debo admitir que llevo semanas fantaseando acerca del aspecto que tendrás sin ropa.

Ella frunció los labios y fingió reflexionar mientras dejaba la pelliza y el ridículo en el sofá. Acto seguido, se detuvo delante de él.

—Eso es… un poco más persuasivo. Tal vez permita que me quites la ropa más tarde.

Thomas parpadeó antes de esbozar una sonrisa radiante.

—Estoy excitado, señora mía. Un estado de lo más incómodo antes de un baile. Espero sinceramente que no me esté tomando el pelo.

Madeleine sabía que estaba bromeando, pero de cualquier forma se sintió encantada. Le colocó una mano sobre el chaleco y acarició la suave y valiosa seda.

—No te tomo el pelo si te digo que tú también me has dejado sin aliento, Thomas. Esta noche tienes un aspecto magnífico, elegante y sofisticado. Aristocrático.

De repente estoy tan colada por ti que no sé muy bien qué hacer —Bajó la voz para convertirla en un suave ruego—. ¿Alguna sugerencia?

—¿Aparte de hacer el amor? Depende —razonó en un tono misterioso. Cambió el peso del cuerpo de un pie al otro y preguntó—. ¿Has dicho que estás colada por mí? ¿Cuánto?

Madeleine estuvo a punto de echarse a reír ante tan obvio intento por curiosear. Sin embargo, no le había dado un tono serio a la pregunta y ella sabía que Thomas necesitaba averiguarlo. Aun así, tampoco deseaba restarle importancia.

Extendió la mano para arreglarle la corbata, que no lo precisaba, y admitió con despreocupación.

—Más de lo que lo he estado por ningún hombre en muchísimo tiempo. Puede que en toda mi vida.

Se dio cuenta de que a él le habían afectado mucho esas palabras sinceras, ya que clavó la mirada en ella y apretó la mandíbula antes de tragar saliva con fuerza. Thomas deseaba abrazarla, pero se contuvo por razones desconocidas, lo mismo que había hecho durante días. Se había mostrado un poco distante desde Navidad y, por más que deseara negarlo, Madeleine se sentía nerviosa y bastante preocupada por eso. Inclinó la cabeza a un lado antes de realizar la pregunta.

—Me tienes un poco abandonada de un tiempo a esta parte, Thomas. ¿Por qué?

Sin darse cuenta, Thomas levantó la tapa de la caja de música de nuevo alrededor de un centímetro y después la dejó caer.

—Yo no lo diría así exactamente.

—Ah. ¿Se trata solo de que has estado muy ocupado, entonces?

—Por supuesto —se apresuró a responder.

—Ya veo —Madeleine aguardó unos instantes antes de aclarar el tema—. ¿Escribiendo cartas, haciendo visitas y paseando por el pueblo?

—Y pensando en ti sin cesar —susurró él.

Esas palabras sí que hicieron mella.

—Bésame, Thomas, y demuéstramelo antes de que comience a pensar que ya no te intereso como mujer.

Eso fue la gota que colmó el vaso. Durante un fugaz momento, él pareció divertido por semejante exigencia. Acto seguido, le colocó la palma en la nuca y se la acarició con suavidad antes de arrastrarla hacia él.

Fue un beso suave, aunque impetuoso y reconfortante, como la llovizna de verano. Thomas olía maravillosamente bien y parecía poderoso y enorme entre sus brazos. No introdujo la lengua en su boca en un arrebato de pasión, sino que se dejó llevar por la sensación de afecto y ternura, y le hizo el amor a su boca con los labios. Madeleine no había experimentado un beso tan dulce en toda su vida.

Cuando se apartó de ella segundos después, no quiso abrir los ojos. Aturdida, se aferró a él con la cabeza echada hacia atrás y las manos apoyadas en el torso cubierto de seda. Thomas le acarició la nuca con la yema de los dedos y después plantó delicados besos en su frente, en sus párpados y las sienes. Madeleine deseó que ese momento no acabara nunca.

—¿En qué piensas ahora, Maddie? —murmuró él contra su mejilla.

—Mmm… En que esto es maravilloso —Se acercó un poco más antes de murmurar—. No me había sentido así en toda mi vida.

Thomas se detuvo en mitad de un beso en el mentón, y ella lo notó.

Él alzó la cabeza poco a poco y ella levantó los párpados para contemplar las asombrosas profundidades de los oscuros ojos masculinos. Jamás había visto una expresión semejante en un hombre, y ni siquiera sabía cómo describirla. Thomas la deseaba tanto sexual como emocionalmente; la deseaba por entero, y ese anhelo estaba allí, al descubierto para que ella lo viera. Sí, se estaba enamorando de ella, algo que ningún hombre había hecho jamás, y eso no solo la asustaba, también la maravillaba.

Extendió el brazo para dibujar muy despacio el contorno de sus labios con los dedos.

—Esto me asusta mucho, Thomas.

Él respiró hondo al escuchar esa tensa revelación y le besó las yemas de los dedos.

—Lo sé.

La calidez de su aliento le enardecía la piel y la intensidad de su mirada la ponía nerviosa, pero al ver que no pensaba decir nada más, recobró la compostura de inmediato, se irguió y dio un paso atrás para mantener una distancia segura. Él la dejó ir sin poner trabas.

—Tenemos que marcharnos, Madeleine —dijo justo antes de que ella lo hiciera. Se estiró la levita y se frotó las mangas con las palmas—. Deberíamos estar el mayor tiempo posible en casa de Rothebury.

Ella se limitó a asentir con la cabeza, súbitamente abrumada por la tensión de la atmósfera, y se llevó la mano al cuello, ya que no se le ocurría nada apropiado que decir. El trabajo era lo primero, por supuesto. ¿Por qué lo había olvidado? Parpadeó unas cuantas veces y se dio la vuelta.

Thomas esperó a que recogiera sus cosas y luego la ayudó con la hermosa pelliza antes de ponerse el abrigo. Tras colocarse el bolso en la muñeca, Madeleine metió las manos en el manguito de marta cebellina y ambos abandonaron la casa en silencio para adentrarse en la fría y nublada noche.

Capítulo 15

U
na vez en el interior de la mansión de Rothebury, la primera impresión de Madeleine fue que el baile de máscaras de Winter Garden era sin duda el evento de la temporada. Al parecer, todo el que era alguien en la escala social se encontraba allí, ataviado con el atuendo apropiado, bebiendo los magníficos licores y mordisqueando las deliciosas exquisiteces que los numerosos criados llevaban en bandejas plateadas hasta las tres mesas de buffet situadas en el extremo norte del salón de baile.

La casa era más pequeña por dentro de lo que parecía desde el otro lado del lago, y eso la sorprendió. Atravesaron las enormes puertas de entrada y se adentraron en el vestíbulo, decorado con suelos de mármol claro y paredes de color melocotón que de inmediato atraían la atención hacia las espléndidas lámparas de araña que colgaban del techo. Justo delante de ellos, una enorme escalera circular construida en madera de roble conducía a las estancias privadas de la segunda planta. A la derecha, tras unas puertas casi cerradas, parecía haber una sala de estar y, a continuación, la biblioteca o un despacho, seguido del comedor y las cocinas al fondo. A su izquierda, el salón de baile ocupaba la mayor parte del edificio, al menos hasta donde le llegaba la vista.

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