Un mundo para Julius (10 page)

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Authors: Alfredo Bryce Echenique

Tags: #Novela

BOOK: Un mundo para Julius
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Y se quedó muy sonriente cuando ellos empezaron a bajar por entre las piedras, hacia el río. Se quedó sonriéndose ahí sólito con sus recuerdos, tanto que al cabo de un momento se incorporó para acercarse hasta un punto desde donde pudiera seguir viéndolos. Ahí estaban, abajo, sentados sobre dos piedras, mojándose los pies en el río. Cuánto hubiera dado por escuchar lo que decían, no oía nada. Y es que casi no hablaban. Se limitaban a intercambiar fotografías, diciendo ésta era Cinthia, o éste era yo de niño, a tu edad, a los cinco años. Así estuvieron un rato hasta que Peter empezó a dar muestras de fatiga, de golpe Julius lo encontró muy pálido. Peor todavía mientras subían hacia el hotel, se le notaba cansadísimo, nervioso. Al puente llegó pésimo. Le preguntó si se atrevía a cruzarlo y Julius le respondió que claro, casi no se mueve, agregó, para tranquilizarlo. Peter sonrió y le pasó la mano por la cabeza al ver que se marchaba. Estuvo un rato mirándolo, allá va, allá, ya no se le ve, cu-cu-cu, quiso decir cuídate, pero se pegó una atracada terrible en la primera sílaba, cucu-cu-cu, no había nada que hacer, mañana se iba para siempre, alguien ahí se encargaría de despedirse en su nombre cuando volviera otro día a buscarlo al mercado.

Julius regresó dudando hacia Chosica Alta: Vilma debía estar muy asustada, era su culpa, tenía que aprovechar la escapada, un ratito más, a esa hora los mendigos deberían estar esperando su comida, Vilma se negaba siempre a llevarlo por ahí, seguro lo estaban buscando, era su culpa. Total que se dirigió al colegio Belén. Llegó justito cuando aparecía la mujer vestida casi de monja pero con moño. También aparecieron el hombre que empujaba la mesa rodante con la olla enorme y la monjita buenísima que bendecía todo con su sonrisa. Se quedó medio desilusionado el pobre Julius: los mendigos ni caso que le hacían, lo abandonaron completamente por la olla, y él que pensaba enseñarles el cuadro y decirles que podía traer a su amigo pintor, para que los pintara también. Se había venido cargando el cuadro todo el tiempo y ya estaba un poco cansado; decidió irse porque hasta que terminaran de comer pasarían horas. Ya se iba, cuando la monjita empezó con lo de donde está tu ama, donde está tu casa, poqué estás so/o, qué temeridad y mil cosas más, desesperada la pobre y con delicioso acento francés. Los mendigos seguían ocupados en ver que les llenaran bien los tazones, ni cuenta se dieron cuando la monjita Bendición se lo llevó de la mano.

En casa había ardido Troya. Todo empezó cuando Vilma terminó de posar para Palomino y fue a ponerse nuevamente su uniforme. En el camino de regreso, se encontró con Nilda, odiándola. La Selvática le preguntó que dónde estaba el niño Julius y ella le contestó que en el jardín, dónde quería que estuviese. Entonces Nilda, como presintiendo algo pegó uno de sus alaridos, ¡Juuuuuuuliuuuuuus!, y nada: definitivamente no estaba en el jardín. ¡Por andar con el picaflor ese! ¡Ahora dónde se habrá metido el niño Julius! ¡A ver si se entera la señora! Vilma sólo replicó que no se metiera con ella. Empezaba a asustarse la pobre, cuando la Selvática soltó el segundo ¡Juuuuuuliuuuuuus!, y nada tampoco. Tal vez en los altos, pero era imposible que no hubiera escuchado. Las dos mujeres presintieron algo malo al mismo tiempo, juntas se lanzaron en loca carrera hacia los altos, tropezándose varias veces en la escalera. Arriba, corrían de cuarto en cuarto: de Julius ni el humo.

—Usted tiene la culpa por zamarra, por andar putean...

No pudo terminar porque Vilma se le fue encima desesperada, y empezaron a matarse contra las paredes, contra los sillones, rodando por el suelo entre chillidos, alaridos, gemidos.

En el jardín, Palomino escuchaba los gritos sin saber bien a qué atenerse; aún no lograba determinar su exacta procedencia, oía ¡auuu! ¡ayyy! ¡suélteme! ¡socorro! y hasta ¡Palomiiiino!, pero las puertas estaban cerradas y nada podía hacer por intervenir. Los minutos pasaban, ya se había dado bien cuenta que las dos mujeres se estaban matando, empezaba a inquietarse el pobre, lo asustaba pensar que podía verse envuelto en un lío mayor. Y los gritos seguían, escuchaba clarito los alaridos de las mujeres, se estaban matando allá arriba. Nilda le había arañado íntegra la cara a Vilma y ahora Vilma la había cogido por el cuello y la estaba acogotando. En eso llegaron los hombres de la casa. Entraron cargando una cama que acababan de bajar del Mercedes y se dieron con Palomino haciéndose el sobrado en el jardín. Sintieron ganas de matarlo, pero entonces escucharon los alaridos. Carlos soltó la cama y partió a la carrera, abrió la puerta principal y subió corriendo hasta los altos. Ahí lo primero que vio fue a las dos mujeres, ya casi sin fuerzas, pero todavía tratando de hacerse daño. Tenían los uniformes rasgados, hechos trizas. Vilma sollozaba tirada en un rincón; en una de las últimas caídas se había roto el meñique y, cuando Carlos la vio, se defendía sólo con las piernas de los esporádicos ataques de Nilda.

—El niño se ha perdido —sollozó la Selvática—; por culpa de ésta.

Carlos partió la carrera para avisarle a los mayordomos. Los encontró en el jardín, controlando una posible fuga de Palomino, y les dijo que Julius se había perdido por culpa de Vilma.

—Por andar jugándose con el huevas este.

Fue la oportunidad de sus vidas. Palomino sonrió entre sobrado y aterrorizado, trató de iniciar alguna explicación, una palabreadita, pero ya nada ni nadie podía contener a Celso y Daniel. El de las inyecciones guardó su máquina de fotos y empezó a retroceder como quien no quiere la cosa, pero en ese instante le cayeron de a dos y empezaron a matarlo en pleno jardín, entre árboles y cañaveralitos. Lo ensuciaron. Lo despeinaron íntegro. Le rompieron lo que más odiaban en él: la cara, el maletín y el terno azul marino. Por último, lo sacaron a empellones hasta la calle.

Luego corrieron a los altos a ver qué había pasado. Vilma y Nilda ya estaban de pie, pero lloraban sin lograr explicar claramente las cosas. En realidad nadie sabía muy bien lo que había ocurrido ni en qué momento había desaparecido Julius, ni si se lo habían raptado, ni nada. La Selvática dijo que los mendigos esos del Belén eran gitanos y que a lo mejor se lo habían robado a Julius. En ese caso, ya no lo volverían a ver.

—Tal vez algún día vuelva a aparecer trabajando en un circo, pero ya estará nacionalizado gitano, ya ni se acordará de su familia.

Después empezó a decir que no, que lo que había pasado era que el pintor, el gringo ese seguro que era maricón, degenerado, se había raptado a Julius, lo había violado, ya lo había matado. La interrumpieron los alaridos de Vilma enloquecida, lanzándose contra las paredes, maldiciendo su suerte, y a Palomino, ¡ella nunca había coqueteado con nadie!, ¡que la perdonaran!, ¡sólo había querido que le tomaran unas fotos!, ¡Julito!, ¡Julito!, ¡Julito!, ¡Dios mío!, ¡qué va a ser de mí! Nilda también gemía, asustada por sus propias palabras; los mayordomos ya no tardaban en imitarlas. Carlos dudaba: llamar a la policía, no se atrevía. ¡Y los señores en Europa!

Cuando en eso sonó el teléfono. Carlos se lanzó sobre él. Llamaban del colegio Belén y ahí estaba Julius. El chofer dijo que inmediatamente pasaba a recogerlo, que por un descuido de la muchacha el niño se había escapado, ahoritita iba por él. El alma les volvió al cuerpo; se miraban sonrientes, temblorosos, agotados, aliviados; se quedaron parados, mirándose sonrientes, avergonzados, mientras Carlos volaba en el Mercedes.

Julius lo esperaba tranquilamente en la puerta del Belén. Lo vio llegar tan nervioso, que se apresuró en decirle que nada había pasado, lo único que la madre no había querido dejarlo irse solo, le tenía miedo a los mendigos, entonces ¿para qué les daba de comer si eran tan malos? En eso apareció la monjita y empezó a resondrar a Carlos, con delicioso acento francés. Carlos agachó respetuoso la cabeza desnuda, para escuchar el sermón; pero no bien vio que la monjita sonreía y se aprestaba a despedirse con una crucecita en la cabeza de Julius, se chantó rápido la gorra para evitar que se la hiciera a él también, no todo lo que lleva hábito es Santa Rosa.

Todos salieron a recibirlo; Vilma y Nilda aún sollozando y con los uniformes destrozados; Celso y Daniel acomodándose un poco los cabellos y con inmensas caras de satisfacción. El mal rato había pasado y ahora lo recibían como al niño pródigo, sin que él lograra explicarse qué diablos había ocurrido durante su ausencia. Las mujeres no lo dejaban reflexionar, lo besaban preguntándole dónde había estado, por qué se había marchado, por qué no había avisado. Julius las miraba atónito y como esperando una explicación, ¿quién les había pegado? Una silla que rodó por la escalera durante la pelea estaba ahí tirada, acusándolas. Vilma no pudo más y rompió nuevamente a llorar y a gritar. Pedía que la perdonaran, ¡nunca más volvería a ver a Palomino! ¡Y Julius era antes que nada para ella!, ¡no faltaría nunca más a su deber!, ¡sólo había sido por las fotos!, ¡ella no era mala!, ¡no se dejaba tocar por nadie!, ¡Nilda se equivocaba por completo respecto a ella!, ¡ella no podría vivir sin Julius! Total que Nilda se emocionó y soltó el llanto también; se armó un lloriqueo horrible delante de Julius; los hombres trataban de calmarlas diciéndoles que no había pasado nada, que no hay mal que por bien no venga, en el fondo habían tenido suerte, se habían librado de Palomino.

Julius pensó que tal vez descubriendo el cuadro, mostrándoselo. Mala idea porque no bien Vilma se vio, soltó por enésima vez el llanto al recordar que tenía la cara todita arañada. Y un ojo medio cerrado y el cuerpo ardiéndole por todas partes. Simplemente gemía, la chola hermosa, con la piernota al aire, semidesnuda, arañadísima. Nilda la acompañaba con otros tantos borbotones de llanto; más lloraba, más le dolía porque el labio superior lo tenía partido en dos, reventado, hidrópico, llenecito de cochinada. Había que subir cuanto antes al botiquín y desinfectar las heridas; en seguida correr donde el primer médico que encontraran en Chosica para que le viera el meñique a Vilma; y a Nilda lo que fuera que la hacía quejarse, no podía respirar bien, decía que se había quedado medio acogotada, seguro que ya estaba llegando a la muerte el acogotón que le pegó Vilma. Casi se le vuelve a ir encima, la presencia de Julius la contuvo; era preciso abandonar la violencia y usar la cabeza: ¿qué historia inventarían?, ¿qué le dirían al médico?

Esa misma tarde le enyesaron el dedo a Vilma. La pobre andaba muy dolorida, pero hacía todo lo posible por disimular y por mostrarse eficiente en sus tareas. Seguía a Julius de cuarto en cuarto y trataba de complacerlo en todo. A la hora de la comida, él empezó a contarle lo que había hecho durante la escapada. Le contó que había estado casi todo el tiempo con su amigo el pintor Peter del mercado, que después había ido un ratito a ver a los mendigos y que si no hubiera sido por la madre esa, habría regresado mucho antes a la casa, ella no había querido dejarlo venirse solo. En esas estaba, cuando Vilma notó que empezaba a ponerse muy nervioso, más hablaba, más excitado se iba poniendo. Y seguía hablando, repetía la historia, la cambiaba cada vez, como si necesitara seguir hablando, nunca lo había visto así. Corrió a llamar a Nilda, con quien acababa de hacer definitivamente las paces, se habían liberado las cholas, como en el mito griego se habían reconciliado por la lucha, por el dolor. La Selvática llegó fingiendo calma y dispuesta a ayudar a su colega, pero Vilma notó que desde que entró al comedor, Julius hablaba más aún, más rápido que antes, mucho más rápido, las cosas empeoraban en vez de mejorar. De golpe perdió el apetito y, mientras contaba y contaba de él y de Peter, iba soltando ya no quiero, llévense el plato, su amigo pintor lo había llevado hasta el río, llévatelo Vilma, le había presentado al viejito del hotel de madera de la estación, no tengo hambre, del Ferrocarril Central. Vilma salió disparada a llorar en la cocina. Nilda tampoco aguantó, se fue para mandar en su lugar a los mayordomos. Julius sintió un profundo alivio al ver que entraban los dos mayordomos sonrientes y con las caras enteritas. Enseguida llegó Carlos con el frasquito de calmantes, el médico había dicho que recurrieran a ellos si era necesario. —A ver, Julián...

Tenía razón Carlos: al día siguiente despertó tranquilo, había dormido bien. Se sentía muy bien y estaba listo para su clase con la señorita Julia. A la profesora sólo se le contaría que Vilma y Nilda habían peleado por cosas de ellas, no tenía por qué enterarse de más detalles. Nuevamente reinaba la calma en Chosica y todos alrededor de Julius trataban de probarse que no había ocurrido nada. El también.

Al principio, Vilma no se atrevía a darle cara a la señorita Julia, pero se animó a asomarse cuando apareció Nilda, más selvática que nunca, con un pedazo de carne cruda en el ojo derecho, y la expresión «¡ya usted qué le importa!», marcada a gritos en lo que le quedaba de mirada. Delicadísima, la señorita Julia se dio por enterada, sin comentario alguno, del vulgar asunto de sirvientas y cocineras. Nada tenía que ver todo eso con su mundo de eterna estudiante de la Facultad de Educación de la Cuatricentenaria Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Más Antigua de América. Mucho menos con su mundo de profesora de Gran Unidad Escolar Obra del Gobierno del General de División Manuel A. Odría, Que Bajó al Llano en 1948. Nada que ver tampoco con su mundo de Clases de Castellano y Reglas de Gramática. ¿Acaso sabían esas infelices lo que quería decir Sintaxis o Prosodia?, ¿o quién era Rubén Darío?, ¿o quién fue el poeta de América? Ella, en cambio, era el más delicado producto del Manual de Carreño, sabía decir «provecho», cuando veía a alguien comiendo y, lo que es más, responder «servido», cuando alguien le decía a ella «provecho». Ahí estaba sentada junto a Julius, insistiendo en la Ortografía, con los brazos y piernas llenecitos de vellos largos, lacios y negros, bien separados uno del otro, paraditos todos. Antipática con su trajecito sastre de combate y con su carterita llena de billetes de ómnibus, de ida y vuelta compraba siempre. La mejor ondulación permanente de todo Jesús María. Y, por supuesto, encantada de estar en casa de millonarios, aunque no esté la señora, con ella sí que le gustaba hablar. Pero la señora no le contestaba ni pío cuando ella comentaba lo del Poeta de América, y lo de que ya es hora de que alguien haga un estudio profundo sobre la poesía de Vallejo, un vacío en las Letras Peruanas. Algún día ella haría su tesis, pero Vallejo era demasiado profundo para que ella hiciera su tesis sobre Vallejo y llenara el profundo vacío. De cualquier modo, ella optaría su título de pedagoga y ganaría mucho más y ya no tendría que ganarse la vida con clases a domicilio, tomando té en la repostería, con la servidumbre de las casas que visitaba, esperando que las señoras ricas, a quienes ella tanto admiraba, prescindieran de sus servicios cuando menos se lo esperaba, como la señora Susan cuando Cinthia: hará lo mismo el día que este orejón vaya al colegioMucho pensar y ya estaba amarga la señorita Julia, ya había adoptado la actitud psicológica del que espera que se le pare la mosca: Julius se equivocó, le chantó el pellizcón.

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