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Authors: Alfredo Bryce Echenique

Tags: #Novela

Un mundo para Julius (41 page)

BOOK: Un mundo para Julius
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Al entrar al colegio, Julius tuvo la sensación de que sus pies pisaban más abajo. Primero pensó que a lo mejor se iba a desmayar, pero luego, al detenerse en esa sensación, empezó a comprender que había crecido. Estaba en tercero de primaria, era un grande en el colegio, por eso el cemento del piso estaba ahora más lejos de su vista y el local le parecía más pequeño, soy un grande. Era siempre un enorme local pero todo parecía estar como más al alcance de su mano, todo era más fácil este año y aunque las ventanas seguían siendo inmensas, tal vez las más grandes que había visto en su vida, ya nunca podrían tragárselo, ya nunca serían tan grandes como antes. Extraña sensación, más extraña ahora que miraba a todos los chicos y a todos los conocía o eran los bebitos esos que llegan por primera vez, ya ni aprendería sus nombres y los demás no lograrían nunca asustarlo. No sabía, por más que pensaba no sabía por qué sintió que podía pegar un grito y que toditos iban a enmudecer. Sintió también que sería muy fácil ser malo este año, claro que Del Castillo y los Arenas y Sánchez Concha y los demás de tercero también podrían ser malos este año, ¿qué hacer en este caso?... Puedes ser malo entre todos los que no están en tercero pero también puedes ser malo entre los malos, mira otra vez al piso a ver si te contesta, ¿quién te va a contestar, Julius?... La monjita del piano se le acercó nerviosísima, ¿por qué Julius?, ¿por qué tu mamá ha decidido una cosa así? Julius la miró sin saber a qué venían tantos nervios, justo cuando él empezaba a ser malo se le acercaba la otra llenecita de olor a tecla de ese piano, ¿qué había decidido mami? Mami había decidido, por carta le había informado a la monjita, y ahora la monjita oliendo delicioso le informaba a Julius: tu mamá dice que hay que tomar en serio lo del piano y que vas a estudiar muchas horas semanales con una señorita alemana, una gran profesora de piano. Su prima Susana Lastarria, madre de unos niñitos Lastarria que estudiaron aquí, la había convencido. Julius tenía talento, tienes talento, Julius, y este año aprenderás con otra profesora, una gran profesora alemana... Ahí fue donde debió ofrecerle a Dios humildad al aceptar lo de gran profesora alemana, ahí debió ser porque se pegó tremendo mordisco en el labio, nerviosísima se puso la monjita del piano con ese olor, «Tenía pensado enseñarte el himno de los Estados Unidos», atinó a decir, y salió disparada con el pretexto de que ya iban a tocar la campana y todavía tengo que hablar con varios que quieren seguir sus clases conmigo. Se fue temblorosa la monjita del piano y Julius se quedó estático, buscando razones, ¿por qué mami no me habrá dicho nada? Postergó la maldad para un momento más apropiado, después de todo qué era ser grande si las decisiones importantes continuaban viniendo desde arriba, sin siquiera consultarle. Vio el piano oliendo delicioso, a tecla, a limpiecito, y corrió a unirse a Del Castillo y Sánchez Concha, tal vez junto a ellos volvería a crecer, mira, allá está el gordo Martinto, fíjate en los Arenas, mira a Chávez, fíjate en Cano.

Pobre Cano. Le quedaban unos cuantos reales que le había robado a su abuelita y estaba comprándole unos miniches al Pirata que había metido la mano por el alambrado. Ya iba a quedar terminada la compra, cuando en eso la Zanahoria vio el asunto y dale a correr con la campana en alto, coloradísima corría la Zanahoria, cuántas veces tendría que repetirle, oiga usted, que está terminantemente prohibido venderle cosas envenenadas a los niños, todo esto en inglés y el Pirata luchando por sacar la mano atascada en la alambrada, luchando por entregar los miniches y recibir las monedas, pero Cano, larguísimo, se había quedado paralizado, «ya me voy, madre, ya me voy», iba diciendo el Pirata, que seguro tenía gusanos bajo el parche negro del ojo izquierdo, «ya me voy», repetía, y en realidad ya se iba pero era sólo porque la hora de clases llegaba y los niños iban a desaparecer del patio. Volvería, como siempre, a la hora del recreo; años que venía haciéndole la competencia al negocio de golosinas limpísimas, pasteurizadas, norteamericanas y homogeneizadas que las monjitas tenían instalado para favorecer a las misiones y para fomentar las vocaciones religiosas. El Pirata, gran negociante, logró recibir las monedas pero no soltó los miniches, y a Cano se lo llevó la Zanahoria tristísimo.

«Te los doy más tarde», alcanzó a decirle el Pirata, pero él sabe Dios si escuchó porque su abuelita había dicho un día ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón y eso mismo acababa de sucederle.

Jadeante, la Zanahoria había ocupado su lugar en alto, junto a las demás monjitas. Acababa de dejar a todas las clases del colegio perfectamente alineadas, en fila de a dos y por orden de talla, ahora iban a cantar el Himno Nacional del Perú y el del colegio. La monjita del piano alzó el brazo para dar la señal, todavía no lo había bajado, cuando el gordo Martinto soltó un ¡Somos libres! desentonadísimo y la Zanahoria corrió furiosa a llenarlo de pellizcones. No pudo, felizmente, porque la madre superiora decidió que era el primer día de colegio y que había que tomarlo a broma, ya irían practicando y van a ver cómo dentro de unos días cantamos el himno de este país como es debido, también el himno del colegio y el de mi país que es muy lindo y muy grandazo y que algún día ustedes podrán visitar porque aquí les enseñaremos el mejor inglés y ustedes podrán tomar un avión y volar rrrrrrrrr, y aterrizar rrrrrrrrrrrrr en los United States, y cuando extrañen su país, que también es lindo, se toman otro avión y rrrrrrrrrrrr se vienen volando a Lima, ¿qué les parece? Y todos síiiiiiiiiii y risas y la Zanahoria ya había regresado junto a las demás monjitas y algunos de kindergarten se habían asustado con tanto rrrrrrrrr y Mary Trinity bajó corriendo para ser buenísima con los chiquitos que lloraban y la monjita del piano alzó y bajó el brazo rapidísimo para que Martinto no se equivocara de nuevo y todos cantaron el himno del Perú y el del Inmaculado Corazón. Luego la madre superiora volvió a hablar; más seria esta vez y la Zanahoria asentía. Fue presentando a las monjitas nuevas y ellas hacían una venia al escuchar su nombre, sonreían oliendo a limpiecito y, cuando la Madre Superiora aludía al inmenso sacrificio que habían hecho dejando su país para venir a educar a los mejores niñitos del Perú, las monjitas se ponían serias y se cogían de sus rosarios, vivían envueltas en unos rosarios enormes que terminaban en una hermosa cruz negra de bordes dorados y de Cristo también dorado.

Entraron a sus clases y empezó otro año escolar. Ese primer día los de tercero se pasaron la mañana mirándose, estudiándose y calculándose los centímetros que podían llevarse unos a otros. Poco a poco se fueron calmando, pero en todo caso Sánchez Concha no cesó durante varios días de hacerle ver a todos ahí que ya casi no cabía en la carpeta, había que tomar nota de eso, además Sánchez Concha era ágil y jugaba muy bien fútbol, el mismo Morales lo había dicho y seguro que este año lo nombraba capitán del equipo del colegio. Eso le jodia un poco a Del Castillo.

Dos semanas más tarde, Sánchez Concha ya era capitán del equipo de fútbol y a Del Castillo se le estaba borrando un ojo negro, producto de un puñetazo que le cayó por faulear al capitán del equipo de fútbol. A Julius también lo había incluido en el equipo, pero no de arquero como él había pedido sino de «winger». «Tienes que ser winger», le había dicho Morales, pegándole un estropajazo en el culo. «Estás tan flaco que tienes que ser winger. Ésos deben ser largos y flacos para que puedan correr mucho, déjate de arqueros ni de coj...» Iba a decir cojudeces, pero vio que se acercaba Madre Mary Joan, una de las que había llegado este año pero que había estado antes en México y entendía las reglas del fútbol. Madre Mary Joan seguía todos los entrenamientos. Por las tardes, en cuanto Morales hacía sonar su silbato de árbitro-entrenador-director técnico, la monjita aparecía sonriente, bendecía el juego con su bondad, le impedía a Morales decir lisuras y recogía ligeramente las mangas del hábito porque era la monjita deportista y le encantaba el fútbol.

Tres semanas más tarde, Sánchez Concha le había vuelto a pegar a Del Castillo, y había agregado a su lista de pateaduras las que le dio a Zapatero, a Espinosa, a de los Heros y a Julius, a quien acababa de sacarle la mugre esa mañana. Julius estaba contando la increíble historia de su profesora alemana de piano, era nieta de Beethoven y todo, cuando en eso apareció el otro gritándole ¡mentiroso!, ¡a ti no se te cree ni lo que comes!, agregó por último que su hermana iba a dar una fiesta y que no iba a invitar a su hermano Bobby porque ése no tenía papá sino padrastro. A Julius no le cayó nada mal eso de que a Juan Lucas le llamaran padrastro, pero lo que no pudo tolerar es que le malograran íntegra su historia sobre la nieta de Beethoven. Se produjo el desafío, chócala para la salida, y por eso él partió con tremendo arañón en la cara a dar su clase de piano esa tarde.

«En realidad, darling, fue una idea de tía Susana», le explicó Susan, cuando Julius, al volver después del primer día de clases, la acusó prácticamente de alta traición, de haberlo puesto en una situación la mar de desagradable frente a la monjita, se fue nerviosísima, mami, era una profesora muy buena, yo quiero seguir estudiando con ella, sí mami, por favor mami. Pero mami estaba algo cansada y el día parecía el último de sol, no tarda en caer el otoño, y el jardín del Country Club, allá al frente, no tardaba en llenarse de autumn leaves y de feuilles mortes. Además, mami acababa de llegar de la peluquería y llevaba los cabellos cubiertos con un pañuelo de seda blanco: de nada le valió pues llevarse el mechón maravilloso hacia atrás, no hubo mechón esta vez y si continuaba pensando en una explicación para Julius, que sigue ahí parado, se le iba a enfriar el té que un mozo del hotel acababa de traerle en fino juego de plata. Cogió una tostada, le untó mermelada inglesa de naranjas y se la ofreció a Julius porque estás flaquísimo, darling.

—Mami, no quiero ir donde la profesora alemana, la monjita me gusta más.

—¿Y usted cómo sabe que la monjita le gusta más?

A mala hora había iniciado Julius ese diálogo-protesta, porque quien le había respondido era nada menos que Juan Lucas que, elegantísimo, acababa de aparecer atravesando el hall del hotel, ante la mirada feliz de una exiliada boliviana que tomaba el té en la mesa un poquito más allá de la de Susan.

—A ver, pruébeme usted que la monjita esa enseña mejor. Y dígame usted, señor: ¿le interesa realmente ser pianista o quiere usted tal vez convertirse en organista de iglesia? A ésos hasta los castran, ¿no? ¡ Ah no!, eso es a los que cantan...

—Darling —intervino Susan—, tu tía Susana tiene razón; ella dice que cuanto antes cambies de profesora, mejor. De todas maneras tendrás que cambiar el año entrante cuando vayas a otro colegio... Mi té se enfría, y hay que ir pensando ya en conseguirte un sitio en otro colegio para el año que viene...

Un mozo atravesaba el inmenso hall del hotel y Susan lo llamó para que le trajera su té al niño, de una vez.

—Se hace tarde, darling; ahora toma tu té, ya mañana cuando vayas a tu primera clase verás cuánto te va a gustar la nueva profesora.

—Usted sabe, jovencito, que Alemania es un país de músicos —dijo Juan Lucas, adoptando una expresión de educador que le quedaba pésimo—. ¿Sabe usted quién es Beethoven? ¿Que sí sabe? Pues su tío Juan Lucas le está pagando a usted nada menos que clases con la nieta de Beethoven.

A Susan le encantó lo de la nieta de Beethoven. Julius, por su parte, recordó que Beethoven era el busto con cara de amargo que había sobre el piano en el castillo de los Lastarria, si Cinthia supiera que voy a estudiar con la nieta de Beethoven... Pero no podía ser verdad.

—Mami, tío Juan está mintiendo.

Tío Juan andaba de excelente humor y no tenía que partir a ningún lado, tenía todo el tiempo del mundo para su familia, sus hijos, la educación, etc.

—¡Cómo que mintiendo!... ¿Mintiendo sobre un asunto tan grave?... ¿Mintiendo sobre un asunto de filiación?

Lo cagaron al pobre Julius con la palabra filiación. Sonaba importante. Sonaba a verdad. No se miente sobre un asunto de filiación, ¿qué es filiación? Juan Lucas lo notó impresionado e impresionable.

—El código castiga severamente a los que mienten en asuntos de filiación.

A Susan se le puso delicioso el té al notar que Juan Lucas perdía su tiempo alegremente con Julius, Juan Darling.

—Acérquese, jovencito. Tome asiento aquí, entre su madre y yo. Veamos, ya le traen su té... Póngaselo aquí, listo, gracias... Tráigame un agua mineral, por favor... El arroz con pato donde el gordo Romero ha estado un poco fuerte hoy en el almuerzo... Veamos, a Beethoven sí lo conoces, ¿no? Bueno. ¿Y sabes que murió más sordo que la pared de enfrente? ¿Y sabes por qué se quedó sordo? ¿No sabes?... ¡Ah!, pues entonces usted no sabe nada sobre la filiación de los genios, mi querido amigo.

Susan sintió que su té acababa de llegar de la India, colonia inglesa.

—What about them? —preguntó encantada. Quería saber todo sobre los genios.

—Los genios —dijo Juan Lucas—. Los genios... —repitió, y no encontró ninguno en toda su educación secundaria y superior; buscó en Time y encontró a Einstein—. ¡Los genios! ¡Claro! ¡Beethoven!, claro...

Julius no tardaba en volver a insistir sobre la monjita del piano, iba a hablar...

—Un problema de filiación; mire usted, jovencito: los genios son unos tipos difíciles, lo más raro que hay, siempre con unas pelucas enormes y toda la vida furiosos. Ya sé. Mira, Julius: Beethoven tuvo tres hijos y los tres eran unas soberanas bestias tocando piano. Tocaban tan mal que su papá los tuvo que botar a patadas y nunca más quiso reconocerlos. Ves, ah, ahí hay un problema de filiación... Hazme acordar que tengo que llamar a uno de mis abogados, Susan. ¿Qué le pasa a este candelejón del mozo que no me trae mi agua mineral?... Ya viene, ya viene.

—Los abogados se encargan de los asuntos de filiación —intervino Susan. Ojalá que Juan Lucas dijera que sus abogados se ocupaban sólo de negocios, porque si no a lo mejor andaba en problemas de filiación con la sueca... No lo creía tan babieca para meterse en esos líos...

—Eso depende de la especialización —explicó Juan Lucas—; los míos se encargan sólo de negocios.

Susan feliz porque lo de la sueca no fue nada, aventurillas de darling y nada más; habría sido tan pesado que ella se presentara un día en la oficina de Juan, tristísima, con traje y diciendo se pasó la ficha y no enferma hasta ahora...

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