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Authors: Alfredo Bryce Echenique

Tags: #Novela

Un mundo para Julius (63 page)

BOOK: Un mundo para Julius
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—¿Qué hay para bailar? —le preguntó a Bobby.

—Bueno, depende...

—¿Siempre existe el Freddy Solo's?

—Sí.

—Abra —le dijo Santiago a Abraham, que en ese momento abandonaba el palacio, y pasaba junto al Volvo mirando de reojo.

Bajaron los tres, sin ver que un hombre inmundo, con una gorra inmunda, les ofrecía limpiarles el auto, cuidárselos en todo caso. El hombre los saludó, y ellos insistieron en no darse cuenta y atravesaron la amplia vereda hasta la puerta del Freddy Solo's Bar. Un mozo se acercó para ofrecerles una mesa, pero Santiago le indicó que se iban a quedar en la barra. «¿El teléfono?», preguntó, y el mozo le dijo que el barman se lo iba a pasar por el mostrador. El barman reconoció a Santiago y lo saludó efusivamente. «Los señores de enfrente se marchan», le dijo, y los tres se dirigieron a los taburetes que no tardaban en quedar libres. Estaba repleto el Freddy Solo's. Navidad, claro. Borracheras increíbles. Casi no se notaba que era Santiago el que llegaba, eso que había varios ahí que lo conocían y sabían que era el heredero de una de esas fortunotas. El barman le acercó un teléfono, aquí tiene, señor Santiago. Bobby decidió tener veinte años. Pidió whisky también. Sí, de esa marca. Santiago hablaba por teléfono. Marcaba un número tras otro. «Nadie está en su casa —le comentó a Lester entre dos llamadas—; por esta época todo el mundo empieza a largarse a Ancón.» Bobby aprovechó que Lester no sabía qué diablos era Ancón para contarle, pero a la mitad se dio cuenta de que el gringo ni caso le hacía, mucho menos cuando empezó a decirle lo del Acapulco de Lima, la Riviera peruana... , Definitivamente la estaba cagando Bobby, porque Lang IV ya había estado en Acapulco, ya se había acostado con un montón de mujeres en Acapulco, y la última vez que había ido, ya había empezado a aburrirse en Acapulco. «No hay nadie», dijo Santiago, dejando el teléfono a un lado y acercando su vaso. Volteó a echar una ojeada entre el humo. En realidad había poca gente bailando, la bulla y las carcajadas era todo cosa del mostrador y sus cercanías. Llenecito de borrachos, parados, sentados; borrachos simpáticos, pesadísimos. «El eterno imbécil ese, la mierda de Siles.» «¡Santiaguito! ¡A los años!», gritó Pericote, al verlo, pero Santiago lo miró sin verlo y Pericote tosió entre una mano y reapareció conversando encantado con la misma chica que hacía horas lo venía soportando. Lester seguía callado. Si miraba a algo, era a la música que miraba. Pero se enteraba de todo porque todo era internacionalmente igualito. Bobby, en cambio, necesitaba mantenerse atento a cada uno de los movimientos que hacía su hermano para ir cogiendo todos los detalles. Santiago encendió un cigarrillo. Lester tenía un cigarrillo encendido. Bobby encendió otro cigarrillo. Lester y Santiago apenas si tocaban sus cigarrillos, Bobby, pitada tras pitada. Había terminado su whisky, y ahora que se fijó los otros seguían con sus vasos llenos y sólo de rato en rato los alzaban ligeramente, pero más que nada para hacer que los hielos tintineen. Pericote Siles derramó un vaso de whisky, y mientras se agachaba para recogerlo, la chica con que conversaba feliz desapareció. En ese momento, Santiago escuchó y reconoció la carcajada aguardientosa de Tonelada Sámame. Sonó entre el humo igualita que años atrás, un poco más cargada al tabaco solamente. Volvió a sonar más fuerte esta vez porque ya lo tenía detrás de él, gritándole ¡dónde has estado!, ¿no me vas a decir que has estado estudiando todo este tiempo? «¿Todavía no te has muerto?», le preguntó Santiago, volteando sonriente a saludarlo. Le presentó a Lester. «¿Este es el nuevo ?», preguntó Tonelada, cachaciento, dándole un palmazo en el hombro a Bobby, y con el otro brazo acercando a la Piba Portal, que todavía no tiraba en la época de Santiago, pero que ahora ya sí. «¡Dos whiskys!», gritó Tonelada, y antes de que el barman le hablara de los anteriores, le dijo «ésos allá, a Pericote, éstos acá a la cuenta del nuevo». Bobby sintió que le ponían la mano en el hombro, y volteó a mirar a Santiago, pero Santiago a nada le daba importancia y seguía conversando tranquilamente con la Piba. Tonelada retiró la mano del hombro de Bobby al ver que llegaban los whiskys.

—Dale uno también a... ¿cómo te llamas?

—Roberto.

—Dale uno a Roberto.

Bobby volteó nuevamente a mirar a su hermano, pero Santiago conversaba ahora con un tipo que se le había acercado. Mientras tanto, la Piba entablaba conversación en inglés con Lester. Encantado Lester. La Piba resultó ser, aparte de que se la podía tirar, simpatiquísima. Tenía mil anécdotas para contar. Y Tonelada dos mil. Dos mil y en inglés; en inglés gracias a cuarenta y cinco palabras, las únicas que guardaba de una buena educación, bañadas en whisky, salpicadas con carcajadas, adornadas en sus silencios con el gesto necesario de sus manos vividoras, cuyas palmas él a menudo miraba exclamando ¡ah!, si Versalies me contara. Con todo esto iba armando su perfecto inglés Tonelada, el necesario para el ambiente en todo caso; soltaba tres modismo muy en su lugar, luego algo de lo que quería decir, el resto lo llenaba con sus manos historiadas, con algunos monosílabos pronunciados en un tono internacionalmente cojonudo, y hacia el fin encajaba el desenlace con la palabra exacta, rematándolo con el estallido contagioso de siempre, porque si la historia no terminaba en carcajada general, entonces no valía la pena de ser contada.

Lester la estaba pasando muy bien entre la Piba y Tonelada. La vaina peruana. Limeña. Todo el humor. Traducido al inglés, además. Feliz Lang IV. Bebió un sorbo de whisky y pidió que le sirvieran otro, mientras Tonelada se bebía el suyo de un solo round, devolviendo los hielos al vaso para sacudirlos y exigir rápido one more.

Le dio la espalda a Bobby, pero volteando a disculparse, y a explicarle que en realidad lo que quería era darle la espalda a éste: Pericote se le acababa de acercar e insistía en pegársele por el hombro y en hablarle aunque sea por detrás de la oreja, hasta que Tonelada dio un paso atrás para pisarlo. Lo tuvo un rato así, todo el rato que Pericote se le prendió a Bobby. Mientras tanto seguía carcajeándose con Lester y la Piba.

—Es que la muchacha está nostálgica —comentó, burlón.

—¿Por qué nostálgica? —preguntó Lester.

—En Navidad siempre me pongo así... Debe ser por el niñito Dios...

No debió decir eso la Piba porque de verdad se puso nostálgica. Felizmente Tonelada intervino, la quería tanto, «¡caraj!», exclamó, mirándose las manos. Ya en otras Navidades la Piba se había puesto a hablar del niñito Dios y eso había sido el principio de una borrachera de las que malean hasta a Dios... Tan buena compañera como era...

—No hay tal nostalgia —le explicó Tonelada a Lester—; lo que pasa es que le quedan sus rezagos.

Lang no comprendió lo de rezagos y le pidió a la Piba que le tradujera la palabra exacta, una que le faltaba en su vocabulario inglés a Tonelada, demasiado complicada para esos ambientes, tal vez. La Piba tradujo y Tonelada pudo seguir con su explicación: le quedaban rezagos a la muchacha, rezagos de colegio de monjas. Tres años que la vengo forzando para que se acueste en Navidad... con alguien que le guste, claro, y dale con que en Navidad no. Estallaron los tres en tremendas carcajadas. Bobby se asomó por detrás de Tonelada y participó con una sonrisa.

«¡Aja!»,gritó de pronto, Pericote Siles. Tonelada volteó creyendo haberlo pisado demasiado fuerte, pero se encontró con que el otro había sacado el pie y avanzaba feliz entre la gente para abrazarse con uno inmenso que llegaba y que todos, él más que nadie, reconocieron. «¡Virrey! ¡Virrey!», gritó Pericote. Virrey entre que lo abrazó y lo puso a un lado, y siguió abriéndose paso hasta llegar a la barra, no muy lejos del lugar que ocupaba Santiago. «¡Virrey!», lo llamó éste. Ambos se pusieron de pie para acercarse entre los bebedores y darse un gran abrazo. «Me caigo de la tranca; hace tres días que estoy chupando», anunció Virrey, mirando por lo alto a todo el Freddy Solo's, por si alguien quisiera aprovechar la oportunidad para pegarle borracho. Pero de entre el humo no se le abalanzó nadie y Ray Charles siguió cantando tranquilamente para las parejas y para los borrachos que en Navidad se inclinaban por la melancolía. Santiago se trajo a Virrey al grupo para presentarle a su amigo. Lester Lang IV se puso ipso facto de pie, para mostrarle que en los Estados Unidos también hay toda una tradición, muy bien encarnada por John Wayne en el cine, que consiste en encontrarse así grandazos en un bar y en hacer mierda una por una las lujosas instalaciones, a lo largo de horas de pelea; allá, por lo de la conquista del oeste y ahora también por lo del americano feo, y acá por lo de tengo orgullo de ser peruano y soy feliz. Tonelada, medio oculto, se carcajeaba al ver que el nacional le estaba haciendo mierda la mano, amistosamente, a Lester. Había que pensar que

Virrey andaba por los treinta y Lester, por más corpulento, no tenía aún veintiuno. Lester mismo lo pensó y soltó a tiempo, felizmente. Virrey sonrió alegre, pero ver a la Piba hizo que volviera a escuchar el carcajadón que Tonelada había soltado segundos antes. Volteó a buscarlo, rápido porque Tonelada, aprovechando uno de esos momentos en que Virrey volteó a buscarlo, meses atrás, así borracho como ahora, le encajó un buen cabezazo, luego un puñetazo y hasta una patada en los huevos, lo malo fue que, recibidos los golpes, Virrey quedó tal cual, enterito, y lo peor, que inmediatamente después ubicó a Tonelada entre la música y le dio tal tunda que lo tuvo un mes sin que una sola mujer en Lima le hiciera caso. Escucharlo sí, porque simpático era siempre, lo más simpático y perdido que hay en Lima, pero nada más hasta que los ojos te vuelvan a sus órbitas, Tone. «Pero si de todas maneras soy un encanto», reclamaba el vividor, pero nada. «Me voy, anunció ahora, al sentirse descubierto. Lo siento, Piba. Aquí te dejo entre amigos. Aquí te dejo esta prenda, Lester. Ya no tarda en quererme pegar Virrey; en cuanto se emborracha le da por pegarme.» Salió disparado hasta la puerta, a pesar de que lo llamaban insistentemente desde la barra. «Sí, sí—dijo, asomándose entre las cortinas que ocultaban la salida—. Sí, sí, Germán», repitió, señalando a Pericote; se refería al pago de los whiskys. Santiago había seguido la escena sonriente: increíble Tonelada, fue su ídolo en el colegio, estaba chico aún cuando Tonelada era el mejor nadador del colegio, fue su ídolo en secundaria, un delfín, campeón interescolar, rey en las fiestas. Trató de pensar por qué se había vuelto así, hasta se le vino la idea de que era su gracia la que lo había perdido... Iba a meditar sobre el asunto, pero en ese instante sus ojos se apagaron, como si de pronto hubiesen empezado a mirar más allá de sus recuerdos, como si se hubiesen asomado a una zona donde los afectos se diluían, oscura de todo.

—Se fue Tonelada, ¿no? —preguntó Virrey.

—Creo que sí —dijo Santiago.

—A ver, Pericote, cuéntame algo.

Pericote Siles, un poco calvo y canoso ya, le dio la espalda a Bobby y se acercó feliz. Inmediatamente empezó a alabar la capacidad bebedora de Virrey, pero la voz de la Piba contándole a Lester y a Santiago las últimas hazañas de su amigo, el nombre de Tonelada pronunciado constantemente, escuchado en medio de su borrachera, confundiendo lugares y acontecimientos, hizo que Virrey otra vez se recordara, otra vez se sintiera descubierto una noche cercana, lejana, cercana, en cualquier cabaret de Lima, de Buenos Aires, fue en Santiago, besando a un millonario, un automóvil por una semana de luna de miel, besando a ese marica de mierda y de pronto ésta, esa noche aquí, en Buenos Aires fue en Santiago, en tantas noches de pronto la carcajada de Tonelada mirándolo, descubriéndolo, a él que nunca nadie le había pegado.

—¿Dónde está Tonelada?

—Se fue —dijo la Piba—. ¿Pero por qué eres tan malito?

«Si el gringo trata de llevarse a la Piba lo mato —pensó, ordenando—: Piba, ¿qué bebes?»

—Paga, Bobby —dijo Santiago—; nos vamos. —¿Nos vamos?

—Sí, nos vamos... Let's go, Lester. Paga tú, Bobby; todavía no tengo plata. Ya después te doy... Virrey está loco por pegarle a alguien y con ésta al lado no tarda en agarrárselas con Lester —añadió, en voz baja.

—Vamos —dijo Bobby, pidiendo la cuenta.

—Vamos a ver qué ambiente hay en otra parte —le tradujo Santiago a su amigo, cuando éste preguntó por qué pagaban. No la estaba pasando mal con la Piba, Lester; hasta tenía pensando resolverle lo del prejuicio navideño, pero Santiago lo convenció de que había lugares mejores y de que la noche avanzaba.

Momentos después, Santiago, Bobby y Lester bebían en la barra del Saratoga. Bobby se moría de sueño, su hermano lo desilusionaba. Muchas horas habían pasado, y aparte de lo de la piscina, nada en él ni en su amigo que se pareciera a las fotos que semanas atrás le habían enviado.

Pensó decirles que se marchaba porque estaba cansado, pero en ese instante resonó la carcajada de Tonelada.

—¿No me habrán traído a Virrey? —preguntó, cachaciento.

Santiago sonrió. Lester iba a pedir un cuarto whisky, pero Tonelada le dijo que no: «Eso más tarde, amigo. Quedan muchos departamentos con luz en esta ciudad... No todos duermen al abrigo de sus arbolitos navideños y hay chicas... girls», le tradujo a Lester.

—¡Yes, girls!

Tonelada introdujo la mano en un bolsillo de su pantalón y sacó un billete, «el último —dijo—, pero ahora comienza una vida mejor».

—Toma para que te tomes un taxi —añadió, entregándoselo a Bobby.

—Págate un whisky, siquiera —le dijo Bobby, rechazándolo.

—Espíritu de familia —comentó Tonelada, y soltó un carcajadón de los suyos, mientras Bobby se ponía de pie, mirando a su hermano.

—Anda, Bobby; mañana nos vemos —le dijo Santiago, al verlo partir furioso—. ¿Hay pesas en la casa? —preguntó, de pronto, pero Bobby no le escuchó.

Santiago y Lester amanecieron dos veces, al día siguiente. La primera, a eso de la una de la tarde, tirados en camas desconocidas al lado de las muchachas que Tonelada los había llevado a ver la noche anterior. Santiago fue el primero en abrir un ojo. Se incorporó y salió en busca del otro dormitorio para despertar a su amigo. Felizmente casi no había bebido, se sentía un poco cansado pero eso era todo. Lester tampoco parecía estar muy mal que digamos, al menos a juzgar por la sonrisa con que recibió la aparición de Santiago en su habitación. Pegó un salto y lo primero que hizo fue pedir una ducha fría y un jugo de naranjas. Santiago le dijo que se olvidara del asunto por el momento, ya en casa encontraría todo lo que deseaba. Ahora lo importante erapartir antes de que las muchachas se levantaran y empezaran a pedirles que se queden un rato más, o que las llevaran a la playa, cualquier cosa. Y eso o algo por el estilo iba a suceder si no se apuraban, porque la chica de Lester, entre dormida y sonriente, acababa de pegarse una estirada con gemidito y todo, lo suficiente para que el gringo se lanzara de cabeza al agua tibiecita ahí no más. Pero ya tanto era exceso, bastaba con lo de anoche y esta madrugada, había que cuidar la forma. Santiago regresó a su habitación, mientras Lester se vestía. Los dos se pusieron la ropa de cualquier manera y se despidieron de sus respectivas con una palmadita en el popó y la promesa de un pronto retorno.

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