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Authors: Jack McDevitt

Un talento para la guerra (26 page)

BOOK: Un talento para la guerra
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—A esa mujer —comentó Chase—, le gustaba jugar con fuego.

Candles relataba el suceso a un remitente desconocido. Estaba fechado unas semanas antes de la caída de la Ciudad del Peñasco. Candles comenta:

«Si la pasión por las ceremonias significa algo, nuestras dos culturas pueden ser más semejantes de lo que nos atrevemos a admitir. Ambos reverenciamos acontecimientos similares, como muertes y nacimientos y también, por qué no, sucesos deportivos, exposiciones de arte, hechos políticos y la nueva ceremonia compartida: la guerra.

Así que, pese a todo, la figura encapuchada y vestida con túnica del embajador, situada en un asiento aparte de los dignatarios de este desfile, no estaba en el fondo fuera de lugar. Permanecía en silencio, con su túnica doblada de un modo que sugería que sus miembros anteriores estaban situados en su seno. No se veía el rostro bajo la capucha, ni siquiera en esa tarde de sol; se tenía la sensación de estar contemplando un túnel oscuro.

Leisha, que sabe de estas cosas, me había dicho que era una experiencia extrema para el embajador. En primer término, estaba en peligro físico, ya que las fuerzas de seguridad que controlaban el encuentro no podían protegerlo efectivamente de un asesino determinado a matarlo; además, parecía sufrir de opresión psicológica inducida por el gran número de personas. Supongo que me habría sentido del mismo modo si todos los presentes evidenciaran su deseo de que yo estuviera muerto.

Había una considerable cantidad de declaraciones oficiales acerca de los logros académicos y los brillantes porvenires. Yo me preguntaba cuánto duraría el autocontrol del embajador, tan callado y erguido entre nosotros.

Me sentía incómodo en su presencia. De hecho, con toda honestidad, debo admitir que no me agradaba tal personaje y que habría estado encantado de que se fuera. No sé por qué. No tenía nada que ver con la guerra; no creo. Sospecho que nunca nos vamos a sentir bien del todo al enfrentarnos con la inteligencia encerrada en una configuración física que nos resulta exótica. Me pregunto si esta no es la base real de nuestra reacción ante los alienígenas, más que el sentido de intrusión al que habitualmente la atribuimos.

La universidad le pidió a Leisha que actuara como intérprete. Eso quería decir que tenía que leer el discurso del extranjero. Todos los que la conocían le aconsejaron que no lo hiciera. Algunas personas pensaron que esa conducta se asociaría a la traición, y que de persistir Leisha en ello, lo pagaría caro. Algunas veces olvidamos quién es el enemigo.

Me gustaría decirte que la amistad de los que la amenazaban de este modo no valía la pena. Sin embargo, Desgraciadamente, no era así. Cantor estaba entre ellos; también Lyn Quen. Y un joven al que Leisha amaba.

No importaba. Cuando llegó el momento, ella permaneció junto al embajador, tan fría y adorable como siempre. Es una mujer inquietante, Connie. Me gustaría ser más joven.

Tarien Sim estaba allí también, resplandeciente entre los notables. Había llegado a ser una persona de tan increíble dimensión política que nadie podía esperar otra cosa que verse apabullado por su presencia física. Hay un sentimiento de grandeza que lo rodea que es palpable. Los rayos de luz anidaban en sus ojos. Creo que me entiendes.

El tiempo programado tenía que ver con la aparición del embajador. El Ashiyyur quería igualdad de tiempo. Pero yo sabía que era un error. El contraste entre Tarien, con su figura paternal, su barba rojiza y su voz inspiradora de revoluciones, y aquella figura silenciosa, ominosa, dura, no podía evitarse.

Había más de cuatrocientos graduados, contando los que recibían títulos superiores. Estaban sentados en fila a lo largo del Campo Morien, donde los estudiantes habían escuchado alocuciones durante más de cuatro siglos. Detrás de ellos, una multitud de espectadores (muchos más de los que yo había visto en todos estos años) invadía las áreas para sentarse y llegaba a los campos de atletismo. Había un impresionante despliegue de prensa y un escuadrón de seguridad junto con agentes de la propia universidad, reforzados por la policía de la ciudad y varias docenas de agentes de un cuerpo u otro, fáciles de distinguir por sus ojos, entrecerrados con sospecha.

Era una tarde movida. Todos esperaban que algo sucediera, estaban ansiosos por ver cuándo sería y tal vez un poco asustados por verse involucrados.

Los oradores estudiantiles dijeron lo que siempre dicen los estudiantes en estas ocasiones. Sus discursos recibieron aplausos de cortesía. Entonces el presidente Hendrik se levantó para presentar a Sim. Entiendo que hubo una especie de disputa entre la universidad y el Gobierno por el orden de los oradores. Hendrik quería darle la palabra final a Sim, para mostrar públicamente que él, al igual que la multitud, desaprobaba la presencia del embajador. Pero el Gobierno insistió en que el dignatario extranjero debía recibir ese honor.

La multitud aguardaba expectante, mientras Hendrik elogiaba el valor y la habilidad de Sim en los difíciles tiempos que corrían. Después estallaron en un aplauso cerrado cuando Sim se puso de pie y se dirigió al podio. Les estrechó la mano a algunas personas importantes sin mirar siquiera al embajador y llevó a la multitud al delirio cuando dijo las palabras de costumbre en tales ceremonias.

—Las graduaciones tienen que ver con el futuro. Sería tentador hablar de los logros recientes, acerca de los serios esfuerzos para evitar la guerra, para unir a la familia humana, para garantizar la seguridad y prosperidad de todos. No obstante, estos han sido nuestros objetivos durante largo tiempo y han probado ser más esquivos de lo que creyeron los que los proclamaron.

Leisha permanecía impasible junto al embajador. Tenía la cara tensa, los miembros rígidos, los puños cerrados.

Yo no era el único que la observaba. Otros parecían fascinados por su presencia junto al embajador, como si eso tuviera algo de obsceno.

Ni siquiera yo escapaba de esa sensación. Por favor, nunca me lo recuerdes, que lo negaré.

—Desgraciadamente —continuó Tarien—, todavía hay mucho que hacer. Más de lo que mi generación puede proponerse conseguir. Mejor dicho, habréis alcanzado la victoria final cuando reconozcáis que no puede haber seguridad posible para nadie mientras no la haya para todos, ni paz antes de que aquellos que hacen la guerra entiendan que no es beneficiosa…

Bueno, podría repetir o parafrasear todo, Connie. Era buen orador. Si alguien podía unir a estos mundos discordantes en una Confederación era él. Habló de lugares remotos y del coraje y la responsabilidad que por medio de las naves se transmite a través de la galaxia.

—Al final —dijo—, no serán las armas de guerra las que decidan nuestro destino. Será el arma que ha destruido los gobiernos opresivos y los invasores ambiciosos desde siempre, desde que construimos la primera imprenta o tal vez grabamos unos pocos símbolos en la primera tablilla. Las ideas libres, los ideales de libertad, la cortesía de unos para con los otros.

»El tiempo está de nuestro lado. El enemigo con quien peleamos cree que puede amedrentarnos con sus naves de guerra. Pero no podrá contra el poder de una mente que piensa independientemente.

El aplauso se inició poco a poco para generalizarse en una ovación cerrada que recorrió todo el campo. Una de las graduadas permanecía de pie, con sus hermosos ojos negros brillantes. No estaba tan cerca como para comprobarlo, pero estoy seguro de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Varios se unieron a ella, hasta que todos se pusieron de pie.

Tarien pidió silencio nuevamente.

—Es mejor —prosiguió— que recordemos a los caídos, porque nos han legado un futuro mejor. Llegará un día en que todos nos unamos para celebrarlo, cuando la tarea esté cumplida, cuando el opresor haya sido derrotado.

Todos permanecieron de pie. La multitud semejaba un enorme animal palpitante. Tarien hizo una reverencia.

—Por mi hermano y por todos los que pelean en nuestro nombre, os doy las gracias.

Connie, ojalá hubieras estado allí. ¡Fue magnífico! Dudo que hubiera una sola persona en la plaza que no hubiera aceptado gustosa en ese momento un equipo de combate. Después de esa arenga, ¿qué otra cosa podía querer alguien que no fuera unirse a los dellacondanos?

Bueno, me imagino que te estarás riendo y pensando adónde querrá ir a parar Candles. Debe de estar haciéndose viejo. Pero este es uno de los momentos más críticos para la especie, y espero que, cuando volvamos sobre este asunto, yo pueda decir que he hecho alguna contribución.

Me daba lástima el embajador, un maniquí solitario enfrentando semejante avalancha.

Hendrik, desconcertado, asustado, se dirigió al centro del escenario. Todos estábamos inquietos, preguntándonos cómo iba a seguir la cosa.

—Honorables invitados —dijo con voz desmayada—. Miembros de la facultad, graduados, amigos de la universidad, nuestro próximo orador es el embajador ashiyyurense, M'Kan Keoltipess.

Lejos, casi en el horizonte, estaba aterrizando un deslizador; me pareció oír el ruido de sus frenos magnéticos.

El embajador se levantó, adusto. Estaba a todas luces incómodo, ya fuera por la gravedad (un poco mayor que la de Toxicón, de donde venía), ya fuera por la situación. No sé. Leisha se levantó y se puso de pie a su lado. Parecía al mismo tiempo desafiante y tranquila. Por lo visto, había estado todo este tiempo tratando de autocontrolarse. Y esto te va a gustar: desafiando a la multitud, le ofreció el brazo al embajador y lo guió hasta el estrado.

Este ocupó su lugar. De entre sus ropas salió un ruido como de huesos que crujían. Leisha sacó un bloc de hojas de su túnica. Era evidente que contenía el discurso que ella iba a leer. Pero el embajador le indicó que lo guardara. Me di cuenta de que estábamos viendo el truco típicamente humano de desechar el discurso preparado. Se quitó la capucha, levantó ambas manos y se quedó de pie iluminado por la luz brillante del sol.

Era anciano. Sus rasgos denotaban dolor. El animal que Tarien Sim había creado permanecía unido, y el alienígena dio un paso atrás.

El embajador extendió sus largos dedos resecos, enjutos, de articulaciones marcadas y piel dura y gris. Se movían al sol. Había algo en esos movimientos que me helaba la sangre.

Leisha le miró los dedos y asintió. Mi impresión era que ella dudaba si traducir o no sus primeras frases, pero obviamente el ashiyyurense insistió.

—El embajador da las gracias —dijo— y desea expresar que comprende lo difícil que es esta situación para mí. También señala que entiende nuestro enojo. —Las manos trazaban dibujos intrincados—. Quiero extender los saludos al presidente Hendrik, a los honorables invitados, a la facultad, a los graduados y a sus familias. Y especialmente… —se volvió hacia Tarien Sim, sentado a su derecha un poco alejado—, especialmente al gallardo representante de los rebeldes, un oponente al que preferiría llamar «amigo».

Hizo una pausa. Yo creí ver una auténtica expresión de pesar en su rostro.

—Les deseamos buena suerte a todos. En una ocasión como esta, cuando los jóvenes emprenden su camino para probar sus conocimientos y para fraguar sus vidas, nos sentimos particularmente afectados al darnos cuenta de que para ellos la sabiduría está aún en el futuro. No puedo evitar observar eso, sobre todo al considerar las condiciones bajo las cuales nos reunimos hoy, en que ambas especies afrontamos problemas similares.

La voz de Leisha, que había comenzado con un timbre demasiado alto y con ciertos síntomas de nerviosismo, se iba reponiendo para alcanzar su habitual ductilidad y riqueza. Ella no era, desde luego, rival para Tarien Sim, pero hablaba bien.

—A los graduados —continuó el embajador—, me gustaría señalarles que la sabiduría consiste en reconocer lo que es verdaderamente importante y en tratar con suspicacia cualquier valiosa creencia cuya verdad sea tan clara que no haga falta comprobarla. Nuestro pueblo sostiene que la sabiduría radica en reconocer hasta qué punto uno está inclinado al error.

Hizo una pausa. Leisha tomó aliento.

—Hubiera preferido no hablar de política en un día como hoy. Pero, como me debo a ustedes y a mi propio pueblo, debo responderle al embajador Sim. Él dijo que se trata de un conflicto mayor y desgraciadamente tiene razón. Pero la guerra no es entre el Ashiyyur y los humanos. Es entre aquellos que encontrarían un modo de dirimir nuestras dificultades en paz y aquellos que creen solo en soluciones militares. Es esencial que, en este oscuro tiempo que estamos viviendo, ustedes sepan que tienen amigos entre nosotros y enemigos entre ustedes.

»Nuestras reacciones psicológicas son intensas, pero no tanto como para que no puedan ser vencidas. Si queremos. Si insistimos. De cualquier manera, les imploro no usarlas como base para un juicio moral. Si cometemos crímenes contra nosotros, la historia nos juzgará a ambos.

»No puedo sino estar de acuerdo con lo último que puntualizó el embajador Sim. Pese a todas nuestras diferencias de fisonomía, de cultura y percepción, compartimos el único don que importa: somos criaturas pensantes. Y en este día, bajo este sol, yo ruego que seamos capaces de usar ese don. Ruego que hagamos un alto en el camino ¡y pensemos!»

La entrada, lo noté luego, registraba el proyecto de otro libro que iba a desarrollar las influencias de Walford Candles adquiridas en la infancia. Seguía pensando en el discurso, preguntándome cómo los hechos podían haber salido tan mal cuando todos parecían querer lo correcto. ¿No valían de nada las ideas?

No tengo respuestas, salvo la intuición de que hay algo de atractivo en el conflicto. Es decir, que, pese a tantos milenios transcurridos, todavía no entendemos la naturaleza de la bestia.

Chase encontró más: una holocomunicación de Leisha desde Ilyanda, fechada treinta y dos días después del mensaje a Milenio. Era breve:
«Wally, envío separadamente un mensaje escrito de Kindrel Lee que tiene cosas que decir acerca de Matt. Es una historia un tanto descabellada; no sé qué pensar. Necesito hablar de esto cuando vuelva a casa».

—No lo entiendo —dije. Miré la fecha y consulté un texto—. Esto fue enviado desde Ilyanda después de la evacuación. Y probablemente después de la destrucción de Punto Edward. ¿Por qué iría allí?

—No lo sé-respondió Chase, que revisaba una pila de documentos que habíamos reunido.

—¿Dónde está ese texto?

—Enviado separadamente —acotó ella—. No parece estar incluido en este material.

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