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Authors: Jack McDevitt

Un talento para la guerra (11 page)

BOOK: Un talento para la guerra
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Era tarde cuando llegué. La biblioteca estaba casi vacía. Las pocas personas que había, que parecían ser estudiantes o graduados, estaban sentadas en los terminales o se paseaban silenciosas a través de los archivos. Entré en una cabina, cerré la puerta y me senté.


Tenandrome
—dije—. Material básico.

—Por favor, introduzca su tarjeta.

La voz salía de un micrófono situado sobre el monitor. Una voz masculina, erudita, de mediana edad. Yo lo hice. La iluminación se tornó de color azul cielo, apareció un rayo de luz en la oscuridad y se transformó en un diagrama de ejes y compartimentos hasta encontrar un diseño.

—El
Tenandrome
—dijo el narrador— fue construido hace ochenta y seis años estándar en Rimway, específicamente para explorar el espacio profundo. Es una de las naves de la clase Cordagne destinadas a la investigación. La transición al hiperespacio se hace mediante dos unidades gemelas de transporte, llamadas armstrong; el tiempo de recarga entre los dos despegues es de aproximadamente cuarenta horas. La nave está impulsada por termales de fusión acelerada, capaces de generar ochenta mil megavatios bajo condiciones normales.

Mientras, la imagen de la nave crecía en la cabina. Era gris, utilitaria, nada interesante. Dos grupos de compartimentos se configuraban en trazados paralelos, conectándose con la sección posterior por medio de un sistema de propulsión magnético (para maniobrar en el espacio lineal) y hacia delante por medio del puente.

Corté la descripción y pedí:

—La historia de la misión más reciente.

La nave flotaba en la oscuridad.

—Lo lamento. Esa información no está disponible.

—¿Por qué no?

—El diario de a bordo ha sido sacado de circulación porque está pendiente el sobreseimiento de asuntos judiciales relativos a supuestas irregularidades en el equipamiento. Razones de seguridad impiden obtener mayores datos en este momento.

—¿Qué clase de supuestas irregularidades?

—Esa información no está disponible.

—¿Fue breve la misión?

—Sí.

—¿Por qué?

—Esa información no está disponible.

—¿Cuándo habrá información disponible?

—Lamento decir que no tenemos datos para responder esa pregunta.

—¿Podría decirme cuál era el itinerario planeado del
Tenandrome

—No —respondió después de un momento.

—¿No pertenece a los temas de información pública?

—Ya no. Ha sido borrado.

—Habrá alguna copia en alguna parte.

—No tengo esa información.

Los esquemas del
Tenandrome
centelleaban en la pantalla como si estuviera distraída.

—¿Dónde está ahora el
Tenandrome?

—Está cumpliendo el segundo año de una misión de seis en las Profundidades de Moira.

—¿Podría darme la lista de la tripulación y del equipo de investigación del
Tenandrome?

—¿Desde qué viaje?

—Desde los cuatro últimos.

—Puedo darle información de las misiones XV y XVI y del viaje actual.

—¿Y del viaje XVII?

—No está disponible.

—¿Por qué no?

—Ha sido clasificada.

Saqué la tarjeta y dirigí la mirada hacia fuera, donde a través de los vidrios se veía un parque iluminado. En la distancia, las luces destacaban las paredes oceánicas.

¿Qué diablos estaban escondiendo? ¿Qué podrían estar escondiendo?

Alguien lo sabía.

En algún lado, alguien lo sabía.

Anduve al acecho de empleados y burócratas de Investigaciones. Los abordaba en los bares, en el Museo Field, en los bancos de los parques, en las playas, en los iluminados corredores del cuartel de Operaciones, en los teatros y restaurantes de la ciudad, en los clubes mientras hacían deporte o jugaban al ajedrez.

Aunque no directamente, casi todos deseaban especular acerca del
Tenandrome.
La teoría más extendida, la que tenía más adeptos, era la versión de Chase Kolpath de que la nave se había topado con alienígenas. Alguien aseguró que varios buques navales habían sido enviados al lugar del descubrimiento y casi todos habían escuchado que varios de los jóvenes de la tripulación habían vuelto con el cabello blanco.

Corría una variación de esta historia: el
Tenandrome
había encontrado una vieja flota a la deriva y había intentado investigar. Pero había algo entre las cubiertas de las naves que los había desmoralizado a la hora de seguir con la búsqueda, forzando al capitán a suspender la misión y volver a casa. Un endocrinólogo de larga barba me dijo, con la honradez de un moribundo, que la nave había encontrado un fantasma. Pero no pudo o no quiso explicar más.

Una analista de sistemas entrada en años, con quien me puse en contacto una tarde frente al mar, me dijo que ella había escuchado que había habido un enclave alienígena en ese lugar, un conjunto de torres en una luna sin atmósfera. Pero los alienígenas habían muerto hacía tiempo, sin salir nunca de sus refugios. Agregó: «Lo que escuché es que las torres se habían abierto al vacío, desde dentro».

La versión más salvaje provino de un agente de alquiler de deslizadores, que afirmó que la nave había encontrado un vehículo lleno de humanos que hablaban un idioma desconocido, que no pudieron ser identificados y que eran idénticos a nosotros en lo fundamental («lo que quiere decir», musitó, «que sus órganos sexuales se complementaban con los nuestros»), pero que no tenían origen común.

Encontré a una mujer joven que había conocido a Scott. Siempre sucede, supongo, si se busca lo suficiente. Era escultural, delgada y atractiva, con una sonrisa encantadora. Acababa de romper con alguien (o él con ella; es difícil decirlo). Terminamos en un pequeño bar de uno de los acantilados. Se llamaba Ivana; era vulnerable por la noche. Pude haberla llevado a la cama, pero parecía tan desolada que no quise aprovecharme de su estado de ánimo.

—¿Dónde está? —le pregunté—. ¿No sabes adonde fue?

Aunque bebía demasiado, el alcohol no parecía afectarla.

—Fuera —dijo—. En algún lado. Pero va a volver.

—¿Cómo lo sabes?

—Siempre vuelve. —Había cierta acritud en su voz.

—¿Ha hecho más viajes como este otras veces?

—Oh, sí-respondió—. No es de los que se quedan.

—¿Por qué? ¿Adónde va?

—Creo que se aburre. Y va a los lugares de las batallas de la Resistencia. O a los museos y monumentos; no sé bien a cuáles.

El ruido crecía en el bar, de modo que la llevé fuera pensando que el aire fresco nos ayudaría a los dos.

—Ivana, ¿qué te dice cuando vuelve? ¿Te habla de algo de lo que vio?

—La verdad que no me habla de eso, Alex. Y nunca se me ha ocurrido preguntarle.

—¿Le has oído hablar de Leisha Tanner?

Iba a decir que no, pero cambió de idea.

—Sí —dijo con el rostro iluminado—. La mencionó un par de veces.

—¿Qué dijo de ella?

—Que estaba tratando de averiguar algo respecto a ella. Es un personaje histórico o algo así. —El océano se revolvía bajo nuestros pies como una bestia oscura—. Es un hombre extraño; a veces me hace sentir incómoda.

—¿Cómo le conociste?

—Ya ni me acuerdo. En una fiesta, me parece. ¿Por qué? ¿Por qué te importa?

—Por nada —respondí.

Eso provocó en ella una sonrisa melancólica, adorable.

—¿Por qué te interesa Scott?

Me sorprendió entonces. Yo le conté mi falsa historia, y le resultó simpático que no pudiera dar con él.

—Cuando lo vuelva a ver —me dijo—, le voy a decir que estuviste aquí. —Bebimos más y también caminamos un rato. La noche invitaba y sus encantos crecían mientras paseábamos—. Se ha vuelto muy extraño —añadió. Había hecho la misma observación varias veces esa noche—. No lo reconocerías.

—¿Desde lo del
Tenandrome?

—Sí. —Nos detuvimos. Ella se asomó a la baranda mirando hacia el mar. Parecía perdida. El viento hacía flotar su chaqueta. Se la ajustó, ciñéndosela en torno al cuerpo—. Es hermoso estar aquí afuera. —La Pecera no tiene satélite, pero en las noches claras, el cielo está dominado por La Dama Velada, que es mucho más luminosa y embriagadora que la luna entera de Rimway—. Trajeron algo con ellos, al regresar. Los del
Tenandrome.
¿Lo sabías?

—No —respondí.

—Parece ser que nadie sabe nada. Pero hubo algo. Nadie quiere hablar de eso, ni siquiera McIras.

—¿La capitana?

—Sí. Una zorra con mucha sangre fría. —Su mirada se endureció—. Llegaron y de nuevo tuvieron que irse. A otra larga misión. La tripulación partió casi antes de que se supiera que habían llegado.

—¿Y el equipo de investigadores?

—Se fueron. Habitualmente vuelven a casa y después retornan aquí para recibir instrucciones. Esta vez no. Nunca los volvimos a ver, excepto a Hugh, por supuesto.

Caminábamos otra vez. El frente de agua de Pellinor era brillante y seductor, con sus luces centelleantes flotando en el agua.

—En un sentido, nunca volvió a casa. No para quedarse, al menos. Siempre está fuera. Como ahora.

—Dijiste que acostumbra a ir a los campos de batalla. ¿Adónde, por ejemplo?

—A la Ciudad del Peñasco la última vez. A Ilyanda. A Radin'hal. A Grand Salinas. —Era una lista de nombres de la Resistencia—. Sí —prosiguió al ver mi reacción—. Tiene una idea fija: los Sim. No sé qué será, pero está buscando algo. Vuelve a casa después de semanas o meses de estar fuera y regresa a Investigaciones un par de días. Luego nos enteramos de que ha vuelto a partir. No era así antes. —Le temblaba la voz—. Yo no lo entiendo.

Para que nadie piense que no me estaba esforzando lo suficiente, intenté también una aproximación directa. Hacia el final, después de que mis investigaciones informales me hicieron avanzar tanto como fue posible, fui derecho al edificio de Administración y pedí ver al director de Operaciones Especiales. Su nombre era Jemumba.

Me enviaron a un secretario, que me pidió que especificara mi solicitud y dijo que volverían a contactar conmigo en, tal vez, seis meses. Al final pude hablar con uno de los investigadores, que negó que algo anormal hubiese pasado. Sí, había escuchado los rumores, pero en esta actividad siempre los había. Él podía asegurarme, sin posibilidad de error, que no existían alienígenas en aquel lugar, al menos no en los mundos que Investigaciones había conocido. También el rumor de que había habido imprevistos de alguna clase en el
Tenandrome
era una burda mentira.

Me explicó que restringir la información referente al vuelo era una operación de rutina cuando había algún tipo de demanda legal. Y había una gran cantidad de expedientes legales referentes al
Tenandrome XVII.

—Un fallo en una nave grande no es ninguna tontería, señor Benedict —me explicó, preciso y sin apasionarse—. El servicio ha incurrido en gastos considerables y el tema de la responsabilidad es muy complicado. Sin embargo, le anticipamos que todo quedará aclarado en un año aproximadamente. Cuando eso tenga lugar, usted podrá acceder a toda la información que quiera sobre el vuelo, la tripulación y el equipo de investigadores, que desde luego nunca se hace pública. Consideraciones privadas, ¿entiende? Por favor, déjeme su nombre y código. Nos pondremos en contacto con usted.

Así que no me quedó más remedio que ir a Hrinwhar. No hay vuelos regulares, por supuesto. Conseguí un Centauro y contraté a Chase para que pilotara ese aparato infernal. El despegue es aún más fuerte en un aparato pequeño; de modo que me sentí más enfermo de lo habitual al salir y al llegar, y juré que era la última vez.

No había necesidad de aterrizar. Hrinwhar era una roca de hierro niquelado, llena de cráteres, sin aire, localizada dentro de los anillos de un gigante gaseoso, por lo que, creo yo, el Ashiyyur había pensado que era un buen lugar para una base naval. Algunos dicen que el asalto a este lugar fue la hazaña más grande de Sim. Los dellacondanos alejaron de allí con un cebo a los defensores y tomaron la base sin dificultad. Se quedaron con muchos de los secretos más preciados del enemigo.

La evidencia física del recorrido permanece: un canal que fue una vez área de reparaciones de naves de guerra y piezas de metal y plástico esparcidas por la superficie. Probablemente, tal como se veía cuando Christopher Sim y sus hombres llegaron hace dos siglos.

Chase hablaba poco.

Tuve la ligera impresión de que me miraba más a mí que al paisaje.

—¿Suficiente? —me preguntó después de dar varias vueltas.

—No puede ser que esté aquí.

—No; aquí no hay nadie.

—¿Por qué vendría a este lugar salvaje y sombrío?

6

«¡Abran fuego!»

Cóndor-ni, II, 1

«Sim es un hijo de puta: catorce mil años de historia de donde aprender, para hacer la misma carnicería de siempre.»

Leisha Tanner,

Cuaderno de notas

¿Quién acompañó a Gabe en el
Capella?

Otras sesenta y tres personas iban a bordo de la nave, procedentes del ferri de Rimway, veinte de las cuales se dirigían a la Estación Saraglia. (Los grandes interestelares, desde luego, nunca se detienen en puertos de paso. Se gastaría mucha energía y se perdería mucho tiempo luchando contra la inercia; de modo que se deslizan por los sistemas planetarios a gran velocidad. Los pasajeros y la carga se transfieren a vehículos locales.) Parecía que este acompañante estaba entre esos veinte.

Revisé las noticias relativas a su muerte buscando un probable diagnóstico. El grupo incluía turistas de edad, personal naval que partía, tres parejas de recién casados y un grupo de ejecutivos. Cuatro eran de Andiquar: un par de exportadores-importadores, un chico enviado a sus parientes y un agente de policía. Nada prometedor.

Sin embargo, tendría suerte con John Khyber, el policía.

Conseguí el código de sus parientes más próximos y me puse en contacto.

—Soy Alex Benedict —dije—. ¿Podría hablar con la señora Khyber?

—Soy Jana Khyber.

Esperé que se materializara, pero no sucedió.

—Siento molestarla. Mi tío iba en el
Capella.
Creo que viajaba con su esposo.

—Ah. —Hubo un cambio total en su voz: se volvió más suave, interesada, doliente—. Lamento lo de su tío. —Oí que se encendía el proyector de Jacob. Hubo una ráfaga de color en el aire, y apareció ella, dignificada, con un ligero aire de matrona, atenta. Tal vez irritada, aunque no sé si conmigo, con Gabe o con su esposo. No podría decirlo—. Me alegra poder hablar con alguien del tema. ¿Adónde iban?

BOOK: Un talento para la guerra
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