El psicólogo de la Universidad de Tel Aviv, Carlo Strenger, dice que hay una epidemia moderna que se llama el «miedo a la insignificancia», a no ser nada a los ojos de los demás, a creer que nuestra vida no merece la pena.
¿Cómo decidimos si nuestra vida merece la pena o no?
La respuesta a esta pregunta es muy interesante, porque depende de cómo te valoras y tiene que ver con la famosa autoestima, que te susurra: «¿Soy importante?
¿Merezco cosas buenas en mi vida? ¿O no merezco nada? ¿Soy insignificante y no tengo valor para nadie?». Y esta valoración que haces de ti mismo depende mucho de cómo te comparas con los demás. Cuando dices: «Soy rico, soy guapo, soy feo», ¡es siempre comparado con alguien! Eres más guapo o más feo que alguien. Los humanos vivimos siempre comparándonos. De hecho, los estudios muestran muy claramente que no nos importa tanto el sueldo que ganamos como que ese sueldo no sea más bajo que el de nuestros amigos.
¿Con quién se suelen comparar los humanos?
Si te compararas sólo con tu familia y tus amigos sería más fácil sentirte bien contigo mismo, porque te pareces más o menos a ellos. Pero aquí está el problema…
Antes el mundo de las personas era más reducido, sin embargo ahora tenemos acceso a mucha más gente con la que compararnos. Y si te fijas, verás que muchas de estas personas son productos de marketing, prefabricados, irreales, pero que todos tienen algo en común: son famosos debido a los medios de comunicación. Hoy en día la propia fama se ha convertido en la referencia básica a la hora de medir la valía personal, así que nos comparamos con la imagen que nos lega de los famosos, aunque sean de medio pelo o poco admirables.
¿Qué me pasa cuando me comparo con personas famosas?
Lo que vemos es que se están incrementando los niveles de ansiedad y de depresión en todas partes. Es lo que llaman la «ansiedad global». La gente se pregunta:
«¿Soy guapa como Angelina Jolie? ¿Soy rico como Bil Gates? ¿Soy famoso como los personajes de Torrente?». Y si la respuesta, casi inevitablemente, es no, entonces te preguntas si tu vida merece la pena, si no será que eres insignificante… Además, muchos de estos famosos lo son por la obsesión social con la belleza física y con la juventud, y por ello parece que lo que no has logrado antes de los cuarenta años no tiene valor, o que ya no podrás lograrlo. Esto desvaloriza determinados trabajos o personas que necesitan tiempo de maduración. ¡Y es tan falso! Pero se da por sentado en los medios de comunicación, y como éstos se imitan y son imitados contagian determinadas ideas con mucha facilidad.
¿Cómo sé si mi vida es valiosa, aunque no sea como la de la gente famosa que me rodea por todas partes?
Puedes decidir que tú vas a ser tu principal referente, que vas a aceptarte como eres porque estás a gusto con la vida que has elegido. Strenger nos recuerda que para eso necesitas tener una visión de conjunto de tu vida: saber lo que te importa, al margen de los demás. Pero eso cuesta trabajo, y no nos educan para vivir así, para saber qué nos importa y ponerlo en práctica, sino que nos educan para imitar y para obedecer.
¿Qué puedo hacer para saber si estoy viviendo desde mis propios intereses y convicciones?
Si alguien ahora mismo se está sintiendo insignificante, quiero recordarle que algo que nos caracteriza a los humanos es que no somos clones, sino que somos únicos y que tenemos algo único que dar a los demás. Voy a daros un truco sencillo, pero muy eficaz, para ayudaros a descubrir si vivís de acuerdo a lo que es valioso para vosotros. Imagina que te casas y estás contemplando la ceremonia desde un lugar alejado
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, por ejemplo desde la copa de un árbol, o desde una nube, y tus amigos van a hacer un brindis por ti, por tu nueva vida de casado. Ahora piensa por un momento en qué te gustaría que los demás dijesen de ti. Piensa tres o cuatro cosas por las que realmente te gustaría ser reconocido, que darían valor a tu vida, y si los demás van a poder decirlas, por supuesto. Al fin y al cabo, si queremos saber quienes somos de verdad, es importante fijarnos en el resultado de nuestras acciones y en cómo nos perciben aquellos que nos rodean. La mirada de los demás tiene claves interesantes para que podamos legar a comprendernos. No siempre tienen razón ni siempre son objetivos, pero merece la pena saber escucharles.
Para no andar por la vida arrastrado por las circunstancias como una botella de plástico empujada por la corriente de un río, habría que centrar la mirada en lo que de verdad nos importa, en lo que nos hace especiales, en lo que podemos dar a los demás. Cuando estás centrado en tu propia búsqueda, en ser tú mismo sin despreciarte por culpa de comparaciones inoportunas, superas una parte debilitante del miedo al rechazo de los demás y al fracaso, y ganas tiempo, energía y fuerza para poner al servicio de lo que de verdad te importa.
Cómo superar el miedo al fracaso
¿Recuerdas lo que sentías cuando nadie te elegía para estar en los equipos de la clase de gimnasia? ¿O la cara de decepción que ponían tus padres cuando suspendías un examen? Tal vez incluso te castigaban. ¿Recuerdas en cambio la alegría de pasar tu examen de conducir? Desde pequeños aprendemos que triunfar es divertido y que fracasar es doloroso. Poco a poco aprendemos a temer el fracaso en ámbitos tan variados como la vida de pareja, ser padres, perder el trabajo o no conseguir un ascenso laboral.
Aunque nuestra cultura admira la innovación, es dura con el fracaso, así que los innovadores, especialmente en el mundo corporativo, tienen que aprender a serlo aun a riesgo de ser impopulares.
¿Qué efecto puede tener en mi vida el miedo al fracaso?
Arriesgarse implica la posibilidad de fracasar. Si tienes mucho miedo a fracasar tal vez evites, sin siquiera darte cuenta de ello, cualquier reto que no estés seguro de conseguir. Esto puede limitar tremendamente tus posibilidades de descubrir nuevos retos y de generar oportunidades.
¿Cómo puedo saber si gestiono correctamente mi miedo al fracaso?
Para protegernos del miedo al fracaso las personas solemos refugiarnos, a menudo sin saberlo, en estrategias concretas. Por ejemplo, quienes evitan el fracaso a toda costa pueden hacerlo provocando circunstancias que les darán una excusa supuestamente honorable para fracasar, por ejemplo tener un hijo que te «impide» terminar tu diploma universitario o presentarte a unas oposiciones.
¿Basta con empeñarme en no tener miedo al fracaso?
No. Hay distintas formas de encarar el miedo al fracaso, y no todas son inteligentes. Por ejemplo, las personas con mucho miedo al fracaso combinado con una necesidad alta de reconocimiento social pueden desarrollar un perfil de trabajadores compulsivos; en cambio, si una persona tiene poco miedo al fracaso y mucho deseo de éxito, puede fracasar repetidamente debido a su falta de realismo.
¿Cómo es una vida en la que no se arriesga a fracasar?
Una vida sin riesgos puede ser una vida segura pero sin sorpresas, por lo que puede resultar aburrida y frustrante. Imagínate cómo sería tu vida haciendo exactamente lo mismo dentro de veinte años. ¿Te imaginas así? ¿Es lo que quieres? Recuerda que si no haces esfuerzos y te arriesgas probablemente tu vida no será lo que esperabas.
¿Cómo puedo superar el miedo al fracaso?
– Aprende una lección valiosa de cada fracaso. No te cierres al fracaso, aprende de él. Las investigaciones muestran que las personas que aprenden una lección de cada fracaso superan su experiencia más deprisa y pueden aplicarla inteligentemente a su próximo intento.
– No te tomes cada fracaso como algo personal. Recuerda que las personas que han logrado algo también han fracasado muchas veces.
– Sé consciente de lo que te cuestan las oportunidades perdidas. A veces sólo consideramos lo que podríamos perder, no lo que podríamos ganar. Éste suele ser el mayor riesgo que corre la gente que no se atreve a arriesgarse. Los riesgos ofrecen recompensas altas.
– Visualiza tu fracaso y tu éxito. Imagina que fracasas en un cometido que te preocupa e imagina las consecuencias de este fracaso. Probablemente no te parezcan tan terribles como temes ahora. Recuerda que los estudios muestran que tendemos a subestimar nuestra capacidad de sobreponernos a las adversidades. Ahora, visualiza que tienes éxito en tu cometido.
– Equilibra los riesgos con la seguridad. El cofundador de Netscape, Marc Andreessen, compara una carrera profesional bien levada con un portafolio diversificado: deberíamos tener muchas opciones, algunas seguras y otras más arriesgadas, para lograr una plataforma más o menos estable con muchas posibilidades de crecimiento.
– Ten un plan alternativo. Si fracasas con tu primera opción, asegúrate una salida que te permita gestionar el fracaso con inteligencia. Arriesgarse no significa quedarse sin una red de seguridad.
– Conoce a tu enemigo. Lo que más miedo nos da es la incertidumbre. Analizar tus posibilidades y conocer bien las ventajas y peligros de los riesgos que asumes te ayudará a tomar decisiones racionales.
– Elige entre un riesgo moderado o un riesgo elevado. Para tomar riesgos, el primer paso es el más difícil. Puedes empezar con metas cortas y sencillas hasta que cobres seguridad en lo que haces. Una alternativa más drástica es quemar las naves, como hacían los antiguos griegos cuando tocaban tierra después de atravesar el mar para ir a luchar. Para ello, apúntate al examen de ese diploma que quieres conseguir, o renuncia a tu contrato de alquiler si quieres cambiar de ciudad. Si sólo tienes dos opciones, el fracaso o el éxito, no tendrás más remedio que arriesgarte. El miedo al fracaso desaparece cuando éste no puede salvarte.
La vida, a pesar de nuestros intentos por conseguir nuestras metas, suele estar plagada de pequeñas y grandes contradicciones, de emociones mezcladas, de cansancio físico y mental, de diversas decepciones, deslealtades, sustos, alegrías, frustraciones… No basta sólo con sobrellevar las contrariedades y los disgustos, sino que necesitamos herramientas que nos ayuden a cerrar las heridas, a hacer elecciones inteligentes y a retomar fuerzas para seguir el camino. Vamos a analizar algunas, y a descubrir en el camino otro de los mecanismos misteriosos de la influencia recíproca entre cuerpo y mente, un principio básico que sin duda os sorprenderá: algo tan sencillo como poner cara de felicidad, aunque no tengas ganas de ello, puede ayudarte a cambiar tu estado de ánimo. Descúbrelo aquí.
Sonríe aunque no tengas ganas
Se dice popularmente que la cara es el reflejo del alma. Es decir, que lo que sentimos por dentro se refleja por fuera, en nuestras miradas y en nuestros gestos. Por ello cuando estamos alegres se nos pone «cara de felicidad» y decimos de las personas felices que tienen «buena cara» o que «irradian» felicidad. Y es que reconocemos intuitivamente que las emociones se plasman en la cara y en el cuerpo.
Pero aún nos queda mucho más por descubrir en este sentido, aunque de entrada los científicos han averiguado que no sólo las emociones se plasman en el cuerpo, sino que al revés también funciona: que si no estás feliz pero pones cara de felicidad, como por ejemplo cuando sonríes mecánicamente y sin ganas, te sientes un poco más feliz. ¿Sorprendido? ¿Incrédulo? Son conclusiones de estudios clásicos y prestigiosos como los de Paul Ekman, y aunque nos sorprendan podemos sacarles mucho partido en nuestra vida diaria, porque una de sus implicaciones más potentes y prácticas es la importancia real de poner al mal tiempo buena cara.
¿Quieres decir que hay una relación estrecha entre el cuerpo y la mente?
Sí, y es una relación que empezamos a comprender ahora, después de siglos en los que creíamos que el cuerpo iba por un lado y la mente por otro. Empezamos a saber a ciencia cierta que no hay nada más lejos de la realidad, y estos conocimientos van a alterar, sin duda radicalmente, la forma de cuidarnos en cuerpo y mente. La relación más evidente entre tus emociones y tu cuerpo es algo que puedes comprobar de inmediato: piensa en cuando te sientes feliz. El corazón te late más despacio porque tienes menos miedo, y sonríes, que es la señal de estar más abierto y vulnerable a los demás. En cambio, si tienes miedo tu corazón se acelera y aprietas los dientes porque estás tenso y a la defensiva. En otras palabras: tu cara es como un termostato y según la cambias se altera tu «temperatura» emocional.
Si levo mis emociones escritas en el cuerpo y la cara ¿significa eso que todos pueden percibirlas?
Desde luego. Si miro a alguien frunciendo el ceño, eso significa desagrado. Si abro los ojos muy grandes, estoy comunicando sorpresa. Y si arrugo la nariz, afirmo que tengo asco. Es un lenguaje universal que, pese a que estudios recientes indican que existen diferencias sutiles en la gestualidad de occidentales y orientales, se reconoce en todos los rincones del mundo: el lenguaje no verbal.
¿Hay algún truco para mostrar alguna emoción que me haga caer mejor a la gente?
Puedes probar este gesto: cuando te encuentres con alguien a quien quieras comunicar agrado, pon un gesto de sorpresa al verlo, esto es, abre mucho los ojos y préstale atención. El otro se relajará porque se sentirá especial y bien recibido. Con este gesto de apertura lo que haces es poner «cara de bienvenida». Lo que más me gusta de este gesto es que sólo con hacerlo tú también te relajas y te sientes más abierto. Ahora hablaremos de ello, pero es debido al poder del gesto sobre la emoción que mencionamos al inicio.
Hay otro gesto que funciona bien para serenarte cuando estés tenso, y que de hecho hacemos a menudo sin darle importancia. Imagina que has batallado por algún tema y que finalmente tienes que tirar la toalla. Probablemente hayas arrastrado tensión, y eso se acumula en tu cuerpo y en tu cara. Vamos a relajar la tensión física y verás como con ello alivias también la tensión emocional. Encoje y levanta los hombros, respira hondo y di en voz alta: «Qué le vamos a hacer». Les estás dando conscientemente a cuerpo y mente la señal de cambiar de tercio, y para ello ambos deben ponerse de acuerdo.
¿También importan las expresiones faciales cuando hago ejercicio?
También importan, por la relación estrecha entre lo que nos pasa por dentro y por fuera de la que estamos hablando. Así que intenta no poner cara tensa cuando haces esfuerzos: si relajas la cara cuando haces un gran esfuerzo tu cuerpo sufrirá menos. Se ha comprobado también con personas deprimidas: si ponen caras más positivas, se sienten mejor. Sólo con poner cara de algo ya puedes sentir un poco de esa emoción, la que sea. Y si te pones frente a un espejo, el efecto es aún más potente. Funciona con cualquier emoción. Intentad poner, por ejemplo, cara de tristeza, o de ira, o de desprecio, y notad cómo con cada expresión hay un cambio fisiológico correspondiente, por ejemplo el pulso se acelera cuando pones cara de enfado, aunque no estés enfadado. Es algo muy difícil de resistir, un lenguaje interno del cuerpo que podemos aprender a utilizar para favorecer las emociones que necesitamos para sentirnos bien.