Underworld (26 page)

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Authors: Greg Cox

Tags: #Aventuras, #Fantasía

BOOK: Underworld
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Ella asintió y sonrió. Sus ojos adoradores y su expresión radiante le dijeron todo lo que necesitaba saber. Sus deseos eran órdenes para ella.

• • •

El viejo y derruido edificio, situado en uno de los rincones menos atractivos del centro de Pest, era un montón de ladrillos feo y nada atractivo, a todas luces construido después de la guerra, cuando la ciudad estaba en manos de los soviéticos. Décadas de contaminación habían ennegrecido la fachada en su totalidad y las ventanas cegadas con planchas de acero y cubiertas de pintadas y graffiti evidenciaban que llevaba algún tiempo abandonado.

O eso parecía.

—Éste es uno de los lugares que utilizamos para realizar interrogatorios —le explicó Selene mientras subía el coche al bordillo. La lluvia había parado por fin pero las calles y callejones seguían mojados. La luna gibosa que asomaba entre los chatos edificios del vecindario se reflejaba en los grasientos charcos.

Tras aparcar el sedán en un cercano y discreto callejón, salió y subió con Michael los resbaladizos escalones del edificio. Acto seguido, abrió el candado que mantenía cerrada la puerta principal. Entraron en un vestíbulo sombrío y Michael oyó ratas que escapaban, sorprendidas por la aparición de aquellos visitantes tardíos. Selene encendió una lámpara, quizá como concesión a la visión meramente humana de Michael, y recorrió el vestíbulo cubierto de basura con su haz frío y blanco. Una escalera ruinosa conducía a los pisos superiores y Selene empezó a subir los crujientes peldaños mientras iluminaba el camino con el foco.

Michael la siguió en silencio, mientras su cerebro a punto de estalla seguía tratando de asumir las revelaciones asombrosas que Selene le había hecho antes. O, más bien, decidir qué parte de la historia debía creer, si es que debía creer alguna. Hombres-lobo y vampiros… oh, Dios mío, pensó.

Lo más espeluznante de todo era que, en contra de todas las fibras de su mente racional y moderna del siglo XXI, estaba empezando a considerar la idea absurda de que era posible, sólo posible, que Selene estuviera diciendo la verdad. En cuyo caso él estaba metido en la peor de las mierdas imaginables.

—Bueno, ¿y qué es lo que haces? —preguntó cautelosamente mientras subían las escaleras, un fatigoso piso tras otro. Su cuerpo maltrecho y agotado protestaba contra la gravedad a cada paso que daba—. ¿Matar gente y beber su sangre?

Selene sacudió la cabeza.

—Hace cientos de años que no nos alimentamos de seres humanos. —A diferencia de Michael, a ella no parecía haberle afectado la agotadora subida—. Llama demasiado la atención.

Llegaron al final de las escaleras y abrió una gruesa puerta de madera en el sexto piso. Entró, encendió una luz y a continuación indicó a Michael que la siguiera. A falta de una idea mejor, éste lo hizo.

Entre libremente y por propia voluntad,
pensó, recordando una línea de Drácula. Había leído el libro hacía años, en el instituto, pero nunca había creído que fuera a vivirlo en carne viva.
Pase a mi guarida…

Unos fluorescentes que se fueron encendiendo en sucesión mostraron una sala pequeña y espartana equipada con escaso mobiliario. No había camas ni sofás, sólo varias sillas de metal, unos pocos armeros en las paredes y cajas de munición pulcramente apiladas en el suelo. Las paredes y el suelo estaban desnudas de toda ornamentación, excepción hecha de un viejo calendario pasado de fecha clavado en una de aquellas. Una especie de piso franco, comprendió Michael, a pesar de que hasta el día presente su conocimiento de tales cosas se debía simplemente a las novelas y películas de espías.

Selene pulsó un interruptor en la pared y se produjo un zumbido electrónico. Una serie de paneles de metal oxidado se deslizaron hacia abajo y apareció una ventana que daba a la calle. Se aproximó con cautela a la ventana y a continuación se arriesgó a echar un vistazo al exterior y asintió para sí con aire sombrío.

Todo despejado,
supuso Michael. Trató de no pensar demasiado en que, si Selene había dicho la verdad, estaba buscando hombres-lobo.

En un rincón del cuarto, junto a una caja de munición de madera, zumbaba un pequeño refrigerador portátil. Selene se apartó de la ventana y abrió la nevera. Michael vio en su interior lo que parecían varias docenas de bolsas de plasma. ¿Suministros médicos de emergencia, se preguntó, incómodo, o la cena?

Selene sacó un paquete del frigorífico y se lo arrojó a Michael. Para su propio asombro y a pesar de que estaba tan frío como la muerte éste lo cogió.

La sangre helada estaba fría al tacto, como un carámbano. Michael se resistió al impulso de pegársela a la dolorida frente y en su lugar inspeccionó el logotipo de la etiqueta.

—Industrias Ziodex —leyó en voz alta.

Reconoció el nombre. Ziodex era una de las compañías más importantes de la industria biofarmacéutica. El Hospital Karolyi utilizaba asiduamente sus productos.

—Es nuestra —afirmó Selene, lo que explicaba, entre otras cosas, quién pagaba el mantenimiento de la opulenta mansión—. Primero fue el plasma sintético. Ahora esto. Cuando sea aprobado, nos hará ricos.

Michael dio la vuelta a la bolsa y leyó la etiqueta. Sus ojos inyectados en sangre estuvieron a punto de salírsele de las órbitas al comprender lo que tenía entre las manos.

—Sangre clonada —susurró, sin saber muy bien si debía sentirse impresionado u horrorizado. Como estudiante de medicina, sabía que se habían hecho investigaciones en aquel campo pero ignoraba que Ziodex estuviera tan avanzada.

—Espera —protestó. Se acababa de percatar de una contradicción—. Antes has dicho que los… vampiros —pasó con torpeza sobre la palabra— llevan siglos sin alimentarse de sangre humana. No creo que existiera la sangre clonada hace cien años.

—Por supuesto que no —dijo Selene. Para gran alivio de Michael, no se sirvió una refrescante pinta de plasma. Probablemente hubiera sido más de lo que podía soportar en aquel momento—. Por orden de los Antiguos, nos alimentamos de sangre de ganado. Hacerlo con los seres humanos era inmoral, además de peligroso. No teníamos ganas de atraer las horcas… y las estacas de madera, de la población enfurecida. —Le quitó a Michael la bolsa, que empezaba a deshelarse, y volvió a guardarla en la nevera—. El plasma sintético y la sangre humana clonada son innovaciones relativamente recientes.

Michael no tuvo valor para preguntar si la sangre clonada tenía el mismo sabor que la normal.

—Entonces, ¿los vampiros ya no beben sangre de verdad?

En cierto modo espeluznante, era casi una desilusión, algo así como descubrir que Lizzie Borden no había despedazado a sus padres en realidad.

Selene titubeó antes de responder y entonces se puso un poco a la defensiva.

—Bueno, no necesitamos beber sangre humana para sobrevivir, pero a algunos vampiros les gusta beber sangre real en ocasiones, por placer. —Evitó su mirada. Estaba claro que el tema le resultaba incómodo—. De otros vampiros, quiero decir, y de ciertos… donantes humanos.

—¿Donantes voluntarios? —preguntó Michael.

—En teoría —respondió ella con voz sombría. Michael tuvo la impresión de que algunos vampiros eran más escrupulosos que otros en lo referente a su alimentación. Creía que sabía a qué clase pertenecía Selene pero a pesar de ello se llevó la mano a la garganta. Al mismo tiempo, una parte de él seguía sin poder creer que estuviera participando en una discusión seria sobre los hábitos alimenticios de los vampiros.

O sea, vamos… ¿vampiros?

Un silencio incómodo se apoderó de la habitación. Las piernas temblorosas de Michael le recordaron lo enfermo y cansado que estaba y se dejó caer sobre la más cercana de las sillas de titanio, que parecía muy dura y capaz de sostener a un gorila adulto… o quizá a un hombre-lobo de tamaño monstruo. Su mirada perpleja vagó ausente por la habitación hasta detenerse en una mesa de acero de grandes dimensiones que había cerca. Sobre la mesa descansaba una bandeja llena de instrumentos quirúrgicos, cubierta por una capa grisácea de polvo y telarañas.

—¿Para qué es eso? —preguntó. El médico de su interior estaba escandalizado por la falta de esterilidad de los escalpelos y bisturís y otras herramientas, muchas de las cuales mostraban restos de sangre seca, herrumbre o una horripilante combinación de ambas.
¿Es que los vampiros no tienen que preocuparse de las infecciones?
, se preguntó, volviendo a emplear de mala gana la palabra con
«v».

—Los licanos son alérgicos a la plata —le informó Selene. Sacó una de sus pistolas y la colocó sobre la mesa, junto a la bandeja del instrumental—. Tenemos que sacarles las balas deprisa o se mueren en medio del interrogatorio.

No había el menor remordimiento en su tono. Si acaso, parecía mucho más cómoda discutiendo técnicas de interrogatorio de lo que había estado al divulgar las interioridades del estilo de vida de los vampiros.

Michael la miró con horror. Trató de imaginar su exquisita belleza interrogando a un hombre-lobo prisionero y no lo consiguió.

—¿Y qué pasa después?

—Volvemos a meter las balas —dijo, y se encogió de hombros.

• • •

Lucian y Singe caminaban por un pasadizo en ruinas que discurría a gran profundidad bajo la ciudad dormida. Al científico licano le desagradaba abandonar su laboratorio subterráneo pero Lucian había insistido en que Singe lo acompañara para supervisar los preparativos de la histórica noche del día siguiente. En cualquier caso, reconoció Singe para sus adentros, no tenía mucho más que hacer hasta que el humano, Michael Corvin, no hubiera sido liberado. En esencia, el experimento principal estaba en espera.

—Sería conveniente —dijo Lucian— vigilar con más atención a nuestros sedientos primos.

Singe comprendió que Lucian se refería a los vampiros. A diferencia de los miembros menos instruidos de la manada, Singe era muy consciente de los profundos vínculos genéticos que unían a los licántropos con sus adversarios no-muertos. Ambas razas compartían un mismo origen, oculto ahora bajo siglos de conflicto y superstición.

—Enviaré a Raze inmediatamente —le aseguró a Lucian. Un poco de vigilancia adicional no podía hacer ningún mal, en especial ahora que todo estaba en juego y que Raze se había recobrado lo bastante de sus heridas para encargarse de semejante misión.

Lucian se detuvo y puso una mano sobre el flaco hombro de Singe. El colgante metálico que llevaba al cuello atrapaba la luz de los parpadeantes fluorescentes del techo. Singe nunca había visto a su líder sin el brillante talismán.
Una curiosa manía,
pensó el viejo científico, pero una manía que jamás se hubiera atrevido a cuestionar.
Es raro que una criatura tan instruida y visionaria luzca sobre su persona una baratija tan arcaica.

—Me temo que voy a tener que recurrir otra vez a ti, amigo mío —dijo Lucian—. El tiempo se agota y necesito la ayuda de mis mejores colaboradores.

Singe reprimió un suspiro de impaciencia.

Soy un científico,
protestó en silencio.
¡Debo estar en mi laboratorio! ¿Pero quién era él para cuestionar las instrucciones de su amo? De no haber sido por Lucian, habría muerto de leucemia hacía generaciones.

—Como desees —asintió.

Capítulo 20

M
ichael estaba sentado en la incómoda silla de acero, exhausto pero incapaz de dormir. La cabeza la dolía con cada latido del corazón y tenía un nudo en el estómago. Unos bichos invisibles reptaban sobre todo su cuerpo y le obligaban a estar constantemente rascándose los brazos y las piernas. La luz de la luna que se filtraba por la ventana le picaba en los ojos pero se veía incapaz de apartar los ojos de ella.
¿Dice la verdad?,
se preguntó, a despecho de años de riguroso entrenamiento científico.
¿Dice Selene la verdad? ¿Me estoy convirtiendo en un hombre-lobo?

Era una locura, una idea ridícula hasta para ser considerada un solo instante y sin embargo… ¿por qué seguía oyendo aquel aullido monstruoso en el interior de su cráneo?

Se volvió hacia Selene, temiendo preguntarle qué podían significar sus debilitantes síntomas. Ataviada de cuero, la mujer esperaba junto a la ventana abierta, vigilando la calle silenciosa. Sus dedos estaban apoyados en la empuñadura de la pistola automática, como si no pudiera esperar a encontrar un objetivo para sus balas de plata.

—¿Por qué los odias tanto? —le preguntó.

Selene frunció el ceño y cambió de posición para darle la espalda. A juzgar por su lenguaje corporal y lo que revelaba su expresión, lo que menos deseaba en aquel momento era mantener esa conversación.

—¿No puedes responder a la pregunta? —insistió. Si iba a condenarlo por convertirse en un hombre-lobo, al menos quería saber la razón.
¿Voy a ser yo tu próxima víctima
, se preguntó con angustia,
una vez que ocurra lo que… tiene que ocurrir?

Esperó, muy tenso, pero no hubo respuesta. Miró lleno de impotencia a los contornos de lustroso cuero de la espalda de la mujer hasta que estuvo seguro de que iba a darle la callada por respuesta.

—Estupendo —musitó con amargura mientras volvía la mirada a los tablones de madera del suelo. Una mancha oscura decoloraba el suelo en el que estaba sentado. ¿Sangre seca de la víctima de un interrogatorio pasado?

—Mataron a toda mi familia —susurró lentamente la vampiresa. Hablaba en voz tan baja que al principio Michael no estuvo seguro de haberla oído—. Se alimentaron de ellos.

Apartó la mirada de la ventana y clavó los ojos en Michael. En aquellos orbes enigmáticos y castaños, creyó discernir años de pesar y remordimiento sin cicatrizar. Un dolor viejo coloreó la voz de Selene.

—Me quitaron todo lo que tenía —dijo.

• • •

Kraven estaba reclinado en un diván de terciopelo rojo, perdido en sus pensamientos. ¿Dónde estaba Selene ahora y qué estaría haciendo con esa escoria licana? Según Soren, había huido de la mansión con Corvin mientras Kraven estaba ocupado con Viktor en la cripta. Ahora mismo podría estar en cualquier parte, pensó enfadado. Dudaba que regresara a la mansión aquella noche.

No le gustaba nada que hubiera tantos cabos sueltos a menos de veinticuatro horas de su jugada final. Viktor despierto, Selene desaparecida, Lucian descontento… ¡Nada marchaba según lo planeado!

Aún puede funcionar, pensó desesperadamente, tratando de tranquilizarse. Sólo tengo que ser fuerte y no cejar. Sobre todo ahora que la victoria está tan próxima…

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