La puerta se abrió y Erika entró en la suite.
Ya era hora,
pensó Kraven. La había enviado a notificar la resurrección de Viktor a la servidumbre para impedir que los rumores y habladurías se extendieran sin control por la mansión. Como cierta medida de control de daños, se había atribuido el mérito del despertar del Antiguo y había ordenado a Erika que divulgase la historia de que había actuado siguiendo órdenes secretas de la propia Amelia y por razones que sólo ellos dos conocían. Con suerte, esta explicación improvisada transmitiría la impresión de que había mantenido el control de todo lo ocurrido, al menos hasta que ya no importase.
Muy pronto
, se prometió,
mi autoridad será incuestionable.
Se incorporó en el diván.
—Me alegro de que estés aquí —se dirigió a la criada, que llegaba tarde. Erika llevaba fuera unos quince minutos. A juzgar por su aspecto, había aprovechado parte de ese tiempo para retocarse el maquillaje y el peinado—. Ahora, es necesario que esto que voy a contarte se mantenga en el más estricto sec…
Erika lo sorprendió alargando la mano y poniéndole un dedo en los labios. Sus ojos violeta se clavaron en los suyos.
—Eso puede esperar —susurró.
Con una sonrisa seductora, se llevó las manos atrás y desabrochó los cierres del corpiño de encaje negro. El traje cayó al suelo y dejó a la luz un cuerpo femenino digno de una sílfide que no había envejecido un solo día desde aquella noche funesta en Piccadilly, veintisiete años atrás. Sus pies desnudos pasaron por encima del traje abandonado y llevaron la carne de la mujer al alcance de las manos de su sire.
Kraven estaba sorprendido, eso como mínimo. Aquello no era exactamente lo que había estado pensando cuando le había dicho a la ansiosa criada que regresara a su lado. Sólo pretendía ordenarle que mantuviera vigilado a Viktor en la sala de recuperación, so pretexto de ocuparse de sus necesidades, y lo informara de todo cuanto hiciera y todos a quienes viera.
Pero bueno,
reflexionó mientras sopesaba sus opciones
, ¿qué demonios?
Sus ojos oscuros devoraron la incitante desnudez de la rubia vampiresa. A pesar de las graves preocupaciones que lo agobiaban, descubrió que su cuerpo no-muerto respondía a los encantos generosamente desplegados de la mujer
. ¿Por qué no?,
se dijo. En el presente momento necesitaba a todos los leales que pudiera conseguir y si aquello era lo que hacía falta para asegurarse la lealtad absoluta de la muchacha… bueno, había maneras peores de pasar las horas que faltaban hasta la salida del sol.
De modo que aceptó su provocativa invitación, rodeó sus esbeltas y blancas caderas con las manos y la atrajo hacia sí. Sus labios se posaron sobre su vientre y la carne tensa de la muchacha se estremeció incontrolablemente mientras la besaba y lamía en dirección a los pechos. Su piel era tan suave como la porcelana y tan fría como el agua de un arroyo de montaña, y su lengua voraz dejó un rastro húmedo por los contornos sensuales de su cuerpo núbil.
Erika jadeó una vez y entonces se mordió el labio inferior. Kraven sonrió al pensar en su capacidad amatoria; sin duda, la necia zorra había estado esperando este momento desde que se convirtiera en vampiresa.
• • •
—Había algo en el establo haciendo pedazos a los caballos.
Seguía de pie junto a la ventana abierta. Se le hacía raro hablarle de aquella manera, de un asunto tan personal, pero no podía hacer nada para impedirlo. También le parecía que hacía lo correcto, aunque no era capaz de explicar el porqué.
—No hubiera podido salvar a mi madre. Ni a mi hermana. Sus gritos me despertaron. Mi padre murió en el exterior, tratando de echarlos. Yo estaba en la puerta, a punto de ir a buscar a mis sobrinas cuando… unas gemelas, de apenas seis años. Masacradas como animales. Me llamaron a gritos… y luego se hizo un silencio.
—Jesús —susurró Michael.
A pesar de sus problemas y del bestial contagio que estaba recorriendo su cuerpo, su amable rostro estaba lleno de compasión y simpatía. A Selene se le hizo un nudo en la garganta y le costó seguir hablando. No recordaba la última vez que alguien había tratado de compartir su dolor.
—La guerra había llegado a mi casa, mi hogar. —Su voz era poco más que un susurro pero veía que Michael absorbía cada palabra que pronunciaba. Lágrimas carmesí se formaron en sus ojos, por vez primera desde hacía siglos. Al cabo de todos esos años, el recuerdo era todavía como una herida abierta—. Y lo próximo que supe fue que estaba en los brazos de Viktor. Llevaba días siguiendo a los licanos. Él los expulsó y me salvó.
El nombre de Viktor provocó una expresión de desconcierto en Michael.
—¿Quién?
—El más antiguo y poderoso de todos nosotros —le explicó—. Aquella noche, Viktor me convirtió en vampiresa. Su sangre me dio el poder que necesitaba para vengar a mi familia. Y nunca he mirado atrás.
Hasta ahora,
añadió en silencio. ¿Qué tenía aquel humano que hacía que quisiera abrirse de aquella manera, arrancarse la armadura emocional que había encerrado su corazón durante eras? Sólo era un mortal, y encima estaba infestado por la maldición de los licanos.
—He visto tus fotos —balbuceó. Se dijo que sólo estaba cambiando de tema, concentrándose en Michael, que era lo que tenía que hacer—. ¿Quién era esa mujer? ¿Tu esposa?
Sorprendido, Michael apartó la cara.
• • •
La armería de los licanos se encontraba en un bunker abandonado muchos metros bajo la vibrante metrópolis. Caía agua sobre el suelo de hormigón del exterior del bunker mientras Lucian pasaba revista a sus tropas.
Varias docenas de licanos, cada uno de ellos con un arma semiautomática con munición ultravioleta, habían formado en el túnel, de espaldas a las ruinosas paredes de ladrillo. Figuras humanoides ataviadas de colores pardos aferraban sus armas preparándose para administrar una muerte ultravioleta a sus enemigos ancestrales. Los soldados licanos se pusieron firmes mientras Lucian pasaba frente a ellos y entraba en la improvisada armería.
Excelente, pensó. La manada parecía preparada para entrar en combate en cualquier momento.
Aunque mal iluminada y mugrienta, la armería era perfectamente funcional. Había comandos licanos yendo y viniendo, inspeccionando y limpiando sus armas de gran calibre, cargando munición ultravioleta y cosas por el estilo. Habían dispuesto una mesa plegable de aluminio en el centro de la sala para realizar con más comodidad la planificación de la operación de aquella noche. Pierce y Taylor, que habían cambiado sus uniformes de policía por ropas de cuero acolchadas, se encontraban junto a la mesa examinando un mapa detallado de la ciudad. Levantaron la mirada al ver que Lucian se acercaba.
—¿Cómo van las cosas? —preguntó éste con brusquedad.
Los dos licanos sonrieron como respuesta y sus blancos y afilados dientes brillaron en la oscuridad.
• • •
Ahora le tocaba a Michael revivir la peor noche de su vida. Se asomó con mirada triste al pasado mientras Selene lo observaba desde el otro lado del cuarto.
—Traté de girar, pero a pesar de todo no nos vio. Nos arrojó al otro carril. Cuando volví en mí, me di cuenta de que parte del motor estaba ahora en el asiento delantero… y que ella estaba atrapada allí, a menos de quince centímetros de mí, en aquella… horrible posición. Debía de estar en shock, porque no paraba de preguntarme si me encontraba bien. Estaba más preocupada por mí…
Tuvo que parar, con un nudo de emoción en la garganta. El corazón de Selene se partió al escucharlo. Considerando su historia, era un milagro que hubiera vuelto a entrar en un coche y mucho más que hubiera soportado el trayecto en el Jaguar a toda velocidad de la noche pasada. Michael le había contado que habían acabado en las aguas del Danubio; sintió una punzada de remordimientos por haberlo sometido a una nueva experiencia traumática a bordo de un vehículo.
Michael parpadeó para contener las lágrimas y continuó:
—Si hubiera sabido entonces lo que sé ahora, habría podido salvarla. Detener la hemorragia, tratar la conmoción y el traumatismo —Selene oyó pesar y culpa en su voz—. Sin duda podría haberla salvado pero… en cambio, murió allí mismo, ni dos minutos antes de que llegara la ambulancia.
Para su vergüenza, Selene sintió cierto alivio al saber que la novia de Michael, una norteamericana llamada Samantha, estaba irrevocablemente muerta y enterrada, pero desechó la reacción considerándola indigna de sí.
Y además, ¿qué importaba eso? Michael sólo era un peón en la guerra contra los licanos… ¿no?
—Después de aquello —continuó—, no vi ninguna razón para seguir en los Estados Unidos. Mis abuelos por parte de padre habían emigrado allí desde Hungría en los años 40, después de la guerra, y hablaban con mucho cariño de la Patria, así que cuando obtuve mi título me dije, ¿qué demonios? Simplemente me marché, para dejarlo atrás, para… no sé… para olvidar. —Se encogió de hombros con despreocupación, una actitud fingida que contrastaba profundamente con sus auténticos sentimientos—. En aquel momento me pareció una buena idea.
Probablemente te hubiera ido mejor si te hubieras quedado en América, pensó Selene, mordaz. De manera discreta, dirigió la mirada a la marca manchada de sangre del mordisco que tenía en el hombro.
—¿Y lo has hecho? —le preguntó—. ¿Lo has dejado atrás?
Él le miró los ojos.
—¿Y tú?
Selene no tenía respuesta para eso.
• • •
¡Sí!,
pensó Erika, extasiada.
¡Por fin!
Los labios gélidos de Kraven exploraron sus pechos y sus afilados dientes probaron el primero de los pezones y a continuación el segundo. Las fuertes manos de Kraven la sujetaron por la grupa, y su presa dejó una marca sobre su carne flexible. Ella pasó las manos por su lujuriosa melena negra y se aferró a su cabello suelto como si su vida inmortal dependiera de ello.
Erika no podía creerse su buena suerte. Finalmente sus más locas fantasías estaban convirtiéndose en realidad. Lord Kraven le estaba haciendo al amor a ella, no a Selene, ni a Dominique ni a ninguna otra de las chicas. El regente de la mansión, el amo del aquelarre, la había elegido a ella. ¡Había llegado!
Echó la cabeza atrás, sólo un instante, y utilizó sus uñas afiladas para abrirse una pequeña media luna por debajo del pezón izquierdo. Profirió un gemido ruidoso mientras su sangre empezaba a brotar de la herida.
La boca de Kraven regresó a su pecho y lamió el reguero carmesí. Erika emitió un gemido de éxtasis, echó la cabeza hacia atrás y se rindió al placer del momento mientras el vampiro chupaba su sangrante teta.
Quería que aquel momento durara para siempre…
• • •
En el exterior de la mansión, al otro lado de la cancela que delimitaba el perímetro, una furgoneta negra mate pasó lentamente delante de la entrada. El vehículo llevaba todas las luces apagadas de modo que resultaba casi invisible en la profundidad tenebrosa de la noche. Unos zarcillos arremolinados de densa niebla gris que la rodeaban contribuían a ocultar la furgoneta de ojos indiscretos.
Singe estaba sentado tras el volante del vehículo, escudriñando con facilidad la oscuridad con sus ojos de licano. Frenó a pocos metros de la entrada de la mansión y contempló a través de los barrotes de hierro de la valla el apartado edificio gótico que se elevaba al final del camino. La palaciega residencia, con sus columnas de mármol y sus agujas elevadas, era desde luego más grande e imponente que la tosca guarida subterránea de los licanos.
De modo que esto es Ordoghaz,
pensó el científico. Sentía excitación y temor por encontrarse tan cerca de la fortaleza de sus enemigos. Un aquelarre entero de vampiros, con docenas de Ejecutores, se encontraba a menos de medio kilómetro de distancia… y completamente ajeno a su presencia.
O eso esperaba él.
Debería estar en mi laboratorio,
pensó con cierto enojo. Las operaciones de inteligencia como aquella eran cosas de las que deberían encargarse Raze o Pierce y Taylor. Singe aprovechó un momento para suspirar por sus abandonados experimentos. No le gustaba que lo apartaran de su trabajo en un momento tan crítico, justo cuando se encontraba a punto de culminar su revolucionario descubrimiento. Por lo menos, debería estar buscando al esquivo señor Corvin para que el experimento pueda seguir adelante, no espiando un nido de chupasangres desprevenidos.
Sin embargo, él no era quién para cuestionar las cosas. Con un suspiro de resignación, apartó la mirada de la mansión y volvió la cabeza hacia el interior de la furgoneta, donde un equipo de cinco comandos licanos estaba preparando sus armas. Sus rostros humanoides tenían expresiones de salvaje impaciencia. A diferencia del bioquímico, que no podía encontrarse más lejos de su elemento, los soldados parecían preparados, ansiosos y a punto para cazar.
En este caso, murciélagos.
• • •
—¿Quién empezó la guerra? —preguntó Michael.
Selene seguía vigilando desde la ventana. La luz de la luna proyectaba su silueta de esfinge sobre los maderos del suelo. A pesar de todo lo que estaba ocurriendo, no podía por menos que advertir lo preciosa que era.
—Fueron ellos —respondió—, o al menos eso es lo que siempre nos han dicho. —Sus ojos llenos de pesar estaban clavados en las calles desiertas—. Entre nosotros no se mira con buenos ojos a quien escarba en el pasado. Ni a quien hace otras muchas cosas. —Un rastro de resentimiento se insinuó en su voz—. Pero empiezo a pensar que en esta guerra hay más de lo que parece a simple vista.
¿Cómo qué?,
se preguntó Michael y entonces se dio cuenta de que estaba dando crédito y considerando con seriedad las implicaciones políticas de una guerra entre vampiros y licántropos.
¿De verdad me lo estoy tragando?,
se preguntó, incrédulo. Miró con detenimiento a la mujer de belleza exótica que había junto a la ventana. Con aquel traje de cuero ceñido, se parecía más a Emma Peel que a Amne Rice. ¿De verdad creía que era una vampiresa?
No lo sé,
tuvo que añadir a su pesar. Lo cierto es que ya no sabía lo que creía.
Selene consultó su reloj de pulsera.
—Son casi las cinco de la mañana —anunció—. Debería volver.
Sí, antes de que salga el sol,
comprendió Michael, horrorizado al ver que aquello tenía cierto sentido para él. ¿Había un confortable ataúd esperando a Selene en la mansión?