Zapatos de caramelo (20 page)

Read Zapatos de caramelo Online

Authors: Joanne Harris

BOOK: Zapatos de caramelo
10.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No, solo somos amigos —respondí a Sandrine.

Me miró significativamente.

—Si no quieres contármelo, no me lo digas.

Se alejó contrariada, se reunió con Chantal y todo el día se dedicó a hablar con voz baja, reír como una tonta y vigilarnos mientras Jean-Loup y yo comentábamos todos los temas imaginables y tomábamos fotos mientras nos observaban.

Sandrine, yo diría que la palabra que te define es «pueril». Como ya expliqué, solo somos amigos y a Chantal, Sandrine, Suze y los demás pueden zurcirlos..., somos fabulosos.

Cuando acabaron las clases fuimos al cementerio. Es uno de mis lugares preferidos en París y Jean-Loup dice que también lo es para él. Me refiero al cementerio de Montmartre, con las casitas, los monumentos, las capillas de techo puntiagudo, los obeliscos delgados, las calles, las plazas, los callejones y los nichos para los difuntos.

Existe una palabra específica: necrópolis, que significa ciudad de los muertos. De hecho, se trata de una urbe; me parece que los sepulcros podrían ser casas, alineados como están con las pequeñas verjas cerradas, la grava rastrillada y las jardineras en las ventanas con parteluces. No dejan de ser casitas impecables, como si se tratase de un minisuburbio destinado a los muertos. La idea me produjo, simultáneamente, escalofríos y risa, y Jean-Loup apartó la mirada del visor de la cámara y me preguntó qué me pasaba.

—Aquí se podría vivir —repuse—. Bastan un saco de dormir, una almohada, una hoguera y algunos alimentos. En cualquiera de estos monumentos puedes esconderte y nadie se enterará. Las puertas están cerradas y hace menos frío que debajo de un puente.

Jean-Loup sonrió de oreja a oreja.

—¿Alguna vez has dormido bajo un puente?

Por supuesto que sí, una o dos veces, pero no estaba dispuesta a reconocerlo.

—No, pero tengo mucha imaginación.

—¿No te daría miedo?

—¿Por qué habría de asustarme?

—Por los fantasmas...

Me encogí de hombros.

—No son más que fantasmas.

Un gato salvaje asomó parsimoniosamente por uno de los estrechos senderos de piedra. Jean-Loup lo inmortalizó con la cámara. El gato bufó y se deslizó entre las tumbas. Supuse que probablemente había visto a Pantoufle; a veces los gatos y los perros se asustan al verlo, como si supieran que no debe estar presente.

—Algún día veré un fantasma. Por eso traigo la cámara —acotó Jean-Loup. Lo miré a los ojos. Tenía la mirada encendida. Cree realmente. .. y se preocupa, razón por la cual me cae tan bien. Detesto la gente a la que nada le importa y que discurre por la vida sin interesarse ni creer—. Realmente no te asustan los espíritus.

Bueno, cuando los has visto tan a menudo como yo, no sueles preocuparte por esas cuestiones..., aunque tampoco estaba dispuesta a confesárselo. Su madre es católica ferviente. Cree en el Espíritu Santo, en los exorcismos y en que el vino de la comunión se convierte en sangre... Venga ya, ¿acaso no es una barbaridad? Los viernes comen pescado. ¡Ay, tío! A veces pienso que soy un fantasma, un espíritu ambulante, parlante y respirador.

—Los muertos no hacen nada, por eso están aquí y por eso las portezuelas de las capillas no tienen picaporte por dentro.

—¿Y la muerte? —quiso saber—. ¿Te asusta la muerte?

Volví a encogerme de hombros.

—Supongo que sí, como a todos.

Jean-Loup pateó una piedra y apostilló:

—No todos saben cómo es.

Despertó mi curiosidad.

—Dime, ¿cómo es?

—¿La agonía? —Jean-Loup también se encogió de hombros—. Verás, hay un pasillo de luz y tus amigos y parientes muertos te están esperando. Todos sonríen. Al final del pasillo se ve una luz intensa, realmente intensa y... y supongo que sagrada; una luz que te habla y dice que tienes que volver a la vida, pero que no debes preocuparte, porque un día regresarás y te internarás en la luz con todos tus amigos y... —De repente dejó de hablar—. Bueno, eso es lo que opina mi madre. Es lo que le dije que vi.

Le clavé la mirada.

—¿Qué viste?

—Nada, absolutamente nada.

Se impuso el silencio mientras Jean-Loup observaba a través del visor las avenidas del cementerio, repletas de muertos. Cuando accionó el obturador la cámara emitió un chasquido.

—¿Acaso no sería una broma pesada que no sirviese de nada? —preguntó y apretó el obturador—. ¿Y si, después de todo, el cielo no existe? —Sonó un nuevo chasquido—. ¿Y si los muertos simplemente se están pudriendo?

Subió tanto el tono de voz que varios pájaros posados en uno de los sepulcros aletearon súbitamente y emprendieron el vuelo.

—Te dicen que lo saben todo, pero no es verdad —añadió—. Mienten, siempre mienten.

—No siempre —precisé—. Mamá no miente.

Me miró de forma peculiar, como si fuera mucho, mucho mayor que yo, y poseyese una sabiduría nacida de años de sufrimiento y decepción.

—Ya te mentirá —insistió—. Siempre mienten.

2

Martes, 20 de noviembre

Hoy Anouk trajo a su nuevo amigo. Se trata de Jean-Loup Rimbault, un chico de aspecto agradable, algo mayor que ella y con una amabilidad chapada a la antigua que lo distingue de los demás. Jean-Loup, que vive al otro lado de la colina, vino directamente del liceo y, en lugar de irse en el acto, estuvo media hora en la tienda, charlando con Anouk mientras compartían café moca y galletas.

Me alegra ver a Anouk con un amigo, pese a que el tormento que me provoca no deja de ser menos intenso por su condición de irracional. Páginas de un libro perdido...
Anouk a los trece,
susurra una voz silente;
Anouk a los diecis
é
is, cual una cometa al viento... Anouk a los veinte, a los treinta e incluso m
á
s...

—Jean-Loup, ¿te apetece un bombón? Invita la casa.

Jean-Loup no es un nombre precisamente corriente. Tampoco es un muchacho corriente, ya que posee una mirada sombría y calculadora con la que se presenta ante el mundo. Por lo que sé, sus padres están divorciados, vive con su madre y ve a su padre tres veces por año. Su bombón preferido es el de chocolate amargo con almendras crujientes; en mi opinión, se trata de un gusto bastante adulto; por otro lado, es un joven curiosamente adulto y dueño de sí mismo. La costumbre de mirarlo todo a través del visor de la cámara fotográfica resulta ligeramente desconcertante; da la impresión de que intenta distanciarse del mundo exterior y buscar vina realidad más sencilla y dulce en la diminuta pantalla digital.

—¿De qué va la foto que acabas de tomar?

Me la mostró con actitud obediente. Al principio parecía un cuadro abstracto, una maraña de colores y de formas geométricas, hasta que vi de qué se trataba: los zapatos de Zozie tomados a la altura de los ojos y deliberadamente desenfocados en medio del caleidoscopio de bombones envueltos en papel metálico.

—Me gusta —afirmé—. ¿Qué hay en ese rincón?

Daba la sensación de que algo situado fuera del encuadre había hecho sombra en la foto.

Jean-Loup se encogió de hombros.

—Tal vez alguien estaba demasiado cerca. —Apuntó con la cámara a Zozie, que se encontraba detrás del mostrador con una montaña de cintas de colores en las manos—. Me gusta.

—Prefiero que no me hagan fotos. —Aunque no levantó la cabeza, la voz de Zozie sonó tajante.

Jean-Loup se amilanó.

—Solo pretendía...

—Ya lo sé. —Zozie sonrió y el chico se tranquilizó—. No me gusta que me fotografíen. Casi nunca me veo reflejada.

Me dije que podía comprenderlo. El súbito atisbo de inseguridad, precisamente en Zozie, cuya actitud animada ante todo logra que cualquier tarea parezca sencilla, me incomodó y me pregunté si no me apoyaba demasiado en mi amiga que, al igual que el resto de los mortales, debía de tener sus propios problemas y angustias.

Si los tiene, los oculta a la perfección; aprende muy rápido y con una facilidad sorprendente. Se presenta cada mañana a las ocho, justo a la misma hora en la que Anouk sale para el liceo, y dedica la hora que transcurre antes de abrir el local a ver cómo realizo las diversas técnicas para preparar chocolate.

Sabe templar el chocolate cobertura, calibrar las diversas mezclas, medir las temperaturas y mantenerlas constantes, conseguir el mejor brillo, decorar una figura fabricada con molde o hacer virutas de chocolate con un pelador.

Mi madre habría dicho que tiene dones, si bien su verdadera habilidad atañe a los clientes. Obviamente, ya había notado su facilidad para tratar con diversas personas, la capacidad de recordar nombres, su sonrisa contagiosa y la forma en la que consigue que, por muy llena que esté la chocolatería, cada cliente se sienta especial.

He intentado agradecérselo, pero ríe como si trabajar aquí fuese un juego, una tarea que realiza para divertirse más que para ganar dinero. Me he ofrecido a pagarle un salario justo pero, de momento, lo ha rechazado, a pesar de que con el cierre de Le P'tit Pinson ha vuelto a quedarse sin trabajo.

Hoy mencioné nuevamente el tema:

—Zozie, mereces un salario adecuado, ya que ahora haces mucho más que echar una mano de vez en cuando.

Se encogió de hombros.

—En este momento no puedes darte el lujo de pagar un salario completo.

—Francamente...

—Francamente... —Zozie enarcó una ceja—. Madame Charbonneau, para variar debería dejar de preocuparse de los demás y cuidar de la número uno.

Reí al oír esas palabras.

—Zozie, eres un ángel.

—Sí, ni más ni menos. —Esbozó una sonrisa—. ¿Podemos volver a ocuparnos de los bombones?

3

Mi
é
rcoles, 21 de noviembre

Es sorprendente la diferencia que marca una señal. Está claro que la mía fue, más bien, una especie de faro que iluminó las calles parisinas.

Pru
é
bame, sabor
é
ame, exam
í
name...

Da resultado; hoy se presentaron desconocidos y habituales y nadie se marchó con las manos vacías, sino con una caja de regalo adornada con una cinta o un bocado exquisito: un ratón de azúcar, una ciruela al coñac, un puñado de bizcochitos de harina de almendras o un kilo de trufas del chocolate más amargo que tenemos y recubiertas de cacao en polvo, cual bombas de chocolate a punto de estallar.

Todavía es pronto para cantar victoria. Necesitamos más tiempo para seducir a los lugareños, pero ya he percibido el cambio de rumbo y en Navidad los tendremos en el bolsillo.

Y pensar que al principio supuse que aquí no había nada para mí... Este local es un premio. Los atrae y si pienso en lo que podríamos cosechar, no solo en dinero, sino en anécdotas, personas, vidas...

¿He dicho «podríamos»? Por descontado, estoy dispuesta a compartir. Me refiero a nosotras tres..., cuatro si incluimos a Rosette, cada una con sus habilidades específicas. Podríamos ser extraordinarias. Ella ya lo ha hecho en Lansquenet. Tapó sus huellas, pero no fue suficiente. El nombre de Vianne Rocher y los detalles que he averiguado a través de Annie bastaron para rastrear su trayectoria. El resto fue coser y cantar: varias llamadas telefónicas y algunos ejemplares atrasados de un periódico local, fechados hace cuatro años, en uno de los cuales aparecía una foto amarilleada y con mucho grano de Vianne, que sonreía temerariamente desde la puerta de una chocolatería, mientras una pequeña con el pelo revuelto, que solo podía ser Annie, observa por debajo del brazo extendido de su madre.

La Celeste Praline... El nombre resulta muy curioso. Por mucho que ahora parezca imposible, Vianne Rocher disfrutó con algunas extravagancias. En aquellos tiempos no temía a nada, se ponía zapatos rojos y pulseras tintineantes y llevaba el pelo largo y revuelto, como las gitanas de los tebeos. No era exactamente una belleza, ya que tiene la boca demasiado grande y sus ojos no están lo bastante separados, pero cualquier bruja digna de su manual de sortilegios habría dicho que estaba pletórica de encantos. .., encantos con los que modificar la trayectoria de algunas vidas, encantos con los que hechizar, curar y ocultar.

¿Qué pasó?

Vianne, las brujas no se jubilan, habilidades como las nuestras piden a gritos que las utilicemos.

La observo mientras trabaja en la trastienda y prepara trufas y bombones de licor. Desde que nos conocimos sus colores se han intensificado y, como ahora sé dónde mirar, veo magia en todo lo que hace. No parece consciente de ello, como si pudiese cegarse mediante el simple expediente de no hacer caso de lo que sucede, de la misma manera que tampoco presta atención a los tótems de sus hijas. Vianne no es tonta..., así que, ¿por qué se comporta como tal? ¿Qué hace falta para que abra los ojos?

Other books

The Outlaw's Bride by Catherine Palmer
The Listener by Tove Jansson
Conquer Your Love by Reed, J. C.
How to Break a Terrorist by Matthew Alexander
The Sirens - 02 by William Meikle
The Tilting House by Tom Llewellyn
Love in Our Time by Norman Collins