Zapatos de caramelo (32 page)

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Authors: Joanne Harris

BOOK: Zapatos de caramelo
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Hablando de todo un poco, ¿qué es un mago? ¿Por qué tengo la sensación de que ya conozco a un mago?

6

Martes, 4 de diciembre

Todavía tenía que lidiar con Roux. Los planes que he elaborado para él no incluyen el contacto con Vianne, pero lo necesito cerca. Tal como estaba previsto, a las cinco y media caminé por la rue de la Croix y esperé a que saliese del trabajo.

Eran casi las seis cuando abandonó la casa. El taxi de Thierry ya había llegado. El constructor se hospeda en un buen hotel mientras reforma el apartamento. Thierry todavía no había salido del piso, por lo que pude observar desde la discreta posición ventajosa de la esquina mientras Roux esperaba con las manos en los bolsillos y el cuello levantado para protegerse de la lluvia.

Thierry siempre se ha jactado de ser un hombre sin pretensiones, un hombre al que no le asusta ensuciarse las manos y al que no se le ocurriría hacer que otro se sienta inferior por la falta de dinero o por su posición social. Obviamente, se trata de una mentira cochina. Aunque no lo sepa, Thierry es un esnob de la peor calaña. Aflora constantemente en sus actitudes y en la forma en la que siempre llama
mon pote
a Laurent; lo detecté en el modo descuidado en el que se tomó su tiempo para cerrar el apartamento, comprobar que todo estaba correcto, conectar la alarma y volverse hacia Roux con expresión de sorpresa, como si estuviera a punto de decir que lo había olvidado...

—¿Cuánto habíamos dicho? ¿Cien? —preguntó.

Supuse que se refería a cien euros diarios. No se trata de una cifra excesivamente generosa. Roux se limitó a encogerse de hombros, gesto que enfurece a Thierry hasta límites indecibles y desata sus ganas de provocar una reacción. Por su parte, Roux mantiene la frialdad, como la llama de un mechero al mínimo. Me fijé en que mantenía la mirada baja, como si temiera lo que podía revelar.

—¿Te va bien un cheque? —quiso saber Thierry. Me pareció una cabronada. Sin duda sabe que Roux no tiene cuenta bancaria, que no paga impuestos y que hasta es posible que ni siquiera se llame Roux—. ¿Prefieres que te pague en efectivo?

Roux volvió a encogerse de hombros.

—Tanto me da.

Prefería perder el pago de una jornada a ceder un punto.

Thierry sonrió de oreja a oreja.

—Está bien, te pagaré con un cheque. Hoy voy justo de efectivo. ¿Seguro que no te molesta? —Aunque sus colores resplandecieron, Roux se mantuvo tercamente en silencio—. ¿A nombre de quién lo hago?

—Déjalo en blanco.

Sin dejar de sonreír, Thierry se tomó su tiempo para redactar el cheque, se lo entregó a Roux y guiñó alegremente el ojo—. Nos vemos mañana a la misma hora, a no ser que ya hayas tenido suficiente. —Roux negó con la cabeza—. Entonces nos vemos mañana a las ocho y media. No te retrases.

Se fue en el taxi y Roux se quedó con un cheque inútil en la mano, evidentemente demasiado ensimismado como para reparar en mi llegada.

—Roux —musité.

—¿Vianne? —Se volvió y me dirigió esa sonrisa luminosa como un árbol de Navidad—. Ah, eres tú.

A Roux le cambió la cara.

—Me llamo Zozie. —Lo miré significativamente—. No te vendría mal ser un poco más simpático.

—¿Cómo dices?

—Digo que al menos podrías fingir que te alegras de verme.

—Perdona, lo siento. —Roux se mostró avergonzado.

—¿Qué tal el trabajo?

—No está mal.

Sonreí al oír esas palabras y apostillé:

—Vamos, busquemos un lugar resguardado en el que hablar. ¿Dónde te hospedas? —Roux mencionó un tugurio en una callejuela cercana a la rue de Clichy justo la clase de alojamiento que me esperaba—. Vayamos. No dispongo de mucho tiempo.

Conocía el lugar; aunque barato y de aspecto sucio, aceptaba dinero contante y sonante, lo que es muy importante para alguien como Roux. En la puerta de entrada no había llave, sino un teclado electrónico en el que se introducía un código. Me fijé en el número que marcaba (825436) y su perfil quedó intensamente iluminado por la descarnada luz naranja de la farola. Archivé el número por si más adelante tenía que usarlo. Me dije que los códigos siempre son útiles.

Entramos. Paseé la mirada por su habitación: interior oscuro, moqueta que al contacto con mis zapatos resultó ligeramente pegajosa; era una celda cuadrada del color del chicle muy mascado, con una cama individual y poco más; no disponía de ventana ni de silla; solo había un lavamanos, un radiador y un cuadro espantoso colgado en la pared.

—Te escucho —dijo Roux.

—Ten, prueba —propuse. Saqué del abrigo una cajita envuelta para regalo y se la entregué—. Los he hecho con mis propias manos. Invita la casa.

—Gracias —respondió con hosquedad y, sin mirarla dos veces, dejó la caja sobre la cama.

Volví a experimentar un aguijonazo de contrariedad.

Solo se trata de una trufa.
¿
Es demasiado pedir?,
pensé. Los signos de la caja eran potentes (había empleado el círculo rojo de la señora de la Luna de Sangre, la seductora, la devoradora de corazones), pero un bocado del contenido haría que fuese mucho más fácil persuadirlo...

—Dime, ¿cuándo puedo ir de visita? —preguntó Roux con impaciencia.

Me senté a los pies de la cama.

—Es complicado. Entiéndelo, la cogiste por sorpresa al presentarte como si hubieras salido de la nada, sobre todo si tenemos en cuenta que ya no está sola...

Roux rió amargamente al oír esas palabras.

—Sí, claro, está con Le Tresset, con el señor importante.

—No te preocupes, ingresaré el cheque y te daré el dinero.

Me miró.

—¿Cómo lo sabes?

—Conozco a Thierry. Es la clase de hombre incapaz de estrechar la mano de otro sin averiguar cuántos huesos puede romper. Está celoso de ti...

—¿Celoso?

—Por supuesto.

Roux esbozó una sonrisa y durante unos instantes pareció divertirse realmente.

—Claro, está celoso porque yo lo tengo todo, ¿no? Poseo dinero, soy guapo, tengo una casa de campo...

—Tienes más que todo eso —puntualicé.

—¿A qué te refieres?

—Roux, ella te quiere.

Durante unos segundos guardó silencio. Ni siquiera me miró, pero detecté tensión en su cuerpo y el destello correspondiente de sus colores, pues pasó del azul mechero de gas al rojo neón, por lo que supe que lo había tocado.

—¿Te lo ha dicho? —preguntó Roux por último.

—No, no con tanta claridad, pero sé que es cierto.

Junto al lavamanos había un vaso de vidrio. Lo llenó de agua, la bebió de un trago, respiró hondo y volvió a llenarlo.

—Si esos son sus sentimientos, ¿por qué se casa con Le Tresset?

Sonreí y le ofrecí la cajita, desde la cual el círculo rojo de la señora de la Luna de Sangre iluminó su rostro con resplandor festivo.

—¿Seguro que no quieres un bombón? —Impaciente, Roux meneó la cabeza—. Está bien, espero que me expliques una cosa. La primera vez que me viste me llamaste Vianne. ¿Por qué?

—Ya te lo he dicho. Te pareces a ella..., bueno, mejor dicho, a como era antes.

—¿Antes?

—Ahora es distinta. Su pelo, su ropa...

—Tienes toda la razón —lo interrumpí—. Se debe a la influencia de Thierry. Es un maniático del control, desaforadamente celoso y siempre quiere salirse con la suya. Al principio fue fantástico. La ayudó con las niñas y le hizo regalos caros. Luego comenzó a presionarla y ahora hasta le dice lo que tiene que ponerse, cómo debe comportarse e incluso la forma de educar a sus hijas. Tampoco ayuda que sea su casero y en cualquier momento podría tirarla a la calle...

Roux frunció el ceño y me percaté de que por fin le había llegado al alma. Detecté dudas en sus colores y, lo que es todavía más prometedor, el primer afloramiento de la cólera.

—¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué no me escribió?

—Tal vez porque estaba asustada.

—¿Asustada? ¿Le tiene miedo a ese hombre?

—Es posible —repuse.

Me di cuenta de que, cabizbajo y con el ceño fruncido por la concentración, Roux se devanaba los sesos. Por una extraña razón no confía en mí, aunque sé que morderá el anzuelo. Lo hará por ella, por Vianne Rocher.

—Iré a verla y hablaré con ella...

—Sería un craso error.

—¿Por qué?

—Porque todavía no quiere verte. Tienes que darle tiempo. No puedes presentarte inesperadamente y pretender que tome una decisión. —Con la mirada me indicó que eso era exactamente lo que deseaba. Le apoyé la mano en el brazo y proseguí—: Escucha, hablaré con ella. Intentaré que comprenda las cosas desde tu perspectiva, pero nada de visitas, cartas o llamadas. En este asunto confía en mí...

—¿Por qué tengo que confiar en ti?

Sabía que convencerlo no sería fácil, pero la situación se había vuelto absurda. Mi tono de voz reveló cierto malestar:

—¿Por qué? Porque soy su amiga y me importa lo que le ocurre tanto a ella como a las niñas. Si durante unos segundos dejases de pensar en tus sentimientos heridos entenderías los motivos por los que necesita tiempo para pensar. Seré clara, ¿dónde has estado los últimos cuatro años? ¿Cómo puede estar segura de que no volverás a largarte? Está claro que Thierry no es perfecto, pero está cuando hay que estar y es de fiar, que es más que lo que puede decirse de ti...

Algunas personas reaccionan mejor a las sacudidas que a los encantos. Es evidente que Roux pertenece a ese grupo, ya que se mostró más cortés que el resto de las veces que se había dirigido a mí.

—Me ha quedado claro. Zozie, lo lamento.

—¿Harás lo que yo diga? De lo contrario, no tiene sentido que intente ayudarte... —Roux movió afirmativamente la cabeza—. ¿Lo dices de verdad?

—Sí.

Dejé escapar un suspiro. Lo más difícil estaba resuelto.

Me dije que, hasta cierto punto, era una pena. A pesar de todo, Roux me resulta muy atractivo. Claro que por cada favor que los dioses conceden tiene lugar un sacrificio. Es evidente que a finales de mes pediré un enorme favor...

7

Mi
é
rcoles, 5 de diciembre

Suze ha vuelto al liceo. Llevaba gorro en lugar del consabido pañuelo e intentó compensar el tiempo perdido. Durante el almuerzo se reunió con Chantal y luego empezó con los penosos comentarios del estilo de «¿dónde está tu novio?» y con juegos estúpidos como «Annie es un bicho raro».

Esas actitudes ya no son ni remotamente divertidas. Han dejado de ser un poco ruines para volverse del todo viles; Sandrine y Chantal hablaron de la visita de la semana pasada a la chocolatería, que describieron como un cruce entre guarida hippie y chatarrería, y rieron como locas de todo.

Para empeorar un poco más la situación, Jean-Loup está enfermo y de nuevo me ha tocado ser el bicho raro en solitario. Me importa un bledo, pero no es justo; mamá, Zozie, Rosette y yo hemos trabajado muchísimo... y ahora Chantal y compañía nos describen como un hato de perdedoras.

En otro momento me habría dado igual, pero nuestra situación ha mejorado mucho, Zozie se ha mudado a vivir con nosotras, el negocio va viento en popa, cada día el local se llena de clientes y Roux se presentó como caído del cielo...

Han transcurrido cuatro días y Roux todavía no se ha presentado. En la escuela no pude dejar de pensar en él y me pregunté dónde ha atracado el barco o si nos ha mentido y duerme bajo un puente o en una casa abandonada, tal como hizo en Lansquenet después de que monsieur Muscat quemase su embarcación.

En las clases me fue imposible concentrarme y monsieur Gestin me gritó por soñar despierta; Chantal y compañía se rieron y ni siquiera pude comentarlo con Jean-Loup.

Hoy todo fue de mal en peor porque, al terminar las clases, mientras hacía cola detrás de Claude Meunier y Mathilde Chagrín, Danielle se acercó con esa expresión de falsa preocupación que adopta tan a menudo y preguntó:

—¿Es cierto que tu hermana pequeña es retardada?

Chantal y Suze estaban cerca y habían puesto cara de póquer. De todos modos, detecté en sus colores que intentaban fastidiarme y me di cuenta de que tenían tantas ganas de reír que estaban a punto de reventar...

—No sé de qué hablas —repliqué sin inmutarme.

Nadie sabe lo de Rosette... o, al menos, hasta hoy supuse que nadie lo sabía. De pronto recordé que un día Suze y yo habíamos jugado con Rosette en la chocolatería...

—Pues es lo que me han dicho —insistió Danielle—. Todos saben que tu hermana es retardada.

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