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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, #Ciencia ficción

Zombie Island (19 page)

BOOK: Zombie Island
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Levanté la vista hasta el techo y vi algo sorprendente. —Tenéis electricidad —dije. Unos cuantos tubos fluorescentes esparcidos por allí arriba chisporroteaban. La mayoría estaban apagados o les faltaban las tulipas, pero daban luz suficiente para ver a nuestros alrededor—. Creía que no había suministro eléctrico.

—Hay un sistema de alimentación de hidrógeno. Hice que lo instalaran después del apagón de 2003, cuando la gente se quedó atrapada aquí abajo a oscuras. Era sólo para casos de emergencia, pero lo hemos gestionado cuidadosamente todo este tiempo.

—¿Cuánto tiempo lleváis aquí abajo? —pregunté, hasta entonces no había pensado en ello—. ¿Desde la evacuación? Jack me miró entornando los ojos. —No hubo evacuación. Negué con la cabeza.

—Vimos montañas de equipaje fuera de la estación de autobuses. Carteles que advertían a la gente que se mantuviera unida. Él asintió.

—Claro. Porque la gente iba allí e intentaba marcharse, y quizá algunos lo consiguieron. Pero no hubo una evacuación a gran escala. Piénsalo. ¿Adónde hubiera ido la gente? No hay ningún lugar más seguro que éste. Salvo quizá el lugar de donde venís vosotros. La Guardia Nacional cerró la ciudad manzana por manzana, protegiendo todo lo que podían, pero era una batalla perdida. Times Square fue último lugar donde hubo una especie de autoridad de verdad. Duró hasta hace más o menos un mes. Aquellos de nosotros lo bastante listos para entender que la civilización había acabado, bajamos aquí. El resto fueron devorados.

Nos interrumpieron antes de que yo tuviera la oportunidad de hacerle más preguntas. Una mujer se acercó a nosotros, una mujer viva (todavía tengo la necesidad de describirla así) que llevaba un abrigo largo estampado con el logo de Louis Vuitton encima de una camiseta corta que decía NO MIRES AHORA. Aún en la penumbra de la estación llevaba unas gafas de sol de cristales color melocotón. A juzgar por la forma en que sobresalía su tripa debajo de la camiseta tenía que estar embarazada de unos seis meses. En su chapa identificativa ponía «HOLA, MI NOMBRE ES
jódete
».

—¿Éstos son nuestros salvadores? —le preguntó a Jack. Él se encogió de hombros—. No han llegado muy lejos. —Al parecer, ya había corrido la voz de nuestras hazañas entre los supervivientes—. Pero bueno, al menos nos dará algo de qué hablar. Las historias de fracasos garrafales siempre dan pie a cotilleos estupendos.

Antes, los labios de Jack eran una línea delgada. En ese momento desaparecieron por completo. Resoplaba de desagrado u odio o rabia o algo, pero no se permitía demostrarlo.

—Tenían un buen plan, Marisol. Resultó ser una verdadera ingenuidad.

—Como los cinturones de plástico, cariño, pero ya han desaparecido. —Ella alargó la mano y tocó el pañuelo de Ayaan—. Un cruce de Britney Spears y el mullah Omar. Qué atractivo. Supongo que debería daros la bienvenida a la Gran República, pero no sería sincera. Hay comida si os hace falta. Seguramente podemos hacernos con una manta que no tenga demasiadas pulgas si queréis echar una siesta. —Suspiró y se apartó unos mechones de pelo de la cara—. Ahora mismo vuelvo.

Jack nos condujo a una de las esquinas menos concurridas de la explanada y se puso de cuclillas. Yo me senté en el suelo, contento de poder descansar. Ayaan se quedó de pie, tocando el rifle cada tanto con los dedos. No sabía qué había entendido de todo aquello. Era evidente que Jack no tenía ninguna intención de hablar con nosotros, así que yo mismo rompí el hielo. —Es una bonita escopeta —le dije, señalando el arma. Él la atrajo hacia sí como si creyera que iba a intentar quitársela. Seguramente un reflejo de su formación militar—. Es una SPAS-12, ¿no? No la había visto con esa pintura. Él bajó la vista y observó el esmalte negro mate del arma. —La pinté así porque el acabado estándar brillaba demasiado.

Asentí mostrándome de acuerdo. Dos chalados de las armas de charla. La SPAS-12
[5]
o Sporting Purposes Automatic Shotgun de calibre 12 (el fin del nombre era engañar al Congreso para que pensaran que era un arma de caza; una mentira de cabo a rabo. El aparato era una escopeta militar, una «barrendera» en el sentido más violento) ocupaba un puesto bastante alto en la lista de armas que me hubiera gustado prohibir antes de la Epidemia, pero entendía su utilidad a la hora de defender la estación de un ataque de no muertos.

—¿Disparas cartuchos normales o los cortas para ganar fuerza táctica? —Táctica. —Jack apartó la vista de mí durante un rato. Claramente, era un hombre inclinado a hacer pausas efectistas durante la conversación. Finalmente, hizo un gesto hacia Ayaan con el hombro (tenía las manos ocupadas con la escopeta) —. Ella es un esqueleto, ¿verdad? ¿Somalí? —¿Un esqueleto? —pregunté.

—Es jerga del ejército. Sin ánimo de ofender. Fui Ranger con el 75°. No le pareció que fuera necesario aclarar qué significaba eso. Por la forma en que Ayaan se tensó y el suspiro que incluso dejó escapar, más o menos completé algunas lagunas. El 75° Regimiento Ranger, como confirmé más tarde, fue la unidad que intentó capturar a Mohammed Aidid en el hotel Olympic de Mogadiscio en 1993. El resultado de aquella misión fue que por primera vez en la historia un soldado norteamericano asesinado fue arrastrado por las calles de una capital extranjera.

—Ha demostrado ser una valiosa aliada —protesté, pero él me acalló con la mirada. Al parecer, era algo de lo que quería hablar.

—Yo no estaba en el destacamento del hotel, estuve en la base jugando a las cartas todo el día. Aunque vi muchísimas otras mierdas. Los esqueletos eran listos. A pesar de todo nuestro entrenamiento y disciplina, nos ganaban. También estaban muy comprometidos. Vi cómo los esqueletos que habían recibido un disparo, tiraban su arma y otros, incluso niños y mujeres, corrían delante de las balas para recoger el arma y seguir disparándonos. —Negó con la cabeza y me miró a los ojos—. Estábamos ocupando su país y querían que nos fuéramos. Nunca debimos ir, yo me alegré muchísimo cuando perdimos el contacto con Bill Clinton y regresamos a casa.

Observó a Ayaan como si estuviera leyéndola, como si su mera presencia fuera un informe de otro sitio que podía estudiar y analizar.

—Lo que deduzco es que los esqueletos han logrado sortear esta plaga, que no los han invadido como a nosotros. —Yo asentí a modo de confirmación—. No me sorprende en absoluto. Pero hazme un favor y no lo cuentes.

Si esta gente supiera que nuestra única esperanza es hacer un trato con Somalia… No creo que muchos de ellos quieran ir.

Supongo que eso era todo lo que quería decir. Yo seguí urgiéndole a hablar, utilicé todos los acrónimos y la jerga del ejército que sabía, pero no contestaba más que con monosílabos. Finalmente, se levantó sin decir una palabra y se alejó. Luego apareció Marisol con un par de mantas para nosotros y un bote de pasta de maíz, que Ayaan y yo devoramos agradecidos. Evidentemente, era lo mejor que los supervivientes tenían para ofrecernos. Debían de haber vivido a base de latas desde el principio.

—Ya veo lo impresionados que estáis con nuestras instalaciones —dijo Marisol, mirándonos comer—. Tenéis que quedaros para el espectáculo. —De repente, algo cambió en ella, se quitó la máscara y se sentó a mi lado—. Espero que Jack no haya herido tus sentimientos. Puede llegar a ser un mal nacido, pero lo necesitamos.

En realidad, tenía más dudas sobre ella. ¿Qué le podían reportar su mala actitud y sus bromas sin gracia allí abajo? Le hice una pregunta diferente.

—¿Está a cargo de la defensa?

—Cielo —parpadeó en un intento desganado de recuperar su estudiada insolencia—, él está a cargo de todo. Arregla el generador cuando se estropea. Organiza partidas de búsqueda que nos proporcionan comida. ¿Sabes cuánta comida consumen doscientas personas al día? Sin él, moriríamos. De forma terrible. —Cogió el bote vacío de mi mano cuando acabé de comer—. Naturalmente, yo no debería quitarle importancia a mi maridín. El viejo hace un trabajo fantástico por sí mismo. Espero que os quedéis para su gran discurso.

Estaba anocheciendo. Ya no teníamos forma de protegernos de los muertos. Parecía que no teníamos alternativa.

Capítulo 13

No…, no puedes decirlo en serio —dijo Gary. Mael siguió internándose en las profundidades del museo sin luz, atravesando un patio de esculturas que contaba con la iluminación indirecta de las ventanas exteriores—. ¿De verdad esperas que crea que vas a salir ahí fuera, a la ciudad, y empezarás a matar a los supervivientes? —A medida que el druida caminaba cojeando, las momias comenzaron a salir del ala egipcia abrazadas a vasos canopes y escarabajos. Un Gary extremadamente frustrado llamó al hombre sin nariz y a la mujer sin rostro para que también los siguieran, no quería quedarse solo en ese momento—. Además, aquí no es donde deberías hacerlo. En esta ciudad como mucho queda un puñado de gente…

La última vez que eché un vistazo, quedaba más o menos un millar. Mael abrió la puerta y entraron en una zona sobre la que recaía una luz de color. Las ventanas de cristales tintados situadas en lo alto del techo dejaban caer la radiación solar sobre ellos, mientras que los enormes arcos góticos los invitaban a proseguir. Mael se detuvo y se volvió para mirar a Gary.

Muchos de ellos están en pésima forma, amigo. Muertos de hambre, tan escondidos que no podrán volver a salir, o sencillamente están demasiado asustados para salir a rebuscar comida en la basura. — ¡Entonces deja que mueran de hambre!

Eso sería cruel. Yo soy todo compasión, amigo. La raza humana está acabada, eso es incuestionable. Aunque les está llevando tiempo extinguirse. Imagina cuánto sufrimiento erradicaré. ¡Aquí!

Mael había encontrado una vitrina de cristal exactamente igual a los centenares que Gary ya había visto. Con la ayuda de dos momias la abrió y sacó una espada. En su día estuvo bellamente forjada, pero a lo largo de los siglos la corrosión había dado paso a una pátina verde y la hoja se había fundido con la vaina. La empuñadura tenía la forma de un guerrero celta aullando. Mael la blandió en un amplio movimiento de corte. No es Respondedora
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, pero servirá. — ¿Vas a matar a la gente con eso? La cabeza de Mael cayó hacia delante.

Intenta no ser tan literal. Sólo quiero equiparme como es debido. Así que no me vas a ayudar. No es «lo tuyo». Muy bien. Entonces ¿jugarás a ser mí enemigo? ¿Tendré que acabar contigo para completar la Gran Obra? ¿O te mantendrás al margen y me dejarás dedicarme a lo mío?

Gary valoró la idea durante un momento, pero no tenía sentido. Él no era un luchador, y ya había comprobado lo fuerte que era Mael a pesar de las apariencias. Además, la energía oscura de Mael era enorme y poderosa Parecía un planeta sin sol, vasto, redondo e independiente, algo tan grande y mortífero que tenía su propia órbita gravitatoria.

—Yo… supongo que no podría detenerte. Puedo intentar convencerte con palabras de que no lo hagas.

No es un debate, Gary. Esto es lo que somos.
Uamhas.
Monstruos. En este mundo hay bien y mal, y nosotros somos mal. Ahora, o vienes conmigo o déjame en paz, amigo. Hay trabajo por hacer.

Utilizando la espada como un bastón, Mael avanzó a bandazos a través de la exposición medieval y entró en el vestíbulo del museo. Como no sabía qué otra cosa hacer, Gary lo siguió; la mente le daba vueltas.

Decir que no había sido su reacción inmediata y sabía que debía mantener su postura, pero el poder de convicción de Mael era un argumento en sí mismo. A fin de cuentas, Gary había acudido al druida con sus preguntas. ¿Tenía derecho a elegir las respuestas y descartar las que no le gustaban?

En realidad, Gary no sentía una lealtad especial hacia los vivos. Lo habían tratado bastante mal. Recordó el momento de reconocimiento que tuvo cuando vio al hombre sin nariz por primera vez en la calle Catorce, cuando parecieron un reflejo el uno del otro. Gary se había llamado monstruo a sí mismo y lo había dicho en serio.

Había pasado mucho tiempo intentando sobrevivir. Se había convertido en un monstruo muerto porque le pareció que era la única manera de salir adelante. Había intentado hacerse amigo de Dekalb sólo para salir de una mala situación. Pero ¿para qué existía? El mero seguir adelante le había parecido una motivación suficiente hasta ese momento; si no hacía nada con esa segunda oportunidad, ¿acaso era merecedor de ella?

No creía en todas esas mierdas sobre castigos y retribuciones, pero quizá había otros motivos para adherirse. La venganza, por ejemplo. Destruir a los humanos incluía destruir a Ayaan y a Dekalb. Los cabrones no lo habían escuchado, le habían disparado como a un perro sin darle siquiera una oportunidad.

Por otro lado, estaba el hambre que residía en la tripa de Gary, un animal salvaje que pataleaba frustrado. Trabajar para Mael le proveería de montañas de carne fresca.

—¿Cómo vas a empezar? —preguntó Gary con timidez.

Mael estaba bajo el dintel de las puertas del Met, el sol lucía alrededor de su piel curtida.

Ya he comenzado, dijo él, y salió a la luz del día. Gary lo siguió y se encontró con un sinnúmero de ojos observándolo.

Toda la extensión de la Quinta Avenida estaba taponada por los muertos. Sus cuerpos llenaban el espacio como un bosque de extremidades humanas. Vestidos con prendas maltrechas por la suciedad y el tiempo, con el pelo revuelto o enmarañado o sin él, se habían convertido en una única entidad, una masa homogénea. Blancos, negros, latinos, hombres, mujeres, esqueletos decrépitos y cadáveres recientemente masacrados. Miles de ellos. Babeaban por sus mandíbulas caídas. Sus ojos amarillentos orientados en un terrorífico movimiento unísono para mirar al druida. Esperaban sus órdenes. Mael había reunido un ejército, debía de haberlos estado convocando mientras Gary le hacía sus preguntas y se debatía entre sus dilemas morales.

Gary nunca había imaginado tantos de ellos juntos en un sitio, le parecía imposible, como si el mundo no pudiera soportar tanto peso. Su silencio los convertía en esfinges, impenetrables, implacables. No había fuerza que pudiera hacerles frente.

Por primera vez, Gary se preguntó si Mael podría conseguirlo de verdad.

Había muchos más muertos que vivos. Los pocos supervivientes habían logrado mantenerse con vida gracias a que eran más inteligentes que sus oponentes, pero si los no muertos se organizaban, si una persona los liderabas entonces ¿qué posibilidades les restaban a los vivos? Había llegado la hora de escoger su bando.

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