Zombie Nation (41 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror

BOOK: Zombie Nation
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Nilla se encontró abriéndose paso a codazos entre la multitud sin darse cuenta. Cuando uno de los cuerpos tosió y se aclaró la garganta seca, ella ni siquiera se sobresaltó.

—Muchacha, por favor, no te acerques más.

Nilla se volvió para mirar lo que había sido una mujer de mediana edad. Había sido una persona rellena, con el pelo largo hasta la barbilla sujeto en la nuca con una sencilla goma negra. Le quedaba muy poca piel y no tenía ojos. Nilla comprendió, mirándola, que todavía podía ver la luz de la Fuente.

Por supuesto, era Mael quien hablaba a través de ella.

—¿Por qué? —preguntó Nilla—. ¿Te preocupa que suba allí y apague esta cosa, como quería Clark? En realidad, todavía no he decidido qué haré. No he determinado quién soy. Nilla buena, Nilla mala. Aunque es como quiero averiguarlo. —Nilla cerró los ojos y sintió los rayos que desprendían calor expandirse en su interior, alimentándola y curándola. Oh, anhelaba tanto averiguarlo—. Tengo cosas más importantes que hacer.

—¿Ah, sí, muchacha? ¿Y qué es más importante que el fin del mundo? Contéstame eso. O no. Me queda poco que enseñarte, pero aquí va: no des un paso más.

—Por Dios, lo siguiente que me dirás es que tu dios no quiere que suba.

La mujer negó con la cabeza.

—Teuagh no es un dios. Es mi padre. Es el padre de todos nosotros. Cuando yo estaba vivo, los niños hacían lo que sus padres les decían, sin cuestionárselo. Creía que yo era como un padre para ti.

—¿De verdad? Porque yo creía que teníamos algo más parecido a un romance de amor-odio. Guau, ahora que lo pienso es bastante espeluznante. Bueno, escucha, no puedes detenerme. Si quiero subir allí, lo haré.

—Todavía no te enteras, Nilla. No voy a intentar detenerte porque tenga miedo de lo que puedes hacer. Tan sólo temo que te hagas daño. Ahora somos muy pocos. Tú, un tipo de Nueva York que se las ha arreglado solo, un tipo en Rusia que ni siquiera sabe dónde está. Tan sólo estoy tratando de proteger un recurso muy escaso, eso es todo.

Nilla abrió la boca para replicar, pero entonces vio los cuerpos carbonizados en el espacio abierto que tenía delante. Dio un paso adelante y notó que el calor de la Fuente aumentaba. Otro paso más y sería doloroso.

—Oh. —Lo comprendió de inmediato. La misma energía que la alimentaba podía abrasarla si se acercaba demasiado. No obstante, avanzar significaba aproximarse.

Pero entonces lo supo, como si su cuerpo supiera qué hacer incluso cuando su mente estaba nublada. Reunió toda su energía, restó su oscuridad, y se volvió invisible. La única cosa que ella podía hacer y los demás no. La única cosa que la hacía diferente. Al instante el calor desapareció. Dio un paso adelante, y otro, hasta que estuvo a la par de los cuerpos quemados y desfigurados que estaban desperdigados entre las rocas.

No sucedió nada.

Singletary estaba en lo cierto. Ella era la única de entre todos los muertos que podía ir a la Fuente. Comenzó a escalar.

Era una ascensión mucho más sencilla que la anterior, a pesar de que cada paso provocaba lluvias de piedras y tierra, trozos de colina erosionados que bajaban deslizándose, golpeteando y repiqueteando mientras se alejaban de ella. Aunque si bien los agarres para los pies no eran estables, los de las manos sí lo eran. En unos minutos llegó a la cima de la colina. Un estegosaurio pintado de verde, esculpido en hormigón, hacía guardia allí. Tal y como Singletary le había mostrado.

Dinosaurios. Estatuas de dinosaurios. Un tiranosaurio presidía el lugar, mientras que los velociraptores de tamaño humano miraban con malicia desde las esquinas. En medio de todo esto había un edificio derruido con un cartel pegado al lado de la puerta.

LA AVENTURA DE LOS DINOSAURIOS

SALA DE FÓSILES

Propiedad del doctor
N. VRONSKI

Apertura:
octubre de 2006

Se abrió la puerta y salió un hombre. Un hombre vivo. Estaba casi calvo, tenía diminutos e intensos ojos azules. Nilla caminó hasta él y aceptó la mano que le tendía. No tenía problemas para verla, a pesar de que era invisible. Debía permanecer invisible, si dejaba que su energía se manifestara siquiera un momento se calcinaría. Pero él la veía, igual que Jason Singletary.

Entonces lo comprendió. La visión que Singletary había compartido con ella no se había formado íntegramente a partir de éter. Había sido una comunicación, en vivo y en directo, entre este nuevo hombre y el psíquico. Él la había llamado. La había convocado.

—Nunca creí de veras que fueras a venir —dijo él, porque podía leer su mente. No parecía tan perceptivo con sus pensamientos como Singletary—. Por favor, pasemos dentro. —La condujo al interior de un edificio oscuro lleno de expositores de cristal. Algunos estaban vacíos, acumulando polvo. Otros tenían fósiles oscuros medio enterrados en matrices de piedra marrón o roja. En las paredes había colgados paneles explicativos.

—¿Es usted el doctor Vronski? —preguntó Nilla.

—Lo era —le respondió él—. Quiero decir… yo era paleontólogo, antes de que todo esto, bueno, ya sabe, comenzara. Por cierto, soy yo. Yo soy el imbécil que ha asesinado a la raza humana.

Nilla no sabía cómo contestar a eso.

—Usted es psíquico —dijo ella.

—Originalmente no. He tenido que convertirme en ciertas cosas, he tenido que hacer ciertos cambios en mí mismo para completar mi obra. Venga, por favor, por aquí. —Arrugó la frente. Le clavó la mirada y movió los ojos de izquierda a derecha como si estuviera leyendo algo escrito en su cara—. Es raro. No puedo averiguar qué quieres conseguir aquí.

Ya eran dos.

—Pero vas a matarme, ¿verdad? ¿Matarme y comerme? Es mucho menos de lo que merezco. Aquí. —La guió a lo alto de una escalera—. Aunque quizá quieras ver esto primero. La, mmm, erupción. O quizá… quieras algo de comer.

Nilla miró escaleras abajo. Había alguien más allí, o quizá eran dos personas que estaban muy juntas. Se acercaron a la luz y Nilla se quedó boquiabierta, verdaderamente horrorizada.

—Ésta es mi mujer, Charlotte. —La miró a los ojos y susurró—: Por favor, no digas nada sobre su aspecto. Es muy sensible.

Efectos secundarios inesperados, aparece en todas las noticias, yo… ¿Yo he hecho esto? No puedo creer que se haya propagado hasta tan lejos… ¿Yo he hecho esto? Lo hice por ella, sólo por ella… perdóname… [Notas de laboratorio, 02/04/05]

—Siento que esté muerto, ya sé que probablemente lo preferirías vivo.

Vronski puso un plato delante de Nilla. Una rata muerta yacía de costado allí, con un ojo cristalizado en dirección a ella. Se la comió sin pensárselo mucho. Estaba demasiado ocupada intentando no mirar a Charlotte.

El paleontólogo se había preparado un plato precongelado para él. Al parecer, Charlotte ya no comía. En cambio había colocado un jarrón lleno de flores en el lugar donde debería estar su plato. Mientras Nilla se esforzaba por no mirarla, Charlotte arrancaba, lenta y metódicamente, los pétalos de las flores y los arrugaba entre sus dedos.

Charlotte todavía estaba viva. Vronski se lo había asegurado. Costaba creerlo. Los forúnculos y las erupciones cubrían la piel del brazo que le quedaba, y que emergía de una masa indefinida y colgante de carne. Cuando se movía, Nilla casi llegaba a distinguir la forma de una mujer humana en la mole.

La mujer del paleontólogo había sido abogada en su día, le explicó él. Ahora era una abominación. El cáncer de páncreas florecía en su interior, propagándose a todos los rincones de su cuerpo. Debería haberla matado. Vronski la había mantenido con vida a costa del apocalipsis, pero no podía hacer que estuviera sana de nuevo. La Fuente había sido creada para mantenerla con vida, para darle a su cuerpo la fuerza suficiente para combatir el tumor. Por desgracia, no discriminaba. Hacía que el tumor también estuviera antinaturalmente sano. Los dos seguían viviendo, a su manera, incluso mientras el mundo moría.

El cáncer era más grande que lo que quedaba de Charlotte, probablemente en una relación de uno a tres. Su abstracto tejido envolvía la espalda de Charlotte y caía por sus costados. Se arrastraba por el suelo detrás de ella. Cubría sus pechos y caderas y ocultaba por completo su cara. En la mayoría de zonas parecía tejido graso cubierto de piel fina y translúcida, pero en otras había intentado formar por sí mismo partes de un ser humano. Una hilera de cuarenta o cincuenta dientes perfectamente formados salían de la suave superficie donde debía estar el hombro de Charlotte. Le habían aparecido parches de pelo por aquí y por allá, y crecían uñas en lugares que no eran dedos. Se podía observar un único párpado en su abdomen. No se abría, pero a veces temblaba como si hubiera un ojo debajo, atrapado en el interminable movimiento del sueño REM.

Un grueso manojo de cables colgaba desde debajo de un michelín y serpenteaba hasta salir la habitación. Conectaba el sistema nervioso de Charlotte directamente a la Fuente. Sin esos cables, le explicó Vronski, moriría de inmediato. La energía había de ser introducida directamente en sus diferentes sistemas. El tumor parecía extraer su energía del mismo aire que los rodeaba.

—La mantuve con vida —repetía él una y otra vez—. No murió. —Ella era la culminación de la obra de su vida.

Se había esforzado al máximo para intentar recuperar su cara. Con este fin había comprado una máscara de porcelana de carnaval, del tipo se podía encontrar sobre la cama de cualquier niña por todo el país, y se la había atado a la cabeza con un lazo rosa. Cada tanto comenzaba a deslizarse y Vronski se levantaba pacientemente y la volvía a ajustar.

No se había molestado en vestirla, aunque Nilla calculó que sería necesaria la tela de una tienda de campaña para cubrir su masa hinchada.

—¿Al menos nos percibe? —preguntó Nilla, apartando la mirada de Charlotte para mirar al marido de la cosa—. ¿Nos puede oler o algo?

—Por favor, no empieces —susurró él.

Después de cenar aceptó llevar a Nilla a echar un vistazo a la Fuente. En el camino, ella pasó bastante cerca de Charlotte. Se dio cuenta de que en algún momento la máscara se había roto y había sido pegada con mucho cuidado.

Vronski la condujo hasta una habitación que estaba dos plantas más abajo, debajo del museo. En su día se había usado como taller y laboratorio y todavía estaba llena de cajas de fósiles cuidadosamente envueltos. Vronski se ofreció a enseñarle sus mejores especímenes, afirmaba que tenía un arqueoptérix casi intacto, pero Nilla estaba mucho más interesada en los otros contenidos de la habitación. Es decir, la Fuente.

La rodeaban varios objetos. Lo que parecían tikis tallados en madera y cabezas reducidas montadas sobre palos formaban un círculo a su alrededor, mientras que angulosos aparatos científicos parpadeaban y zumbaban y humeaban en las esquinas de la habitación. Un aparato de aspecto complejo recogía la energía de la Fuente y la enviaba a través de los cables negros hasta donde Charlotte esperaba arriba. Vronski intentó describirle cómo funcionaba, pero a Nilla no le importaba en absoluto. La Fuente requería su atención.

Era difícil estipular cuán grande sería, irradiaba fuerza vital con tanta potencia que cuando Nilla cerraba los ojos parecía una estrella ardiente. Podía sentir su poder, literalmente la atraía hacia ella. Le apartaba el pelo de un soplo. Era hermosa, mucho más hermosa de lo que una cosa muerta como ella se merecía. Probablemente era más hermosa que nada de lo que había sobre la Tierra se merecía. En movimiento continuo, sus rayos cambiantes y relucientes giraban a través del aire como si fueran los hilos de una telaraña agitados por una agradable brisa.

Era el comienzo, la estrella de todas las cosas. Podías notarlo si alargabas una mano hacia ella. Te hacía. Te daba forma. Desde un centro que también era un borde llegaba hasta cada célula, hasta cada retorcida cadena de proteínas. Hablaba un lenguaje de elementos químicos que se fusionaban, combinaban y recombinaban, un lenguaje que cantaba más que hablaba, que imaginaba más que cantaba. Conocía tus pensamientos. Te otorgaba tus pensamientos y tus sentimientos.

—Lo siento —dijo Vronski.

Ella levantó la vista hasta él.

—¿Por qué? —preguntó.

—Es sólo que… ya llevas ahí quince minutos y yo quiero seguir adelante con las cosas, si no te importa. Puedes volver a mirarlo después de que me hayas matado.

¿Quince minutos? No existía el tiempo mientras ella contemplaba la Fuente.

—Todavía estoy sopesando qué debo hacer —dijo Nilla. Y era cierto. Tenía alternativas, o al menos una, por primera vez desde… bueno, por primera vez desde que podía recordarlo. Podía matar al hombre que había desatado la epidemia. En el proceso podía asegurarse de que nadie más podría quitarle la Fuente, que su no vida podría perpetuarse para siempre. A Mael le gustaría eso. Por otro lado, podía hacer lo que quería el capitán Clark. Podía apagar esta cosa. Podía acabar con su propia existencia, sin duda. Acabaría también con toda la muerte, el dolor y el horror.

Pensó en la criatura del piso de arriba que Vronski llamaba su esposa. Vronski había iniciado la epidemia con el fin de prolongar su vida, mucho más allá de donde cualquiera hubiera creído que ella quería conservarla. La elección de Nilla era más o menos la misma. Prolongar su propia y miserable existencia o elegir la muerte. La muerte de verdad.

Se quedó quieta.

—¿Qué es esto? —le preguntó ella—. ¿Cómo lo hiciste?

—Es un campo, una especie de campo biológico. Parecido al campo magnético de la Tierra. La vida no puede existir sin él. No lo hice yo. Siempre ha estado ahí, tan sólo saqué al genio de la lámpara.

Ella lo fulminó con la mirada.

—Puedes darme la versión para adultos —le espetó.

Él asintió disculpándose.

—Es parecido al campo magnético de la Tierra, sólo que éste es biológico. La energía, la fuerza vital, está en todas partes, todo el tiempo. Está en cada célula de cada ente vivo. Lo que tú entiendes por energía dorada.

Estaba leyendo su mente de nuevo. No le molestaba tanto como cuando Singletary lo hacía.

—Sigue —dijo ella.

—La energía es lo que hace que las células se dividan. Es lo que hace que los organismos quieran reproducirse. Hace que las cadenas de ADN se enrollen unas alrededor de otras y provee de cierto patrón a los entes vivos. Es la fuerza que conduce la evolución. Sin ella las cosas vivas morirían sin más. Los científicos han estado intentando encontrar esa fuerza durante siglos sin éxito. Es demasiado sutil. Hacen falta otros métodos para verla, los científicos metódicos, entre ellos yo, normalmente la pasan por alto. Sin embargo, una vez que sabes que está ahí puedes sentirla todo el tiempo. Puedes tocarla, moldearla. He liberado parte de energía de ese sistema para evitar que el cuerpo de Charlotte falleciera. Por desgracia, he liberado demasiada. Tú, y otros como tú, son el resultado. El exceso de energía no puede disiparse en el espacio sin más. Tiene que ir a alguna parte. Busca cosas que pueda animar, cosas con sistemas nerviosos a través de los que fluir. Cosas muertas.

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