Zona zombie (25 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

BOOK: Zona zombie
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—Ahora sé que nada de eso importaba en realidad. El trabajo, el dinero, el coche, la casa... nada de todo eso. Debería haber mandado todo al diablo meses antes, pero creía que estaba haciendo lo correcto. Lo más triste de todo es que, probablemente, lo habría vuelto a hacer. Mis prioridades estaban completamente equivocadas. Debería haber estado allí cuando ocurrió. Debería haber estado allí con mi esposa y con mi hijo cuando...

—Todos nos arrepentimos de algo —intervino Michael—. Te apuesto algo a que todos los que estamos aquí te podríamos explicar al menos un centenar de cosas que nos gustaría haber hecho de forma diferente. Creo que nunca lo superaremos. Sólo espero que estos sentimientos se vayan aliviando para poder vivir con ellos, eso es todo.

—Sabes, quería a Joe. Ese niño lo era todo para mí. Lo único que deseo es habérselo dicho.

—Sólo lo habrías avergonzado. —Michael sonrió—. No lo habría comprendido.

—Oh, lo sé. Sólo desearía haber pasado más tiempo con él —se corrigió Peter—. Sólo desearía haber estado allí con él cuando ocurrió.

Los dos hombres volvieron a fijar la mirada en el fuego, y durante un rato los crujidos y estallidos de las llamas fueron lo único que se podía oír.

—Pero ¿qué pasa con el juguete? —volvió a la carga Michael, recordando que no había contestado realmente a la pregunta.

—Ah, eso —respondió Peter—. En realidad es una tontería. Jenny y yo fuimos a comprar con Joe el domingo por la tarde antes de que ocurriese. Estuvimos durante horas paseando por la ciudad y Joe se estaban cansando y poniendo pesado como suelen hacer los niños. Le dije que si se comportaba y que si todo iba bien en la oficina en los días siguientes, le compraría un regalo la próxima vez que saliésemos, lo que él quisiera. Le pregunté qué le gustaría, esperando que nombrara la cosa más grande y más cara que pudiera imaginar. En cambio, nos arrastró a su madre y a mí a una tienda y nos mostró un juguete como el que he encontrado hoy. No era gran cosa y no era caro, pero todos sus amigos tenían uno y yo se lo iba a comprar. Eso era todo lo que quería. Dios santo, Mike, me gustaría verlo de nuevo. Sólo una vez más.

32

Cooper estaba fuera de la torre de control y miraba satisfecho a su alrededor. Las cosas avanzaban en la dirección correcta. Richard había regresado sano y salvo de la isla y, lo que quizás era más importante, finalmente habían puesto a Keele detrás de los controles del avión. De acuerdo, lo único que había hecho había sido sacarlo del hangar y llegar hasta el final de la pista, pero era un comienzo. De repente parecía que sus posibilidades de llevar a todo el mundo a Cormansey en los próximos días habían mejorado mucho.

Hasta el momento habían pasado el día coordinando la evacuación del aeródromo. Habían calculado que Keele sólo necesitaría dar dos viajes hasta la isla, tres como mucho, y eso había sido un alivio para todos, sobre todo para el piloto. No habían llegado hasta el punto de pensar qué pasaría cuando llegasen a la isla, pero eso no importaba. Por ahora lo más importante era alejarse de aquel lugar dejado de la mano de Dios.

Una oleada repentina de ruido y actividad al otro lado de la alambrada de tela metálica lo distrajo durante un momento. Miró en la distancia, pero no pudo ver nada fuera de lo habitual. Se quedó mirando durante un segundo más, sintiéndose incómodo. Jack había dicho algo antes que lo había dejado preocupado. Había dicho que había estado observándolos con Croft y que ambos habían decidido que el comportamiento de los muertos estaba cambiando de nuevo. Croft había ido a dar un paseo para ejercitar su pierna herida y, sin darse cuenta, se había encontrado un poco demasiado cerca de una sección de la alambrada perimetral. Muchos de los cadáveres habían reaccionado ante su presencia como hacían normalmente (arañándose y arrancándose la carne los unos a los otros y empujándose para acercarse aún más), pero otros se habían comportado de una forma muy diferente. Algunos de los muertos, le había explicado Jack a Cooper, se quedaron quietos, como si estuvieran mirándolos a Croft y a él. Richard Lawrence había confirmado que la gente en la isla se había percatado de algo parecido. No sabía lo que significaba, pero no le gustaba. ¿Los cuerpos se rendirían finalmente y se largarían? ¿O ese cambio en su comportamiento era la primera señal de que se avecinaba algo peor?

—¿Estás bien? —preguntó Emma, sorprendiendo a Cooper mientras pasaba a su lado.

—Estoy bien —gruñó él. Había estado concentrado en los cadáveres y no se había dado cuenta de que Emma se acercaba.

—Hace demasiado frío para estar parado aquí fuera —comentó ella de pasada y desapareció en el interior.

Aunque la torre de control estaba a oscuras, era un alivio librarse por fin del viento. Emma subió corriendo la escalera y entró en la sala principal, donde encontró a Jackie Soames intentando sin éxito coordinar el desalojo del edificio.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Emma.

Las cosas habían cobrado velocidad desde el regreso del helicóptero. Podía ver a un par de personas moviéndose a su alrededor con algún propósito aparente, pero también podía ver a muchos sentados y mirando al vacío como hacían siempre. Tendrían que hacer un esfuerzo pronto o corrían el riesgo de quedar atrás.

—No hay ningún plan —contestó Jackie desanimada—. Sólo pensaba que sería sensato sacar de aquí todo lo que pudiéramos antes de mañana.

—¿Exactamente qué es lo que nos tenemos que llevar? ¿Sabes qué hay ya en la isla?

—En realidad, no.

—¿No dijo alguien que allí solían vivir unas quinientas personas? Entonces habrá un montón de ropa, camas y cosas por el estilo, ¿no?

—Supongo.

—Así que lo único que realmente nos tenemos que llevar es la comida que tenemos y el material especializado que sabemos que no vamos a encontrar allí. Eso no va a ser mucho.

—Lo sé —admitió Jackie—. Tienes razón, cielo. Sólo intento mantenerme ocupada, eso es todo. No sé tú, pero yo no puedo soportar toda esta maldita espera. Me está empezando a atacar los nervios. Sólo quiero seguir adelante, ponerlo todo en marcha y salir de aquí.

—Todos llevamos demasiado tiempo esperando —asintió Emma.

Dándose cuenta de que no tenía ningún sentido intentar motivarse ella misma o motivar a ninguna otra persona al final de un día tan largo y cansado, Jackie se hundió pesadamente en una silla. Emma se sentó a su lado. Pensó que aquella mujer grande y rubicunda parecía inusitadamente preocupada.

—¿Qué te pasa por la cabeza?

Jackie se encogió de hombros y encendió un cigarrillo. Sólo le quedaban un par en la cajetilla que llevaba encima. El que se había puesto en la boca ya se lo había fumado hasta la mitad.

—Esto casi lo resume todo —comentó mientras apagaba la cerilla con un soplido.

—¿Qué?

—Estos malditos cigarrillos.

—No comprendo.

—Solía regentar un pub —explicó Jackie, respirando profunda y cansadamente—. Solía fumar como una maldita chimenea. Me gustaba divertirme primero y después preocuparme por haberlo hecho. Ahora he llegado a mi última cajetilla de cigarrillos y espero que haya más en esa maldita isla cuando llegue, porque lo último que quiero hacer ahora mismo es dejarlo. Maldita sea, ahora quiero fumar más que antes.

—No lo entiendo. ¿Adónde quieres ir a parar?

Jackie no podía o no quería darle a Emma una respuesta directa.

—Y beber —continuó—. No solía tener resaca porque nunca dejaba de beber. Solía beber todos los días, pero ahora no queda ni una sola gota de alcohol. Necesito un trago.

—Sigo sin comprender.

Jackie rió con tristeza y negó con la cabeza. Tiró la ceniza de la punta del cigarrillo y contempló cómo revoloteaba hasta el suelo.

—A veces —prosiguió— realmente tengo que estrujarme los sesos para recordarme por qué nos preocupamos en hacer todo esto. Michael y tú os tenéis el uno al otro y sois jodidamente afortunados porque eso es más de lo que tenemos todos los demás. A partir de ahora vamos a tener que luchar por todo lo que queramos o necesitemos. Y de acuerdo, los cadáveres acabarán desapareciendo, pero tendremos que seguir subsistiendo por nuestros propios medios. ¡Tendremos que ser autosuficientes, por el amor de Dios! ¡Maldita sea, yo nunca he sido autosuficiente en toda mi vida! Nunca me han entregado nada en bandeja, pero siempre he podido salir ahí fuera y conseguir lo que quería, siempre que lo quería. Ahora todo es diferente. Nunca más podré ir de tiendas para conseguir un paquete de cigarrillos o una botella de ginebra.

—No.

Emma sentía que debería haber dicho algo más, pero no había nada más que decir. Jackie tenía razón.

—Lo siento, Emma —murmuró, disculpándose—, no quería desvariar de esta manera.

—No te preocupes —insistió Emma—. En realidad comprendo cómo te sientes.

—Lo cierto es —añadió Jackie— que sé lo afortunada que soy por estar aquí y seguir de una sola pieza, pero a veces no es suficiente. Puedo soportarlo la mayor parte del tiempo, pero de vez en cuando sólo quiero que me devuelvan mi vida.

33

Envuelto en un grueso abrigo de invierno para protegerse del frío y con una gorra de béisbol puesta para evitar la lluvia intermitente, Michael estaba sentado sobre una pared baja de piedra en la oscuridad, mirando hacia el horizonte. Estaba solo y, por el momento, así era como quería estar. La única persona con la que deseaba estar esa noche se encontraba a kilómetros de distancia. Había dejado a los otros ocho supervivientes celebrando el día de trabajo y bebiendo hasta emborracharse en el penumbroso bar de The Fox, el único pub de Cormansey.

El sonido del mar llenaba el aire de última hora de la tarde. El batir constante de las olas contra la playa justo delante de él resultaba un sonido bienvenido y relajante. Aquella noche se sentía seguro estando solo y en el exterior. La noche anterior no se habría arriesgado a salir de esa forma, pero hoy el grupo había trabajado muy duro para limpiar el pueblo y habían ejecutado y eliminado un número muy grande de cadáveres. Desde donde estaba sentado aún podía ver el brillante resplandor de la gran pira que habían encendido a las afueras de Danvers Lye. Si esa noche había otros cadáveres cerca (y suponía que probablemente los había), sabía que sería capaz de acabar con ellos de un modo rápido y fácil. Su fiel palanca descansaba a su lado, siempre dispuesta.

Michael tenía ganas de escapar del pueblo muerto, y había decidido pasear por la revirada carretera costera que conducía hacia el extremo más alejado de la isla. Sintiendo de repente el frío, saltó del muro de piedra donde estaba sentado y bajó hacia el mar, sus pies hundiéndose en los guijarros. Las olas ahogaban el sonido de sus pasos.

Se había pasado todo el día ocupado y preocupado, pero ahora que finalmente habían dejado de trabajar, seguía librando de nuevo su lucha interior. Siguió paseando por la playa, que a diferencia de la mayor parte de la costa de Cormansey que había visto hasta entonces, era bastante nivelada y llana. Los restos de una barca pesquera habían sido arrastrados a la orilla cerca de donde estaba paseando. No tenía manera de saber si era una nave que había partido de Cormansey o si simplemente estaba a la deriva y se había precipitado contra las rocas por casualidad. Viniera de donde viniese, había acabado su vida laboral naufragando en aquella playa, embarrancada sobre un costado como una ballena muerta. Al acercarse, Michael vio que el capitán de la barca —si es que lo era— seguía a bordo. Atrapado en la maquinaría oxidada del cabestrante, el cadáver estaba especialmente deteriorado, casi esquelético en algunos sitios, sin duda a causa de la exposición a las duras e implacables condiciones del océano. Casi toda la carne visible había sido arrancada por el agua salada del mar, dejando a la vista huesos de un color blanco amarillento.

Meses atrás, el descubrimiento de un cadáver como ése habría tenido importancia. Las vidas de muchas personas se habrían visto afectadas por las repercusiones de la muerte: la familia, la policía, los jefes del hombre... y así una larga lista. Hoy no significaba nada para nadie. Michael sintió pena por el pobre bastardo que había muerto. Lo que habría sido un titular en las noticias en los días anteriores a la destrucción del mundo era ahora poco más que un trozo de madera sin importancia. Cada vez resultaba más difícil recordar que todos estos cadáveres habían sido alguien en su momento. Alguien con una personalidad, un nombre, una historia y una vida. Cuando lo hubiera olvidado, Michael sabía que ese hombre se habría ido para siempre.

Había sido un día difícil, pero no por las razones que había imaginado. Michael, junto con el resto de hombres y mujeres de la isla, había tenido la oportunidad súbita de mirar hacia atrás y recordar todo lo que habían perdido. Mientras Michael seguía paseando por la playa, con el viento racheado soplando desde el mar y golpeando con furia su cara, su memoria llegó aún más atrás, rememorando la vida que había vivido antes de empezar aquella pesadilla. Pensó en su familia y amigos. Pensó en su hogar. Imaginó su casa cuando la dejó y después intentó arrastrar esa imagen hasta el presente. Se imaginó la calle donde solía vivir, ahora invadida de malas hierbas y escombros, el pavimento cubierto con los restos de las personas que había conocido.

Cuando los guijarros dieron paso a rocas más grandes y peligrosas, Michael devolvió su atención hacia el pasado más inmediato. Recordaba cómo había encontrado la granja con Emma y Carl. Dios santo, deberían haberlo hecho mejor. Deberían haber sido más fuertes. Pero quizá lo que ocurrió en la granja había sido inevitable. Pensó en la base militar y en cómo un sitio seguro y resistente se había visto expuesto al peligro y había sucumbido de una forma tan rápida y desastrosa. ¿Resultaría diferente la isla? Tenía que creer que iba a ser así. En principio, en la isla, los peligros eran menores, pero en ese momento el abismo entre lo predecible y la realidad era difícil de calcular.

Lo único que quería era seguridad y refugio. Una vida tranquila y sencilla con sus necesidades básicas satisfechas. Todo lo que deseaba era un techo sobre su cabeza y tener a Emma a su lado.

34

Poco después de las seis de la mañana siguiente, Gary Keele se encontraba entre dos de los edificios en desuso del aeródromo, oculto de los numerosos supervivientes que ahora se movían de un lado a otro entre la torre de control, los edificios de oficinas y el helicóptero y el avión. Esta vez no se estaba escondiendo de ellos, sólo que no quería que lo vieran. Estaba literalmente enfermo a causa de los nervios. Ya había vomitado dos veces y la salivación repentina en la boca y los calambres en las tripas le indicaban que estaba a punto de hacerlo por tercera vez. No había comido nada desde el día anterior por la tarde y su estómago estaba completamente vacío, pero la idea de pilotar el avión hizo que al instante le volviera a subir la bilis. Tuvo arcadas, eructó y vomitó de nuevo.

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