Adicción (17 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Adicción
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Aquello no era enamoramiento, era amor. Si algo tenía claro, era eso.

Sonriendo, cerré el cuaderno y también los ojos, para poder perderme mejor en aquellos recuerdos. Aunque tuviera que seguir adelante fingiendo que no echaba de menos a Lucas, podía continuar siendo fiel a él y a todo lo que teníamos. El tiempo que estábamos pasando separados no importaría, no si yo lograba mantenerme fuerte. No iba a entristecerme por todas las cosas que no podía ser nuestra relación, no teniendo en cuenta todas las cosas increíbles que ya era. Era hora de dejar de lamentarme y empezar a celebrarlo.

Mi madre no tuvo que hacer ningún arreglo al vestido del Baile de Otoño de aquel curso, y yo misma me ocupé del maquillaje, por lo que ella dispuso de más tiempo para peinarme. Mientras estaba sentada al borde de la cama en ropa interior, me soplé cuidadosamente en cada uña recién pintada con esmalte transparente y pensé en Patrice, que se había hecho la manicura y la pedicura prácticamente a diario.

—Patrice estaría orgullosa si me viera ahora.

—Deberías escribirle para contárselo. —Mi madre arrastró ligeramente las palabras; estaba hablando a pesar de tener varias horquillas en la boca—. Seguro que le encantaría tener noticias tuyas.

—Supongo. —Dudaba de que Patrice dedicara tiempo a pensar en nadie más que no fuera ella. De todas formas, le debía como mínimo una postal.

—Pensaba que a lo mejor te habías abierto un poco más —dijo mi madre mientras me ponía otra horquilla cerca de la nuca—. Que te estabas relacionando más con los que son como nosotros. Ahora que Balthazar y tú sois pareja, quiero decir.

—Supongo —dije—. Aunque se me hace un poco raro. Él es mayor que yo. —Aquello era quedarme corta, teniendo en cuenta que Balthazar había sido prácticamente uno de los primeros colonos en celebrar el día de Acción de Gracias.

Mi madre se encogió de hombros.

—Tu padre me lleva casi seis siglos. Créeme, después de los primeros cien años más o menos, casi ni se nota.

Mis padres hacían que esa diferencia de edad pareciera fácil de salvar; yo había crecido sin darle ninguna importancia. Solo ahora que estaba pasando más tiempo con Balthazar me daba cuenta de que esos años sí eran importantes.

—Aun así, es extraño.

—Lo sé. Tienes que empezar a pensar a largo plazo, como aprenden a hacer todos los vampiros, si son inteligentes. Eso es algo que Balthazar puede darte y que… Lucas no podía.

Me puse rígida y ella dejó de ponerme horquillas. Nos estábamos adentrando en un terreno peligroso, y las dos lo sabíamos. Mis padres y yo hablábamos de casi todo, menos de Lucas.

—No estoy con Balthazar para aprender —dije en voz baja—. De igual modo que no estuve con Lucas para rebelarme.

—Cariño, nunca pensamos eso. Nunca te culpamos por lo que sucedió con ese chico. Eso lo sabes, ¿no?

No me di la vuelta. Por algún motivo, me resultaba más fácil tener aquella conversación sin mirarnos.

—Lo sé.

Mi madre parecía más nerviosa que yo.

—Bianca, puede que haya un tema del que deberíamos hablar esta noche.

—¿Qué? —¿Había adivinado que tenía un secreto sobre Lucas? ¿Incluso que lo estaba viendo a escondidas?

Imaginé un montón de posibilidades distintas antes de que ella dijera:

—¿Necesitamos tener tú y yo otra conversación sobre sexo?

«Oh, Dios mío».

—Ya sé que te sabes la teoría. —Mi madre siguió adelante, aunque estaba segura de que acababa de ponerme como un pimiento morrón—. Cuando estás intimando con alguien, sobre todo con alguien que tiene más experiencia, como Balthazar, todo pasa a un plano mucho más real. A lo mejor tienes otras preguntas.

—Es un poco pronto para pensar en eso —me apresuré a decir. Tenía que ser mi madre quien me diera la única información que no quería oír—. Acabamos de empezar a salir.

—Si tú lo dices… —Parecía divertida, pero me dio una palmadita en el hombro y, gracias a Dios, no volvió a sacar el tema mientras terminábamos de prepararme para el baile.

Acababa de ponerme unos zapatos plateados de puntera estrecha cuando oímos llamar a la puerta y, luego, a mi padre y a Balthazar saludándose en voz muy alta y dándose una palmada en la espalda, que era como habían empezado a comportarse últimamente entre ellos. Mi padre y Lucas también habían actuado de ese modo el año pasado. Puede que los hombres necesitaran pavonearse un poco cuando saludaban a los novios de sus hijas, o a los padres de sus novias. Mi madre me quitó una pestaña de la mejilla y me abrazó.

—Sal ahí fuera ¡y túmbalos!

Cuando entré en el salón, tanto mi padre como Balthazar se quedaron callados. Mi padre sonrió y echó el cuerpo hacia atrás, claramente orgulloso de mí. Balthazar no cambió de cara, pero hubo un destello de aprecio en sus ojos que me hizo estremecedoramente consciente de mi poder como mujer.

El vestido verde oscuro de satén no tenía tirantes, se me ceñía mucho al cuerpo y era muy escotado por detrás. Se me acampanaba ligeramente a medio muslo, para permitirme bailar. Llevaba un collar de ópalos engastados en plata de los años veinte que me había prestado mi madre y los pendientes a juego me rozaban la garganta. Mi madre me había trenzado el pelo y me lo había recogido en un moño, sujetándolo con un solo pasador de pedrería. Si el curso anterior me había sentido hermosa, en este era distinto. Por primera vez me sentía una mujer, no una niña.

Mis padres nos despacharon enseguida y Balthazar me ofreció su brazo para que yo me apoyara en él mientras bajábamos. Cuando mi zapato nuevo resbaló en uno de los desgastados escalones de piedra y yo me tambaleé, él me cogió por la cintura.

—¿Estás bien?

—Sí. —Lo miré y advertí lo próximo que estaba su rostro al mío. Seguía sujetándome muy cerca de él. Yo sabía que debía separarme, pero también sabía que él me deseaba, y no podía evitar que eso me gustara. Era la primera vez en mi vida que sentía que ser mujer me confería una clase única de poder.

—El pelo te queda muy bien así —dijo Balthazar escrutándome con sus ojos castaños—. Antes, las mujeres se peinaban así más a menudo. Siempre me gustó.

Una sonrisita asomó a mis labios.

—¿Así que te traigo recuerdos?

Por alguna razón, aquello rompió el hechizo y Balthazar se irguió.

—Estoy contento con el momento presente. Venga, bailemos.

Una vez más, el gran vestíbulo había sido transformado para la ocasión, aunque en un estilo completamente distinto. Las velas seguían encendidas junto a los espejos de latón batido, bañando la estancia con una vacilante luz dorada; pero ese año las paredes y las mesas estaban decoradas con millares de flores, de todas las clases, pero todas de un níveo color blanco. Hasta los oscuros suelos de piedra estaban salpicados de pétalos, lo cual suavizaba la totalidad del vestíbulo y le confería luminosidad.

Mientras Balthazar, alto y sofisticado con su esmoquin, me conducía a la pista de baile al son de la orquesta, vi que varias chicas le lanzaban miradas de admiración. En cierto modo, pensar en que Balthazar las ponía a cien, también me puso a mí. Es posible que a todos nos guste provocar celos de vez en cuando. Entonces vi a una persona que, desde luego, no estaba nada impresionada.

—Satén. —Courtney enarcó una ceja mientras miraba mi vestido. El suyo era dorado, escotado e impresionante, aunque el mío seguía gustándome más—. Qué atrevida eres llevándolo. Se arruga como una bolsa de basura en cuanto te sientas.

—Entonces tendré que asegurarme de que no paramos de bailar —dije alegremente—. Así no nos sentaremos en toda la noche. —Seguimos nuestro camino mientras ella intentaba sin éxito pensar en una réplica.

El año anterior había disfrutado en el baile, pero este año me lo estaba pasando en grande. Ya no tenía el corazón roto por Lucas; confiaba plenamente en nuestro amor. Aunque lo habría preferido como acompañante, también era consciente de que, probablemente, él no lo habría disfrutado tanto como yo. No, este año podía relajarme por completo y experimentar la emoción de bailar con Balthazar todas aquellas danzas de otra época. A nuestro alrededor sonaban violines, pianos y arpas, y los coloridos vestidos de las chicas se fundían y mezclaban con cada vuelta que dábamos; era como estar dentro de un caleidoscopio que no dejaba de girar.

—Bailas mejor el vals —dijo Balthazar cuando ya casi había pasado la mitad de la velada—. ¿Has practicado?

—En mi habitación he estado probando. Y soportando las risas de Raquel.

—Ha valido la pena. —Se acercó más a mí hasta casi rozarme la oreja con los labios y susurró—: ¿Ahora?

Eché un vistazo a las esquinas del gran vestíbulo; la mayoría de los profesores acompañantes no estaban; seguro que habían salido a vigilar los jardines, donde se escabullirían la mayoría de las parejas para estar a solas.

Nos desplazamos hasta el borde de la pista de baile y salimos del gran vestíbulo, riéndonos como si fuéramos a regresar enseguida. Cuando empezamos a subir las escaleras de la torre norte, nos cruzamos con un par de chicos vestidos de esmoquin que se quedaron mirándome durante lo que a mí me pareció una eternidad. Cuando se hubieron ido, dije:

—¿Crees que sospechan algo?

—¿Por cómo te han mirado? Creo que me estaban envidiando. —Balthazar suspiró—. Si ellos supieran… Venga.

No nos cruzamos con nadie más cuando llegamos a la planta de los dormitorios de los chicos y seguimos subiendo. En mi fuero interno maldije el golpeteo de mis zapatos de tacón en los peldaños de piedra, una prueba concluyente de que era una chica la que estaba subiéndolos; pero, de todas formas, conseguimos llegar a la puerta de los archivos. Vacilé, y luego llamé. Lucas y yo no podíamos ser los únicos que habían descubierto que aquel era un buen sitio para estar solos, y lo último que quería era sorprender a una pareja besuqueándose. Viendo que nadie respondía, Balthazar dijo:

—No hay moros en la costa.

Entramos rápidamente en los archivos. Era evidente que alguien había estado allí después de que yo viera la aparición, probablemente la señora Bethany. Habían cambiado de sitio cajas y baúles, y, por primera vez que yo recordara, habían limpiado la estancia de arriba abajo. Las ventanas estaban tan limpias que eran invisibles y parecía que la gárgola del exterior fuera a entrar de un salto en cualquier momento. Habían quitado las telarañas de todos los rincones.

—¿Qué buscamos? —dijo Balthazar.

—Cualquier cosa que explique por qué ha empezado la Academia Medianoche a admitir alumnos humanos. Lucas necesita saberlo. Si se lo podemos decir cuando le expliquemos lo de Charity y… lo demás, la cosa irá mejor. Además, ¿no quieres saberlo?

—Siempre he pensado que la señora Bethany lo hacía por dinero. La gente hace muchas cosas por dinero.

—Si quisiera dinero, podría haber empezado a admitir alumnos humanos hace años. Como tú dijiste, la señora Bethany detesta cambiar las reglas. ¿Por qué ha cambiado esta? Además, si solo se tratara de ganar dinero para la Academia Medianoche, no ofrecería becas a alumnos humanos como hace. Raquel tiene una beca, y no es la única.

Balthazar asintió, reconociendo que le había proporcionado un buen argumento, pero no pareció mucho más entusiasmado de estar allí.

—La última vez que subiste despertaste a un fantasma.

—Si quieres volver abajo…

—No pienso dejarte sola aquí —dijo con tanta firmeza que sentí vergüenza de haber bromeado siquiera sobre el hecho de que pudiera estar asustado.

—Creo que, hasta ahora, he visto fantasmas tres veces en tres sitios distintos: el gran vestíbulo, las escaleras y aquí. No creo que tenga nada que ver con esta habitación en concreto.

Era obvio que Balthazar no estaba convencido, pero solo dijo:

—¿Qué buscamos?

—Cualquier relación entre vampiros que estudiaron aquí hace tiempo y alumnos humanos actuales.

—Eso no reduce mucho la búsqueda, Bianca. —Aquello era quedarse muy corto: pese a la limpieza de la señora Bethany, la estancia seguía atestada de pilas de cajas con documentos que se remontaban a hacía más de dos siglos—. Supongo que más nos vale empezar.

Abrimos dos cajas y nos pusimos a hojear las viejas páginas que contenían. Los frágiles documentos soltaban polvo y tuve que sacudirme continuamente el vestido; no podíamos volver abajo hechos un desastre.

Balthazar recitó una lista de nombres mientras yo leía otra mentalmente: Tobías Earnshaw, Agatha Browning, Dhiram Patel, Li Xiaoting, Tabitha Isaacs, Noor Al-Eyaf, Jonathan Donahue, Sky Kahurangi, Sumiko Takahara. Los nombres que encontramos pertenecían a países y siglos distintos; lo único que tenían en común era que no nos sugerían nada. La Academia Medianoche era un centro relativamente pequeño, por lo que, entre Balthazar y yo, nos sabíamos los nombres y apellidos de casi todos los alumnos humanos. Ninguno de ellos guardaba relación aparente con los vampiros que encontramos en los archivos.

—Parecía buena idea —refunfuñé sacudiéndome las manos.

—No hemos demostrado tu teoría, pero tampoco la hemos refutado. El problema es que hay demasiados documentos. No podremos encontrar nada sin tener más información sobre lo que buscamos. —Balthazar se sacó un reloj de bolsillo de la chaqueta y frunció el entrecejo—. Necesitamos volver pronto. Advertirán nuestra ausencia, pero si volvemos supondrán…

—Vale. —Pensar en lo que supondría la gente me hizo sentir vergüenza y no me atreví a mirarlo a los ojos.

—Seguiremos investigando, te lo prometo.

—Gracias.

Bajamos sin que nadie nos viera y Balthazar pareció aliviado.

—Bien. No quiero darte fama de escandalosa.

—¿Se puede escandalizar a los vampiros?

—Tú deberías saberlo mejor que nadie. —Me cogió de la mano y volvimos a la pista de baile—. Venga, escandalicémoslos.

Esta vez, cuando empezamos a bailar, no fue solo por diversión. Balthazar me abrazaba más fuerte que antes, más fuerte de lo que nadie salvo Lucas me había abrazado nunca, de modo que nuestros cuerpos estaban pegados. No formábamos parte de la procesión de bailarines que giraban a nuestro alrededor. Nos movíamos despacio, como si no hubiera nadie más en el mundo y estuviéramos completamente solos. En realidad, yo era más consciente que nunca de que nos estaban observando. Percibía la diversión de los profesores acompañantes, el interés de los alumnos y los celos de Courtney.

«Todo es un juego —me dije—. No significa nada para ninguno de los dos. No pasa nada por divertirse».

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