Authors: Cayla Kluver
—¿Qué ha pasado? —preguntó en tono suave cuando dejé de sollozar.
—Estaba tan enojado, Mira... —dije casi sin voz. Empecé a temblar, no de frio sino de tensión.
—¿Steldor? —preguntó.
Asentí con la cabeza y me enderecé un poco en el sofá.
—Me ha llamado... puta.
Me había costado pronunciar la palabra, pues no comprendía cómo era posible que él la hubiera utilizado, a pesar de que sabía que la confesión que yo había hecho en la oficina de Cannan lo había llevado a creerlo.
—¿Qué? —preguntó Miranna sin dar crédito y mirándome con los ojos muy abiertos. Ella tampoco hubiera imaginado nunca que alguien pudiera emplear una palabra como ésa en compañía de una dama, y mucho menos, utilizarla para referirse a ella. La idea de que todos los que habían estado conmigo en la sala de Cannan esa mañana pudieran haber llegado a la misma conclusión me resultaba insoportable, así que le conté a Miranna todo lo que había pasado, empezando por el interrogatorio que había sufrido en el gabinete del capitán.
—Miranna, ¿qué deben de pensar todos de mí? ¿Cannan, Calen, Destari? Y padre me ha ignorado casi por completo durante la cena. Quizás ellos también piensen que soy una... —Me atraganté y me cubrí el rostro con las manos—. Estoy muy avergonzada.
—Pero Steldor no lo ha dicho en serio, Alera. No es posible que crea eso realmente. Es sólo que... bueno, ya sabemos que tiene un temperamento fuerte. Se calmará, y luego todo volverá a ir bien. —Mi hermana me hablaba en tono tranquilizador mientras me acariciaba el cabello con suavidad —. Y no te preocupes por los demás. Ninguno de ellos pensaría eso. Te lo aseguro.
—Pero lo he decepcionado. No ha sabido hasta ahora que yo tenía una relación con Narian. No creo que me perdone nunca.
Levanté la vista hasta sus ojos, sinceros; sabía que ella no podía comprender todo el significado de mis palabras. No sabía que yo me negaba a ir a la cama con Steldor, que le había hecho creer que todavía no estaba preparada para tener relaciones con él ni que el verdadero motivo de todo ello era que mi corazón pertenecía a otro. Dudaba que él pudiera pasar por alto esa traición.
—Supongo que sí se siente decepcionado, y todo lo relacionado con Narian ha sido un tema desafortunado desde que ganó a Steldor durante el torneo, el año pasado. —Miranna me hablaba en tono alegre mientras se enroscaba un mechón de su pelo rojizo con un dedo de la mano izquierda—. Pero estoy segura de que si te disculpas, cambiará de actitud. Después de todo, Narian no está; Steldor ya no se puede sentir amenazado por él.
—Me da miedo —admití en voz baja.
Mi hermana volvió a rodearme con los brazos.
—Pero no te ha pegado, Alera; aunque estaba furioso, no te ha pegado. No creo que debas tener miedo de él. Lo has visto en sus peores momentos y nunca te ha puesto una mano encima.
Sus palabras me reconfortaron un poco: Miranna tenía razón. Steldor no me había pegado, a pesar de que la mayoría de los hombres lo hubieran hecho, o hubieran hecho algo peor. Me quedé con ella todo el tiempo que pude, pues no quería regresar a mis aposentos, aunque sabía que debía hacerlo. Cuando, por fin, la fatiga estuvo a punto de vencerme me dirigí a mis habitaciones con la esperanza de no encontrarme con él. No me sentía capaz de soportar otra agresión, fuera verbal o física. A llegar vi con alivio que sus armas no estaban colgadas en la pared que había al lado de la chimenea. Me pregunté dónde estaría y cuándo volvería, pero no sentía ningún deseo de esperarlo, así que arrastré mi alma y mi cuerpo cansados hasta la cama.
DOLORES REALES
Al día siguiente, al despertar, me sentía ansiosa e inquieta, y tenía un enorme deseo de escapar de los confine del palacio y de la ciudad. Las actividades de la mañana, que consistieron en una serie de reuniones ordinarias con los miembros del servicio, no mejoraron mi humor. La tarde se presentaba incluso menos atractiva, y mientras me preguntaba si debería cancelar el resto de los compromisos, unos golpes en la puerta de la sala de la Reina interrumpieron mis pensamientos. Fruncí el ceño, disgustada, pues sabía que no tenía nada que hacer hasta la hora de comer, pero di la orden de que el visitante pasara. Me sorprendí al ver que tras la puerta aparecía Cannan, que vino a colocarse en frente de mi escritorio. Me puse en pie de inmediato, nerviosa, y él me saludo con una respetuosa inclinación de la cabeza. Incapaz de mirarlo a los ojos, empecé a remover los papeles que tenía esparcidos en la mesa, delante de mí. La vergüenza del día anterior todavía estaba muy presente n mí.
—¿Os encontráis bien, Alera? —pregunto Cannan con la misma franqueza de siempre. Sus ojos no se alejaban de mi rostro, que estaba completamente ruborizado.
Enseguida asentí con la cabeza, esforzándome por no perder el control.
—Deberíamos sentarnos —dijo mientras señalaba el majestuoso aunque decididamente femenino, mobiliario que el sol iluminaba en el otro extremo de la habitación.
Cannan dio un paso a un lado para cederme el paso ante el escritorio y yo miré por la ventana hacia el patio del este, convencida de que tanto las flores como los arboles me urgían a escapar. Pero puesto que ésa no era una opción viable, me senté en un sillón de terciopelo rosa, con temor respecto de lo que el capitán iba a decirme. Tomó asiento en un sofá de brocado de color crema. La expresión seria de su oscuro rostro me hizo temer que me sometería a otro interrogatorio. Pero a ese pensamiento lo siguió rápidamente otro que resultaba ligeramente consolador: si hubiera querido reprenderme, me habría hecho llamar a su gabinete en lugar de venir al mío.
Los segundos pasaban y yo buscaba algo apropiado que decir ¿Querría él que yo expresara arrepentimiento por mis faltas? ¿Esperaba que de defendiera? ¿Había venido de parte de mi padre? Por mucho que lo intenté, no fui capaz de encontrar ningún otro motivo para su visita, excepto la desastrosa reunión del día anterior. Fue Cannan quien, finalmente, inició la conversación:
—Se que ayer fue un día duro para vos —dijo, y me pareció detectar cierto tono de comprensión en su voz. A pesar de ello, continúe jugueteando con los pliegues del vestido—. Sin duda estáis preocupada por la reacción de quienes se encontraban presentes en la reunión. No os preocupéis.
Me quede sin habla al oír esa afirmación, pues, aunque él todavía no había expresado desaprobación ni acusación, yo esperaba recibir algún tipo de crítica.
—No comprendo —dije, convencida de que los oídos me jugaban una mala pasada.
—Vos sois la Reina, Alera. La única persona ante la cual debéis responder es ante el Rey.
Sin comprender todavía que me quería decir, mis pensamientos volaron hasta mi padre, que todavía no me había dirigido la palabra después de la reunión. Me sentí arrepentida al recordar la expresión de decepción de sus ojos.
—Pero mi padre… —empecé, incapaz de quitarme de encima ese último y desagraciado pensamiento.
—Escuchadme —dijo Cannan en tono más firme—. Ya no tenéis que responder ante vuestro padre. Vos sois la Reina, y eso os pone por encima de los reproches de cualquiera, excepto de los de Steldor. Vuestro padre es solamente uno de vuestros súbditos, y él os debe el mismo respeto que os devenlos demás ciudadanos de Hytanica. —Esperó un momento a que sus palabras calaran en mí y, luego, continúo—: Todo el mundo lamenta cosas, desde los campesinos hasta la nobleza y os militares, incluso los reyes. Vos no estáis libres de ello por derecho de nacimiento. Mantened la cabeza bien alta: no hace falta que os avergoncéis.
Pasó un rato en el cual permanecimos en silencio. El consejo de Cannan tenía sentido por muy extraño que me resultara pensar que mi posición era superior a la de mi padre. A pesar de ello, yo continuaba preocupada. Había confesado algunos de mis preocupaciones a Mirannan, pero ella no era la persona más adecuada para darme un consejo, pues no conocía bien a Steldor. Cannan, por el contrario, sí podía iluminarme acerca de la disposición de su hijo. El capitán me observaba, paciente, como si supiera que había algo más de lo que yo deseaba hablar, así que decidí arriesgarme a disgustarlo y saqué el tema.
—Anoche Steldor estaba tan furioso que ni siquiera sé cómo describirlo —dije, intentando no entrar en los detalles que condujeron al enfrentamiento con su hijo —. Me sentí… odiada. La intensidad de esa sensación me asusto.
Cannan se limito a asentir con la cabeza y no demostró ninguna curiosidad acerca de qué sucedió. Eso me dio otro motivo para sentirme obligada para con él.
—Por desgracia, Steldor es conocido por su carácter. Galen y yo nos esforzamos considerablemente en tranquilizarlo antes de que fuera a buscaros.
Pensé en esas palabras: sin darme cuenta, me retorcía las manos. ¿Me estaba diciendo que lo que había soportado no era más que una versión suave de lo que habría podido ser?
—Steldor no os odia, Alera —continuo él, mirando por la ventana como si estuviera fascinado por la vista. Por su actitud supe que su siguiente comentario sería más profundo—: Mi hijo es una persona muy apasionada, entre otras cosas, y cuando una persona apasionada se siente herida puede expresar el amor en forma de rabia.
La manera en que hablo el capitán me llamo la atención. Pensé que quizá no se refiriera solamente a Steldor, si no a sí mismo. Me había dicho una vez que, en s juventud, se parecía mucho a su hijo. Intente imaginarme a Cannan con el temperamento, la obstinación y el ego de mi esposo, pero me resultaba difícil como imaginarme a Steldor con las cualidades de su padre.
—Os digo esto para que podáis comprender mejor, no para excusar ningún comportamiento en particular. Aunque os hirió, estoy seguro de que lo hizo con sus palabras y no con sus manos.
Asentí con la cabeza, asombrada de lo bien que conocía a su hijo. Me sentí aliviada, pero había otra pregunta que, estaba segura, el capitán podría responder, pues también le había hecho de padre a Galen, además de a Steldor. Yo sabía lo buenos amigos que eran ellos dos, y tenía miedo de que la incipiente relación que se había establecido entre Galen y yo se hubiera visto irrevocablemente dañando.
—¿Y qué me decís de Galen? Steldor me dijo algunas cosas que espero que no crea de verdad; no puedo evitar la sospecha de que Galen también las piense.
—Al contrario de lo que se cree popularmente, Galen y Steldor no son la misma persona —repuso Cannan levantando ligeramente la ceja—. Cuando Steldor se enoja, tiende a sacar las peores conclusiones. Galen no tiene el mismo carácter y normalmente cree lo mejor de la gente.
Por fin mire a mi suegro con una sonrisa auténtica en el rostro.
—Gracias —le dije, más agradecida de lo que era capaz de expresar de que hubiera venido a verme.
Él se levanto de su asiento y me dirigió un cortes saludo con la cabeza.
—Os dejaré continuar con las tareas del día. —Dio unos pasos hacia la puerta y se dio vuelta para ofrecerme una última frase de ánimo—. Tengo confianza en vos, Alera. Vos le haréis bien a mi hijo. Si os negáis, al como habéis estado haciendo, a que él consiga todo lo que quiere a su manera, quizás incluso aprenda un poco de humildad.
Cannan desapareció por el pasillo antes de que yo respondiera, dejándome profundamente desconcertada por su último comentario.
Comí apresuradamente una sopa de verduras con pan en mis aposentos. No me había querido reunir con mi familia en nuestro comedor del segundo piso, puses, aunque mi ánimo había mejorado después de la conversación con el capitán, todavía no me sentía preparada para encontrarme con mi padre, con Steldor o con Galen. También pensé que mi sala me ofrecía un agradable descanso de las miradas de todo l mundo, pues todo el palacio comentaba que el Rey y la Reina no se hablaban. Cuando hube terminado de comer, abandoné mis aposentos y me dirigí a la sala de la Reina para enfrentarme al duro trabajo que de esperaba esa tarde. Recorrí en silencio el pasillo que conducía hasta la escalera de caracol, pues no quería llamar la atención de nadie que pudiera llegar tarde a comer, pero un guardia de palacio vino a mi encuentro.
—Alteza, el rey Adrik desea hablar con vos. Ha pedido que vayáis a verlo a su salón del tercer piso.
La confianza en mí misma, que había aumentado gracias a Cannan, cayó en picada y sentí un nudo en el estomago. Ya había pensado que mi padre querría hablar conmigo, pero no era capaz de decir exactamente con qué me encontraría. Necesitaba un poco más de tiempo para organizar las ideas. Necesitaba poder preparar algún tipo de explicación.
—Ten la amabilidad de informar a mi padre de que durante el día de hoy estaré ocupada con otras actividades dile que lo veré por la mañana.
El guardián asintió con la cabeza y se marcho para comunicar el mensaje. Sabía que mi padre se disgustaría con mi respuesta y que decidiría venir a buscarme a pesar de ella, así que me apresure a llegar mis aposentos mientras elaboraba un plan para escapar. Le dije al primer guardia de palacio que me encontré que hiciera saber a Lanek, el secretario personal del Rey, que tenía un fuerte dolor de cabeza y que necesitaba posponer mis deberes de la tarde. Sabía que Lanek también informaría a Steldor de ello, lo cual aseguraría que él tampoco intentaría verme, a pesar de que dudaba que eso fuera necesario dado su estado de ánimo. Cuando tuve la tarde libre, mandé a otro sirviente a los caballerizas de palacio para que sacaran el caballo favorito de mi padre, tranquilo y bien entrenado, a las puertas del patio y que lo preparan para montar. Aunque la orden la había dado yo, a nadie se le ocurrió pensar que mi padre no sería el jinete, y yo tenía la intención de estar ya muy lejos de la ciudad para cuando alguien pudiera informar de mis pocos ortodoxas actividades.
Me preparé para la excursión: me vestí con una falda y una blusa blanca y me sujete el cabello a la nuca al despreocupado estilo de Halias, el guardaespaldas de mi hermana. Mi intención era parecerme a un hombre todo lo posible mientras por encontrara ahí a lomos de un caballo, para no llamar la atención. Pero tenía un problema: ningún hombre lleva falda. Así que necesitaba un pantalón. Por desgracia yo no disponía del que había utilizado cuando Narian me había enseñado en secreto a montar a caballo, actividad que se consideraba del todo inapropiada para una mujer en Hytanica. Lo había puesto en la ropa sucia de los sirvientes para que nadie lo encontrara cuando llevaras mis pertenencias a mis nuevos aposentos, pues si lo hubieran descubierto todo el palacio se habría llenado de rumores y de un sinfín de preguntas. Fruncí el ceño intentando resolver ese fastidioso problema, pues tenía poco tiempo para hacerme con un pantalón. Al final, y puestos que era difícil que Steldor se enojara conmigo más de lo que ya lo estaba, decidí que un pantalón suyo me serviría. Respire profundamente, fui hasta su dormitorio y abrí la puerta. Por primera vez vi el interior de sus dominios.